noviembre 12, 2025

Corruptos son todos y el pueblo lo sabe

Los cubanos saben que se trata de una farsa, que la cabeza de Gil rodará para que no rueden otras más altas, porque alguien tiene que pagar la perniciosa deriva de este país.
Cuba, GAESA
Raúl Castro, Ramiro Valdés y Miguel Díaz-Canel. (Foto: Radio Reblede)

LA HABANA.- Con acceso restringido y un fuerte despliegue policial se realizó ayer el juicio contra el exministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, acusado de espionaje, malversación y otros delitos. Desde que se dieron a conocer los cargos, en pleno azote del huracán Melissa a las provincias orientales, el debate arrojó dos cuestiones medulares: Gil es un nuevo chivo expiatorio y no es posible que haya cometido todos los delitos que se le imputan sin el conocimiento y respaldo de otros altos funcionarios. Varias voces solicitaron un juicio transparente, televisado y con la presencia de todos los medios de prensa, a lo que el régimen de La Habana no accedió por “razones de seguridad nacional”. 

En la calle, la narrativa del bloqueo se ha ido desmoronando progresivamente conforme se ha hecho evidente la errática dirección del país, reconocible en la implementación de políticas económicas fallidas que han dejado un elevadísimo costo humano y material, para ceder todo el protagonismo a la corrupción político-administrativa como causa fundamental del naufragio de Cuba. El embargo estadounidense es un pretexto de cara a la comunidad internacional. Para la gran mayoría de los cubanos el problema es netamente doméstico: el gobierno de la isla, en pleno, es corrupto. El que no corre, vuela; el que no mata a la vaca, le agarra la pata. Así lo expresaron en un video realizado por Cubanet, testimonio invaluable de cuánto se ha desinhibido la opinión pública en un contexto que sigue siendo represivo, pero a la vez está marcado por una crisis terminal que se reduce a dos opciones: la protesta o la muerte.

Desde 1959 Cuba ha tenido gabinetes más o menos hábiles, con algún que otro funcionario mediocre. El plantel encabezado por Miguel Díaz-Canel ha sido, por mucho, el peor cualificado para tomar las riendas de un país pobre, endeudado y paralizado, con el supuesto objetivo de cambiar lo que debía ser cambiado. De ese gabinete formó parte hasta el año pasado Alejandro Gil, hoy encausado junto a otros personajes menores. En ese gabinete se han sucedido nombramientos y defenestraciones como quien quita y pone botones en una prenda de ropa a ver cuál queda mejor para ir tirando, porque tal ha sido la función del dizque gobierno de Díaz-Canel: ir tirando, una frase coloquial que se traduce, en la práctica, en fingir que se está gobernando mientras se aprovecha esa cuota temporal de poder para concretar ambiciones imposibles de costear con un salario de ministro o de directivo. Ese extra proviene de la corrupción, del tráfico de influencias, de la malversación y otros tejemanejes que hoy apuntan a un solo hombre.

De alguno o varios de los cargos que pesan sobre Gil podrían ser acusados todos los miembros del buró político y el Comité Central, y todos los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Son cientos de funcionarios dilapidando el erario público, desviando recursos para sus proyectos personales sin control de ningún tipo, porque la corrupción en el estado revolucionario ha existido siempre, pero jamás el país se vio en condiciones tan deplorables como las que hoy muestra, señal de que se cometen los mismos delitos, pero sin preocuparse ya por guardar las formas. Esa debacle visible y dolorosa, sumada a los “explotes” en las altas esferas, ha desviado los ojos de los cubanos hacia la verdadera raíz del problema, que nada tiene que ver con el bloqueo porque la decisión de aplicar la Tarea Ordenamiento y los paquetazos posteriores, no se tomó en Washington, y todo lo que ha hecho el gobierno de Miguel Díaz-Canel ha propiciado el empobrecimiento y la desprotección acelerados de la población cubana.

El circo de Gil llegará a su final y el veredicto será el que determine la seguridad del estado. Los cubanos saben que se trata de una farsa, que la cabeza de Gil rodará para que no rueden otras más altas, porque alguien tiene que pagar la perniciosa deriva de este país. Pero el problema seguirá ahí porque no se trata solo de números, ni de un ministro al que le quedó inmenso su cargo. Se trata del sistema que lo catapultó sabiendo que no iba a dar la talla y que las consecuencias de una elección tan negligente serían irreversibles.

“Cuba es un cuerpo en descomposición”, sentencia una entrevistada, y quizás no haya una imagen más cruda, ni precisa, para ilustrar la realidad de la isla. Lo único esperanzador entre tanta miseria y desaliento, bajo el azote de una epidemia de arbovirosis que se extiende a la par del hambre y el abandono de comunidades enteras en las provincias orientales, es escuchar a los cubanos admitir, sin miedo, que este gobierno no sirve, que este gobierno roba, miente, se justifica, elude responsabilidades y le echa siempre la culpa a otro. Que cada día más cubanos logren identificar y señalar al enemigo real, constituye otro paso para articular el movimiento cívico nacional que puede salvarnos.

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Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para CubaNet bajo el pseudónimo de Ana León. Desde 2018 el régimen cubano no le permite viajar fuera del país, como represalia por su trabajo periodístico.