Los admiradores de Valéry no le hacen ningún favor al enfatizar su extrema lucidez. Lo que los Cahiers muestran es que este hombre, que tanto tiempo pasó pensando sobre sí mismo, apenas se conocía.
Nada más alejado de cualquier esplendor mundano que estas cartas eruditas, intensas e incesantemente sarcásticas en las que el joven Beckett, atenazado por las enfermedades, la pobreza y la lucidez ha esbozado un magnífico retrato del artista como perdedor perenne.
En alguna ocasión, cierto malicioso crítico del posestructuralismo francés cuyo nombre ahora me elude, observó --acaso injustamente-- que en el fondo toda la así llamada French Teory podía reducirse a una regurgitación más o menos talentosa del pensamiento alemán....
En un momento hacia el final de la conversación Beckett dijo: “Estoy cansado de hablar de mi obra”. Comprendí que no se refería solo a una obra en particular, sino que no quería hablar de su escritura con nadie más y no solo por el momento: nunca más.
Henry James parece haber considerado el espacio epistolar como un laboratorio donde no solo podía dar rienda suelta a su voracidad grafómana y desplegar su abrumadora cortesía, sino también exponer sus opiniones contundentes. Acá una muestra de su correspondencia.
Compartimos fragmentos del ensayo donde Bishop, que inició su carrera literaria bajo la benévola tutela de Moore, nos presenta una compleja imagen de su idiosincrásica mentora.