LA HABANA, Cuba. – Dice una canción ya entrada en años que el dinero no es la vida, que es tan solo vanidad, pero aun así seguimos escuchando esa pieza musical hasta el día de hoy, y no con poca insistencia, jamás en medio del desgano. Nosotros la tarareamos, la silbamos, incluso después de haber reconocido nuestros muchos desentonos. Cantamos, quizá suponiendo que si seguimos la cadencia de esa pieza nos irá mejor en asuntos monetarios.
Nosotros no cesamos, ni un instante, de procurarnos el dinero, porque es el dinero el que nos garantiza algunos bienestares. El dinero no es la vida, así dicen quienes guardan sus billetes en el Banco Nacional, justo al lado de los aretes que siguen faltándole a la luna. Y así, sin sosiego, estaba mí jovencísimo vecino, uno de esos buenos muchachos que, por suerte, andan todavía por ahí. Mi vecino estaba necesitando algún dinero, él quería hacer un lindo paseo con su novia, y tomó una decisión.
Él salió a salió a lucharse los billetes para tener, al menos una vez, una linda noche de paseos con su muchacha. Él decidió hacer el camino hasta esa esquina de Prado y Neptuno, esa a la que también solía ir la engañadora de la famosa canción. Hasta esa esquina llegó ese joven. Le habían dicho que ese era el mejor lugar para hacer negocios, y que no por gusto le llaman “la nueva Wall Street” (por los tantísimos negocios que allí se concretan, incluso, y no pocas veces, con el consentimiento de los policías).
El muchacho solo pretendía vender su celular en unos cuantos euros, y con ese dinero pagar aquel paseo con su muchacha. Él encontró muy pronto a un comprador para el celular, y estuvo muy feliz, pero ese entusiasmo duró muy poco, apenas unos breves minutos, justo hasta que llegara aquel policía que había estado muy atento sin que ellos lo notaran. Y el policía les hizo saber muy pronto, y sin rodeos, que por tráfico de divisas, podrían cumplir una sentencia que los llevaría a la cárcel por un buen tiempo. El policía dijo mucho más, y siempre con un tono severo, y luego volvió a mencionar las rejas y los muchos horrores que conocería en la cárcel.
El policía les ordenó que entraran al carro patrullero, y ellos subieron, acongojados, con mucho miedo. Ellos insistieron durante todo ese trayecto que los separaba de la estación de Zapata. El policía reía con malicia e hizo notar muchísimos detalles de la vida carcelaria. Preguntaba si creían que podrían resistir todos esos años en la cárcel, en ese sitio que está repleto de asesinos, de violadores y de muchos policías violentos que resultaban ser peores que los mismos presos.
Y el muchacho aceptó entonces las propuestas que les hiciera el policía. Aceptó porque lloraba su novia, porque él también lloraba. Mi vecino pagó su libertad un poco antes de llegar a la estación de Zanja. Mi vecino pagó su libertad al policía, mientras hacían el camino que los llevaría a la estación de Zapata. Él dijo sí una vez, y muchas más, porque su muchacha lloraba. Mi vecino pagó su libertad. La pareja pagó con 10.000 pesos, y se quedaron sin hacer el paseo, y ahora tendrán que comprar un celular. Y ellos quisieran que todo eso fuera solo un cuento. Ellos quisieran que el policía les devolviera los 10.000 pesos, pero no creo que eso suceda, porque ellos no van a denunciar, porque ellos tienen miedo, mucho miedo a la Policía.








