HOLGUÍN, Cuba. – “La mochila para mi hijo me costó 7.000 pesos y los zapatos 10.000. Ya compré 10 forros para libros y libretas a 150 pesos cada uno y los náilones para protegerlos. Ahora me falta comprar las libretas. Lo logramos con mucho sacrificio, haciendo negocios. Tuve que vender un vestido mío porque el salario de mi esposo y el mío juntos no nos alcanza, se nos va todo comprando comida”, lamenta la holguinera Mirta Rodríguez.
El calendario marca el lunes 1 de septiembre como el inicio del curso escolar 2025-2026 en Cuba, pero para miles de familias cubanas, la fecha representa menos una celebración y más una carrera de obstáculos financieros.
Mientras se anuncia una matrícula que solo en Holguín supera los 136.000 estudiantes, la conversación en las calles se centra en un angustiante cálculo de supervivencia.
La experiencia de Mirta Rodríguez, residente en el reparto Sanfield, es compartida por muchos. Los precios que describe la holguinera no son una excepción, sino la nueva norma en una economía deformada.
Belkis Torres, del reparto Pedro Díaz Coello, lo confirma con cifras similares: “Las mochilas más baratas cuestan 7.000 pesos y no son de buena calidad. Y el que no los tenga, tiene que arreglárselas como pueda para que el niño vaya a la escuela. La merienda de todos los días para que los niños se lleven para la escuela cuesta casi 300 pesos. También tengo que pagar a un bicitaxi para que lleve a mi hijo porque la escuela está lejos”.
Esta realidad choca frontalmente con un salario promedio mensual de 6.506 pesos y una inflación interanual que en mayo de 2025 alcanzó el 16,43%, según datos oficiales.
Ante esta crisis, algunas familias buscan alternativas para mitigar el gasto, como relata Yanet Cruz, del reparto Vista Alegre: “A mi hija le compré una mochila grandecita y que no tuviera muñequitos ni nada, porque esas son muchísimo más caras”.
Para muchos, la preparación para el nuevo curso escolar desnivela por completo el presupuesto familiar. El holguinero Ricardo Valdés calcula la afectación directa de esta realidad en su hogar: “Para la escuela, el Gobierno no da nada. Todo tenemos que buscarlo por fuera. Hay que prepararse para gastar más de 15.000 pesos”. El gasto se incrementa con el número de hijos. “Y eso, para un solo muchacho, porque si tienes dos o tres… ¡Ay, mi madre! La cosa se te pone más fea todavía”, dice Valdés.
A la carga económica que recae sobre los padres se suma el disgusto por la calidad de los recursos que el Estado proporciona. El descontento con los uniformes escolares es un tema recurrente. Loraine Batista lo expresa con frustración: “Los uniformes que le están dando a los muchachos son feos. Yo nunca había visto una cosa tan horrible”.
La problemática de los uniformes es una situación más profunda, pues, según el Gobierno, hay insuficiencia en materia prima; además, los costos y la distribución incompleta continúan haciendo que el tema de los uniformes escolares en Cuba sea un asunto pendiente año tras año.
“Debido a la baja existencia de tejidos para la confección, queda pendiente la distribución [de uniformes escolares] en los municipios de Gibara, Rafael Freyre, Banes, Báguanos y Cacocum, a cargo de la Empresa Comercializadora y de Servicios Universales”, dijo Omer González Velázquez, directivo del Grupo Empresarial de Comercio.
Este déficit se extiende a otros materiales que antes eran garantizados, como lamenta Armando Pérez, del reparto El Llano: “Y ni hablemos de lo demás: los lápices, que no hay; las gomas, las cuchillas, las loncheras para que los muchachos lleven su merienda… Esto es para volverse locos”.