noviembre 23, 2025

Los cancilleres del castrismo

Desde Raúl Roa a Bruno Rodríguez, los cancilleres del régimen cubano desde 1959 han sido personajes infames por mérito propio.
De izquierda a derecha: Roberto Robaina, Ricardo Alarcón, Felipe Pérez Roque y Bruno Rodríguez
De izquierda a derecha: Roberto Robaina, Ricardo Alarcón, Felipe Pérez Roque y Bruno Rodríguez (Fotos: Archivo / 20minutos. es / Captura de EFE en Youtube )

LA HABANA, Cuba – Raúl Roa fue el único canciller merecedor de ese título que ha tenido el castrismo. Ningún otro de sus sucesores –Isidoro Malmierca, Ricardo Alarcón, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque, Bruno Rodríguez Parrilla- ha conseguido ni remotamente estar a su altura.   

A Roa, a quien Fidel Castro llamó “el Canciller de la Dignidad”, le tocó un tiempo difícil, Bahía de Cochinos y Crisis de los Misiles incluidas.  Pese a sus exabruptos cuando defendía como un gato patas arriba al régimen castrista, fue un diplomático brillante. ¿Qué importaba que en memorable ocasión, en la ONU, calificara a sus adversarios con el castizo “hideputas” si Khrushov, en el mismo escenario, se quitó un zapato y aporreó la mesa? Eran cosas de la Guerra Fría.

Roa ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores hasta 1976, seis años antes de su muerte, en 1982, a los 75 años. Fue sustituido por el grisáceo veterano de la Seguridad del Estado Isidoro Malmierca. En 1992 lo relevó  Ricardo Alarcón. Pero Alarcón duró menos de un año en el cargo. Según dicen, le caía pesado a Fidel Castro, y prefirió enviarlo a dirigir el afinado y siempre unánime coro de la Asamblea Nacional del Poder Popular. 

En 1993, fue designado como ministro de Relaciones Exteriores Roberto Robaina, a quien Fidel Castro cariñosamente llamaba Robertico. Robaina fue cualquier cosa menos aburrido. Con su pinta de cantante de salsa, ejecutó la puesta en escena por un representante del hombre nuevo del “socialismo con pachanga” que decía Roa con su humor punzante. 

En sus tiempos de dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas, en medio del hambre y los apagones del Período Especial, Robaina trató de potabilizar el discurso oficial para la juventud, traduciéndolo en populacheras consignas que llenaron muros, camisetas y pancartas. Organizó multitudinarios conciertos de trovadores y timberos en la Plaza de la Revolución.  Regaló el inusual espectáculo de ver saltar el corpachón del Máximo Líder, con cinta en la frente a lo Bruce Springsteen, la tribuna estremecida por sus botas, al grito de Robertico de: “¡El que no salte es yanqui!”… Pero como ministro de Relaciones Exteriores, Robaina se quedó corto. Dicen que se involucró en episodios de corrupción y acabó tronado, en pijama, como pintor, vendiendo sus cuadros en dólares.

A Robaina lo sustituyó en el MINREX, en 1999, un zocotroco: Felipe Pérez Roque. Lo escogió el Máximo Líder, que lo llamaba Felipito y aseguraba que era quien mejor interpretaba su pensamiento. Sería porque, como un robot parlante, no se apartaba una línea del guión original que escribía el dictador.

En sus funciones de canciller, Pérez Roque, por mucho que vistiera trajes caros, recordaba a uno de los cerdos de “Rebelión en la Granja”. A falta de argumentos, hacía muecas y prodigaba epítetos e insultos. Una vez, bufó y se agarró la bragueta porque unos periodistas lo interpelaron en París acerca de los 75 presos de la ola represiva de la primavera del 2003, que según no se cansaba de repetir, eran “mercenarios que conspiraban al servicio de una potencia extranjera”. 

El mayor éxito de la diplomacia gamberra de Pérez Roque fue lograr que la Unión Europea levantara la Posición Común a cambio de nada, o casi nada, porque a eso se redujeron las promesas hechas al canciller español Moratinos. Pérez Roque no se esforzó mucho por engañar a la Unión Europea, que  ansiosa por creer en sus pocas promesas, se enroló en el compromiso constructivo con la dictadura cubana.

El mayor disparate de Pérez Roque fue cuando anunció su disposición a que Cuba se integrara a Venezuela en una Confederación Bolivariana bajo la égida conjunta de Fidel Castro y Hugo Chávez.

En 2009, Pérez Roque cayó en desgracia, lo acusaron de estar “embriagado por las mieles del poder” y fue destituido. Lo sustituyó Bruno Rodríguez Parrilla, quien lleva 16 años en el puesto, siendo después de Roa, que estuvo 17 años, el titular del MINREX que más ha durado. Y no parece que vaya a ser sustituido por el momento, porque no se debe cambiar de caballo en medio de un río crecido y revuelto.   

Con su cansón sonsonete antinorteamericano, Rodríguez Parrilla ha resultado el más aburrido y monótono de los cancilleres del castrismo. Y también el más desfachatadamente mentiroso, al extremo de llegar a negar que en Cuba existan presos políticos y personas que pasan hambre. 

El canciller del tardocastrismo sigue presentando cada año en la ONU resoluciones sobre la necesidad de que Estados Unidos levante el embargo, sacando una rara cuenta de los varios cientos de millones de dólares que, según asegura, Cuba ha perdido por causa del bloqueo, y abogando porque el Departamento de Estado retire a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. El resto del tiempo lo dedica, venga al caso o no, a expresar la solidaridad del régimen que representa con las peores causas: Hamas, los ayatolas iraníes, Putin, Maduro, Daniel Ortega.

Paradójicamente, la diplomacia improvisada y chapucera de Robaina, Pérez Roque y Rodríguez Parrilla ha cosechado más triunfos que la de Raúl Roa. Los tiempos de Roa fueron los del aislamiento de Cuba de la arena internacional. Bajo sus sucesores se han producido las votaciones mayoritarias en la ONU contra el embargo norteamericano, la dictadura ha logrado capear la condena internacional y lo más increíble, Cuba fue admitida en los organismos de Derechos Humanos de la ONU.

Ello se ha debido más que a las cuestionables habilidades diplomáticas de los cancilleres cubanos, a la abierta complicidad de otras dictaduras y de políticos, inversionistas e intelectuales de izquierda, muchos sobornados, chantajeados o influidos por los agentes de influencia castristas, amén de la complicidad pasiva de ingenuos e indiferentes.  

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Luis Cino

Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.

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