fbpx
InicioRialta Magazine_Ensayo y críticaLo que Raymond Chandler sublimó

Lo que Raymond Chandler sublimó

Raymond Chandler, probablemente el escritor más complejo y profundo que haya albergado nunca un género como el policial.

-

Para Ricardo Bernal, en cuyas sesiones se fueron fraguando, paralelamente, estas reflexiones

Se cerraba la década de los veinte –Dios, el diablo, ¡estamos hablando de hace casi cien años!– y en California aún no se preveía ni remotamente lo que iba a ocurrir el 24 de octubre. Se trataba de un estado bullente, y Los Angeles, una ciudad nerviosa que parecía equiparar la sublimación hollywoodense con la utopía aspiracionista de cualquier ciudadano promedio: casita blanca con techo azul, perro labrador, electrodomésticos, cónyuge sin panza o con el cabello teñido.

El sentido común dicta que un escenario así casi siempre encierra, en su núcleo, la debacle. Y más si hay hombres que, obnubilados por la prosperidad, se dan cuenta tarde de que no están en su sitio.

En una oficina del Sindicato Dabney del Petróleo, sita en South Olive Street, un sujeto corpulento que fuma pipa y mantiene aún ciertos modales ingleses es director de ocho compañías y presidente de otras tres. Tiene un despacho del tamaño de una pista de patinaje y un personal con sobresueldo, pero bien calificado, a su cargo. Todos le dicen campechanamente Raymond. Incluso quienes lo envidian, como un tal John Abrams, pronuncian su nombre con cierto afecto, abriendo la boca de costado y sonriendo: Raymond. Aquí no hay ninguna intriga de género negro, solo la mezquina vida cotidiana con sus negligencias y envidias profesionales. Porque el tal Abrams echa a correr un rumor de doble filo: por un lado, que el jefe Raymond trata con excesiva dureza a sus empleados para quedar bien con sus superiores; por otro, que muchas veces no puede sostenerse en pie de borracho.

Cerquita de Judas Iscariote y Cayo Bruto, hay un círculo en el infierno para la gente que grilla en los lugares de trabajo, y el John Abrams seguro está ahí. Pero eso es otro asunto. En este caso, el director petrolífero desmiente con éxito la primera acusación, pero le cuesta más trabajo la segunda. El alcohol ha sido un aliado desde hace mucho tiempo para desenvolverse en un cargo así. Pero también, de manera inconsciente, para sobrellevar una decisión que tomó muchos años atrás, durante su segundo año en Dulwich, Londres, cuando era estudiante y en el momento de los quihubos se inclinó por “el lado moderno”: el de los negocios. Así, cerró los libros de Shakespeare y de Homero y de T. S. Eliot y Conrad que tanto lo apasionaban y los apiló en su librerito.

En este, y otros muchos sentidos, la historia del joven Raymond es el reverso de la historia de William Stoner, el personaje entrañable de John Williams. La educación formal le presentó a Stoner la posibilidad de salir de la practicidad y entrar en la plenitud libresca. Cuando Raymond repara en que su quiebre existencial proviene de allí, y ejerce un trabajo con mucha practicidad, pero sin plenitud, no solo se ve desempleado a los 44 años en pleno crack económico, si no casado con Cissy Pascal, una mujer 18 años mayor que él y que desde hace tiempo mastica en silencio los síntomas de una ruptura matrimonial.

El aleph de todo esto, el punto donde convergen las decisiones pasadas y las situaciones presentes, probablemente sea esa tarde en la que Raymond, despedido, con los hombros caídos y la pipa guardada en el saco gris a cuadros, se limpia la suela de los zapatos en el felpudo, entra en su casa, rastrea en silencio alguna botella escondida en la alacena, esquiva la mirada de Cissy, bebe, y bebe un poco más, y se siente otra vez en el punto de partida sin ser ya el que empezó. Los entusiasmos tontos de los veinte se diluyen en la practicidad y en los “qué voy a hacer ahora” de los cuarenta. Porque, además, no puede dejarse fuera una variable mayúscula: atraviesa la crisis de la middle-age.

Entonces, le toca lo que a todo cuarentón: resolver. Y para el mundo lector resuelve maravillosamente. Porque se bebe un trago más y, como Heidegger en la Selva Negra, como Faulkner en Oxford, como William Burroughs en la colonia Roma, se engancha cual yonqui a una máquina de escribir. No es que solo escriba: la relación que guardará con la máquina será la de un altar, sabiendo que todo altar requiere, por antonomasia, que se construya un templo blindadísimo a su alrededor.

Es entonces cuando surge Raymond Chandler, probablemente el escritor más complejo y profundo que haya albergado nunca un género como el policial. Y decir eso equivale a decir: es entonces cuando surge Phillipe Marlowe, su héroe moral; aquel que, salvo por uno que otro resbalón, no se deja reventar ni por el dinero, ni por el alcohol, ni por la concupiscencia, ni por hipocresía institucional alguna.

Es aquí donde la apreciación de Ricardo Piglia cobra su verdadero sentido. Las principales novelas de Chandler (El sueño eterno, Adiós, muñeca, La dama del lago, La hermana menor, El largo adiós) giran en torno a dos asuntos: la forma en que corrompe el dinero y la forma en que corrompen determinadas relaciones sentimentales. “Una de las claves de la transformación del género está definido por el cambio de lugar de las mujeres en la trama”, dice el profesor Piglia. “En el policial norteamericano el detective sigue siendo un célibe pero su relación con las mujeres aparece en otro registro: no se trata de víctimas como en Poe, sino de figuras de atracción y de riesgo. De hecho, en todas las novelas de Chandler las asesinas son mujeres”.

Se dirá lo obvio: el cesante de 44 años, volcado como un poseso a la máquina de escribir casi desde esa misma tarde, realiza ese cambio de lugar por sublimación: la construcción de las asesinas en Chandler equivale a la construcción de las rubias en Hitchcock, y el origen hay que rastrearlo en el mismo sitio: la incondicionalidad agobiante de Alma Reville, para uno; la incondicionalidad agobiante de Cissy Pascal para el otro.

A Chandler no le hubiese gustado este comparativo. Todas las intentonas y negativas que tuvo en su etapa hollywoodense para colar un guion con Hitchcock acabaron en el epíteto de “ese gordo hijo de puta”. Pero es ejemplificador, porque además, hay dos cosas que sus novelas traen aparejadas y que resultan igual de potentes: la forma en que sublima la relación con el dinero (Marlowe no actúa por curiosidad ni recompensa intelectual, como Dupin o Holmes, sino porque le pagan por ello; y eso implica cuidar su trabajo y no dejarse sobornar ante nadie) y su relación con el alcohol (las curdas brutales, los episodios borrosos, los blackouts los vivirá el autor, no su personaje, que igualmente bebe como cosaco pero jamás se le ve ni achispado).

Ante esto, las intrincadas y a ratos exageradas tramas de las historias policiales pierden volumen, y el género alcanza, por fin, las alturas literarias a las que aspiró desde su origen. Ya no importa demasiado quién cometió el crimen y sus motivaciones, sino cómo Marlowe se mantiene en sus trece y no se deja engañar, manejando con mayor pericia las balas de su pensamiento que las de su Magnum (misma que rara vez saca de su sobaquera).

Por último, y aunque sea tangencialmente, Marlowe le permite a Chandler recuperar también su relación con la literatura, abandonada de manera formal en Dulwich (que suena como Dunwich, ahí hay otro paralelismo), entendiendo que todo gran escritor se las ingenia, también, para colar capsulitas de crítica literaria (como por ejemplo, cuando en Adiós, muñeca a un matón lo apoda Hemingway debido a su manía por repetir todo: “Un chiste, dije. Un viejo, viejo chiste. ¿Quién es Hemingway? Un tipo que repite lo mismo una y otra vez y otra y otra vez, hasta que uno empieza a creer que debe de ser algo bueno.2

Piglia repara, en El largo adiós, en una escena aparentemente forzada: Amos, el chofer de color que maneja el Cadillac de Linda, la hermana de la asesina y que al final empatará con Marlowe, la deja en su departamento. A modo de despedida y de tanteo, le solicita permiso a Linda para preguntarle algo al detective. Cuando toma la palabra, el chofer espeta: “«Me hago viejo… me hago viejo… me remango las perneras del pantalón». «¿Qué significa eso, señor Marlowe?» Este responde sin afán: «Nada en absoluto. Solo suena bien». Amos sonríe: «Es de La canción de amor de J. Alfred Prufrock». Otra: “En el salón las mujeres van y vienen hablando de Miguel Ángel. ¿Le sugiere algo, señor?”. Marlowe no entra en el juego, ya no por superioridad intelectual, sino porque la frecuencia de su pensamiento y lenguaje es otro tras tantos casos y lecturas: “Sí… me sugiere que el tipo no conocía demasiado bien a las mujeres”.

“La escena restituye la relación con la literatura y la alta cultura que está implícita en los orígenes del género, pero de un modo desplazado, irónico y fuera de lugar (como debe ser el arte de leer). A partir de ella, todo se va a invertir y a disolver”, señala Piglia. Intentando restituir (aunque desplazada, irónica y fuera de lugar) el momento de aquella decisión donde el estudiante de Duwich la cagó optando por los negocios, Chandler le restituye a la novela, a mitad de los cincuenta, su estatuto literario. Y todo eso queda más claro si se tiene la oportunidad de leer secuencialmente, desde El sueño eterno (1939) hasta la incompleta La historia de Poodle Springs (1959), los veinte años de evidencias en los que un personaje se vuelve, para el mundo, un arquetipo; pero para su autor, una posibilidad de seguir sobrellevándose.

FELIPE RÍOS BAEZA
FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (2021). Ha publicado, además, La letra ensimismada. Nuevos ensayos de literatura hispanoamericana (2023); El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Es fundador y director de Notas al Margen. Espacio de Cultura, que ofrece talleres culturales cada mes. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

Leer más

‘El monte de las furias’. Entrevista con la escritora uruguaya Fernanda Trías

‘El monte de las furias’ (Random House, 2024), la última novela de la escritora uruguaya Fernanda Trías, tuerce los espacios y los tiempos expandiéndolos hacia dentro.

Expediente | Antonio José Ponte en ‘La Gaceta de Cuba’ (1994-2002)

Este expediente quiere dar una visión de Antonio José Ponte cuando aún escribía dentro de la Isla. Se reúnen aquí las dieciséis apariciones que hizo a su paso intramuros por ‘La Gaceta de Cuba’.

Podcast | ‘In the name of Henry’. Conversación con Carlos Quintela

El realizador cubano Carlos Quintela conversa sobre su proceso creativo, las posibilidades de la inteligencia artificial y la indagación en las complejidades del mito de la revolución cubana.
Festival En Zona 2024
Festival En Zona 2024
Rialta, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Cuajimalpa) y El Estornudo invitan a la primera edición del Festival En Zona, que tendrá lugar en la Ciudad de México entre los días 26 y 29 de noviembre de 2024.

Contenidos relacionados

Comentarios

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí