Mijail Lamas fue mi profesor durante seis semanas en el verano de 2023. Sin embargo, este poeta, traductor y crítico mexicano de 45 años no cree que la poesía pueda enseñarse. Por tanto, no se considera a sí mismo un profesor. En cualquier caso, durante esas semanas Lamas aparecía en la pantalla de mi computadora cada martes a la siete de la tarde desde la Ciudad de México para discutir temas y procedimientos de poesía contemporánea. En esos encuentros los poemas de Maria Velho da Costa o Cristina Peri Rossi eran apenas el vehículo hacia conversaciones más ricas, cuyos temas giraban hacia los corridos mexicanos, la cumbia, las fiestas o la comunidad.
Nacido en Culiacán, Sinaloa, el 22 de febrero de 1979, Mijail Lamas estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa y fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2006 y 2007. Entre sus libros de poesía se encuentran títulos como Contraverano (2007), Canción del navegante de sí mismo (2013) y El canto y la piedra (2017). Además de su trabajo como profesor, es uno de los editores de la revista electrónica Círculo de Poesía. En 2012 ganó el Premio de Poesía Clemencia Isaura del Carnaval Internacional de Mazatlán con su libro Trevas, y en 2023 mereció el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen por su libro Memoria del desierto.
Las palabras finales en cada clase de Mijail Lamas –mientras acariciaba con dos manos a su gata– empezaban con algunas recomendaciones de poemas y terminaban con sus deseos de que tuviéramos una buena semana y que saliéramos a divertirnos siempre. Esto podría parecer una convención más, pero en su caso no lo es: la fiesta y la vida en comunidad son dos cosas bien importantes para él.
Un lunes a las cuatro de la tarde converso con él vía Zoom. Fue una gran coincidencia que ambos regresáramos recientemente de Portugal, y los primeros diez minutos de nuestra conversación giraron en torno a Fernando Pessoa, Porto, el turismo, las librerías y los pasteles de nata… hasta aterrizar en Sinaloa, la raíz de Mijail Lamas.
¿Cómo ha influido en tu poesía el ser natural de Sinaloa?
Yo creo que está presente todo el tiempo. Hay elementos que están constantemente a lo largo de mi obra; el fuego, el calor y la ceniza. Desde el punto de vista geográfico, está el desierto. Aunque Sinaloa, Culiacán, no es necesariamente un desierto, sí puede llegar a ser un desierto desde un punto de vista espiritual. Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, decía “grandes son los desiertos, y todo es desierto”, entonces es un lugar complicado para crecer sobre todo si te quieres dedicar a la literatura. Ahora con Internet no lo es tanto porque tienes acceso a bibliotecas virtuales, a envíos, pero en aquel tiempo no estaba tan masificada la cultura de Internet. Estamos hablando de 1998, ya había una fuerte navegación en blogs y todo ese tipo de jugada virtual, además de que el correo electrónico se había vuelto una manera muy interesante para entrar en contacto con otros escritores, sin embargo, las librerías o los espacios de investigación bibliográfica no abundaban.
Crecer ahí me ha dado una perspectiva respecto de cómo funcionan las sociedades latinoamericanas en general, que son sociedades muy controladas por las fuerzas fácticas. O sea, hay dinámicas sociales que están dominadas por el crimen organizado. Entonces siempre va a haber algún elemento de este contexto de violencia provocado por un capitalismo salvaje, que también engloba al crimen organizado. El crimen organizado también es capitalismo, definitivamente.
En tu descripción de Instagram, hay dos palabras que me llaman la atención: “corrido” y “cumbia”. ¿Cómo es la relación de tu poesía con estos dos géneros?
El corrido tiene mucho más que ver con la poesía desde una perspectiva lírica. Yo crecí escuchando corridos y después de algún tiempo entendí que el corrido es una forma de poesía. Los puristas de los géneros pues dirán que no necesariamente, pero sobre todo el corrido tradicional. No es el caso del nuevo corrido. Para mí este nuevo corrido no tiene una estructura narrativa, y el corrido es un género narrativo. El corrido tumbado está más cercano a la construcción de una lírica que a la construcción de una narrativa: es un corrido del yo. Todo lo que le pasa al personaje que canta, o, digamos, al sujeto de enunciación del corrido –que a lo mejor no tiene que ver con el cantante–, le da voz a un yo.
El enunciador del corrido clásico es más parecido al narrador de la tercera persona de las novelas. O sea, ve de lejos, hay una separación. Por otro lado, el corrido tumbado es en realidad una canción, porque tiene coros. Los corridos clásicos no tienen coros porque son una narración de principio a fin, como los romances de García Lorca, por ejemplo. Un corrido es en realidad, desde un análisis métrico, un romance. O sea, una narración octosilábica con rimas en los versos pares. Así era como se escribían los corridos clásicos, los de los Tigres del Norte, Los Cadetes de Linares, Los Invasores de Nuevo León y otros grupos de música norteña. Por esa parte está muy identificado, incluso en el primer libro que publiqué –que no es el primer libro que escribí– hay bastantes guiños al corrido. De hecho, hay apropiación de partes completas de versos de corrido.
En relación con la cumbia, es un género musical que pertenece a los espacios urbanos. A pesar de que Culiacán es muy cercano al ámbito rural, tiene un funcionamiento urbano, y la cumbia entró muy fuerte a finales de los años ochenta y buena parte de los años noventa. En Sinaloa la cumbia se baila como música norteña; entonces yo aprendí a bailar cumbias de la Sonora Dinamita y otras agrupaciones de la época. La cumbia, de manera general, ha sido un género que está en los espacios urbanos y que siempre está en la fiesta. Tal vez lo que yo quería decir en mi descripción de Instagram es que en realidad me gusta la música que puede bailarse, pero también la música que puede congregarnos en comunidad. Me gusta ver las fiestas como una posibilidad de encuentro de una comunidad; este tipo de reuniones donde uno se junta para hablar de varias cosas. Bailas, bebes, pero siempre llega un momento de la fiesta en que terminas metido en la cocina platicando sobre “qué onda con las elecciones” o algo así.
¿Desde cuándo impartes talleres de poesía?
Comencé hace un poco más de diez años y he pasado por muchos lugares de la ciudad. Primero estaba en un café que me gustaba por allá en el centro, y por ahí caían personas… Estuve mucho tiempo en la librería Jorge Cuesta, y precisamente estoy regresando a dar un taller ahí, que es un espacio realmente mágico. En los últimos años estuve en una cafetería muy interesante que se llama Vocablo.
La verdad es que nunca me gusta presumir de quiénes han sido mis alumnos, pero he tenido alumnos a quienes les ha ido superbién. Tal vez no porque yo les haya dado clases ellos se hicieron magníficos escritores, pero sí formé parte de un proceso en el que ellos encontraron un camino para volverse magníficos escritores. Saber que ayudaste a alguien más joven que tú a encontrar un camino se siente muy padre.
¿Cómo se enseña a ser poeta?
Esta pregunta probablemente tendrá una respuesta bien problemática, porque tal vez quienes la escuchen van a decir: “Pues no, para qué me meto al taller de Mijail”. Pero tengo que contestar con la verdad. Tengo una maestría en escritura creativa por la Universidad de Texas, y ahí aprendí muchas cosas, no para enseñar literatura, pero sí para enseñar caminos hacia la lectura y la comprensión de la poesía. Entonces, mis talleres de poesía son trampa. Lo que enseñan, en realidad, y tú lo puedes haber notado cuando estuviste en el taller, son mecanismos para que los asistentes lean más poesía y se animen a enfrentarse a esa otra poesía que a lo mejor no habían leído; porque a lo mejor solamente habían leído a Benedetti, a Sabines y otros poetas que son más populares, y que son extraordinarios, como Gustavo Adolfo Bécquer, que yo amo y admiro muchísimo. Sin embargo, existe la idea de que la poesía es supermaldita y solo tiene que hablar de cosas que transgreden socialmente, cuando no hay en realidad transgresión de lenguaje. Entonces lo que hago en mis talleres es generar caminos y dar pistas a los asistentes para que entiendan distintas claves: de qué va la poesía… La poesía más moderna, la poesía experimental, la poesía de vanguardia, la poesía de posvanguardia y la poesía más contemporánea de manera general.
Hay un taller que se llama “Temas y procedimientos de la poesía contemporánea”, donde vemos cómo es la poesía escrita por mujeres, por ejemplo. ¿Por qué es importante? Ah, porque ellas tienen procedimientos distintos, porque tienen miradas distintas y abordan el poema desde coordenadas distintas. También hablamos en ese taller sobre los poetas en lenguas originarias, las poetas mujeres en lenguas originarias, los poetas chicanos, los poetas marginales que no son del centro del país, entre otros. Uno de mis objetivos en los talleres es mover al lector o escritor de poesía hacia otras coordenadas, donde incluso se pueda sentir incómodo por el poema. Esto significa que el poema está haciendo algo bien, te está sacando de tu zona de confort, y te está llevando por otro camino de entendimiento y conocimiento. Entonces no puedo formar (y creo que nadie) a poetas que no tienen la intención de volverse poetas. Por supuesto que el poeta va a ser poeta independientemente del taller que tome; pero, si tienes la fortuna de tomar un taller que te abre las puertas y te ayuda a encontrar hacia dónde quieres llegar, está muy bien. Para eso sirve el taller; no para hacerte poeta, pero sí para ayudarte en tu formación como poeta. Puede llegar a alguien que tiene muchas ganas de ser poeta, pero a lo mejor es flojo para leer o a la mejor no es valiente para entrar a ciertas formas de la poesía que le molestan o que le causan rechazo. Yo mismo sentí ese rechazo hacia algunas expresiones durante mi juventud, y ahora digo: “¡Cómo perdí tiempo sin leer a poetas que ahora me parecen superinteresantes!”.
Cuáles son las diferencias que encuentras como profesor entre la experiencia de un taller online y un taller presencial.
Los entornos digitales tienen otra textura, pero hay algo que se transmite en los gestos que también está en lo presencial y en lo virtual. En mi caso, lo que hago no es tanto corregir sino dar opciones y decir: “Tú haces esta opción en tu poema, pero tal vez convendría estas tres formas distintas de abordarlo, porque creo que no está llegando al entendimiento o al efecto que quieres causar”. En los talleres online, a través de pequeños elementos dentro de los gestos de los participantes, puedes sentir si hay alguna molestia o no. También lo da la práctica: mientras más estás en los entornos digitales, más puedes darte cuenta de qué está sintiendo el alumno. Y, bueno, tiene otras ventajas; por ejemplo, poder ver el poema al mismo tiempo a la hora de compartir la pantalla o, si a mí se me ocurre un poema, voy y lo busco rápidamente y lo pongo en la pantalla. Y en el presencial eso es complicado. La ventaja del taller presencial es precisamente esta posibilidad de diálogo extendido que no se tiene en lo digital.
¿Alguna vez pensaste que podías ganarte la vida como profesor de poesía?
La verdad es que nunca lo pensé, sin embargo, sí fue una decisión consciente. No solamente me gano la vida dando clases de escritura creativa, buena parte de mi ingreso claro que tiene que ver con mis talleres y asesorías individuales –porque también doy asesorías individuales a personas que quieren trabajar un proyecto–. He trabajado libros enteros con algunas personas. Por ejemplo, ahora mismo estoy trabajando con un chico un libro de poesía documental que está quedando fantástico. No porque yo le esté ayudando, sino porque él tenía algunas ideas y yo le ayudé a clarificarlas. Pero sí, mi decisión fue dedicarme a la poesía; entonces yo doy asesorías, clases, talleres… además de traducir y editar. En fin, hago una serie de cosas y todas tienen que ver con la poesía. Entre todas esas cosas, pues voy construyendo un ingreso. Es más divertido que ir ocho o diez horas a una oficina, pero también está lleno de incertidumbre. Sin duda hay una mayor libertad.
¿Cuál crees que sea la relación entre la poesía y las redes sociales?
Las redes sociales juegan un papel importantísimo para la difusión del arte y de la literatura, sobre todo aquellas tecnologías que están sustentadas en el texto, como pueden ser Twitter, Facebook, y algunas veces en Instagram y TikTok, donde –aunque son muy de imagen– el texto juega un papel importante. Todavía no sé, porque no me he metido tan a fondo, de qué manera están adaptándose formatos o géneros como el poema a propuestas mucho más diversas. He estado cerca de grupos de memes que trabajan esta idea de que el meme sustituye a la poesía, pero yo lo que creo es que el meme por momentos se llena de poesía, que el meme puede ser poema.
En ese mundo conceptual, el meme y el metameme y el postmeme pueden llegar a ser un poema: un poema visual. Por supuesto que sería un poema desde otros parámetros y con otros elementos de construcción. En ese sentido a mí no me espanta cuando dicen: “Es que este meme tiene poesía”, y sí, claro, puede tenerla. Creo que transmite a veces de manera mucho más eficiente un mensaje de disrupción poética, como en un poema tradicional; el meme lo puede lograr con herramientas de edición, con imágenes, gifs, scratches…
Estas imágenes pobres, que les llaman, estos clips pequeñitos de baja calidad pueden generar una reacción que en mucha medida te hace sentir como te hace sentir un poema. Y si a eso le agregas elementos de texto, y una reflexión al respecto de lo que el meme es, pues me parece algo muy rico.
No soy experto, apenas estoy mirando. He estado en algunos grupos de “memeros” –ni siquiera participando, solo escuchando y viendo la discusión–, y me parece muy interesante por dónde puede ir la deriva en los espacios digitales.
Tal vez ahorita que lo estoy explicando ya pasó de moda; lo complicado a veces de los entornos digitales es que esto va muy rápido. Sí creo que vienen cosas nuevas… e incluso yo, que tengo 45 años, probablemente ya no entiendo por dónde va la poesía más joven. Por ello soy muy cauto cuando viene alguien muy joven a mi taller; entonces el reto es ponerme a investigar esa visión del mundo que a lo mejor no estoy entendiendo por una cuestión de salto generacional.
¿Cuánto le ha aportado a tu carrera ser editor en Círculo de Poesía?
Me gustaría hacer un poco de contexto, para las personas que no lo conozcan. Círculo de Poesía es un medio digital especializado en poesía, una revista electrónica que empezó en 2008. O sea, ya tiene un poco más de 15 años.
Comenzó como un blog de poesía cuyos editores estaban algunos en Ciudad de México, pero quienes se encargaban del diseño y la programación estaban en Puebla. Los fundadores son Álvaro Solís, Mario Bojórquez y Ali Calderón. También estaban por ahí Jorge Mendoza, Rubén Márquez Máximo, Carlos Conde. Nos hemos ido sumando a este equipo Roberto Amezquita, que es una pieza muy importante en la edición, Andrea Rivas, y un montón de amigos de otras partes del mundo. Así fue como de alguna manera fue creciendo el proyecto hasta convertirse en una web literaria independiente, porque no recibimos ningún apoyo gubernamental de ninguna institución. Es completamente autogestión.
Entonces, a mí en lo personal me ha aportado la posibilidad de conocer la poesía del mundo, de saberme contemporáneo de mis contemporáneos, de saber que hay una poesía más allá de los espacios centrales culturales de la poesía en México, de los poetas que viven en Ciudad de México… gente que incluso vive en ciertas colonias de la Ciudad de México o que, de hecho, ya se fue de México y ahora vive en Europa, por ejemplo.
Círculo de Poesía diversifica la élite poética o literaria, y entiende que no solamente existen estos poetas consentidos por la hegemonía literaria, sino que hay poetas en Tijuana, en Yucatán, en Nayarit, en Chetumal. Toda esta posibilidad de apertura es lo que significó, o sigue significando, Círculo de Poesía para muchos autores que reciben, algunos de ellos, su primera oportunidad para publicar en un medio de gran alcance.
También aprendí la posibilidad de generosidad, de que si alguien me dice: “Oye, a mí me gustaría publicar en esa revista que es tan importante”, y yo respondo que no es tan difícil: manda tus poemas, los leemos, y si los poemas tienen una calidad –discutida entre varias personas– pues los poemas se publicarán. No importa que seas un poeta que tiene 16 años o un poeta que tiene 80 años y que no vive en la Ciudad de México o no vive en Monterrey, en Guadalajara o en Puebla, que diríamos son los espacios culturales con un desarrollo más visible a nivel nacional.
Si eres un poeta de Cali, de Medellín, o un poeta de Rosario, en Argentina, que no son espacios céntricos en esos países, también puedes ser publicado en Círculo de Poesía. Todo esto me ha dado la posibilidad de conocer a poetas extraordinarios que de otra forma no los hubiera podido conocer. La poesía es generosa.
Es muy satisfactorio, cuando pasan los años, ver a estos poetas que hemos publicado y que me digan: “Ey, pues mira, ahora va a salir mi primer libro” o: “Me fui a vivir fuera del país porque entendí que mi camino era la poesía, y publicando mi primer poema en Círculo… entendí ese camino”. Todo eso me encanta.
En la revista nos preguntamos quiénes son los poetas rusos actuales –incluso en estos momentos en que Rusia es un país tan estigmatizado por la violencia autoritaria de sus gobernantes–. Pues algunos de los poetas rusos actuales son anti-Putin, son antiautoritarios, pero mucha gente no se da el chance de preguntar qué escriben los rusos, ¿no? porque nos gana el discurso de la guerra a veces. Por eso la poesía es tan importante, porque la poesía propone discursos para la paz, discursos para el diálogo.
Hay una antología de poesía rusa que se llama Puente y precipicio, traducida por una muy joven poeta mexicana, Indira Díaz, que traduce de manera extraordinaria. Resulta interesante que los poetas que están en esa antología ni siquiera se conocían entre ellos, y se fueron a conocer en un libro mexicano. Igual pasó con los poetas chinos y con los poetas portugueses que traduje y editamos con Ana Rita Souza.
Te consideras poeta y traductor. ¿En ese orden?
Sí, en ese orden. Ejercí el oficio de poeta mucho tiempo antes que el de traductor y, aunque el de traductor me da una gran satisfacción, creo que no podría hacerlo si no fuera poeta porque lo que hago es esencialmente traducir poemas. Entonces traducir poesía es parte del oficio de poeta. Van muy agarrados de la mano, porque si tú eres un traductor conoces la lengua, pero si no conoces las reglas de versificación de esa lengua y no conoces tus propias reglas de versificación, métricas, figuras retóricas, o cómo funciona en el idioma el lenguaje figurado, pues va a ser difícil la traducción. En especial de poesía, que puede llegar a ser tan escurridiza.
Me llamaron la atención estas líneas de un poema tuyo: “Soy vulgar, estoy lleno de sentimientos vulgares, gusto de / la televisión, el comic, la pornografía –oh, hermosa / pornografía–, canciones populares y corridos que se / mezclan en la tornamesa de los complejos habitacionales, / ahí todos los excesos están saciados”. ¿Por qué el sujeto lirico de este poema considera vulgares esos gustos?
En ese tiempo yo estaba leyendo mucho a Arthur Rimbaud; este poeta me da un poco de ternura porque es un poeta muy joven, es un poeta de 20 años, más o menos. Había algo en Rimbaud que tenía que ver con la modernidad y su consideración de que era una época vulgar donde todo lo “aurático” –como también lo menciona Walter Benjamin– era desplazado por lo utilitario. Y, cuando Rimbaud dice que “hay que ser absolutamente modernos”, en realidad está diciendo hay que irrumpir en la vida moderna para cambiarla.
Todo esto lo envolvía para mí en esa concepción juvenil, por decirlo de alguna manera. En la vulgarización había una especie de democratización de las cosas, o sea, se democratizaban porque eran vulgares y estaban al alcance de la mano de todos –incluso la fama; mucho más ahora, que te puedes volver famoso en una semana.
Ese poema lo escribí cuando tenía entre 19 y 21 años; terminó en un libro cuando ya tenía 27 años. De hecho, ya cuando publiqué los poemas, pues sí me daba un poco de risa; no risa como burla sino una especie de sentimiento tierno. Me parece interesante haber escrito sobre estos temas en un tiempo donde precisamente estábamos experimentando esta masificación y un cambio de construcción de las personalidades a partir de los entornos digitales. Entonces para mí tiene este doble discurso… del mal gusto, pero el mal gusto entendido también como la posibilidad de molestar al poder.
Hace muy poco tiempo ganaste el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2023. ¿Esto ha cambiado de alguna forma tu vida?
Los premios son una posibilidad interesante. Primero, para hacerte notar, porque hay una atención mediática siempre que una persona obtiene un reconocimiento. El Premio Gilberto Owen es importante, con una tradición interesante, lo han obtenido poetas que yo admiro mucho, como Eduardo Langagne, Efraín Bartolomé, entre otros grandes. El premio lo que te hace decir es: “No me equivoqué, voy por buen camino”. De alguna manera es una reafirmación, un incentivo para no desfallecer y caer en la desilusión.
Es un galardón con una tradición que te coloca en un camino interesante de los reconocimientos; aporta una bolsa económica bastante sustanciosa, y te ayuda a tener un poco más de confianza en un mundo que es tan complicado.
En varios de tus poemas hablas de emigrar, incluso emigrar dentro de un mismo país. ¿La emigración te ha marcado como poeta?
Pues mucho. Si pienso en Contraverano, que es el primer libro que publiqué, pero el tercero que escribí, ahí ya hay muestras de un desplazamiento: aunque habla de Culiacán, es un libro que escribí en Ciudad de México. Luego escribí Trevas completamente en la Ciudad de México, pero pensando en el viaje. Tiempo después me fui a vivir a Texas, y vivía entre Texas y Tijuana. Mi libro más reciente, Memorial del desierto, precisamente el que obtiene el Premio Gilberto Owen de Literatura en el área de poesía, habla de estos desplazamientos entre Tijuana, Ciudad Juárez, El Paso y Ciudad de México. Luego viví también en Puebla, y actualmente acabo de regresar, hace poco más de un año, a vivir a la Ciudad de México. Me ha gustado la posibilidad de entender la vida como un desplazamiento, aunque puede llegar a ser bastante cansado, sobre todo cuando tienes bastantes libros. Mudar bibliotecas es el peor negocio que uno puede tener.
¿Qué libro estas leyendo ahora mismo?
Ahora mismo estoy leyendo Versópolis. Nueva poesía europea de Adalberto García López, que es muy interesante porque es la nueva poesía europea. Estoy releyendo El sin ventura Juan de Yuste de Alí Calderon. Mi amigo Iván Cruz me regaló Isla de raíz amarga, insomne raíz de Jaime Reyes, y también lo estoy leyendo. Estoy leyendo a Néstor Perlongher, la poesía reunida. Estaba releyendo este libro que se llama Carnívora de Karen Cano, una poeta que conocí en Ciudad Juárez y que es estupenda. Volví a leer para el 8 de marzo a poetas como Elena Méndez de Culiacán, con su libro Clandestina, y a Carmen Berenguer, que es una poeta chilena extraordinaria.