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Antonio José Ponte: “‘Ciclón’, Rodríguez Feo, Piñera. Una conversación con Antón Arrufat”

Tomado de ‘La Gaceta de Cuba’, n. 6, noviembre-diciembre, 1995, pp. 32-34.

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Reparan la casa, los estantes no tienen libros y los libros que hay en la sala son los que Antón Arrufat lee por estos días. Tanto él como yo hemos tratado de postergar la grabación de esta entrevista, nos resistimos a montar sobre la convención de las conversaciones una convención más: que esta conversación quede grabada.

Antón Arrufat acaba de cumplir sesenta años. La revista Ciclón, que fundó José Rodríguez Feo, cumple cuarenta años. Arrufat tenía veinte al publicar en ella su primer texto. Algunas de sus páginas estuvieron simultáneamente en la redacción de dos revistas rivales. Es decir, en manos de José Rodríguez Feo y de José Lezama Lima. El mismo ha contado todo esto en “Cercanía de Lezama Lima” y en un libro recién aparecido: Virgilio Pinera: entre él y yo. En la sala hay un ejemplar de este último, lo tomo para empezar la conversación.

Usted cuenta aquí que Piñera, recién conocido, lo puso a prueba con una pregunta embarazosa. César López y Luis Marré recuerdan también algo parecido. ¿Piñera acostumbraba a colocar una primera dificultad ante él?

Sí, era como una barra de salto. Si se pasaba por encima de ella todo sería más fácil con él en adelante. Acostumbraba también a colar un error en su conversación, a citar mal a propósito. El joven que lo escuchara tenía dos posibilidades: lo rectificaba y cometía una descortesía o se quedaba dentro de los límites de la cortesía y también de la ignorancia.

“José Rodríguez Feo también jugaba a eso. Un día me entregó un libro con el fin de que lo reseñara para la revista, me dijo: lee este libro de una norteamericana sobre el existencialismo. Yo lo leí, lo reseñé y luego, pasado el tiempo, le escuché a Rodríguez Feo lamentarse socarronamente de que nadie en La Habana conociera que aquella autora no era norteamericana, sino neozelandesa, creo. Había hecho una broma de un pequeño punto.

Pregunto si la gente de Ciclón acostumbraba a reunirse en algún sitio, una casa, un café… Trato de establecer los hábitos de un grupo, caracterizarlo por un pedazo de ciudad, determinadas costumbres, manías.

Y Arrufat empieza a enumerar una negación tras otra:

En casa de Rodríguez Feo no, salvo unas pocas veces, alguna comida donde estuvimos dos o tres. El llevaba una vida muy distinta a la que nosotros podíamos llevar. Pasaba poco tiempo en casa, era un viajero. Hacía una vida nocturna que nosotros no alcanzábamos a hacer. Tenía máquina… Pero a veces Marré y yo, que nos poníamos a hablar en el parque frente al antiguo Palacio Presidencial, lo veíamos en algún bar y él nos llamaba con un gesto o un silbido. Acostumbraba a visitar un bar de ambiente gay cerca del hotel Plaza, también el Sloppy Joe’s, bares que frecuentaban homosexuales y turistas norteamericanos. Cuando nos encontrábamos con él nos invitaba a tomar algo. A él le encantaba enseñarnos zonas nuevas: nuevos libros, autores desconocidos, nuevas formas de vida. Le gustaba descubrirnos el mundo. Y a nosotros también nos gustaba poder entrar en lugares tan inusuales a nuestras vidas cotidianas.

“Virgilio Piñcra no podía recibir en su casa porque vivía agregado en la casa de su familia en la calle Ayestarán. Pero como era un gran caminador con él podíamos caminar por La Habana”.

Resulta imposible encontrar en la ciudad de los cincuenta rincones asociados privilegiadamente con la gente de Ciclón. Le pregunto a Arrufat si ha leído la colección de la revista. No. Tampoco la colección de la revista Orígenes. Las leyó en el momento en que aparecían o un poco más tarde, pero número a número, con el ritmo de lectura de los participantes, de quienes estuvieron allí. Voy a explicarle algo que sentí al leer esas dos colecciones —le digo—. Me interesó más la crítica que publicaba Ciclón, más que la de Orígenes.

Bueno, la crítica que aparecía en Orígenes fue hecha, en su mayoría, para lucimiento de los poetas que la escribían. Nosotros, en Ciclón, aunque poetas también, perseguíamos otra cosa: la función de la crítica. Y puede que por eso interese más.

Pregunto entonces si tiene sentido comparar a una revista con otra.

Habría que tener en cuenta que una de las dos tuvo un largo tiempo, doce años, para mostrarse, y que la otra alcanzó solamente una vida muy breve. Habría que tener en cuenta que tuvieron pretensiones distintas.

“Si tomamos un número de Orígenes —hace el gesto mecánico y fallido del lector que saca algo del librero— enseguida nos damos cuenta de que pretende ser una revista linda, permítaseme esta palabra. Utiliza en su portada el dibujo o el cuadro de un pintor. Es una revista elegante, bien presentada, con solapas. Ciclón, en cambio, es como una libreta escolar. Repite siempre la misma figura en la portada y coloca allí los títulos y los nombres de autores. Su contenido está en la propia portada mientras en Orígenes está oculto, hay que pasar la página para ver qué hay adentro… Y en Ciclón se proclama desde el principio. Me imagino que esto tenga que significar algo… Orígenes es una revista más cara, que seguramente le costaba más dinero a Rodríguez Feo y él luego quiso hacer una revista más barata. Al querer invertir menos dinero creó una forma distinta de revista. Desde este punto las diferencias son fundamentales…”

Desde el objeto…

Desde el objeto mismo.

Usted ha escrito que entre la gente de Ciclón practicaban una prueba, medio en broma y medio en serio, que consistía en determinar cuál era el más lezamesco al escribir. Usted recuerda que si descubrían algún intento “al lezámico modo», lo tachaban. ¿Pudiera considerarse a Ciclón como la tachadura de Orígenes?

Al transcribir la cinta hay un momento de silencio.

Yo creo que no. Ciclón quiso ser otro tipo de revista, ya lo vimos desde su presentación gráfica.

Le recuerdo el primer editorial de la revista, que habla de un Orígenes borrado.

Si acaso quiso ser la tachadura de una revista anterior, ese deseo no pasó de los primeros números. Nadie tacha para que lo tachado reaparezca. Nosotros, si combatíamos a los origenistas, era para reavivarlos un poco, para darles vida, para que nos sirvieran como antagonistas.

Le hablo de la poesía publicada en Ciclón. Salvo poemas de Rolando Escardó, Fayad Jamís y algunos de Luis Marré, me parece mala. La revista publica un ataque de WitoId Gombrowicz contra la poesía pura y la generación poética de los cincuenta, los poetas a los que luego llamarán así, no han encontrado aún en los poemas que publica dentro de la revista dos rasgos con que enfrentará a lo que Gombrowicz llama poesía pura: el conversacionalismo y la antipoesía. Varios de los poemas publicados en Ciclón están en la órbita de los poetas origenistas. Demasiado Valery todavía. Poemas con ángeles. Muchos autores desconocidos hoy… Sus poemas de la revista no aparecen después recogidos en libro —le digo—. Son retóricos. También los que aparecen de Severo Sarduy.

No voy a defender la poesía de Ciclón —decide Arrufat—. Los poemas más logrados son esos, los de Escardó, Marré, Jamís. Los que yo publiqué son poemas que, en efecto, no recogí en libro. Pero ya en el año cincuenta y seis yo había escrito una serie de poemas que no llegué a publicar en la revista y que no publiqué hasta mi libro En claro. “Réquiem”, “El erudito” estaban escritos ya en ese año. Yo creo que en el cincuenta y seis se inicia un período diferente para mis poemas aunque estos no aparezcan en Ciclón. Creo que a los demás les pasaba lo mismo por esa época.

“Hay poetas que publicaron allí y no escribieron más. Otros sí continuaron pero no están en Cuba y su historial como poetas no resulta tan perceptible por nosotros… En toda revista aparecen escritores que más tarde abandonan la escritura. Orígenes tiene los suyos y tiene poetas como Justo Rodríguez Santos, Ángel Gaztelu, Lorenzo García Vega que son de segunda o tercera fila si los comparamos con el resto de los origenistas. Malos poetas incluso. En Orígenes hay una serie de textos completamente juveniles, imperfectos, borrosos, que podrían perjudicar el prestigio poético de la revista. Ocurre en todas las revistas y en Ciclón también.”

La crítica de pintura de la revista la llevó casi siempre José Rodríguez Feo, que insiste contra el abstraccionismo…

A él no le interesaba la pintura abstracta. Cree en la pintura figurativa y ahí se detiene.

Rodríguez Feo critica el estancamiento de algunos pintores cubanos: Portocarrero, Amelia Peláez… Ataca la coartada favorita de ese estancamiento: el trabajo en series, la repetición de un mismo motivo encontrado.

Rodríguez Feo le señala a esos pintores lo que Piñera había señalado a Lezama: repetición de sus recursos. Yo creo, sin embargo, que es absolutamente legitimo repetir un hallazgo. Un pintor, un artista que encuentra algo, debe repetirlo. Le toca crear toda una época con lo que ha encontrado. Rodríguez Feo combate la repetición de algunos pintores para elogiar la pintura de Eduardo Abela. Deprime a una serie de pintores para plantear la novedad de Abela, que por entonces era un pintor un tanto olvidado. El hecho de que un artista olvidado reaparezca fascina a los críticos. Ellos se ocupan inmediatamente de atacar a los otros para hacer valer su “descubrimiento”.

“Mire, la crítica de artes plásticas que se hizo en I y luego en Ciclón resulta bastante dudosa. Yo creo que Lezama y Rodríguez Feo sabían poco de pintura —Arrufat se ahonda en su sillón—. Lo que Lezama escribió sobre ese tema resulta en ocasiones disparatado. Dedica a René Portocarrero páginas y páginas… Sabemos que Portocarrero no es el gran pintor que la crítica cubana de su momento quiso hacer de él, que el gran pintor cubano es otro: Lam. Y Lezama no se ocupó de este pintor.

“Mariano Rodríguez se reía de las críticas de pintura escritas por Lezama. «El Gordo no sabe nada de pintura», decía.”

“Virgilio Piñera tampoco. Escribió sobre Portocarrero un artículo errático de principio a fin. Se detiene en las relaciones entre dibujo y color, y problematiza lo que las artes plásticas del siglo veinte consideraban un problema resuelto. Hace poco, cuando me tocó preparar un tomo de crítica y de poesía piñeriana, le di a leer ese trabajo a un crítico de artes plásticas, a Gerardo Mosquera, y él me aconsejó que no volviera a publicarlo. Obedecí el consejo de Mosquera. Ahora pienso, sin embargo, que debí publicar esa crítica por errática que fuera. Porque, errática y todo, es el texto de un gran escritor, como también es el caso de Lezama. Y además, hay críticas erráticas que pueden ser muy fértiles, pueden abrir caminos.

“Creo que José Rodríguez Feo trajo a Ciclón algunos rasgos de la crítica de pintura hecha en Orígenes. En las obras de Portocarrero y de Mariano Rodríguez, por ejemplo, existe algo que es indudablemente literario, que los escritores admiraban. Algo más perceptible para un escritor, para un poeta, que para un crítico de artes plásticas.”

Puede ser que la ausencia de esa cualidad literaria en la pintura abstracta molestara a Rodríguez Feo.

Pudiera ser…

Arrufat, en Ciclón hay un texto de Witold Gombrowicz que es importantísimo dentro de la revista…

“Contra los poetas».

Sí. En “Contra los poetas” Gombrowicz propone la búsqueda de un mundo más real para la poesía, un mundo que no sea el de la Europa Oriental de entonces, mundo de servidumbre política para el poeta, ni tampoco el de Occidente, al que describe como mundo de la aristocracia poética, de poetas leídos solamente por poetas, de literaturas de capillas. Ustedes, los escritores de Ciclón, debían asociar ese mundo de aristocracia poética con la revista Orígenes, ¿no?

Hasta cierto punto sí. Pero nuestra revista también era literatura de capilla. No podía ser de otro modo. Ahora bien, que no vayan a confundirse nuestros reparos a Orígenes con los reparos del marxismo a la literatura de capilla, a la literatura de evasión como fue llamada… Entre nosotros no había ningún reclamo de una literatura que estuviera más cerca del compromiso…

Bueno, puede que me equivoque, pero al leer los números de la revista me parece que sí. En muchos textos de Ciclón se puede percibir cierta incomodidad con el hecho de ser escritores para un público pequeño. Y pueden encontrarse, a causa de esa incomodidad, peticiones al arte bastante cercanas a las que hizo la estética marxista más ortodoxa.

Antón Arrufat se concentra en silencio

En Virgilio Piñera, y también en Gombrowicz (entre los dos existen muchas influencias recíprocas), hay un concepto del arte como autenticidad, como expresión de la vida que el escritor hace. Creo que una de las cosas que Virgilio Piñera reprochaba a Lezama (hablo de los años anteriores a la publicación de Paradiso) era el de no hacer literatura con su vida y que, por tanto, su escritura era más libresca que vital. Achacaba su poca eficacia comunicativa con el lector a esa falta de dinamismo, de vitalidad. Esas ideas eran también muy claras en nosotros y por eso los escritores de Orígenes nos parecían escritores muertos. Fuimos tajantes en sostener que la literatura era expresión (y digo expresión y no reflejo como dice la estética marxista, porque hay que contar con la libertad del escritor) de la vida que un escritor hace, de su tiempo, de su sociedad. Pero también creíamos en la autonomía del poeta.

“En nosotros el marxismo fue algo a lo que accedimos en la primera parte de nuestras vidas. Nos acercamos un poco, hacia el cincuentinueve o sesenta, a las interpretaciones marxistas del arte. Puede verse en Lunes de Revolución y tal vez como usted-dice, se anuncia ya en Ciclón. Pero partimos siempre de que el artista hace con su arte, en su arte, lo que le da la gana. Rechazábamos, y yo lo rechazo aún, la intervención de un partido político en la cultura, el partido dirigiendo, asesorando, prohijando la expresión cultural.”

Me gustaría que habláramos ahora de otro texto importante, tan importante en la revista como el de Gombrowicz. Me refero a “Ballagas en persona “ de Virgilio Piñera. Me gustaría que tomara ese ensayo como pretexto para hablar del tema gay en la revista.

Ah, es un texto sorprendente, emblemático. Haber interpretado a un poeta desde el punto de vista de su homosexualidad podrá parecer un tanto indemostrable, inverificable, pero resulta una interpretación insólita en la cultura cubana.

“Creo que el ensayo está basado en esta cuestión: Ballagas es el Heautontimorúmenos, el hombre que se atormenta a sí mismo. Es víctima hasta cierto punto de la tradición judeocristiana que condena a la homosexualidad. Ballagas se coloca en el aspecto religioso y se condena a sí mismo. Y Piñera, que no fue una mente religiosa, tenía una concepción distinta a la de Ballagas, que buscaba la purificación de su pecado.

“Yo creo que una de las clarificaciones que Ciclón trajo a la vida cubana, a la vida de la cultura cubana, fue la de reconocer la importancia del homosexualismo. Este ha sido un tema tabú y va llegando el momento en el cual el cubano tiene que enfrentar su homosexualidad, su variada, múltiple, rica y constante homosexualidad. No sé bien si las respuestas que aventuramos desde Ciclón son correctas, pero está su planteamiento al menos.”

“Decirlo, haberlo escrito, es algo muy distinto a vivirlo. El hombre vive cosas que no escribe, de las cuales no es consciente. Vive una vida que no logra expresar. Pero cuando la expresa, la vida escrita es un hecho fundamental: entonces el espíritu se ocupa verdaderamente de una cuestión.”

Intento, para terminar, hacerlo volver a un día de hace años: ¿qué sucedía al aparecer un número de la revista?

José Rodríguez Feo nos llamaba por teléfono, nos entregaba el número en su casa. Luego él iba en su máquina y colocaba la revista en librerías…

Entonces Orígenes y Ciclón coexistieron en las librerías. —El asiente, sonreímos por un momento—. Orígenes y Ciclón coexistían en la ciudad —repito.

Antón Arrufat comenta entonces:

Lo que demuestra que la ciudad era capaz de resistir las dos cosas —y la cinta se acaba.

Septiembre de 1995


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