Presentación
La oceánica, casi inagotable, correspondencia de Henry James –miles de cartas escritas a lo largo de cincuenta años– es, acaso, la única en lengua inglesa comparable (tanto por su extensión como por la riqueza de sus ideas sobre cuestiones literarias) a la de Flaubert. En efecto, el complejo, prolífico y refinado narrador norteamericano parece haber considerado el espacio epistolar como un laboratorio donde no solo podía dar rienda suelta a su voracidad grafómana y desplegar su abrumadora cortesía –pocos habrán dominado como James el arte de adular–, sino también exponer sus opiniones contundentes sobre la escritura de ficción, la obra de sus contemporáneos, los cenáculos literarios franceses, la sociedad londinense… y todo lo demás. Aquí he traducido una muy reducida muestra de esta copiosa correspondencia.
Algunas cartas de Henry James
A William Dean Howells – París, 3 de febrero, 1876
Estimado Howells:
[…] sí, a menudo veo a Turguénev y se ha convertido en un excelente amigo. Ha sido muy amable conmigo y, además, me ha presentado a Gustave Flaubert, que también me agrada mucho: en casa de este último pude asistir a una de las veladas literarias de los así llamados “jóvenes escritores realistas”. Todos son espléndidos conversadoresy parlotean incesantemente, con gran entusiasmo, acerca de los libros que publicarán (aunque, teniendo en cuenta tu posición como editor de la austera revista Atlantic, te sorprenderían algunos de los temas que pretenden abordar). El otro día Edmond de Goncourt –el mejor de ellos–[1] dijo que últimamente había progresado en la escritura de su novela y que ahora trabajaba en un capítulo que le interesaba mucho. Flaubert: “¿De qué se trata”? De Goncourt: “Un burdel provinciano”.
Me pides noticias, pero no hay ninguna: llevo una vida tranquila y París resulta más parecida a Cambridge[2] de lo que podrías suponer. Me gusta mucho esta ciudad: es un lugar espléndido para trabajar.
Con todo mi aprecio, Henry
A William James – París, 8 de febrero de 1876
Querido William:
[…] no tengo mucho que decir y me avergüenza un poco vivir en París y no tener nada interesante que contar.[3] […] de todas formas, el otro día cené con Renan y su esposa. Renan es feo y encantador: más feo aún que en sus fotos y más encantador que en su escritura. En la cena su conversación fue exquisita, refinada, ingeniosa, sutil. Hablé con él durante cuarenta y cinco minutos después de la cena y le dije que, si bien no podía evaluarlos en cuanto a la erudición, sus libros siempre habían sido para mí “la más alta perfección de la expresión”: me trató como si fuese un distinguido erudito. El otro día vi de nuevo a Turguénev: me envió una nota diciéndome que estaba enfermo y pidiéndome que lo visitara. Él es extraordinario. Hablamos sobre su obra y comentó que nunca ha inventado nada. En sus relatos todo proviene de alguien que ha visto y a menudo la persona de la que parte el relato termina siendo un personaje secundario. Observó también que nunca agrega nada, al menos de manera consciente, a las personas y cosas que representa en sus ficciones. Para él toda la belleza, el interés, la poesía y la extrañeza residen ya allí, en las personas y las cosas que ha visto, mucho más que en cualquier detalle que él podría inventar. De hecho, todos los matices demasiado refinados, las palabras y frases sorprendentes o demasiado elaboradas suscitan en él una desconfianza instintiva: no le parecen auténticas y es precisamente la autenticidad en la representación lo que se esfuerza por alcanzar en sus relatos. En suma, me ofreció una sucinta definición de su poética, admirable y aguda. También habló mucho de Flaubert […] espero que tus planes para el verano prosperen y te deseo salud, felicidad, etc.
Tu hermano, Henry.
A Thomas Sargent Perry – París, 2 de mayo, 1876
Estimado Thomas:
[…] recibí tu nota hace quince días, pero, aunque deseaba responderte, la escritura me lo había impedido hasta ahora. Sí, he visto a Daudet[4] varias veces. Es un tipo pequeño (muy pequeño) con una refinada y exótica cabeza. Fue secretario privado del Duque de Morny. Es un brillante conversador y narrador de anécdotas. Un bohemio. Un gran imitador de Dickens, pero sin la auténtica exuberancia de Dickens. Su último libro ha sido muy exitoso –se vende como los folletines de George Sand–,[5] pero a mí me parece aburrido y desagradable: intrínsecamente menor pese a su superficial encanto. Prefiero una pulgada de Gustave Droz a una milla de Daudet. Si al cenáculo de Flaubert[6] no le agrada ese es su problema, a mí no me importa…
Con todo mi aprecio, Henry
A William Ernest Henley – Londres, 5 de febrero, 1878
Estimado señor Henley:
Me alegra mucho recibir noticias suyas. Con gusto le enviaré mi nuevo libro,[7] pero me temo que probablemente lo decepcionará: con la excepción de la nouvelle,todos esos “otros relatos” han aparecido en revistas. Pero por supuesto que se lo enviaré.
Sí, visité Edimburgo en septiembre del año pasado y me pareció extraordinario. Es muy pintoresco, casi operático. Por cierto, se dice que el último drama de Zola es absolutamente insípido. ¿Ha leído el volumen publicado de su Teatro? Es muy malo, con prólogos que rezuman vanidad, pero si no lo ha leído puedo enviárselo. Sí, la reseña sobre Daisy Miller en la North American Review fue estúpida, pero debe considerar que, en general, la mente humana propende a la idiotez.
Con todo mi aprecio, Henry James
A William Dean Howell – París, 21 de febrero, 1884
Estimado William:
Me alegró mucho recibir tu carta […] sin embargo, lo que dices sobre el éxito de la última novela de Crawford[8] me deja perplejo. El libro me parece tan repulsivo e insignificante que la idea de que muchas personas lo lean resulta deprimente y hace que me pregunte si tiene sentido escribir algo decente o serio para un público tan desprovisto de criterio estético. Preferiría haber pergeñado el más sórdido relato “naturalista” a la manera parisina antes que publicar semejante folletín de seis peniques.
Hace tres semanas que estoy aquí […] me he reunido varias veces con el grupo de Daudet, Goncourt, Zola, etc. Por ahora, no hay nada más interesante para mí que los experimentos y la tenacidad de este pequeño grupo de estetas,[9] con su lucidez casi infernal sobre todo lo concerniente al arte, la forma, el estilo, su intensa vida artística. A fin de cuentas, su ficción es la única que puedo apreciar en esta época: pese a su feroz pesimismo y la sordidez de los temas, al menos son serios y honestos. La marea de agua y jabón tibios que hoy vomitan en Inglaterra y llaman novelas me parece, en comparación, deleznable. Te digo esto porque te considero como el gran naturalista americano, el único narrador contemporáneo en lengua inglesa que puedo leer…
Con todo mi aprecio, Henry
A Robert Louis Stevenson – Londres, 5 de diciembre, 1884
Estimado Robert Louis Stevenson:
Anoche pude leer finalmente tu ensayo,[10] una brillante réplica a mi artículo y el resultado es el deseo de enviarte una carta. No para discutir o reprocharte nada sino para enfatizar el aprecio que siento por ti y por todo lo que escribes. Es un lujo, en esta época, encontrar a alguien que sí entiende lo que significa escribir. No sería justo discutir aquí contigo lo que desapruebo; además, creo que estamos de acuerdo en muchas más cosas de las que diferimos: aunque podría discutir algunas de tus ideas, eso no me interesa. Por el contrario, agradezco tus perceptivos comentarios, articulados de manera tan brillante […] tus palabras finales son magníficas y nadie simpatiza más que yo con la idea de que “todo arte es una simplificación”. Me complace que alguien haya expresado este indudable axioma.
Con todo mi aprecio, Henry James
A Robert Louis Stevenson – París, 30 de julio, 1886
Estimado Louis:
Tu carta sobre La princesa Casamassima me ha levantado el ánimo.[11] Que la última parte publicada te haya parecido tan buena[12] es más de lo que esperaba: temía que el estilo hubiese decaído hacia el final. Tu opinión me da cierta confianza en que el resto de la novela será, si no mejor, al menos no inferior a estas páginas […] por cierto, leí algunas reseñas sobre tu novela: muy elogiosas, pero completamente desprovistas de criterio estético. Así es la crítica literaria en nuestra época […]
Con todo mi aprecio, Henry James
A Robert Louis Stevenson – Londres, 2 de agosto de 1888
Estimado Louis
Estás demasiado lejos:[13] ausente, invisible, inaudible, inconcebible […] un poco más y dejaré de creer en ti. No me refiero a tu veracidad sino a tu realidad objetiva. Te has convertido en un hermoso mito. Tu voz resuena todos los meses en alguna revista literaria pero viene de un lugar demasiado lejano, de los confines del mundo […] tus aventuras son, sin duda, extraordinarias pero no consigo evocarlas, entenderlas, creer en ellas. Sigo creyendo, por supuesto, en lo que escribes […] espero que regreses. El verano aquí es una estación oscura, lluviosa, plúmbea. La ciudad está vacía, pero yo no me iré a ninguna parte. No tengo dinero, pero sigo trabajando. Últimamente he escrito algunos relatos, pero no los verás si no regresas. Acabo de empezar a escribir una novela cuya primera entrega debe publicarse en el Atlantic a principios de enero y que aspiro a terminar este año. Después me dedicaré exclusivamente a las ficciones breves por un tiempo. Por otra parte, a nadie le interesa lo que escribo: en Inglaterra la crítica literaria es absolutamente pueril y obtusa, a decir verdad, no existe. En el Daily News AndrewLang derrocha su escaso talento reduciéndolo todo al más bajo nivel concebible de la cháchara filistea. Sus opiniones corresponden a lo que un aficionado no demasiado inteligente podría comentar en una fiesta. En cuanto a la Sociedad de Autores (a la que ambos, según creo, pertenecemos, aunque en realidad no tengo idea de lo que es) es suficiente observar que el otro día ofreció una cena para los escritores norteamericanos para agradecerles por haber rezado por el reconocimiento del derecho de autor […] sí, tengo tu carta enviada desde Manasquan (¿ese nombre es real?) pero es demasiado impersonal y ni siquiera tiene fecha. En cualquier caso, sigo con dificultad tus aventuras por esa inverosímil geografía mientras espero que regreses.
Con todo mi aprecio, Henry James
A Alice James – Venecia, 6 de junio, 1890
Querida Alice:
Me deleita lo que escribes en tu carta sobre la obra de teatro[14] […] es como si ya la hubiese estrenado y recibido numerosas ofertas y solo tuviera que sentarme a contar mi dinero. En cualquier caso, me agrada que digas que la obra “funciona” porque todo el esfuerzo involucrado en su escritura tenía un propósito práctico. Lo que me interesa en este caso es que en su estado actual la pieza cumple rigurosamente con todos los requisitos –tanto subjetivos como objetivos– del teatro británico actual, incluyendo la duración de dos horas y cuarenta y cinco minutos. Por tanto, podría escribir otra docena de obras mucho mejores que esta, o al menos eso creo […] también me alienta el hecho de que si bien la participación de buenos actores contribuiría al éxito de la obra, ni siquiera un director mediocre –y por supuesto, eso es lo que obtendrá– podría arruinarla y parece tener los elementos necesarios para ser un éxito comercial[15] […] pero todavía es muy pronto para pensar en eso […] si lo deseas puedes insinuarle a William que has leído una obra de teatro mía […]
tu hermano, Henry
A William Archer[16] – Londres, 26 de diciembre, 1890
Estimado señor:
Le estoy muy agradecido por su interés en una tentativa dramática de tan escasa notoriedad. Es cierto que una obra mía se estrenará dentro de una semana en un misterioso lugar llamado Southport –que nunca he visto– y también es cierto que se trata de una producción cuidadosamente preparada, a la que he contribuido con fervor y cuyos intérpretes, si bien absolutamente desconocidos, se esforzarán por desplegar sus capacidades histriónicas. No niego que me alegraría que la obra fuese apreciada por un crítico serio –y por usted en particular– pero debo abstenerme enérgicamente de recomendarle a un crítico que asista a semejante representación. El lugar es remoto, el clima desolado, el talento de los actores extremadamente limitado. Además, la ausencia casi absoluta de comodidades garantizará que no sea una experiencia agradable. He asistido sistemáticamente a los ensayos, pero todo el asunto es un salto en la oscuridad: mi esperanza supera por mucho a mi confianza. Por otra parte, es evidente que pasarán meses antes que la obra se estrene en Londres: desde el inicio acepté la idea de representar la pieza en las provincias al menos por un año. Escocia, Irlanda y el resto de Inglaterra la verán antes que la metrópolis. De todas formas, espero haber escrito alguna otra obra antes que esta llegue a Londres…
Con todo mi aprecio, Henry James
A Edmundd Gosse – Londres, 28 de abril, 1891
Estimado Gosse
Te devuelvo el volumen de Ibsen, muy agradecido por haber leído tu prólogo que en última instancia me parece –eso no se lo diré a Lang– más interesante que el propio Ibsen. Creo que lo conviertes en un fenómeno más complejo de lo que realmente es. La lectura de Rosmersholm —e incluso la relectura de Fantasmas— me ha decepcionado mucho. Sin duda, alguna Rosmersholm es una obra mediocre. ¿O se supone acaso que debo considerarla una obra que demuestra talento? Si lo deseas puedo decir eso, pero entre nosotros debo reconocer que me parece la apoteosis de la mediocridad: no me parece dramática en absoluto, a decir verdad, ni siquiera es un drama sino más bien una suerte de parábola moral en diálogo. Como obra de teatro no existe, pero quizás esté equivocado, no tomes demasiado en serio lo que digo […]
Con todo mi aprecio, Henry James
A Edith Wharton – Rye, 10 de noviembre, 1895
Estimada señora Wharton:
No puede decir que la abrume con demasiadas cartas. De hecho, le he escrito poco porque, a medida que envejezco, me resulta cada vez más obvia la importancia de las cartas bien escritas: ¡Hay tantas que no lo están! De todas formas, cuando leí la última entrega de La casa de la alegría[17] sentí que debía escribirle de inmediato. Permítame decirle cuán admirable me parece esa novela, especialmente la última parte. Es una ficción de primer orden. Podría señalar algunas cosas, pero son insignificantes: en general es un libro del que puede sentirse orgullosa, aunque, eso sí, el estilo sea superior a la estructura; a decir verdad, está muy bien escrito y aun, por momentos, demasiado bien escrito. En cualquier caso, cuenta usted con mi admiración […] escríbame más a menudo.
Con todo mi aprecio, Henry James
Notas:
[1] En eso se equivocaba: Maupassant era muy superior, al menos como narrador. A decir verdad la importancia de Edmond de Goncourt reside ante todo en su interminable Diario (que durante años escribió junto a su hermano): casi todas sus obras de ficción son, ahora, estrictamente ilegibles.
[2] Se refiere a Cambridge, Massachussets, donde Howell residía.
[3] Una estrategia retórica muy utilizada por James en la correspondencia: “Mi vida es aburrida, etc. Habiendo dicho eso…”
[4] Alphonse Daudet
[5] La famosa novelista y corresponsal de Flaubert, moralizante y prolífica, definida por Nietzsche como “la fecunda vaca escribiente de la literatura francesa”.
[6] Pese a su admiración por Flaubert y Turguénev, Henry James nunca se sintió demasiado cómodo en el mundo literario parisino (acaso porque, en el fondo, nunca dejó de ser, ‘’literalmente y en todos los sentidos”, un puritano sin fe, alguien atenazado por la áspera, austera idiosincrasia de Nueva Inglaterra): ya en una carta anterior, se había referido desdeñosamente a estos personajes: “Pasé una tarde con Flaubert y su cenáculo: Edmund de Goncourt, Alphonse Daudet, etc. Son raros e intelectualmente están muy lejos de mí. Son muy limitados y me parece ridículo que ninguno de ellos pueda leer en inglés. Pero da igual porque incluso si supiesen inglés no entenderían nada”.
[7] Se refiere a Daisy Miller y otros relatos (1878)
[8] Francis Crawford, autor de populares folletines.
[9] Como puede apreciarse, aquí James contradice la opinión expresada en una carta anterior, pero eso no es raro: a lo largo de toda la correspondencia oscila entre cierto aristocrático desdén y una evidente fascinación por ‘’los discípulos de Flaubert’’.
[10] Se refiere a ‘’Un humilde reproche’’ (“A humble remonstrance”), el notable ensayo en el que Stevenson esboza su poética, en las antípodas del “realismo” que James había defendido en “El arte de la ficción”.
[11] Esa novela, publicada en 1886, resultó un fracaso comercial. También, por lo demás, casi todos los libros de James (con la excepción de Daisy Miller).
[12] James solía publicar sus novelas por entregas en revistas literarias (al menos hasta 1898, cuando se inicia lo que los críticos llaman “el período tardío”: textos demasiado complejos para el gusto de los lectores de revistas).
[13] A causa de su enfermedad –tuberculosis–, Stevenson había viajado a los Mares del Sur en 1888.
[14] Durante años James intentó escribir –sin éxito– para el teatro. Aquí se refiere a la versión teatral de su novela The American.
[15] En eso se equivocaba.
[16] Crítico teatral victoriano.
[17] Una de las novelas más importantes de Wharton.
Gratitudes a Ubaldo León Barreto… Una fiesta estas cartas, sobre todo las maledicencias que me hacen relacionarlas con la atmósfera e nuestras literaturas actuales. Es hilarante cuando dice: «En el Daily News Andrew Lang derrocha su escaso talento reduciéndolo todo al más bajo nivel concebible de la cháchara filistea. Sus opiniones corresponden a lo que un aficionado no demasiado inteligente podría comentar en una fiesta». Conozco a unos cuantos Lang…
Por otro lado, sabemos que el talento de Henry James nunca fue para el teatro. Por mucho que se empeñó. Al lado de Oscar Wilde o de Ibsen, es un dramaturgo menor.
Mucho ánimo a Ubaldo, cualifica las páginas de esta revista.