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Robert Pinsky: Tristeza y felicidad

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Presentación

Los hermosos poemas de Robert Pinsky (New Jersey, 1940) que aquí se presentan pertenecen a Tristeza y felicidad, su primera colección de poemas, y de la cual algunos críticos dijeron que tenía un fuerte lazo con Rainer María Rilke o Robert Lowell. En definitiva, más allá de este tipo de comparaciones, que bien poco nos dicen, los textos siguientes muestran a uno de los más importantes poetas norteamericanos vivos. Pinsky cree en el poder por poema, en la comunicación que establece, en los lazos culturales que el poeta crea, o como él mismo ha declarado: “El propósito más alto de la poesía es proporcionar una sensación única de coordinación entre la inteligencia, las emociones y el cuerpo. Es uno de los placeres más fundamentales que una persona puede experimentar”. Su labor no se reduce a la escritura de poesía y prosa, es también editor, crítico literario y traductor, además de profesor en la Universidad de Boston. El libro del cual se han tomado estos poemas, Tristeza y felicidad, es de 1975, pero además podemos mencionar algunos como Dying (1984), The Figured Wheel: New and Collected Poems 1966-1996 (1996), Guylf Music: poems (2007), y de prosa Thousands of Broadways: Dreams and Nightmares of the American Small Town (2009). Ha traducido a Czeslaw Milosz y a Dante.

Poemas de Tristeza y felicidad (1975)

Esperando

Cuando los trenes pasan
el suelo congelado tiembla
por dentro como un yunque.

El cielo desciende
rígido en los espacios
entre las casas y los árboles.

Una brizna de aire áspero serpentea
hacia arriba entre el guante
y el puño, avivando

el sentido de la vida
aparte de las cosas, las cosas
que tocaste, tal vez, el mango

entumecido de un rastrillo; la semilla
de un melocotón; una sucia
tirita; un libro, los pantalones

o la camisa que tocaste
una vez en una tienda… Menos
los trastos importantes y preciados

del garaje de alguien, y menos
la ceniza de tu ojo–
aún existente y flotando

en Suecia o en el buche de un pájaro–
que las cosas que notaste
o no, mirando desde un tren:

el frío y ancho río de las cosas,
pasando como los niños
impasibles que se pararon junto a las vías

sosteniendo palos sin ningún motivo
u otras cosas, esperando,
sin ningún motivo, por los trenes.

Mujer vieja

Ni siquiera en el más oscuro agosto,
cuando los misteriosos insectos
se casan ruidosamente entre las negras hierbas
y la madreselva, flácida tras la lluvia,
en la noche fresca es más fragante,
recoges alguna pequeña
cosecha para ti. Susurros profundos
de truenos leves, horizontes lejanos,
pueden romper tu tenue sueño, pero despierto,
no puedes oírlos. Espigador áspero
de hijos, nietos –restos
de noches ahora por siempre futuras–
tu estremecimiento seco e invisible
muere en esta terraza donde, sin inflamarte,
temes a las estaciones que se aproximan,
y reposas en la eléctrica noche.

Las oraciones

Leyendo las oraciones, con el sol de noviembre
tocando las avenidas, las oficinas, la estación,
te vi pasar por la calle, tu rostro
estaba rosado del frío, las ventanas frías destellaban, las tiendas
y los coches eran como –mitología–, la calle
en sí era glamurosa y perdida, era
como si nunca te hubiera conocido pero de alguna manera supiera
que esta eras tú, una oración detenía
el presente, decía, nunca lo supiste, pasaste,
hojas cobrizas y rápidas como lagartos se movían
alrededor de tus delicados tobillos; el sol de noviembre
yacía en la acera, ordinario y definitivo
como oraciones demasiado llanas para un poema.

El diablo personal

Tinta, fuego, espejos quíntuples–
por medios bastante extraños,
convoqué al ojo múltiple
y vi desde la garra hasta la nuca
el crecimiento que el Ser nutrió:
el matón sutil cuyos días–
sus furias, lacayos y porteadores–
cuelgan como las moscas dormidas
cuyos miles de millones en ciénagas o huertos
se atiborran con un suspiro que dura todo el día.

Los dispositivos que dispuse
conjuraron rasgos como los míos,
una forma familiar que yo
negué –negué como la perdición
de mí mismo, el multifacético
acontecimiento que atrae mi rostro
hacia sí mismo. Mientras lo veía desvanecerse,
me vi a mí mismo tomar lugar,
cristalino, en el iris
del ojo enorme que se disuelve.

Long Branch, New Jersey

Todo es regional,
y es aquí donde nací, querida,
y concebí,
y donde primero me conmoví hasta las lágrimas,
y donde por último me irrité hasta el mismo punto.

Está delimitada en tres lados por lugares similares
y en un lado por casas enormes y toscas
un paseo marítimo sombrío y,
como decimos, La Playa.

Estoy aquí ahora
en la esquina de la Tercera Avenida y Broadway
esperando que pases en un auto,
y contando las luces rojas de los autos
que corren bajo una fina lluvia
hacia donde las dos ramas de Broadway –North
Broadway y South Broadway –y llegan
hacia el trillado, salado y acogedor océano.

La destrucción de Long Branch

Cuando sacaron el césped artificial
regresé a casa con mil millas.

Cavé una zanja a la luz de la luna desde el océano
y dejé que se deslizara silenciosamente

e hice una arena movediza salobre que la marea
arrastró hacia arriba desde las calles y las zanjas.

El centro que los centros comerciales destruyeron,
los apartamentos con jardín, los garajes,

la estación, la Pequeña África en (que me ayude)
Liberty Street, las secciones más bonitas,

todo se asentó suavemente en un baño de arena
y se hundió con un mínimo de ruido.

El hueco del cine cerrado
hizo burbujas. Los porches de madera se desmoronaron

pero las casas estilo rancho en los nuevos desarrollos,
inclinándose un poco, se deslizaron enteras.

Empujé hacia atrás los pedazos que flotaban: un corte
de neón, la copa de martini

que parpadeaba afuera de un hotel de la mafia;
un surtidor de gasolina; un ramo de calcetines

de la vidriera de Woolley (incluso conservé algunos);
la ​​máquina de pinball del bar de mi abuelo.

Tracé colinas y crestas, y con un cepillo
creosoté terrones de aguas residuales

donde la escuela había cagado sus tuberías a medida que avanzaba.
Coloqué mi alfombra sobre la costra

(ese césped Hecho en Japón se colocó por arte de magia)
con un margen ordenado en la playa,

y todavía me quedaba la mitad de la noche. “Qué bueno”, dije…
Entonces, como perdonar había sido divertido

pensé en dejar un monumento o dos.
Cautelosamente elegíaco, excavé

algunas escenas volvieron a componer las vistas de mi parque:
bancos y vegetación sombría,

algunas cosas ya muertas, un paseo marítimo abandonado,
algo de clima, una base sin rellenar–

con un pincel de arándano o un helecho irregular,
crecimiento parecido a la col a lo largo de un bordillo,

finas banderas de zumaque de un terreno baldío
ávido bajo una lluvia desgarradora.

La Generación anterior

A Frank Bidart

El viento soplaba. En algunos días, la lluvia
caía del tamaño de monedas de cinco centavos
salpicando la acera.
Había sombreros para eso, y para el sol
También, derritiendo el cuero de los zapatos en sus ciclos cálidos.
La carne era un pobre atuendo,

tan pobre, que la gente era pintoresca–
Envuelta en sus altos autos
o en sus pintorescas y voluminosas ropas.
En la prolongada y alegre cuaresma
de los tiempos, más duros que los tuyos,
comiendo o durmiendo, respirando,

se las arreglaban a su manera, a veces
hacían carnaval en los bares de los hoteles,
en los partidos de béisbol o en la pista. En fotografías,
en películas, incluso en sus artículos de mercería, juegos
y objetos de lujo (estuches, encendedores,
sifones, clips, objetos para miradas o risas

de cristal, piel de cerdo, malaquita)
sobreviven como un vago murmullo de estilo,
la vida nostálgica falsa de un rostro
brillando desde una instantánea. El tiempo no
iluminará suavemente a esos padres. Caerán
enfermos de los pulmones y del corazón, desventurados

en un motel, maldiciendo su pasado perdido
y parpadeante, ansiando un campo
vacío y grande, el crecimiento pálido y reciente
sobre la maraña retorcida por el arado del pasado–
las hierbas ásperas, sin cortar,
el campo imposible del presente.

RAMÓN HONDAL
RAMÓN HONDAL
Ramón Hondal (La Habana, 1974). Poeta y editor. El cuaderno Diálogos le valió en 2013 el Premio Luis Rogelio Nogueras de la Editorial Extramuros. Preparó y prologó la recién publicada edición habanera de Ferdydurke. Es el editor principal del proyecto editorial Torre de Letras.

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