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Conversar con lo invisible. Entrevista a Marta María Pérez Bravo

La obra de Marta María siempre ha tenido una especie de efecto conjuro en mí. Sus fotografías no buscan capturar lo real sino provocar su resonancia. Son ficciones devotas y minuciosas que emanan de un cuerpo ofrendado.

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La primera vez que conocí personalmente a Marta María Pérez Bravo no pude resistirme: le tomé una foto a escondidas con mi celular mientras compartíamos asiento en un taxi. En la imagen solo se ve su pantalón verde claro con bolitas blancas, y el mío casualmente –verde botella– al lado. Un encuadre accidental pero simbólico para mí. Nos habíamos encontrado en Ciudad de México, mientras íbamos a montar su exposición bipersonal ¿Y esa luz? Es tu sombra, junto a la artista Aimée Joaristi, en la galería de la Universidad Anáhuac Norte, bajo la curaduría del crítico de arte y director de revista Artcrónica, David Mateo.

Recuerdo la emoción y los nervios –una mezcla entre devoción y timidez, como una especie de groupie que por fin se sienta frente a su ídolo–. Ya había visitado varias de sus exposiciones en Cuba, incluida su retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes, pero jamás habíamos cruzado palabra, hasta ese día.

La obra de Marta María siempre ha tenido una especie de efecto conjuro en mí. Sus fotografías no buscan capturar lo real sino provocar su resonancia. Son ficciones devotas y minuciosas que emanan de un cuerpo ofrendado: no para ser visto, sino para ser habitado. Lo visible en ella no es evidencia, sino umbral; lo invisible, más que ausencia, es activación donde cada imagen se vuelve un acto de interpretación espiritual.

Desde que comenzó a trabajar con imágenes en los años ochenta –con recursos mínimos– ha creado un universo simbólico donde se mezcla lo místico y lo político, lo íntimo y lo ancestral, que comienza por la palabra y termina en el cuerpo. A partir de su exilio en México, su práctica no se ha dispersado, sino que se ha sedimentado evocando una espiritualidad profunda que enraíza aún más en lo no dicho, en lo que se intuye. Como señala ella misma, su obra no se entrega al flujo de lo inmediato: exige lentitud, atención, escucha.

La obra de Marta María es un paradigma no solo de la fotografía cubana sino también latinoamericana y para mí, más que eso, un ejemplo de sencillez, accesibilidad, congruencia, autenticidad y convicción de quien lleva años conversando con lo invisible.

Marta, sin duda alguna, tu obra ha estado marcada por un ejercicio intertextual que se relaciona con lo mágico, el trabajo con lo intangible, la exploración de lo sagrado y lo religioso, la mística de la maternidad y sus tabúes, así como un personalísimo trabajo asociado a ciertas dualidades, misterios y rituales corporales. Quizás son estos los elementos distintivos que la han convertido en una suerte de paradigma.

Desde tu experiencia y trayectoria, cuál es tu visión de la fotografía hoy en día, cuando consumimos y estamos tan inundados de imágenes.

Bueno, mi visión de la fotografía hoy no cambia con relación a la de siempre. El hecho de tener acceso a una cámara muy fácilmente para cualquier persona (incluso hasta los niños) no quiere decir que todos puedan considerarse fotógrafos, como tampoco, y mucho menos, artistas. El arte y la buena fotografía es y será siempre la misma, únicos como los propios artistas con sus obras. La posibilidad de tener acceso a registrar momentos, imágenes a través de la cámara de un teléfono móvil con inmediatez es lo que quizás ha modificado la percepción de muchos aspectos de la vida cotidiana, pues cada día podemos disfrutar de innumerables imágenes a las que, de no ser por esa posibilidad, no tendríamos acceso, y nos sirven para cuestionar parte de la visión del ser humano ante la realidad, y creo que eso es lo importante e interesante de estos “nuevos” medios que cada día son más sofisticados e increíbles, tanto para bien como para mal.

de la serie Exvotos 2011 | Rialta
De la serie ‘Exvotos’, Marta María Pérez Bravo, 2011

Juan Antonio Molina, en su libro Relaciones negativas, hace un recuento sobre tu trayectoria y comenta que en 1984 realizaste tu primer proyecto fotográfico, Algo mágico. ¿Cómo fue ese primer acercamiento al universo de lo mágico, ese trabajo con las relaciones entre lo simbólico y lo invisible? Molina se refiere también a lo importante que fue para esa etapa de tu obra conocer a un personaje particular relacionado con ese ambiente de mitologías rurales ¿Qué detonó en ti ese intercambio con Acacia Bermúdez?

Por otra parte, me fascina una noción que menciona Molina en ese mismo texto: “la cosa”. Ante la cosa, ante lo que no se ve, ante todos esos dispositivos de enmascaramiento e invisibilidad de los cuales te apropias para llevar a cabo un desdoblamiento, ¿cuánto revelas de ti y cuánto de los otros a través de ese ejercicio de desdoblamiento?

Esa serie que menciona Molina es totalmente desconocida dentro de mi obra. La hice durante mi período de preparación de tesis de graduación del Instituto Superior de Arte (ISA), donde me enfoqué en las supersticiones, creencias y mitología popular, sobre todo en el área rural. Básicamente, me interesaba la percepción de lo desconocido, lo intangible “vive” a través de los testimonios de quienes aseguran haber tenido alguna experiencia con aparecidos, güijes, etc., y luego de boca en boca componen la cultura popular como una realidad. La mayoría de esas fotos (fueron varias series) fueron tomadas en el campo (Caibarién, en particular), y precisamente me pareció que la fotografía era el medio perfecto para documentar acciones, incluyendo en ellas las propias palabras testimoniales. Entonces tuve la oportunidad de toparme con esa señora (Acacia Bermúdez) quien no dudó en llamarme al vernos con una cámara en la mano para invitarnos a entrar a su destartalada casa para contarme sus vivencias, donde según ella, convivía con “algo” inexplicable. Nos invitó a que “viéramos” lo que ella describía que veía y así, retomando sus propias palabras como testimonio –por cierto, MUY difícil de comprender pues eran descripciones totalmente disparatadas y que no sé cómo fui capaz de transcribir después. Y así fue como surgió esa serie. Precisamente, esos textos con sus propias palabras los incluí dentro de la propia impresión fotográfica para que el espectador también “comprobará”, tratara de descubrir, y ver lo intangible solo visible para ella. Creo que todos tenemos cierto interés y fascinación por lo desconocido que incluso, aunque no todos podamos verlos, hay personas muy especiales capaces de percibir, o ver “cosas”, presencias etc., que aseguran que conviven con nosotros en el día a día.

En una entrevista concedida a Celia González para Hypermedia Magazine comentabas que tu proceso creativo funciona un poco a la inversa al de muchos artistas. Primero eliges una frase que te guste, la cual sintetizas en un título, y después trabajas sobre cómo llevarla a la imagen. ¿Qué te hace determinar cuál es la frase o título correcto?

Efectivamente, mi proceso creativo así funciona. Toda mi obra siempre ha estado acompañada del estudio e investigación, de libros específicos sobre esos temas religiosos y espirituales: Lydia Cabrera, Allan Kardec, etc., además de compartir e investigar con creyentes y practicantes acerca de sus propias experiencias, y en el estudio de esos materiales “descubro” ciertas frases que me llevan directamente a una imagen, la cual asumo para mi propio consumo con profundo respeto para reinterpretar esos conceptos combinándolos con los míos, a través mi obra.

Cuéntame un poco de la ejecución de tus fotografías desde los años ochenta. ¿Qué cámara tenías en aquel momento? ¿Cómo era construir los sets que utilizabas como escenarios para incorporar los objetos religiosos y hasta a ti misma? ¿Qué técnicas usabas en aquel momento para lograr la superposición de las imágenes, como por ejemplo en las series No son mío (2010) o Travesías (2011)?

Creo que era una cámara Cannon, la verdad no recuerdo bien, contaba con un tripié y nada más… Nunca he tenido un estudio para trabajar (hasta el día de hoy), y la totalidad de mis fotos fueron y han sido tomadas en mi casa, en mis propias paredes, con luz natural y no más recursos que unos pocos elementos que yo misma seleccionaba o construía: telas blancas (sábanas) o la propia pared como fondo. Eran por tanto realidades construidas donde lo que se fotografiaba, era lo que yo muy precisamente tenía concebido, basado incluso en breves bocetos de lo que quería darle al espectador. La otra parte la completaba y complementaba el propio proceso en el cuarto oscuro. Esas series que mencionas las hice mucho después usando técnica digital, muy específicamente con un objetivo, pues se trataba de combinar una imagen originalmente analógica (mi propio rostro) con material documental. En el caso de Travesía se trata de la superposición de máscaras africanas reales a mi propio rostro, igualmente en el de No son Míos, que se trataba de fotos de registros policiales, en este caso de hombres negros que fueron condenados por temas religiosos prohibidos en la Cuba de los años 1930 y 1940, además de ser delincuentes, por supuesto… Pero ese es ya otro tema. Mi obra es lo que ves, no hay intervención de elementos virtuales o digitales, solo en esas dos series por esa razón muy específica.

Por cierto, me parece que desde el 2011 incorporaste el video a tu obra. ¿Qué te llevó a hacerlo justo en ese momento de tu carrera?

Efectivamente, desde el 2011 he estado trabajando con el video como medio. Nunca antes me había interesado el medio como tal, porque entre otras cosas, quizás, el resultado visual de mis obras es atemporal y no tiene lugar para ubicarlo en el espacio, son como escenas que no refieren a información y aparecen como especie de sueños o pensamientos… Por lo cual no me parecía interesante dar ese tipo de información, ya que el video es fundamentalmente un medio en el que el tiempo transcurre. Pero de pronto comencé a visualizar las imágenes en movimiento sin perder ese punto en mi obra. De manera tal que sí transcurre el tiempo, pero son videos de muy corta duración (máximo un minuto y medio), excepto uno que es casi un largometraje por razones muy específicas. Solo en ese caso fue necesario el transcurso de una acción ininterrumpida, tampoco tienen audio y son filmados igualmente en espacios neutros igual de enigmáticos que en las fotos.

Migraste a México en 1995, ¿cómo fue y cómo ha sido hasta el día de hoy ese proceso? ¿Qué ha aportado México, este país con tantas capas, alquimias y raíces, a tu obra? Es decir, ¿cómo ha impactado en tus procesos de vida y de creación?

Es difícil de responder esa pregunta, pues llevo más de veinte años viviendo en México y, si bien mi obra no ha sido permeada directamente por los tantos caminos de esta gran cultura tan rica y diversa, sí la ha permeado profundamente su fuerte y profunda espiritualidad en todos los aspectos de la vida… Eso para mí ha sido un gran aporte en mi obra y en lo personal.

Dos últimas preguntas: ¿Qué le dirías a las nuevas generaciones de artistas y fotógrafos cubanos? ¿En qué proyectos te encuentras trabajando actualmente?

 Les diría que sean consecuentes y honestos con ellos mismos a la hora de emprender la obra como propuesta de vida.

LAURA CAPOTE MERCADAL
LAURA CAPOTE MERCADAL
Laura Capote Mercadal (Guanabacoa, 1991). Fotógrafa e investigadora. Máster en Gestión y Preservación del Patrimonio Cultural por el Colegio de San Gerónimo de La Habana, Cuba (2019) y en Historia por El Colegio de San Luis, México (2022). Se desempeña como fotógrafa de la revista Artcrónica. Textos sobre su obra se pueden leer en El Estornudo, LL Journal o la plataforma de arte contemporáneo Mujeres Mirando a Mujeres.

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