
Una mirada compleja a las religiones afrocubanas y al vudú, y en particular a sus formas múltiples en las artes, es la propuesta de Afro-Cuban Religions and the Arts: A Dog Has Four Legs But Takes Only One Path (Rowman & Littlefield; Religiones afrocubanas y artes. Un perro tiene cuatro patas pero toma un solo camino), el más reciente libro del poeta, ensayista, crítico y traductor Alan West-Duran.
La música, las artes visuales, el cine o la literatura son los ámbitos en que el autor, según su editorial, “examina las facetas filosóficas y espirituales de religiones como Regla de Ocha, Palo, Abakuá y Vudú, y cuán profundamente arraigadas están en la cultura popular cubana”. West-Duran es profesor en la Northeastern University, en Boston, y con este volumen “busca dialogar con las obras de artistas contemporáneos y ancestros caribeños como C.L.R. James, Wilson Harris y Fernández-Retamar, con el fin de mostrar los impactos que el espiritualismo, la creencia religiosa y la mitología han tenido en el arte afrocubano”.
El universo mágico-religioso afrocubano está cifrado en “la música popular cubana, desde el son hasta la salsa, la timba hasta el rap”, y West-Duran –un intelecto musicológico de primer orden– no duda en sumergirse en esas honduras; lo mismo que en la exégesis del sincretismo alegórico que puebla las imágenes del cine y las artes visuales cubanos.
Afro-Cuban Religions and the Arts también revisita obras de autores como Alejo Carpentier, Aimé Césaire o Derek Walcott para glosar críticamente sus visiones en torno al acontecer histórico y la textura mítica del Caribe, y, por supuesto, enfoca hechos fundamentales como, por ejemplo, la revolución haitiana de 1804.
Disponible en Amazon y en la página de la editorial, el volumen –parte de la serie Lexington Studies on Cuba— tendrá una presentación el próximo 15 de abril en Northeastern University. Durante este año también se acercará a los lectores interesados en la biblioteca pública de Boston, aunque las fechas de esos encuentros aún no se han determinado.
Acerca de esta profunda inmersión vital e intelectual, Alan West-Duran conversa brevemente con Rialta Noticias.

¿Por qué este interés en rastrear y examinar las formas artísticas en que se ha cifrado la espiritualidad sincrética de ascendencia africana en el ámbito del Caribe? Según deja saber el título, hay un énfasis en la mirada hacia Cuba, algo que tal vez tiene que ver con tu propio origen.
Sí, soy nacido en La Habana, Cuba. Mi familia salió de Cuba cuando yo era joven, apenas tenía siete años. Después nos fuimos a Puerto Rico, donde hice mis estudios de secundaria. Los estudios universitarios los hice en Estados Unidos, y para el posgrado obtuve un doctorado en literatura latinoamericana y brasileña. Aunque me interesaba toda la literatura latinoamericana, me concentré en el área del Caribe; en particular, Cuba, y, en menor escala, Puerto Rico y Brasil. Estudiar esas literaturas (y en muchos casos conocer a sus escritores) significaba conocer las culturas que las nutren.
Siempre me interesó la música y en particular la música afrocaribeña (y la de Brasil también). Mi adolescencia y años universitarios coincidieron con la salsa, y fui conociendo la música de Willie Colón, Ismael Rivera, Cortijo, Roberto Roena, el Gran Combo, Johnny Pacheco, entre otros. Esa música tenía raíces cubanas, tanto la rumba como el son (y en menor escala el danzón). De allí fui conociendo la música cubana: a Celia Cruz, claro, pero también Benny Moré, Bola de Nieve, Adalberto Álvarez, Irakere, la Orquesta Aragón, Arcaño, y muchos más. Siempre me intrigaron referencias a los orishas en estas canciones, pero en mi juventud no tenía acceso a personas que conocieran sobre asuntos de la afroespiritualidad cubana o caribeña.
Poco a poco fui indagando en el asunto, con lecturas de Fernando Ortiz y Lydia Cabrera. Pero fue Los orishas en Cuba de Natalia Bolívar, que salió en 1990, el libro que me estimuló a investigar más; aunque en esa época todavía había muy poco publicado al respecto. En Puerto Rico una amiga mía me llevó a un tambor (¿1992?, ¿1993?) donde Yemayá subió y se montó sobre un hombre. Luego, pude conversar con la persona y fue toda una revelación. Poco después fui a otro tambor y alguien bajó a Oggún. Esto fue más extraordinario. A Oggún le gusta el ron o el aguardiente. Esta persona se disparó botella y media de ron, cosa que a cualquiera lo dejaría en el piso tirado como un trapo. Pues nada, se disparó un litro y medio de ron y cuando salió del trance estaba normal. Me acerqué a él, y ni se olía el alcohol en el aliento. ¿Cómo explicar estas cosas? La ciencia no puede hacerlo.
Luego, en 1995, escribí mi primer ensayo sobre música cubana y, un par de años después, un libro sobre literatura cubana: trabajé imágenes de los orishas en la obra de Nancy Morejón. Pero fue a finales de los noventa que conocí a un fotógrafo cubano Héctor Delgado Pérez, que en ese entonces se dedicaba a fotografiar ceremonias y rituales de la santería (Ocha), el Palo y los Abakuá. Él me llevó a un señor llamado Félix, que me hizo un registro y también averiguó cuál era mi orisha (Yemayá). Félix se hizo mi padrino y en un proceso que tomó cinco años me hice los collares, los guerreros y el asiento. También me hice Mano de Orula con el babalao Juan Mesa.
En mis viajes a Cuba me fui enterando cuán imbuida estaba la isla de las prácticas religiosas afrocubanas. Permeaban todo, aun a gente que no era creyente. En cuanto a la música, eso era algo con una larga y profunda historia. Pero también lo empecé a ver en la plástica, con la obra de una amiga mía, la pintora María Magdalena Campos Pons. Y luego descubrí las obras de José Bedia y Belkis Ayón. En literatura, claro, Carpentier y Nancy Morejón y Teresa Cárdenas. Y, luego, el cine. Así se fue incubando la idea de reunir todo esto en un libro, que es lo que acaba de salir. La idea original se la presenté en 2018 a John Kirk, estudioso canadiense de lo cubano que recién estaba a cargo de una serie sobre Cuba para la casa Lexington Books (Rowman & Littlefield).
¿Cuáles serían las principales categorías y cuáles las ideas fuerzas, o bien las propuestas interpretativas, que atraviesan este libro?

El libro se propone una lectura ochacéntrica (es un neologismo) sobre cultura e historia cubanas. Siempre he visto la historia de Cuba a la sombra de tres superpotencias: la española, la norteamericana y la rusa. La cuarta superpotencia es su herencia africana, que viene desde abajo en vez de desde arriba. Uso las artes y las religiones afro para hablar de cierta filosofía de la vida, un sentido de eticidad y ciertos valores humanos. También hay ciertas imágenes (la ceiba, los elementos, el zombi, el nganga, los arquetipos) que se van plasmando para captar la riqueza de la cultura afrocubana. Pero tal vez el hilo conductor del libro sea Elegguá, un orisha muy importante en cuanto a la vida cotidiana: el abridor de nuestros caminos, tanto personales como colectivos. Es el orisha mensajero que se comunica con todos los orishas y también rige sobre el diloggún, la lectura de caracoles. (El capítulo final propone a Elegguá para reemplazar la figura de Caliban).
Desde esta perspectiva ochacéntrica, el libro analiza la relación entre mito e historia en Cuba, tanto antes como después del 1959. El binomio mito-historia es más notable en el tercer capítulo (“La vida es silbar”) que trata del “periodo especial”; el capítulo de Bedia (la parte sobre Aponte), que trata de Juan de los Muertos (Cuba en el siglo XXI), y el capítulo sobre la Revolución haitiana.
¿Y qué supone que el perro solo tome un camino a la vez aun cuando tiene cuatro patas? ¿Hay quizá en esa frase algo oracular que no solo remite al pasado, al modo en que se configura la tradición, o la identidad, sino que aconseja (¿al individuo, a la nación?) acerca del futuro, del itinerario por venir…?
El dicho viene de los yorubas, y yo lo escuché por primera vez en un registro. Me encantó. Se trata de un consejo: no te disperses, no te apartes del camino que hay que tomar. No seas indeciso. Claro que tiene una aplicación personal, porque a veces la persona tiene muchas cosas que lo obstaculizan o lo distraen, y pierden el hilo. Lo mismo puede ocurrir con comunidades o naciones. Y, claro, los caminos implican un viaje, una trayectoria, así que se asocian con el futuro.
El dicho me recuerda la letra de una canción de Gema y Pavel, “Bangán”:
Elewá te enseña el camino
Pero no te enseña el andar
Cada día se hace el destino
La suerte no se sienta a esperar
…y ponle una vela a los santos
pero no te acueste’ a dormir
si tú mismo no te la juega’
no hay nadie que lo haga por ti.
Estos versos encierran mucha sabiduría. Lo más importante es que, aunque Elegguá te muestra el camino, uno tiene que moverse, es decir, tú mismo haces tu destino. Sí, los orishas te pueden ayudar, pero solo tu esfuerzo y tu voluntad crean el destino.
¿Cómo se inserta o qué lugar ocupa un estudio como este en el ámbito académico norteamericano de estos días?
Hay mucho interés en el mundo académico norteamericano por las religiones afrocubanas. Hoy día constituye un campo con muchos investigadores de altísima calidad, dentro y fuera de Cuba. El esfuerzo mío es una pequeña contribución a un campo cada día más amplio. Creo que el aporte de este estudio consiste en ver cómo las religiones permean la cultura cubana. Y que estas expresiones no se limitan a artistas que también son practicantes. Por ejemplo, Omar Sosa sí es santero, pero Celia Cruz no lo fue. José Bedia sí es palero, pero Magda Campos no es santera, aunque los orishas figuran con frecuencia en su obra. Y, en el capítulo sobre Haití, ni Carpentier, ni Césaire ni Walcott eran devotos del vudú.
Excelente entrevista sobre uno de los libros más importantes de este siglo sobre las raíces africanas en la cultura cubana. Gracias al profesor Alan West-Durán podremos seguir el camino que nos abre Elegguá al reconocer su sabiduría en la música, la literatura y el arte.