Construir un globo –el Globo Definitivo– de dimensiones extraordinarias –gigantescas–, veinte veces más grande que el más grande. Lo llamó le Géant.
Julian Barnes
Entre el tejido del cesto del aeróstato hay una silla de paja frágil para Sarah Bernhardt, porque los vuelos en globo: “representaban la libertad”, ha dicho ella. Así, también Víctor Hugo creía que: “el vuelo más pesado que el aire conduciría a la democracia” porque, como dice Julián Barnes en Niveles de vida –una novela sobre las alturas de un vuelo hacia la muerte–, la altitud: “reduce todas las cosas a sus proporciones relativas, y a la Verdad”.
Sin embargo, el pecado de querer alcanzar la altura ha sido castigado siempre. “Pilatre de Rozier quería atravesar el Canal de la Mancha, pero el globo cayó”. Y un globo de gas podría explotar, también perderse y desaparecer. Y durante la “voladera” que hallamos en este libro experimental, Julian Barnes aproxima siempre dos cosas: resultados, circunstancias, pero, sobre todo, encuentros.
Niveles de vida trata de esa distancia que hay entre lo que está arriba y lo que está abajo. También de la distancia entre dos personas que se han encontrado como Sarah Bernhardt y el coronel Fred Bernaby que había viajado a Rusia, Asia y Oriente Medio, hasta conocerla en París en 1870, cuando dijo que ella era: “transparente como una azalea”.
El coronel Freddy Burnaby, enamorado de la Bernhard, es otro de los personajes de Niveles de vida que, con su pasión por la artista y su vida aventurera, nos da la visión de una época donde todos pretendieron ser dioses y estar por encima de cualquier desventaja, o realidad: “¿Y cuál es su guerra? –preguntó ella, sonriente. ¿O sea, ¿que no vendrá a visitarme en globo? Ya basta de hablar de mi vida. Hábleme de sus globos”.
Sarah Bernhardt, que vivía rodeada de animales y amantes, no estaba dispuesta a entregarse a un solo hombre y perder su libertad porque para ella: “el peligro es preferible a la seguridad […] Iré siempre donde me llamen el peligro y la aventura”. Por lo que, después de meses unidos cual almas gemelas, se separaron: “No estoy hecha para la felicidad –le dijo al coronel–. No es miedo es conocimiento de mí misma”. Y Fred no quiso ser un amigo querido más. Entonces, retomó su pasión por los globos, se casó, tuvo un hijo, escribió un libro, y murió atravesado por un sable en la batalla de Abu Klea.
Fue Nadar el primero que juntó las dos cosas en esa foto de 1868, nos dice Julian Barnes. Sarah Bernhardt fue fotografiada por él cuando todavía no era una diva y posó con una capa de terciopelo encima. La recordaremos sentada en esa silla de paja de un aeróstato, subiendo a la fama, a la inmortalidad, cuando viajaba con su amante como Doña Sol, mientras que dejaban caer sobre la tierra –y sobre aquellas familias que desde abajo los contemplaban– el lastre de sus besos, comidas y bebidas: “el aeronauta descorchó una botella de champán, disparando el corcho hacia el cielo”.
Nadar también viajó en globo. Tomaba fotos desde la altura aspirando a ser dios, pero fue muy difícil y peligroso lograrlas. Además, “envió globos de asedio” –les llamaron– durante la guerra. Mediante ellos, pudo comunicarse a distancia con su esposa cuando ya no quedaba ningún otro medio de comunicación. Aquellos globos fueron bautizados: George Sand y Víctor Hugo. Estos globos, cual palomas mensajeras, llevaron las cartas a través del viento por encima de los bombardeos.
Por último, Niveles de vida se convierte en las memorias del autor por la muerte de su esposa, poniendo otra distancia entre ellos: el duelo: “nos elevamos, pero también podemos caer en picada”. Cuando las palabras no le daban al escritor el menor consuelo, y el globo se había desplomado frente a él sin poder hacer nada, durante los treinta y siete días que duró la agonía de su mujer.
Esta tercera parte de Niveles de vida trata de: “la indiferencia de la vida que se limita a continuar hasta que se acaba”. La precaria relación con los amigos por la incomprensión que tenían hacia el dolor ajeno, y cómo fue vivido el duelo de otros escritores –a la vez que era vivido por él. Barnes añora cada vez más la vida que compartieron ellos dos durante treinta años en cada: “acción y en cada inacción”.
El duelo como “destructor de todas las pautas”, dice Barnes, pero destructor de algo más, de “la creencia de que existen pautas”, para dejarlo solo en un lugar donde se pierden: “todas esas oscuras referencias”: cuando la memoria al evocarla le falla y solo recuerda el último libro que ella leía, o su caída frente a la entrada de la casa, y ya no encuentra otro lugar para ella que no sea dentro de él –cosa que, a la vez, le impide matarse.
La incapacidad de pedir, “cómo no podía negociar con Dios, porque ¿qué podría darle a cambio de su vida?” Nada tendría el valor que ella tenía, no era intercambiable. “¿Prefieres estrellarte y arder, o arder y estrellarte?”, es la pregunta que se hace en la conjunción de estos tres escenarios del libro y la respuesta es su impotencia por la aflicción frente a la muerte, que convirtió en este cuaderno raro, doloroso, equidistante entre los niveles posibles que podamos alcanzar con el amor y en la pérdida de alguien amado.
Un libro de relaciones: Freddy Burnaby y Sarah Bernhardt en dos momentos de sus vidas se rompen una pierna; Nadar y la mujer de Barnes, también. Casualidades que se confrontan para equiparar “desde dónde cae cada uno de nosotros en la vida”. Así, también cada uno de estos personajes reales siguió enamorado hasta el final: el coronel de Sarah Bernhardt, ella de la libertad y del peligro; Nadar de su esposa; Barnes de su mujer: “y siempre estoy pensando en cosas que decirte […] pero ya no puedo oírte vivir.”
Con Niveles de vida volamos, entrecruzando estas historias verdaderas, remontándonos más allá de la realidad que nos aterriza hacia el querer –esa prueba de altura inconmensurable tan difícil de lograr–: “en alguna parte –o en ninguna– se ha levantado una brisa y otra vez nos estamos moviendo” por añoranza de algo que alcanzar.
Miami, 3 de octubre 2024