LA HABANA.- Hace pocos días leí en CubaNet un trabajo de Efraín González titulado La “suerte” del castrismo, comentado y coincido con mi colega en sus planteamientos, pero no con esa idea de “suerte”: lo llamaría más bien “habilidad para sobrevivir”.
El diccionario Larousse define suerte como: “Encadenamiento de sucesos; buena o mala fortuna que indica posibilidad, eventualidad, casualidad, o sea, sin depender de ninguna circunstancia física o material”. En cambio, habilidad es: “Capacidad, inteligencia para una cosa”. Esa diferencia resulta esencial.
La tesis de Efraín González es que resulta difícil que el régimen cubano caiga aun si se derrumba el chavismo de Nicolás Maduro, porque, como ya ocurrió en el pasado, el castrismo ha sabido maniobrar en cada crisis para aferrarse al poder, imponiéndose siempre a la fuerza. Y no le falta razón. Cuando colapsó el campo socialista y se desintegró la Unión Soviética, el castrismo encontró la forma de sobrevivir.
En estos 66 años, su capacidad para desestabilizar democracias en América Latina ha sido notable. Primero a través del apoyo a movimientos guerrilleros, y luego respaldando a partidos de izquierda que, tras llegar al poder por vías electorales, han ido minando las instituciones hasta convertirse en regímenes autoritarios. El caso de Nicolás Maduro es el ejemplo más claro.
Venezuela es vital para La Habana: le garantiza petróleo, dinero por las misiones médicas y beneficios a través de negocios turbios con el Cartel de los Soles. Pero, si Caracas cae, el castrismo buscará otra vía de subsistencia, como ya lo ha hecho antes.
El artículo de González recuerda la conexión del régimen con el narcotráfico durante la dictadura de Manuel Antonio Noriega en Panamá, vínculo que terminó en la célebre Causa No. 1 de 1989: el general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de la Guardia y otros oficiales fueron fusilados, sacrificados por Fidel Castro para evadir acusaciones de narcotráfico y evitar una posible intervención militar de Estados Unidos.
La historia del castrismo está marcada por su capacidad de supervivencia. Sobrevivió a fracasos como el Moncada y el desembarco del Granma; resistió la invasión de Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles; capeó el embargo norteamericano; soportó la catástrofe de la Zafra de los Diez Millones y el colapso del subsidio soviético tras la desintegración de la URSS.
Durante seis décadas el régimen se ha mantenido a flote gracias a alianzas estratégicas: primero con Moscú, luego con la Venezuela chavista, y más recientemente con Rusia, China y otros gobiernos afines, movidos por intereses económicos, afinidades ideológicas y lealtades políticas.
La historia no se explica con milagros, sino con causas y consecuencias. Lo que a primera vista parece “suerte” es en realidad cálculo, maniobra y oportunismo. Desde 1959 hasta hoy, lo que ha permitido al castrismo enfrentar y superar cada crisis no ha sido la fortuna, sino su habilidad para sobrevivir.
Coincido con el análisis de Efraín González, pero lo observo desde otro ángulo: todo lo ocurrido en estos 66 años —y aun antes, desde el Moncada, el Granma y la Sierra Maestra— responde a causas históricas que derivaron en este largo y funesto régimen. Un sistema que Fidel Castro definió como “Revolución por los humildes y para los humildes”, pero que en la práctica se ha convertido en todo lo contrario.