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David Lynch: el abismo de lo mundano

David Lynch dijo que hacía películas para dar a su público un lugar para soñar y deberíamos tomar sus palabras literalmente.

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Hay pocas figuras que marcan una época como lo hizo el pintor, cineasta y compositor David Lynch (1946-2025). Sus películas –de una sensibilidad neogótica, onírica y perturbadora– dejaron una huella profunda en la cultura norteamericana y en el cine a nivel mundial. Pudo combinar diestramente el neo-noir, el surrealismo, el kitsch norteamericano, el misterio, y toques de horror con narrativas no-lineales para cuajar en una visión unitiva y propia. Lynch tuvo una capacidad única para juntar lo mundano con lo alucinante, lo extraño, lo abyecto, lo sublime.

Aunque con obras muy distintas a las suyas, el cine de Jim Jarmusch, Tim Burton, Wes Anderson, Todd Solondz o Todd Haynes no deja de tener trazos inconfundiblemente lyncheanos (adjetivo del que, aunque necesario, se ha abusado). Entre sus contemporáneos, habría que incluir en esta lista a David Cronenberg o Werner Herzog. Alejandro Jodorowsky, por su parte cronológicamente casi de otra generación, estrenó sus primeros dos largometrajes (Fando y Lis, y El topo) a la vez que Lynch estaba rodando sus cortos de los sesenta e ideando lo que sería Eraserhead. Ambos comparten un interés en la novela de Frank Herbert, Dune (1965), que el chileno soñó filmar, pero nunca realizó y el norteamericano realizó (pero quiso olvidar). Además, Lynch y Jodorowsky coincidían en su interés en las religiones asiáticas (budismo e hinduismo) y en explorar el subconsciente colectivo y los arquetipos. Cronenberg se inserta más en el mundo del horror y la ciencia ficción, género que Lynch no exploró fuera de Dune. En cuanto a Herzog, creo que Lynch estaría muy cómodo en el mundo de los enanos (Hasta los enanos empezaron pequeños) o Kasper Hauser (Corazón de vidrio).

Las descripciones de su obra siempre destacan lo extraño: Lynch era “un Jimmy Stewart, pero oriundo de Marte” (Mel Brooks), “un surfista montando las olas del subconsciente colectivo” (Nochimson), “un surrealista popular” (Kael) o un creador “de arte ridículamente sublime” (Žižek). Pese a su fama de raro, en persona Lynch era amabilísimo y se vestía como un pastor protestante de otra época, con traje negro u oscuro, camisa blanca abotonada hasta el cuello, pero sin corbata. Sin embargo, era un poco opaco y reticente en conversación y no le gustaba hablar de sus películas, frecuentemente evadiendo preguntas o pronunciado frases que solo aumentaban la incomprensión de sus interlocutores.

Lynch practicaba la meditación trascendental y también fue vegetariano, pero no era budista. En el 2005, creó una fundación con su nombre para promover la meditación trascendental y la salud integral del individuo. Sin embargo, había fumado casi toda su vida, empezando a los ocho años; durante el rodaje de Eraserhead dos cajetillas al día. Eventualmente redujo la cantidad y por un par de décadas dejó de fumar, pero a finales de los noventa retomó el vicio. En 2022, dejó el cigarro, pero ya tenía enfisema. En sus últimos años andaba siempre con un tanque de oxígeno.

Lynch se educó en el mundo de la plástica y su perspectiva pictórica está ampliamente demostrada en las mise-en-scène extraordinarias que abundan en todas sus películas. De Francis Bacon, el gran pintor inglés, adoptó su actitud transgresiva hacia el cuerpo humano y cierta atmósfera claustrofóbica. (Incluso, en Lost Highway, el personaje diabólico, interpretado por Robert Blake, se parece físicamente a Bacon). Los cuadros de Edward Hopper, poblados de figuras solitarias, que emanan una sensación de anhelo, con sus espacios vacíos, se vislumbran en encuadres de Lynch. De Jackson Pollock, Lynch hereda una energía que nace de una realidad que de repente revela secretos de manera explosiva. De Robert Henri, no solo su manejo diestro del color sino también sus pensamientos sobre la naturaleza del arte y la importancia del artista delineados en The Art Spirit (1923).

En el caso de Pollock, no es cuestión de su estilo visual, sino más bien de su autenticidad. Dice Lynch sobre Blue Poles Number 11 (1952): “Es como la naturaleza […] Está pintando, pero no se interpone en el camino de la pintura. No lo está haciendo para que sea como él. Es más grande que él. Y así la cosa entera es como un baile salvaje que es enteramente orgánico, y, sin embargo, está ejerciendo control suficiente para actuar y reaccionar y la naturaleza también está actuando y reaccionando, y es como una sinfonía fuerte en la cual el todo es más que la suma de sus partes”. Esta idea de dejar que la pintura hable por sí la plasma Lynch en el cine con las imágenes que no tienen que someterse a una idea convencional de lo narrativo.

Lynch no fue un cineasta prolífico como Godard, Bergman o Hitchcock, tres directores que admiraba profundamente. Su obra consta de unos nueve largometrajes, empezando con el extrañísimo Eraserhead (1977) y finalizando con el enigmático Inland Empire (2006). Tal vez diez si incluimos a Twin Peaks: Fire Walk with Me (1992) que dura unos 134 minutos (pero es más provechoso considerarla parte de la serie televisiva Twin Peaks, de 48 episodios en total, rodada durante 1990, 1991 y 2017). Fue la serie Twin Peaks la que selló su fama, aunque, cuando se estrenó, Lynch ya había rodado además Eraserhead, The Elephant Man (1980), Dune (1984), Blue Velvet (1986) y Wild at Heart (1990), las dos últimas ganadoras de premios en festivales internacionales. The Elephant Man recibió ocho nominaciones para el Oscar, sin ganar uno solo. Aunque fue nominado tres veces para el premio Oscar a Mejor Director, nunca se llevó el galardón. Por fin, en el 2019, la Academia le otorgó un premio honorario por su carrera en el cine.

The Elephant Man posee magníficas actuaciones, sobre todo la de John Hurt, quien hace el papel de John Merrick (1862-1890), un hombre con una deformidad física en la cabeza que fue exhibido como una especie de monstruo en espectáculos ambulantes durante la época victoriana. La película narra los esfuerzos de un médico llamado Treves (Anthony Hopkins) para tratarlo mientras es cruelmente abusado por el dueño del circo que lo exhibe. La cinta traza la lucha de Merrick para conquistar su dignidad y humanidad. Comparada a otras películas de Lynch, la narración y las caracterizaciones son verosímiles y bastante convencionales. La cinta fue un éxito crítico y comercial y Hollywood se interesó en él. Dino de Laurentiis le ofreció su único proyecto de ciencia ficción.

Casi todos los críticos están de acuerdo en que el Dune de Lynch, a pesar de su brillantez visual y efectos especiales impresionantes, fue un fracaso. Kyle MacLachlan, quien hizo el papel del héroe Paul Atreides, fue más generoso al decir que era “una obra maestra defectuosa”. Y no fue por falta de plata: el presupuesto de Dune fue de 45 millones, cuatro veces la cantidad de Alien (1979) y Star Wars (1977). Blade Runner, hecha un par de años antes, tuvo un presupuesto de 30 millones. Pero la verdad es que Lynch no pudo plasmar de forma coherente la trama inmensamente complicada de la novela; la película no tiene ni pies ni cabeza, o si las tiene no están en el lugar donde deben de estar. (No olvidemos que en los años setenta Jodorowsky estaba tratando de lograr filmar Dune, y propuso una versión de catorce horas y media). El casting fue malogrado, como señala David Foster Wallace: MacLachlan como protagonista carecía de madera heroica y Sting de villano no era muy convincente. El propio Lynch dijo: “A veces, supongo, uno tiene que tener una experiencia mala, y de qué manera la tuve con Dune”.

El revés sufrido por Dune, sin embargo, no frustró las ambiciones de Lynch y su próxima película fue la que lo lanzó como creador de sorprendentes y surreales alegorías del mundo norteamericano: Blue Velvet (1986). Si Dune se desenvuelve en el espacio exterior o galáctico, Blue Velvet se desplaza a lo interior, desde los cuartos o clubes hasta lo más íntimo del corazón y el alma. Mucho se ha comentado que la cinta nos revela un mundo oscuro tras la superficie apacible del suburbio norteamericano, cosa que se manifiesta desde el comienzo con la famosa escena del infarto del padre que cae sobre la grama de su casa y jardín muy cuidados, con la manguera chorreando agua, con un niñito bailando, y un perrito sobre el cuerpo del hombre tratando de beber el agua de la manguera. De allí la cámara se mueve a un trozo de hierba pululando de insectos, a un dissolve, y entonces comienza la película. Más tarde, el personaje de Jeff (hijo del hombre que padeció el incidente) encuentra una oreja humana cubierta de insectos. Bajo las apariencias normales siempre está la amenaza del caos y la desintegración, tema constante en el universo de Lynch.

Blue Velvet es una película de instintos descarriados, pasiones intensas, deseos oscuros y enorme violencia, tanto verbal como física. Las interpretaciones son excelentes: Kyle MacLachlan como Jeff, el protagonista, un joven buscador de la verdad que termina involucrado en un pacto faústico; Laura Dern (Sandy), con apenas 18 años, haciendo de una joven inocente que se enamora de Jeff; Isabella Rossellini (Dorothy), que hace de una cantante y femme fatale, a su vez, abusada; y Dennis Hopper (Frank), un hombre de temperamento volcánico, criminal y transgresor de normas. Hay muchas escenas memorables, pero una en particular es emblemática: una secuencia larga donde Frank y Dorothy se enfrascan en un melodramático ritual sadomasoquista en el cual deja claro su dominio sobre ella, con abundante crueldad. Mientras tanto, tras la puerta con listones del closet, Jeff observa esta escena de abyección. Al retirarse el abusivo Frank, Jeff sale del closet y trata de consolar a Dorothy. Ella, sin embargo, lo incita a acariciarla, toquetearla y enseguida le dice “¡Golpéame!”, demanda que repite varias veces. Jeff no puede hacerlo, aunque más tarde en la película sí cumple con los deseos de Dorothy. Estas escenas pueden provocar cierta fascinación, pero sobre todo perturban.

No obstante escenas como estas, la película tiene un sentido del humor y toques ligeros. Hay un momento delicioso cuando Sandy le dice a Jeff: “la verdad es que no sé si eres un detective o un pervertido”, a lo cual Jeff responde: “eso es para que yo lo sepa y tú lo averigües”. Blue Velvet fue lo que selló la reputación de Lynch como un raro, un surrealista, y un transgresor algo kinky.

Ya hemos visto que The Elephant Man fue una película bastante convencional de narrativa lineal, personajes verosímiles y bastante libre de misterios. Su cinta de 1999, The Straight Story, es otro ejemplo en este sentido. Cuenta la historia de un señor mayor llamado Alvin Straight que se entera de que su hermano mayor, Lyle, se está muriendo. Los dos hermanos están distanciados y Alvin quiere hacer las paces antes de que sea muy tarde. Alvin vive en Iowa y su hermano Lyle en Wisconsin; el primero es algo discapacitado y no puede manejar un auto, así que se compra un tractor pequeño para hacer el viaje de 250 millas. El tractor camina solo a 5 millas por hora, y la película retrata todas las travesías de Alvin para lograr llegar a su hermano. Fue un éxito crítico y comercial y todavía se puede ver en Disney Plus. Richard Farnsworth, el actor que hizo del protagonista, no quería tomar el rol ya que tenía un cáncer avanzado, pero Lynch (y otros) lo convencieron. Murió un año después del estreno. Es una película muy emotiva sin caer en el sentimentalismo. La actuación de Farnsworth es inolvidable. Con su sentido de humor especial, Lynch llamó a The Straight Story su película más experimental.

Una de las grandes cimas de Lynch es Mulholland Drive (2001), especie de neo-noir alucinatorio en que figuran Naomi Watts, Laura Elena Harring, y Justin Theroux. Watts hace el papel de una actriz canadiense que ha venido a Los Angeles con el sueño de hacerse estrella de cine. Allí se topa con una misteriosa y hermosa mujer (también actriz) que ha sufrido un accidente automovilístico que la ha dejado sin memoria (Harring). De allí comienza una enredadera de memorias, deseos y sueños que van uniendo a las dos mujeres. Como en otras películas de Lynch, se van mezclando géneros cinemáticos: el noir, el thriller sicológico, trazos del cine de horror, un cuento de hadas, la tragedia romántica, un melodrama sentimental, una aventura y rompecabezas surrealista, una mirada irónica al mundo de Hollywood. Y claro, todo filmado como si fuera un sueño. Lynch mismo había dicho que hacía películas para dar a su público un lugar para soñar y deberíamos tomar sus palabras literalmente. Habría que añadir que la película es un homenaje al cine como arte de magia e ilusión.

Betty (Watts) llega a Los Angeles, una joven ingenua que sueña con el mundo de Hollywood. Su tía le ha dejado usar su apartamento y le arregló una audición para un papel en una película. Pero al llegar al apartamento, Betty se percata de que otra persona está allí, la mujer del accidente. Como la mujer ha perdido su memoria, Betty se propone ayudarla. En la búsqueda de su identidad (adopta el nombre de Rita al ver un cartel de la película Gilda), las dos actrices se enfrentan con algunos misterios: ¿dónde vive Rita?; ¿por qué su cartera no tenía ningún documento de identidad, pero sí miles en efectivo?; ¿qué significa la llave azul y la caja azul? ¿Por qué Rita lleva a Betty al Club Silencio? ¿Quién es Diane Selwyn, nombre que las dos encuentran escrito en un papel? Mientras tanto Rita y Betty se van conociendo mejor y terminan en la cama. A la par, Lynch nos presenta otra historia, la de un director de cine, Adam Kesher (Justin Theroux) y sus hazañas para tratar de rodar una película en que hace faltar contratar una actriz. Hay figuras sospechosas (mafiosos) que insisten en contratar a una joven Camilla Rhodes para el papel. Kesher tiene una curiosa reunión con una persona que se llama el Cowboy que reitera la presión de parte de los mafiosos. Los misterios o complicaciones, como ven, no se resuelven sino se multiplican. Y eso sin hablar de la segunda parte de la película donde Betty se transforma en Diane y Rita en Camilla.

La intensa relación entre Betty y Rita recuerda a Persona (1966), de Ingmar Bergman, en la que una actriz (Elisabet; Liv Ullman) sufre una crisis y deja de hablar. Alma (Bibi Andersson), una enfermera, la cuida y a través de la película las dos desarrollan una relación muy intensa (pero no sexual como en Lynch). Hay un momento en que las identidades se intercambian o funden y cosa parecida se ve en Mulholland Drive cuando Betty se convierte en Diane y Rita en Camille. En un momento clave, Rita usa una peluca rubia para disfrazar su identidad, y se parece a Camille, pero también a Betty/Diane. (Cuando Rita usa la peluca parece una rubia de Hitchcock, tal como Kim Novak en Vertigo o Tippi Hedren en The Birds). El silencio de la actriz en Persona se refleja en Mulholland Drive, con la escena más frenética y aventurada de la cinta, el Club Silencio. La cantante Rebekah del Río interpreta magistralmente una versión en español de “Crying” de Roy Orbison, pero sobre todo la escena capta mordazmente el mundo de ilusión de Hollywood.

El tema de la identidad (o su pérdida) es algo que la película de Lynch comparte con la de Bergman. Este tema es algo recurrente en la obra del norteamericano, manifestándose en Eraserhead, The Elephant Man, Blue Velvet, Lost Highway o Inland Empire. De igual forma, Mulholland Drive se concierne sobre el bien y el mal, lucha constante del ser humano que vemos dramáticamente en Blue Velvet, Twin Peaks, y Lost Highway. En la última, el mal encarna en la figura del Mystery Man, un señor con aspecto fantasmático que va filmando a la pareja principal (Fred y Renee). Es interpretado por Robert Blake y no solo es repulsivo sino espeluznante.

Lynch también componía música para sus películas y sus bandas sonoras reflejan sus gustos eclécticos musicales, desde lo clásico y experimental hasta el rock, jazz y el pop. Sus gustos personales en música iban de Otis Redding y Jimi Hendrix hasta Roy Orbison y Buddy Holly, pasando por David Bowie y Björk. Para sus bandas sonoras, colaboró con Angelo Badalamenti (1937-2022) en la mayoría de sus creaciones, salvo sus primeras dos películas y la última (Inland Empire). La obra de Badalementi es de gran efectividad, yendo desde lo más sutil hasta lo sentimental, si así lo requiere la escena en cuestión.

Como el cine de Lynch toca asuntos del deseo, la seducción, la sexualidad, el cuerpo y los sueños, ha sido terreno fértil para los críticos que quieren interpretarlo psicoanalíticamente, sean de corte freudiano, lacaniano, o jungiano. Sus obras que tratan de la identidad o la presencia del mal han inspirado análisis filosóficos. Su estilo narrativo y cuestionamiento de la realidad les ha dado a críticos posmodernos mucha tela para cortar. Pero es importante recordar a Lynch y sus palabras sobre ayudar a su público soñar. En el cine de Lynch, como en los sueños, los personajes se enfrentan a y atraviesan umbrales. Igual es para su público: es un viaje iniciático, un lugar para experimentar visiones y una advertencia. Sí, Lynch nos ayuda a soñar, pero también a pensar, imaginar, contemplar el abismo.

ALAN WEST-DURÁN
ALAN WEST-DURÁN
Alan West-Durán (La Habana, 1953). Poeta, ensayista, traductor y crítico. Ha publicado los poemarios Dar nombres a la lluvia (1994) y El tejido de Asterión (2000). De crítica literaria-cultural ha publicado Tropics of History: Cuba Imagined (1997) y Cuba A Cultural History (2017). Ha sido editor-en-jefe de African-Caribbeans: A Reference Guide (2003), Latino and Latina Writers (2004) y Cuba: A Reference Guide (2011). Ha traducido a Rosario Ferré, Alejo Carpentier, Luisa Capetillo, Nancy Morejón, y Nelly Richard. Es profesor en Northeastern University (Boston).

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