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Cut-up (I): corte y recomposición de diarios

Usemos el tarot y varios diarios de escritores para recomponer varios cortes de vida.

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Este asunto ya me lo había soltado, en tanto “saber arcano” o “enseñanza velada”, mi mejor amigo, ese que padecía depresión y alogia y recaía: en realidad, William Burroughs desarrolló la técnica del cut-up no como un burdo aggiornamento de las viejas y aburridas prácticas dadaístas, sino como una forma de sabotear el lenguaje dominante. Los discursos ya dados, las formas de comunicación habituales, refuerzan los modelos de programación mental, mismos que, imperiosamente, requerían (“¡requieren, aún requieren!”, grita mi camarada desde el sanatorio), ser cortocircuitados.

Qué hacía Burroughs (acompañado, a veces, por el artista Brion Gysin): tomaba libros, revistas, periódicos, folletos, propagandas, etc., y los rajaba en tiras verticales. Disponiendo las porciones lineales del texto, reorganizaba los fragmentos (las menos veces, al azar; las más, con una altísima intuición artística) para formar un nuevo texto. Mi amigo insiste en que este procedimiento, más místico que manual, trasciende a un cándido collage o un trasnochado ejercicio de taller literario de becario del FONCA. El corte y la recomposición intervienen en la linealidad del lenguaje, y por lo tanto actúan en los pozos lovecraftianos del inconsciente, para revelar un conocimiento encubierto y bloqueado.

En eso pensaba esta mañana, mientras me hacía a mí mismo, frente al espejo de un mueble que tengo en mi cuarto de hombre solo, una lectura de Tarot. Me salieron puras espadas, con el emperador de cabeza como dominante. Y eso: pensé en el cut-up, en el mensaje de las cartas que tenía delante, pero también en todo lo conversado durante un taller que tomé el mes pasado sobre diarios literarios, dirigido por la escritora Karina Sosa (corran a conseguirse Orfandad y Caballo fantasma. No os arrepentiréis, pavos).

Me sobrevino, pues, una intuición fulgurante: si ya existe, aquí en La Broma, una sección como Urszenen: (“objetos y lugares ocultos en el cine”; spoiler-spoiler: en unas semanas viene la segunda parte), ¿por qué no inaugurar otra, llamada “Cut-up: Corte y recomposición de diarios”? Porque lo que hay detrás de ese espejo, dentro del mueble y como sabiduría sellada, son los diarios de vida que he ido coleccionando, cual estampas, durante todos mis años como lector.

Libro del desasosiego, La valija de Rimbaud, Renacida, El oficio de vivir, La tentación del fracaso, Los diarios de Emilio Renzi; los Diarios de Pizarnik, de Cheever, de Idea Vilariño, de Patricia Highsmith… Todos son una suerte de “grimorios”, como acertadamente rebautizaba Karina a esos diarios de vida. Y sí: cada una de sus páginas contiene una gnosis clausa, una forma de romper los criterios de la creación literaria, pero también de la escritura diarística.

Dedico, pues, esta sección a mis compañeritos del taller (a Enrique, Andrea, Rossy, pero sobre todo a Sol Meléndez: ¡aguante, Sudamérica!) y explico ya mismo el procedimiento burroughsiano que surgió, también epifánicamente a partir de mi autolectura del Tarot:

  • Siempre que se mezclan las cartas, es inevitable que brinque una; una que, histéricamente, quiere ser tomada en cuenta. Esta mañana se volteó, mientras revolvía el mazo, el arcano XVI al derecho: “La Torre”. Por lo tanto, no me azoto la cabeza con más enredos numerológicos: todos los diarios convocados para este primer cut-up se abrirán en la página 16, y a ver qué dicen.
  • Se elegirán, por correspondencia de una tirada básica (tres cartas), los diarios que estén organizados según el número que aparece arriba de cada arcano. En la tirada apareció el Emperador (IV), el X y el III de espadas (no te diré si volteadas o no, a ti qué te importa). Por lo tanto, contando de izquierda a derecha en los estantes, los diarios III, IV y X corresponden a: Fuera de ninguna parte (el diario de 1990, de Alfonso Calderón); Envejece un perro tras los cristales, de Horacio Castellanos Moya (esos cuadernos que lo acompañaron por Japón y Iowa); y El peso del mundo, de Peter Handke.
  • Se cortará en tiras (simbólicas, en mi caso: tengo aún un arcaico respeto por el objeto-libro) lo aparecido en la página marcada y se examinarán creativa, intuitiva, místicamente, los resultados.

    Bien, aquí las tiras de este primer cut-up:

    “El Tabo, 7/ I/ 1990: El agua blanquísima sirve de corona a las olas. El viento da de lleno en ellas y cabecea sin tregua. Digo a Enrique, a quien le gustaría vivir en la paz de estas playas, lejos del ruido y de la medianía moral, de los valores exangües, que tenga presente el infierno pequeño que esto pudo ser, que es, que seguirá siendo, si se vive en el día a día, en la soledad. Le recuerdo la aspiración de Amado Nervo, en unos versos que me conmovían cuando cumplí los quince años: «Oh, soñado convento / en donde no hubiera dogmas / sino mucho silencio»” (Alfonso Calderón, Fuera de ninguna parte, p. 16).

    “(9) El escritor en su celda, en su torreta. El viejo tema. En mi caso la vida se mueve en círculos. La habitación que ahora tengo me rememora la primera que renté fuera de casa de mis padres, a mis veintiún años, en Madison Avenue, en Toronto. Lo que cierra la curvatura es que ahora me hayan pedido, y me disponga a escribir, un texto autobiográfico precisamente sobre aquella lejana época de mi vida” (Envejece un perro tras los cristales, de Horacio Castellanos Moya, p. 16).

    “Un objeto (una llave, un pedazo de madera), y con él en la mano uno va por la ciudad rozando un cerco, los paredones, las casas durante horas, como una necesidad: sentiríamos una gran carencia si estuviera prohibido hacerlo” (El peso del mundo, de Peter Handke, p. 16).

    Transcribo aquí lo que, a mano, he apuntado sobre este primer cut-up en mi propio diario (que, por cierto, a raíz del taller de Karina Sosa ya no se trata de un organizadito cuaderno como los de antes, tan parecidos a los apuntes de un colegial ejemplar, sino una libreta negra donde, con plumones de varios colores que se traspasan [¡en mi vida, Karina, Sol, Enrique, había escrito con morado o con amarillo!] escribo en horizontal, con caligramas, probando otra caligrafía, con dibujos malísimos, pero que quieren emular a los de Dostoievski o los de Bergman, y que me han permitido, adicional a las benzodiazepinas, los bloqueos cognitivo-conductuales y los baños fríos, sentirme más libre):

    Sin autoengaños: no voy a considerar nunca estos cut-up como detonantes creativos. Quedan cortos si se usan como ejercicios de manual de OuLiPo (aunque podría funcionar, incluso como bluf, para el siguiente curso de escritura creativa que impartiré, volviendo de vacaciones). No, no, no es eso: se trata de dislocaciones de la conciencia ordinaria a partir de un lenguaje que, de por sí, proviene de textos que desafían los circuitos habituales de la comunicación (porque, ¿para quién totona, papaya, coño, chucha se escribe un diario?)

    Calderón, Castellanos Moya, Handke. Es una teofanía en sí misma. Primero, una habitación que se anhela como signo de independencia. Una ciudad, cuyo trazado urbano se vuelve a dibujar por el traqueteo de una llave o un pedazo de madera en las rejas que protegen las casas vecinales. La inmensidad de una playa –además, qué playa: el Pacífico chileno, allá donde pronto acudiré para, espero, una sanación definitiva, “lejos del ruido y de la medianía moral, de los valores exangües”–. El tránsito de la habitación a la playa, y de la playa a la habitación (pasando, en ambos casos, por la ciudad), representan dos senderos distintos de autoconocimiento. Ahora mismo, sería mejor elegir este: salir de esta habitación, hedionda a sudor y a medicamentos, repiquetear las paredes y puertas del vecindario con ese palo, o esa llave, y estar, por fin, frente a una playa, para arrojar al mar lo que aún tenemos atado a la mano (o al alma). Como siempre, deslizamientos: todo esto lleva, inefablemente, a otras cosas. A Amado Nervo, a la redacción de un texto autobiográfico, a las grandes carencias que nos definen cuando algo se nos prohíbe. O bien, otra posibilidad de ruptura burroughsiana: a un convento, a una celda, a un cerco. En fin, “el viejo tema. En mi caso la vida se mueve en círculos”, escribe Horacio.

    Mas por hoy y por esta entrada, ya está bien de exprimir este primer cut-up diarísitico. Pienso que quedó claro. En cada palabra hay una grieta por donde entra la luz, decía Jabès, y más si son las palabras que preñan un diario.

    FELIPE RÍOS BAEZA
    FELIPE RÍOS BAEZA
    Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (2021). Ha publicado, además, La letra ensimismada. Nuevos ensayos de literatura hispanoamericana (2023); El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Es fundador y director de Notas al Margen. Espacio de Cultura, que ofrece talleres culturales cada mes. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

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