La película La selva oscura (2024), dirigida por la uruguaya Lucía Malandro y el cubano Daniel Delgado Saucedo, miembros del colectivo Archivistas Salvajes, es uno de los once títulos que integran el “Panorama de cortometrajes internacionales”, exhibidos del 8 al 20 de abril de 2025 en el 43º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, bajo el auspicio de la cinemateca de esa nación sudamericana y el apoyo de la Agencia del Cine y el Audiovisual del Uruguay (ACAU).
La selva oscura comparte programa con obras provenientes de China, Reino Unido, España, Estados Unidos, Lituania, Países Bajos, Perú, Argentina, Uruguay, y llega por tercera vez a los cines de América Latina tras haber sido proyectada en junio de 2024 en salas mexicanas durante el 14º Festival Internacional de Cine UNAM, FICUNAM, como parte de la sección Umbrales de su Selección Oficial. En octubre siguiente, mereció la Mención Especial del Jurado de Cortometraje Latinoamericano del 31º Festival Internacional de Cine de Valdivia, FICValdivia, de Chile.
El relato urdido por este prolífico dueto de realizadores mixtura metrajes filmados por cineastas aficionados cubanos durante los años ochenta e inicios de los noventa en los territorios de la provincias de Villa Clara y la antigua La Habana –actualmente dividida en Mayabeque y Artemisa–, que han sido rescatados, digitalizados y preservados por Malandro y Saucedo junto al también cineasta Josué García y el investigador Fabio Quintero, los otros dos Archivistas Salvajes, con la colaboración de la Escuela de Cine Elías Querejeta –Elías Querejeta Zine Skola, EQZE– ubicada en el País Vasco.
Además de nutrir el proyecto “Los subterráneos: Archivo de Cine Amateur Cubano”, que busca conservar, sistematizar, completar y visibilizar todo el patrimonio fílmico gestado por cineastas cubanos ubicados al margen de la institución cine, previa y posterior a 1959, los Archivistas también buscan dialogar creativamente con estas imágenes en movimiento, reformulándolas, transmutándolas, incluso impugnándolas. De este proceso apropiativo resultan películas como la referida, y títulos previos como Tartessö’s Dune (2023), escrita y dirigida por Josué García, con guion de montaje a cargo de Daniel Delgado Saucedo.
Entre las sombrías honduras de su selva fílmica, Malandro y Saucedo entretejen los fragmentos de las películas documentales La cruz de mayo y Una tradición centenaria, dirigidas por Miguel Secades y Miguel García, en 1984 y 1990, respectivamente, bajo el sello del Cine Club Cubanacán, de Villa Clara, así como de la surrealista Cuarta dimensión (1993) de Roberto Macareño y Noel González Foyedo, miembros del Cine Club “Evaristo Herrera” de Bejucal, además de imágenes inéditas hasta el momento, filmadas por Sorelio Hernández, Pucho, integrante del mismo grupo, durante las ceremonias funerarias masivas oficiales de la conocida como Operación Tributo, organizadas en diciembre de 1989 a todo lo largo de la nación.
En el seno fílmico de La selva oscura se encaran y colisionan, cual suerte de convergencia renuente pero orgánica, dos mundos divorciados por decreto, dos territorios divergentes de una nación y una cultura sajadas por políticas que, bajo la presunta radicalidad revolucionaria de sesgo social(ista), (mal)ocultaban una estrategia de desarraigo, fragmentación y hegemonía, poco menos que coloniales.
La hierática solemnidad que emanan las imágenes del funeral de Estado múltiple que buscaba glorificar la intervención militar cubana en Angola desde el enaltecimiento de los soldados muertos en combate, exhibidos y fetichizados en un verdadero carnaval necrológico, contrastan con el expansivo, catártico y resiliente paganismo de ceremonias místicas afrocubanas –condenadas a la eterna proscripción por las diferentes hegemonías ideológicas que han primado sobre Cuba.
El “día” luctuoso, en el que las interminables filas de personas uniformadas y uniformes avanzan con azorada lentitud hacia los féretros custodiados por fuerzas militares y policiales, se contrapone a la “noche” vertiginosa, vivaz, en que los cuerpos arrebatados sacuden la realidad para que los seres del más allá, santos, orishas, espíritus, ancestros, acudan a dar testimonio de lo trascendental, y para ayudar a sus fieles encarnados en el tránsito por el valle de lágrimas.
Los espacios públicos ergo oficiales, plazas, funerarias, instituciones, en que yacen los restos humanos homenajeados, aparecen como antípodas de las viviendas angostas, recónditas, casi clandestinas, que se ven abarrotadas por multitudes en trance, desbordadas, sumergidas en sus palpitantes rituales.
Los rostros cerosos, en los que la indiferencia apenas si consigue enmascararse tras el respeto y el fervor exigidos por decreto, difieren de la compleja cartografía de la fe que en cada faz tiene un jalón expresivo, intenso, entregado a un éxtasis legítimo; discutible y cuestionable como todo gesto humano, pero sincero en esencia; el reflejo condicionado, fomentado por el instinto de supervivencia y el miedo, versus la expansión vital de maneras de comprender el mundo y comprenderse en él. Maneras de alabar misterios de los que se es parte y no víctima.
La selva oscura deviene alegoría tensa de la confrontación entre el espectáculo y la representación, así como de la disonante contraposición del carnaval ideológico (o la ideología carnavalizada) y la mitopoética popular orgánica. Ambas corrientes de sentidos transcurren a lo largo de la historia de las sociedades en un precario paralelismo que colapsa con frecuencia, generando contiendas, dolor y más muertes aún. Y se alternan las más de las veces en los roles de rito marginador y rito marginado, en un uróboros viciado.
Vacío y trascendencia. Sumisión y fe. Militancia y convicción. Hipocresía y sinceridad. Miedo y amor. Representación y libertad. Represión y resistencia: la película de Malandro y Saucedo es un denso jardín de contradicciones que se bifurcan, se repliegan, expanden y devoran. La autofagia nacional. Cuba caníbal. Cuba saturnina. Cuba purgatorial. Cuba resucitada. Cuba mistérica.
La revolución de 1959 buscó imponerse en el archipiélago a partir del descoyuntamiento violento y la destrucción exhaustiva de un entramado cultural que se alzaba como principal resistencia a la restructuración de las lealtades y los paradigmas nacionales. Así lo requería el nuevo poder, con propósitos totalitarios muy poco disimulados desde sus primeros años. La memoria, la fe y la cultura eran pilares que derribar, y sobre sus restos buscaron alzarse los fundamentos indiscutidos del Nuevo Testamento promulgado por Fidel Castro.
La amnesia o reseteo cultural masivo allanaría el camino para el nuevo proceso de colonización endogámica. Las estrategias de dominación simbólica del régimen priorizaron el desprestigio y la proscripción de las tradiciones que no se prestaran para una conveniente instrumentación ideológica, como, por ejemplo, sucedió con las guerras de independencia decimonónicas, pero sin enfatizar, por ejemplo, en el rol decisivo de la masonería en su desarrollo.
Se buscó (¿se busca?) usurpar la espiritualidad para convertirla en herramienta oficialista, sustituyendo deidades y credos bajo el pretexto desarrollista esgrimido desde la postura del materialismo científico marxista-leninista, fallidamente instituido como filosofía estatal y partidista.
La fe es la mayor enemiga y la mejor aliada del poder. Es una potencia en sí que puede destruir y consolidar por igual a los regímenes. Es esquiva, resiliente, eterna, inevitable. Toda ofensiva contra la fe fracasará. Es como la vida, que encontrará siempre nuevos cauces cada vez que se levanten obstáculos ante su discurrir.
Alternados a fuerza de montaje por Lucía Malandro (también a cargo del diseño sonoro), los dos cortejos, el fúnebre y el espiritual, el propagandístico y el trascendental, el artificial y el orgánico, van sumiéndose en una insondable y climática oscuridad en que parece yacer el misterio nacional. En sus entrañas se diluyen estos dos estratos. Quizás se fusionen en una definitiva alquimia conciliadora. Quizás estalle una final y aniquiladora batalla que los diluirá en un gran mar de sonido y furia.
¿Después de las construcciones y contradicciones culturales qué existe? Lo innominable, lo inmarcesible, lo permanente, lo indescifrable. Las realidades hegemónicas y resilientes del poder y los cultos religiosos cubanos terminan subordinándose a una majestad insinuada por el breve pero disruptivo fragmento de la película Cuarta dimensión, que se alza como el tercer vértice de un triángulo esotérico disimulado hasta el último momento. La selva oscura se revela entonces como una trinidad o un ritual fílmico trinitario, en vez de solo una danza guerrera entre opuestos irreconciliables, un dualismo emponzoñado. La muerte muere en este punto.
Con el propio título de la película, Malandro y Saucedo parecen también proponer un camino inverso al de perturbado Dante en la Commedia, quien al inicio se reconoce extraviado en una selva oscura, y para escapar necesita recorrer y sobrevivir al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Los cortejos registrados por Secades, García y Hernández, y la nación que late en estos, parecen haber recorrido ya muchas veces estos predios. Necesitan desesperadamente perderse en las ambivalentes penumbras del monte para experimentar una muerte nacional y total que culmine en un renacimiento luminoso como la espada angélica que se divisa al final.