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El reino (que no es) de Dios. Conversación con la cineasta mexicana Claudia Sainte-Luce

La cineasta estrena en las salas mexicanas 'El reino de dios', una película protagonizada por un niño con dudas existenciales y rodada en Tlalixcoyan, su pueblo natal, en Veracruz.

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Y Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo…”
Juan 18:36

Aunque erróneamente, al filósofo griego Epicuro se le atribuye una famosa paradoja que tiene solo dos salidas: si el mal existe, no hay Dios o, simplemente, este no puede ser omnisciente, omnipotente y omnibenevolente. Este intuitivo problema lógico, que ha acompañado a la humanidad casi desde los orígenes del monoteísmo, es el planteamiento que orbita implícitamente la historia de Neimar, un niño de un pueblito muy devoto llamado Tlalixcoyan, en Veracruz, México.

A la soledad de la niñez precaria y difícil de Neimar, apenas oculta por la dinámica diaria de sus travesuras y juegos infantiles, se suma otra más existencial: la posibilidad de la ausencia de ese Dios bueno y justo que le enseñaron a adorar. A través de él, la vieja paradoja se reescribe en esta pequeña comunidad semirural. Si el mal –entendido como sufrimiento– se hace presente de formas tan terribles como la muerte de los inocentes, y de otras más disimuladas (pero no menos horrorosas) como la pobreza, solo hay tres salidas: no hay demiurgo; y si lo hay, no puede ser omnisciente, omnipotente y omnibenevolente; o puede que, simplemente, los pueblos como Tlalixcoyan, quién sabe por qué razón, han sido desterrados de su “reino”.

Neimar, un personaje entrañable como pocos, interpretado magistralmente por Diego Armando Lara Lagunes, es el protagonista de El reino de Dios (2022), cuarto largometraje de la cineasta veracruzana Claudia Sainte-Luce, nacida, por cierto, en Tlalixcoyan. Después de un exitoso estreno en el Festival Internacional de Cine de Berlín y de obtener cinco galardones en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (Mejor Película Mexicana, Mejor Fotografía, Mejor Actor y Mejor Dirección), el filme estará disponible en varias salas de cine de México a partir del próximo 10 de octubre.

Claudia Sainte-Luce, conocida también por obras como Los insólitos peces gato (2013), ofrece con el El reino de Dios ese tipo de película que se resiste a desaparecer en esta era de la industria cinematográfica donde casi todos buscan un blockbuster construido a golpe de fórmulas narrativas agotadas y algoritmos como los que rigen las plataformas de streaming. Su historia y sus recursos estremecen y enternecen por igual. Es la vida tal y como es, con lo universal subyaciendo en lo local, las profundidades de lo aparentemente común, la epicidad invisible de las simples cosas.

¿Por qué contar esta historia? ¿De qué inquietudes o deseos nació?

Fue porque creo en Dios, y en el momento de la decisión estaba muy enojada con Él.

¿Eres una devota religiosa, feligresa de misas?

No, no creo que Dios sea como ese señor de Los Simpsons vestido de blanco. Creo en él por lo maravilloso y complejo de todo lo que existe.

¿Y a qué se debía tu enojo?

Surgió porque llevaba dos años con mi papá en cama. Mi papá solo podía mover un dedo, y el día que murió tuvo que soportar 18 horas de agonía, aguantando y aguantando. Y me dije: “Si hay algo divino ¿por qué pasan estas cosas? Si creo en Él ¿por qué no hizo que aquella agonía fuera, al menos, más corta? ¿Por qué hay gente jodida y otras no?”. Pensé entonces que Dios debía ser muy clasista. A veces le paso que sea así, pero en ese momento no lo hice porque la situación era demasiado extrema.

Luego sentí que esos pensamientos eran infantiles, como los de un niño; como los del niño protagonista de la película. A Neimar le prometieron en la primera comunión que un sujeto iba a bajar a hablarle, que iba a sentir su presencia, que iba a tener una experiencia mágica. La vida muchas veces es cansada y monótona, pero cuando te ilusionan con que hay algo mágico, puedes pensar que también es bonita y divertida. Y cuando la ilusión se rompe…

Además de ese coraje, estaba enojada porque cada vez es más difícil hacer películas. No me daban ningún fondo para mis proyectos y me preguntaba para qué me dedico a esto del cine. Si lo importante es el éxito, pues ya, mejor preguntarle a un algoritmo, que es más fácil en estos tiempos.

¿No has estado tentada a hacerlo?

No. Aunque consigas mucha plata así, el alma como que se seca.

¿Y cómo tradujiste ese enojo en esta película?

Estaba la pandemia, pero busqué a un grupo de personas que creen en mí para lanzarnos a mi pueblo a hacer esto. No sabía cómo iría la filmación, pero quería sacarme lo que llevaba encima.

En la peli, Neimar es esa niña enojada que era yo. Su historia la escribí como una escaleta, no como guion, y me arriesgué a hacerlo así. Ya sabía que mi sobrino sería el protagonista porque se parece en muchas cosas a mí de niña. Fui por el pueblo diciéndole a la gente que hiciera este y aquel papel, e iba ensayando con ellos para que se soltaran. No creo que un actor tenga que ir a Rusia a estudiar el método Stanislavski. Actuar es cosa de quitarle capas a la cebolla y poder relajarse para mostrar ese campo afectivo que tenemos.

Como en todo buen relato, siempre hay otro subyacente, paralelo. Y en El reino de Dios el pueblo de Tlalixcoyan a veces se deja ver como un personaje más, con sus dinámicas, su cotidianidad y los pequeños conflictos que uno puede imaginar en su día a día. Pienso, por ejemplo, en esa afición por las carreras de caballo. ¿Pensaste en elementos como este al momento en que hiciste la escaleta?

Sí. Mi primo, por ejemplo, es parte de los carrereros de Tlalixcoyan: gente que se junta para apostar a las carreras de caballos cada sábado y domingo. Él tiene sus caballos y apuesta, y sus amigos también. Cuando estrené la película en Alemania, me mandaban mensajes que decían: “qué bueno que los carrereros estemos allá, en Berlín”.

Yo quería mostrar todo lo que tiene mi pueblo: las limpias, los carrereros, la ausencia de la figura paterna en las familias, incluso al personaje de Elías. En la película, Elías es un chico que saluda a Neimar siempre que este pasa vendiendo sus tamales. Pues ese chico existe y tiene Síndrome de Down. Yo crecí viéndolo y es como lo reflejo: parado en la ventana, diciéndole “buenos días” a todo el que pasa.

Como decías, los personajes están interpretados por la gente del pueblo, y no en todos los casos hacen de ellos mismos. ¿Cómo es trabajar con actores no profesionales, gente que nunca ha estado en un set de filmación ni frente a una cámara?

Eso tiene algo muy bueno, y es que no hay ego. Es más fácil acceder a su campo emocional. Ellos no se juzgan. Los actores no profesionales se permiten jugar. Para mí, actuar es jugar a ser otra persona, con cosas tuyas, obviamente.

Pero se supone que los actores profesionales hacen justo eso…

Los actores profesionales muchas veces son rígidos. Muchos sobrepiensan el papel y por eso lo que hacen es imitar al personaje sin dejar que este habite en ellos. Los actores, generalmente, usan más la cabeza que las emociones, cuando lo que tienen que hacer es emocionar.

Por supuesto, en el rodaje puede tener sus complicaciones. Pero fueron pocas. Por ejemplo, los niños solían cansarse y por eso filmaba de a poquito. Cuatro horas en la mañana, en lo que sale el sol, hasta que el calor era abrasante. Luego seguíamos a las 5 de la tarde hasta que anochecía.

¿Cómo fue recibida la película?

El estreno fue en Berlín, cosa que yo no me esperaba, pero mi marido, que es el productor, la metió al festival. La primera proyección que tuvo allá fue con puros niños entre 8 y 15 años.

¿Con niños? Es decir, no es una película infantil específicamente…

Pero así fue, pues la película estaba en una sección que se llama Generation. Como el protagonista es un niño, la pusieron ahí. No me lo esperaba, la verdad. Lo curioso es que, cuando acabó la presentación, los niños comenzaron a hacerme preguntas como por qué tomé la decisión de que muriera el caballo o qué significaba Dios para mí… Unas cosas bastante elevadas para que las pregunten niños, creo.

La segunda proyección fue en mi pueblo. Organizamos lo que pudimos, pero no teníamos los recursos adecuados. Fue en el salón social de Tlalixcoyan, donde se hacen las bodas, las fiestas de quinceañeras, las tomas de gobierno. Desgraciadamente, se veía y escuchaba mal. Justo ahora se va a poder ver bien, y en el pueblo están organizando camiones para que la gente vaya al cine. En Tlalixcoyan no hay cine. A duras penas conseguimos un OXXO.

¿Cómo fue el proceso de realización?

Bajo una sensación térmica de 46 °C, sin dinero, comiendo todos los días masa y frijoles, con un personal bastante acotado. Hubo que lidiar con las personalidades de cada uno para que no se resintieran tanto. Unos se quedaban a dormir en cuartos con ventilador y otros con aire acondicionado. El aire acondicionado se rifaba. Y la peli la hicimos con el dinero que teníamos mi esposo y yo. No había más. Cuando la acabamos, nos prestaron para la postproducción.

Sin embargo, pese a todos esos obstáculos, le fue muy bien.

Sí, le fue bien en Berlín, en Guadalajara y otros lugares. La gente me ha dicho que no parece una película de dos pesos. Pero eso se debe al excelente trabajo del fotógrafo y del sonidista. Luego, mi editor, que también es muy bueno, le puso un ritmo loquillo, cosa que ayudó mucho. Ellos tres hicieron que esta película sea grande.

Una de las cosas que me gustan del filme es su ritmo narrativo. Sin alejarse de la trama y el conflicto, es reposado y se detiene para contar el pueblo y los detalles de su vida y su composición. No cede a la tentación de la fórmula que exige, entre otras cosas, acción tras acción, drama tras drama.

El reino de Dios tiene escenas en las que parece que no pasa nada, pero que sirven para conocer bien al personaje. A veces, esto se logra con cosas sutiles. Por ejemplo, pensemos en la escena de alguien que está frente al mar. Puedes saber muchas cosas de esa persona por cómo lo plantees: si se mete al agua o no, si observa de cerca o a la distancia, si su mirada sigue a un barco que pasa… Esos detalles pueden decir mucho, aunque, técnicamente, no esté pasando nada. Creo que las cosas que más hablan de nosotros son las más sutiles. Sin embargo, en el cine hay una regla dictada por los estadounidenses, la de “hacer, hacer, hacer”. Pero un personaje se conoce mejor cuando se observa en su contexto, en su cotidianidad. A mí me gusta enajenarme en eso, aunque no siempre puedo hacerlo.

Hace poco dijiste que, como parte de ese enojo que te llevó a hacer la película, te preguntaste para qué seguir dedicándote al cine. Ahora, te pregunto ¿por qué decidiste entrar en él en un primer momento?

Comenzó cuando estaba en una prepa, que era lasallista, donde me hicieron exámenes de aptitud para ver si me inclinaba más hacia las ciencias, las humanidades o la medicina. Y salió que yo no servía para nada (todavía guardo ese test de recuerdo). Pero tenía una compañera que decía que se iba a estudiar cine a España. Me llamó la atención aquello, porque yo creía que el cine no se estudiaba; es decir, que los artistas no tenían formación y que solo habían sido tocados por Dios con un don, con una sensibilidad. Y como en esa época lo que quería era salirme de casa, empecé a buscar algo de cine. Lo hice por dedicarme a algo, y terminé haciendo el examen para entrar a una escuela en Guadalajara.

Pero tenías algún tipo de gusto por el cine ¿no?

Me gustaba como a cualquiera, pero no sabía nada de cine fuera de las películas que ponían en la tele. Los demás estudiantes hablaban de que Ciudadano Kane era la película que los había marcado y cosas así, pero yo ni esa había visto. Aun así, pasé el examen.

A mitad de carrera, un profesor, que era ruso y decía haber estudiado con Tarkovski, me dijo que no era buena. “Estás joven, todavía puedes casarte”, me dijo. No me sentía bien allí, aunque aprendí muchas cosas de escritura gracias a Arturo Arango. Finalmente, regresé a la Ciudad de México para trabajar de segundo asistente de dirección, y en eso estuve cuatro años.

Supongo que de ese trabajo aprendiste muchas cosas de cómo se logra una filmación.

Bueno, en realidad era como ser criada de los actores, pero sobre todo de las actrices. Mi trabajo era tenerlas tranquilas, llevarles el café de Starbucks y así. Un día me aburrí y empecé a actuar. Pero no fue nada fácil, porque no me alcanzaba para vivir. Creo que fueron casi dos años los que pasé siendo actriz y mesera. Luego empecé a ser asistente de Paula Markovitch, quien fue mi maestra de guion y me ayudó mucho. Trabajé con ella en una película y después escribí mi primer guion.

reino dios | Rialta
Fotograma de ‘El reino de dios’, Claudia Sainte-Luce dir., 2022

Y ese guion fue nada menos que Los insólitos peces gato, una película que recibió numerosos premios y elogios. En el mundo de la industria del cine, tan lleno de pastiches comerciales, pudiste iniciar tu carrera como directora haciendo la película que querías hacer, la que escribiste. Y creo que eso forma también parte de tu cine, que es TU cine. Ahora, qué temas te obsesionan, cómo es ese proceso de iniciar un proyecto enteramente tuyo.

Lo primero que cualquiera suele hacer es hablar de sí mismo, pero eso, la mayoría de las veces, no es interesante. No a todos nos pasan cosas que vale la pena contar. Pero sí creo que, al menos en mis películas, siempre digo algo que obsesiona y me da ansiedad. Claro, sé que debo hacerlo de una manera interesante, y es ahí donde entra la ficción.

En El camino de Sol hay una mujer que pierde a su hijo. Yo no tengo hijos ni he perdido uno, pero sé lo que es estar en un psiquiátrico, sé qué se siente que nadie te crea. No es que quería hablar de eso cuando la escribí, pero es inevitable que en tu obra salga aquello que te obsesiona. Luego hay gente que me pregunta si las películas están basadas en mi vida, pero mi vida no es tan interesante como para convertirla en una peli.

De Los insólitos peces gato confieso que no quería hacerla porque estaba insegura. No soy de esos directores que dicen en las entrevistas que nacieron con la cámara pegada al ojo o que siempre se vieron en la alfombra roja de los Oscar. Solo la hice porque mi maestra Paula Markovitch me dijo que el guion estaba bien y que lo metiera en una convocatoria para buscar fondos. Cuando gané los fondos, me encerré dos meses a deprimirme porque era dinero público. Si la hacía mal, era como malgastar el dinero de todos y no podía hacer ese ridículo. Suena tonto, pero tenía esa presión y nunca había dirigido en mi vida. 

¿Piensas en el recibimiento de la película cuando empiezas a escribirla o rodarla?

Todos deseamos que a los demás les guste nuestro trabajo, pero eso no significa que piense en cómo será recibida o cómo se va a vender. Si piensas en eso, ya tienes la mente en otro lado. Cuando empiezo a escribir, cuento lo que quiero y ya. Y, como son mis proyectos, no tengo a nadie jodiendo con que debo meter a tal actriz o tal trama.

Con Los insólitos peces gato me decían que la peli podía ir a Cannes y que estaba a la altura de ser proyectada aquí y allá. La industria juega con tu ego y, al final, establece que si no entras en este o aquel circuito no serás buena. A la película le fue muy bien y me invitaron a muchos sitios, pero eso lo viví como un fantasma.

La segunda película (La caja vacía) no tuvo ese éxito. En ese momento me convertí en la típica cineasta que hizo su one-hit wonder. Pero a mí me gustó. Habla un poco de mi relación con mi papá, un tipo alcohólico que no conocí, pero con quien pude hablar en sus últimos días. Y aunque no tuvo la aceptación de la anterior, está bien, no pasa nada. ¿Para qué es la vida si no es para probar? Todo eso me enseñó que no puedo hacer las cosas para agradar a la gente, que no puedo escribir una peli pensando en colocarla en una plataforma, que no puedo estar comparándome con otros. No me interesa agradar a las grandes masas; no me interesa el público Marvel, Sony o Warner. Si mis películas tocan a una persona, estoy satisfecha. Me quedo tranquila con eso y con que todas mis historias las cuento siempre de la manera más honesta.

DARÍO ALEMÁN
DARÍO ALEMÁN
Darío Alemán (La Habana, 1994). Periodista y editor. Graduado de Periodismo por la Universidad de La Habana. Ha trabajado como editor en la Revista de la Universidad de México. Es reportero de la revista El Estornudo y colaborador en varios medios cubanos y extranjeros.

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