El pasado 22 de noviembre Carlos Varela lanzó un nuevo disco, titulado Nada es como antes, que compuso a caballo entre La Habana y Madrid, la ciudad donde ahora vive junto a su pareja, la fotógrafa Olivia Prendes. Allí lo conocí en el verano de 2019 y le conté que en el retablo de sus canciones yo había podido colocar las figuras de los santos con los que alguna vez aprendí a manejar el prodigioso oficio de la amistad. Tenía entre 15 y 17 años y vivía albergado en la escuela vocacional de Matanzas. Los muchachos que amaba se llaman Carlos Alberto, Orlando, Pedro Pablo, Eric, Abel, Leandro, Víctor, y han ido a parar a muchos lados. Ninguno queda en Cuba; alguien que pueda sostener en el lugar la memoria de los otros, que pueda atestiguar que estuvimos allí. Desde luego, no hay que castigar a nadie con ese peso.
Solíamos fugarnos para un río que la gente o el tiempo habían bautizado como Los Molinos, y que no era más que un afluente del San Juan. El río era oscuro, tenía un puente, y si decidías prolongar la caída, dejarte ir cuando te lanzabas, tu cuerpo llegaba a tocar las matas del fondo, lo que a mí me espantaba. Una tarde, en medio de aquellos juegos, decidimos saltar y cantar en el trayecto el tema «Memorias». Cantabas hasta que te hundías, y quien venía detrás de ti retomaba la canción en el punto en que te habías quedado. No olvido esas horas.
Le entregábamos al ejercicio de la indisciplina una importancia decisiva, un valor interior. Aquella efusividad y aquel riesgo eran formas secretas de la independencia, y para mí, con el paso de las cosas, y viendo lo que un poco ha resultado mi vida, un sitio al que la libertad ha llegado de manera muy lenta, y así como ha llegado ha tenido siempre la tentación de irse, también se volvieron una marca que luego he pretendido y no he sabido repetir. Quizá para un cubano, alguien tan trabado en la sucesión de cárceles que como celadas el castrismo ha incesantemente preparado para nosotros, no sea posible. Igual puede, no lo sé, que entre los 15 y los 17 años haya un modo, un método frágil y muy breve, por supuesto, en el que uno aún no sea cubano. Y en medio de ese círculo dorado, como las notas que anunciaban lo que en breve iba a llegar, o lo que nos rodeaba y evadíamos gracias justamente a que había sido cantado, escuchábamos a Carlos Varela.
Hoy, después de haber repasado su último disco, le he enviado unas preguntas.
¿Por qué nada es como antes? ¿Qué es distinto?
Inevitablemente, quieras o no, el tiempo lo cambia todo. Para bien o para mal, tarde o temprano todo cambia. Antes, por ejemplo, teníamos tiempo para mirarnos a los ojos, tocarnos y escucharnos. Ahora nos comunicamos mirando pantallas. Ni el mundo, ni Cuba, ni la música, ni tú, ni yo. ¡Nada es como antes!
El disco, y con esto no quiero acotar su impacto ni su ambición, es la crónica de una Cuba muy particular. La Cuba de los últimos, pongamos, cuatro años, pero también de los últimos sesenta. ¿Es este un trabajo largamente pensado, o uno hecho al calor de la realidad política y social última de tu país, con decenas y decenas de protestas populares, un éxodo de proporciones nunca antes vistas, una desesperanza aún más feroz?
Mis canciones son, ante todo, el reflejo de mi vida. Cada una nace de experiencias y emociones que me atravesaron en momentos únicos. Algunas fueron escritas en los últimos días que pasé en Cuba, cargadas de nostalgia, de despedidas, de ese peso invisible de dejar atrás todo lo que conocía. Otras, en cambio, surgieron apenas llegué a España, con el corazón todavía buscando entender dónde estaba, entre la incertidumbre y la esperanza de un nuevo comienzo.
Escribir es mi manera de guardar cada etapa de mi vida, de hacer que no se pierda ni un solo fragmento de lo que he sido. Mis canciones son mi historia. Estudié teatro, así que me gusta trabajar la dramaturgia de cada canción como una escena y de los discos como una obra, una novela o un filme para que tenga un lenguaje, un viaje, un sonido, un espíritu y un color propio.
Hay canciones en este disco que vienen de diferentes estados de ánimo.
No es estridente el disco, tú nunca has sido estridente, y hay algo balsámico ahí.
Tienes razón, ningún disco mío es estridente, quizás se debe a que yo tampoco lo soy. Tagore decía: «Conoce a los de tu aldea y conocerás el mundo». Me he dedicado desde hace más de 40 años a conocer y hablar de los problemas de mi gente y de mi aldea porque son los míos y sin los míos yo no sería lo que soy, pero también me gusta que los textos y las historias que escribo tengan un alcance más allá, más universal, que tengan diferentes lecturas con las que se pueda identificar cualquiera, lo mismo en España, Latinoamérica o Estados Unidos. Porque al final, el amor, el desamor, los sueños, la ilusión, la nostalgia, la libertad individual y la desilusión son iguales en todas partes.
El disco narra la desesperación, el hartazgo, la escasa o nula libertad individual y la pobreza material de una nación. Casi cualquier cubano puede identificar su drama particular ahí. Sin embargo, musicalmente el disco es divertido, hay felicidad en su viaje sonoro, o al menos una suficiencia contagiosa, algo propio de un artista consagrado que descubrió desde hace mucho tiempo quién es, a qué tradición se debe, cuáles son sus horizontes.
Se puede hablar del hartazgo, de la falta de libertades y de la desilusión con un ritmo divertido o «aparentemente divertido» Se puede pensar y llorar bailando. No hay ninguna contradicción en eso, así que quise que en el disco hubiera ambientes distintos. Juego con sonidos y ritmos de la música house, de la música disco; con la samba, el reggae, el rock, la Canción, el góspel, el blues, la bachata… Los cubanos somos una mezcla, un ajiaco de todo eso.
«Ya se murió el elefante, pero nos dejó la trompa», dices en un tema. ¿Cómo llegaste esa imagen? ¿Puedes recordar de dónde vino?
Esa canción la escribí en un día. Comencé con el ritmo y el tumbao y me dejé llevar por la música. Primero escribí el verso de «nada es como antes» y luego lo del «pasito pa´ alante primero y tres pasitos para atrás después». Quería que simulara el baile de los farsantes y que sonara como un cliché, algo gastado en la música popular, para rematar más tarde con lo de «¡sácate tu miedo, échalo pa´l suelo y luego písalo con los pies!» Cuando estaba haciendo el primer montuno o estribillo se me apareció Olivia [su pareja] con varios refranes sobre elefantes. Ese de la trompa nos gustó mucho y recuerdo que nos miramos y nos reímos un rato. Ahí mismo terminé la canción.
El Elefante, Guillermo Tell, el Rey de El leñador sin bosque. Algunos creen, en un país enfermo de literalidad, que Carlos Varela nunca ha nombrado las cosas directamente por una especie de temor último al poder político. Es decir, que, en vez de El Elefante, menciones a Fidel Castro. Yo creo que se trata de la elección de una poética que fijaste hace ya varias décadas, y que en su momento, pienso sobre todo a comienzos de la década de los noventa, resultó más efectiva y poderosa que cualquier otro lenguaje o tono posible. Pero, ¿es así?
Al menos yo creo que es así. Soy un escritor de canciones y respeto mucho este oficio. No subestimo nunca la capacidad de pensar y la imaginación de la gente para comprender una idea. Todo el mundo tiene el derecho de interpretar una canción como quiera, como la sienta, y hacerla suya.
A mí me gusta que la gente piense cuando me escucha y que hagan sus propias lecturas. Al final, casi todos suelen pensar y soñar con lo mismo.
¿Es lo literal contrario a la poesía o es lo literal, a veces, la poesía?
A veces lo literal es tan crudo, tan desnudo, que se convierte en poesía por su misma verdad. La poesía no necesita adornos, necesita alma. Una palabra sencilla, dicha en el momento exacto, puede abrir una grieta en el corazón más cerrado. El problema no está en lo literal, sino en lo vacío. Lo literal puede ser poesía cuando tiene peso, cuando lleva consigo la carga del mundo, cuando dice algo que todos entienden, pero pocos saben decir.
A veces lo literal te pega una bofetada de realidad que no necesita más versos, porque la vida ya lo ha escrito con sangre, sudor o risas. Es decir: lo literal puede ser poesía cuando está cargado de verdad, de esas verdades que no admiten metáforas ni disfraces. Pero la poesía también vive en lo que no se dice, en lo que apenas se insinúa. Porque hay cosas que, si las cuentas tal cual, se quedan en noticia, no en canción. Por eso a veces hay que romper las palabras, jugar con ellas, torcerlas un poquito, para que lo literal se convierta en algo que duele, que canta o que se queda dando vueltas en la cabeza de quien lo escucha.
Así que… ¿es lo literal la poesía? Puede ser. Pero si no hay alma detrás, ni lo literal ni lo poético te salvan del bostezo. En mi trabajo, mucho más que poesía de la palabra, puedes encontrar poesía de la idea. Lo que no está en las palabras de una canción está en tu cabeza.
Tu obra, sin embargo, nunca ha dependido solo del momento que la inspira o del tiempo que relata. ¿Qué es lo que vuelve poema al poema y canción a la canción y las salva del mero registro testimonial?
No basta con contar lo que pasó; eso es solo memoria, un diario. Lo que hace un poema o una canción es que toma ese instante y lo vuelve universal. Es como si en el eco de tu voz vivieran muchas otras voces. Una canción no es una postal, es un mapa. Te lleva por lugares que no conocías pero que siempre estuvieron ahí. Lo que las salva del mero registro es el alma que pones en ellas, el vacío que llenan.
Las canciones se salvan solas si tienen algo que contar y, sobre todo, si entienden cómo contarlo. Lo que las diferencia de un registro testimonial, de la crónica de turno, es que no basta con decir que algo pasó: hay que decirlo como si fuera la última vez que vas a abrir la boca. Lo que las vuelve poema o canción es la música que llevan por dentro, aunque sean mudas. El truco está en el giro, en el detalle que nadie vio, en la manera de convertir lo cotidiano en algo hermoso y diferente.
Hay un tema, «Tu alma y la mía», que parece funcionar como una suerte de refugio en medio de la desolación que recorre el disco, una canción en la que el oyente puede guarecerse por un rato antes de seguir camino a través de su desgracia. La idea se desprende por sí sola, pero quizá se trata simplemente de que el amor, al menos de modo parcial, aún puede salvarte o echarte una mano.
Le he escrito varias canciones de amor a Olivia, pero esta es muy especial, porque es una manera muy sencilla de decirle que la quiero y todo lo que significa para mí que estemos juntos, a pesar de las tormentas, los desvelos y las agonías. La escribí cuando decidimos irnos juntos a vivir a España.
Y sí, su amor me salva. Ella es mi refugio. El amor lo puede salvar todo y la música también. En medio de tanto caos, el silencio y la quietud solo vuelven cuando ella está a mi lado. Todas mis canciones, incluso las sociales, son canciones de amor. Hay canciones de amor a mi madre que la gente siente que es a Cuba y eso también es muy bonito, válido y hermoso.
Contrario a lo que sugiere su nombre, el último tema, «Miedo a ser feliz», es una canción muy valiente, una que sintetiza la naturaleza del disco. Se trata de una carta de amor, de un desgarramiento; la pelea por la vida de un amante que tiene que marcharse para no morir atenazado por el tedio y la miseria.
Desde que escribí «Miedo a ser feliz» la visualicé como la última canción de un disco. Es un desgarramiento, pero más que una carta, es una confesión y una conversación íntima, un susurro de dolor con un ser muy querido. Es una canción muy personal. Es el cierre del filme, la última escena.
¿Qué fue lo que volvió a Carlos Varela, más que un artista, un amigo de varias generaciones de cubanos? ¿No una moda, sino un artífice de nuestra educación sentimental?
No sé si puedo considerarme un amigo de varias generaciones de cubanos, pero sé que mis canciones han sido testigos de muchas vidas, de muchos momentos en los que todos buscamos entendernos en medio de lo que hemos vivido. No fue cuestión de moda, porque las modas no sostienen el peso del tiempo. Lo que importa es la verdad que llevas en los versos, la que refleja lo que la gente siente, pero a veces no sabe cómo decir.
Quizá lo que ha conectado es que mis canciones no se escribieron desde un lugar de certezas, sino desde las dudas, desde las preguntas que compartimos. Hablan del exilio, del amor, de la distancia y de los sueños. Y cuando esas canciones encuentran eco en otras almas, ya no son tuyas, son parte de la memoria de todos. Si mis canciones han sido parte de la educación sentimental de alguien, es porque nacieron desde la misma necesidad de buscar un sentido en medio de todo lo que nos ha tocado vivir.
Puse el disco en youtube.
La primera canción la paré al segundo rimao de «vida hot cake» con «sueños de Bill Gate[s]», aunque reconozco que da que pensar cuál serían/son los sueños de Bill Gates: tal vez separse de Melinda, como acabó haciendo.
Del disco se salva «La feria de los tontos», que ya conocíamos. El resto me parece prescindible.
Se nota que eres el bobo de la yuca. Muy bien puesto el nombre