agosto 26, 2025

La “suerte” del castrismo

Todo ―desde cabildeo por intereses comerciales hasta afinidades y lealtades ideológicas― "conspira" a favor de la "suerte" del régimen cubano.
castrismo
(Foto: Granma)

LA HABANA, Cuba. – ¿Podría sobrevivir el castrismo a la caída de Nicolás Maduro? Por supuesto que sí. Es que casi no cabría la pregunta cuando sabemos lo que ha sucedido en situaciones similares a la actual, en las que la dictadura cubana pudiera parecer a algunos que caería por reacción con el derribo de un aliado importante. 

Sucede que, una vez más, olvidamos o ignoramos que no es el petróleo venezolano ni el único ni el más importante pilar que la sostiene, sino la sorprendente capacidad que ha tenido el régimen comunista no solo para disimular su condición indiscutible de elemento desestabilizador para las democracias de la región (a pesar de todos los movimientos terroristas que ha patrocinado abiertamente) sino, además, para históricamente crear y penetrar núcleos de influencia política al interior de esas democracias, tanto en América Latina, como en Europa y los Estados Unidos.    

No importa la gran responsabilidad que habría de tener La Habana, más con buena parte del aparato de inteligencia al servicio del chavismo (y viceversa) en la conformación y fortalecimiento de la narcodictadura que estaría a punto de caer, porque una vez más ese detalle será pasado por alto. 

Quizás sea una cuestión de “suerte” —aunque no de probada “inocencia”— y hasta un asunto de conveniencia para las partes que, de algún modo, sacan mucho más provecho de que la dictadura cubana continúe siendo por mucho tiempo esa pandilla de pequeños negocios “raros” que, por su naturaleza corrupta, no pudieran prosperar en una situación de normalidad económica y política, pero lo cierto es que el castrismo siempre se las ha arreglado para salir ileso en los graves conflictos que la involucran.

Por ejemplo, en 1989, cuando la operación militar que puso fin a la conexión de Manuel Antonio Noriega con los cárteles de Colombia y los de La Habana —que tenían su cuartel general precisamente en la Plaza de la Revolución, a caballo entre los ministerios del Interior y de las Fuerzas Armadas—, el castrismo, aunque debilitado por la inminente caída del “campo socialista” y estremecido por la posibilidad real de que el fuego en Panamá se extendiera hasta la Isla, logró salir indemne, apenas con unos rasguños en la opinión pública que dejaron los juicios sumarios y fusilamientos del general Arnaldo Ochoa y de sus más cercanos colaboradores.

Todos los ejecutados de la llamada Causa No. 1, convertida en espectáculo televisivo por desesperación, eran testaferros de quienes, con los millones de dólares que arrojaba el negocio de la cocaína, crearon, primero, el Departamento MC (Moneda Convertible, del MININT) y, más adelante, el núcleo primario del sistema empresarial de las FAR, que hoy conocemos como GAESA (una verdad que, por conveniencia, muchos prefieren callar).

Pero Fidel Castro, en una jugada de riesgo (en tanto Mijaíl Gorbachov no le ofrecía demasiada confianza como para un enfrentamiento con el vecino, teniendo como detonante el narcotráfico), regaló unos cuantos peones de sacrificio y apenas con eso logró que los buques de Estados Unidos, al terminar en Panamá, no se detuvieran en los límites de su finca más de lo necesario y pasaran de largo como lo habían hecho ya una vez anterior, cuando Granada, en 1983, por mencionar dos ocasiones en que, solo por efecto de arrastre, el barco del régimen cubano hubiera hecho aguas. 

Tanto en un caso como en el otro, los comunistas sin dudas sacaron provecho de la presencia soviética en la Isla (que se extendió hasta más de la mitad de la década de los 90). Una situación que se repetirá ahora con rusos y chinos metidos hasta el tuétano en el aparato militar cubano, pero solo porque conocen de esa “suerte” que la ha mantenido intocable, aun por las leyes demasiado porosas de un embargo económico que, de tantas veces violado, esquivado y reinterpretado hoy solo existe como pretexto en el discurso de la dictadura. 

Tengamos en cuenta que ni siquiera el tan “temido” Título III de la Helms-Burton ha podido contra esa “suerte”, y todos los procesos legales comenzados bajo su amparo terminan en frustración, precisamente por la serie de condiciones imposibles que deben cumplirse para que una demanda resulte exitosa. De modo que todo (y ya sabemos lo que incluye ese “todo”: desde cabildeo por intereses comerciales hasta afinidades y lealtades ideológicas) “conspira” a favor de la “suerte” del régimen cubano.

Con el pollo, el aceite, los autos, las plantas eléctricas y hasta lo inimaginable arribando a diario por contenedores desde Estados Unidos, así como el petróleo llegando desde México y Rusia, si Nicolás Maduro cayera hoy o mañana, en muy poco afectaría al régimen cubano que ya tuvo tiempo suficiente para desplegar varios planes B y, además, aprender cómo ingresar dólares y euros en cantidades suficientes para, ante todo, sostener su aparato represivo sin producir nada, sin depender del turismo, y con el petróleo justo para alumbrar a imprescindibles y privilegiados. Porque, para la dictadura, es mejor estar vivos, salvos e ignorados (más que intocables y suertudos) que con petróleo y una recompensa de 50 millones por una cabeza.

De lo demás —es decir, de nosotros los simples mortales— también se encarga la “suerte” bajo la forma de esa lástima que siempre el castrismo logra despertar en los demás, sin importar izquierdas y derechas políticas, incluso hasta en aliados que, aun conociendo al detalle las verdaderas causas de nuestra miseria, lanzan campañas para recaudar millones y así paliar el “hambre del pueblo cubano”.

En esa trampa de lástimas e ingenuidades, de oportunismos y oportunidades —mucho más mortal para quienes ya ni tienen ánimos de sublevarse, precisamente porque conocen de esa fatídica “suerte”— han caído absolutamente todos, desde los gobiernos estadounidenses de mucho antes de Obama (y posteriores) hasta los propios cubanos que han logrado escapar y que, una vez “a salvo”, miran atrás ya con nostalgia del abuso, ya con el deseo de ser parte de él. 

Ojalá la narcodictadura venezolana caiga lo más pronto posible, pero pongamos los pies en la tierra y entendamos de una vez que, si cae, eso no significa que en breve caerá el castrismo. El único modo de romper con la “suerte” que protege a la dictadura es terminarla con nuestras propias manos.   

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Efraín González

Bajo este seudónimo firma sus artículos un colaborador de Cubanet, residente en la isla por temor a represalias del régimen.

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