LA HABANA.-Las poses actorales y las frases pretenciosamente filosóficas con las que el periodista Jorge Legañoa Alonso suele adornar sus análisis políticos lo ubican entre un Tartufo de utilería y un Cicerón de andén ferroviario interprovincial. Su destreza para manipular, distorsionar u omitir la realidad responde a las normas del manual castrista que durante décadas ha regido a los propagandistas más disciplinados del régimen.
Su reciente protagonismo en el programa televisivo transmitido el 14 de octubre, en el que intentó desacreditar al opositor José Daniel Ferrer García, añadió una nueva página a su expediente de servicios a la dictadura. Con esa actuación, Legañoa reafirmó su reputación de intolerante y su conocida vocación por el “metatranqueo”.
Durante su etapa como vicepresidente del Instituto de Información y Comunicación Social (ICS), ha sido uno de los principales impulsores de las llamadas ciberclarias: ejércitos digitales que atacan, difaman y delatan a quienes se atrevan a cuestionar al régimen en las redes. Porque, según la doctrina que defiende, el ciberespacio —como las universidades— debe ser solo “para los revolucionarios”.
La hoja de servicios de Legañoa a la dictadura muestra con claridad su papel en la ofensiva contra la libertad de expresión. Sus méritos más sombríos, junto con una carrera marcada por el servilismo ideológico y su papel de comisario político y cultural en distintos espacios, consolidaron la confianza del poder en su lealtad incondicional. Tanto así que, apenas cuatro días después de su embestida televisiva contra Ferrer, fue designado presidente de la Agencia de Información Prensa Latina.
Este bufón de cuello y corbata, que aún predica en público un “periodismo sincero y sin censura”, es uno de los principales artífices de la Ley 162/2023 de Comunicación Social, norma que regula —es decir, amordaza— los procesos comunicativos “en los ámbitos social, mediático y comunitario”, y que convierte en delito la libre expresión.
En el programa Solo la verdad, que se transmite lunes alternos por Cubavisión, Legañoa despliega su talento para deformar la percepción del público sobre cualquier película, especialmente si proviene de Hollywood. Desde su pedestal de comentarista, desata sus demonios ideológicos para reinterpretar los guiones y forzar lecturas políticas sobre temas como la colonización cultural, el racismo, la homofobia o el anticomunismo, todo con el fin de justificar su retorcida visión del mundo.
En su crítica cinematográfica no solo se percibe un cinismo meticuloso, sino también un profundo desconocimiento de los matices y las interioridades del arte que pretende analizar. Torpe y dogmático, examina cada fotograma con la lupa del fanatismo, decidido a hallar un mensaje subliminal que refuerce su discurso y lo mantenga alineado con la narrativa oficial.
Como buen manipulador de la realidad política y sociocultural cubana, Legañoa sigue interpretando el papel que le asignó el castrismo: el del apologista que niega la pesadilla del país y justifica el desastre con frases altisonantes. Ojalá, por coherencia, no termine recalando en los medios del exilio que hoy desprecia.
Jorge Legañoa está condenado a ser fiel al castrismo que lleva dentro hasta el último aliento del régimen que defiende con tanto fervor. De lo contrario, cuando llegue el momento del cambio, periodistas independientes y ciudadanos libres le recordarán su servilismo y su participación activa en la maquinaria de censura.







