I’m freezing
I’m burning
I’ve left my home
Soft ache, me
Earth shaking
I feel alone
Is it cold in the water?
“Is it cold in the water?”, canción de Shopie
“El muchacho del cuadro se llama Kai, como el chico secuestrado por la Reina de las Nieves. Está llorando. Llora solo, de espaldas al mar, mientras escucha Pull Marine de Isabelle Adjani. Contempla su reflejo en el agua y se aferra a un trozo de hielo azul cobalto. Es una lagrima fosilizada. Una estalactita que se derrite en la palma de su mano”, así evoca Enzzo Hernández, de manera autorreferencial, el cuento de hadas de Hans Christian Andersen “La reina de las nieves”en la hoja de sala de la exposición bipersonal Catorce glaciares y una palmera en llamas, montada en Delirio Estudio-Galería de La Habana. Una invitación a reflexionar de manera sosegada sobre la fragilidad y la vulnerabilidad.
Como bien señala Enzzo Hernández, Laura Sofía Thorrez y José Ángel Nazabal son artistas con una sensibilidad íntima, centrada en el sujeto, en lo personal y lo autorreferencial, que observan con cierta indiferencia los grandes discursos nacionales que han saturado por décadas el panorama cultural cubano. Frente a esa herencia, ellos se refugian en lo individual, en lo pequeño, en lo inconfundiblemente propio. Como una palma solitaria o un iceberg a la deriva, se sostienen majestuosos y aislados, sin renunciar a su magnetismo. Nadie puede negar su efecto: ambos se erigen en medio del mar y del bosque, distintos pero firmes, como entidades que brillan en su propia temperatura.
Ice cold eyes
Melting at the sight
Of refracted light
In the humidity
Of my evaporating tear
“Solid liquid gas”, canción de Eartheater
La disposición museográfica amplifica ese diálogo entre soledad y comunión. El espacio de Delirio Estudio-Galería, con sus múltiples salones y su pasillo central, puede ser caótico y difícil a la hora de estructurar un relato curatorial líneal tradicional. Pero los comisarios de Ona Galería son cualquier cosa menos típicos. La muestra logra articular una armonía dentro del desorden. Hay un orden afectivo, un caos organizado que rehúye la linealidad narrativa para proponer una geometría polisentimental, como diria la banda Fangoria. Las obras se agrupan en núcleos temáticos y emocionales que dialogan entre sí sin perder continuidad. Es una museografía no euclidiana, de pasillos curvos y sentimientos superpuestos, donde el relato visual avanza por intuición y no por lógica. Como si uno de los espacios sentimentales de Nazabal hubiera sido materializado en la galería, la disposición prioriza los afectos sobre los efectos, las emociones sobre la racionalidad del discurso expositivo.
El pasillo central acoge una serie de obras de pequeño formato creadas de manera conjunta por ambos artistas. En ellas, sus estilos se entremezclan de manera casi indistinguible, generando un lenguaje híbrido que parece nacido de un mismo pulso. Como un gabinete de curiosidades, estas piezas forman una colección de sensaciones y anécdotas visuales que condensan la intimidad compartida de los autores. Desde unicornios tatuados hasta edificios imposibles, las imágenes parecen emerger de un sueño común, un inconsciente colectivo en miniatura donde conviven lo lírico, lo anecdótico y lo sonoro.
There’s something moving under
Moving under ice through water
Trying to (it’s me)
get out of the cold water (it’s me)
Something (it’s me), someone help them
“Under ice”, canción de Kate Bush
Dentro de ese universo compartido, Laura Sofía Thorrez exterioriza su subjetividad. Todo parece suspendido entre el estado sólido y el líquido, entre la transparencia y el reflejo. Lo íntimo se desborda hacia afuera: su interior se filtra en la atmósfera de la obra, como una copa que se derrama sin remedio. Estas pinturas son quizás las más introspectivas y místicas de Laura hasta el momento.
Su paleta atraviesa un momento frío, oscuro y reflexivo. Los personajes, de cabellos largos como hojas de palma, se muestran más solitarios y contemplativos que nunca. Las aguas de Laura, ya sean líquidas o heladas, son su territorio natural: ella es, sin duda, la maestra de la textura acuosa. Hay deseo y nostalgia en sus obras, una tristeza que se expresa incluso a través de los objetos más triviales, como un mp3 de los años 2000s. En sus manos, cualquier baratija puede convertirse en un relicario emocional. Figuras de cristal, conchas, pequeñas joyas, objetos domésticos: todo cobra un peso simbólico que oscila entre lo kitsch y lo espiritual. Su mundo vibra entre lo tangible y lo etéreo, entre el objeto y la atmósfera que lo rodea.
I feel a high tide in my eyes
Brimming at the sight of you
I feel a high tide in my chest
Ready to flood this house
“High tide” canción de Eartheater
José Ángel Nazabal, en cambio, construye desde el silencio y la contención. En medio de espacios amplios y vacíos, habita siempre un sujeto íntimo, recogido en sí mismo. Sus obras evocan la estética de la polaroid: imágenes que condensan el instante y lo convierten en nostalgia. Los hombres que retrata son frágiles como las sirenas de cristal de Laura, pero su fragilidad es resistente. Están heridos, pero sin miedo. Han caído antes y se han levantado con las rodillas raspadas, con la piel marcada, pero aún de pie.
Arquitecto de formación, Nazabal explora el cuerpo como territorio y la piel como mapa. La superficie corporal se convierte en espacio construido, en papiro donde inscribir amores, recuerdos y heridas. A través de sus acuarelas de gran formato, articula un entorno íntimo donde sus personajes desnudos habitan sin pertenecer del todo a ningún lugar. Son cuerpos suspendidos en la melancolía, ajenos al tiempo y al contexto, que observan con calma al espectador. No invitan a la acción, sino a la contemplación, a la confrontación silenciosa con la propia vulnerabilidad. Las manchas del agua recorren sus cuerpos como huellas del tiempo, como si la humedad misma participara en la construcción del sujeto. En esos rostros de ojos rojos, tristes y sabios, la juventud se confunde con la experiencia.
This frozen white is home to me
It seems like someone’s watchin’
And real love made me scared
It’s under my skin
“Ice”, canción de Lorn
Entre Laura y José existe un espejo emocional. Ella lo muestra todo, se desborda; él guarda el mundo dentro de una pupila. Mientras Laura traduce su nostalgia en objetos que brillan, José la condensa en miradas que callan. Las obras de ella son un inventario de baratijas preciosas y figuritas de cristal perforadas por la ternura. Las de él, retratos silenciosos de jóvenes que miran al espectador o hacia algo más allá, por encima del hombro, hacia un punto invisible. Ambos transitan la melancolía desde lenguajes distintos, pero con un mismo pulso interior.
La fragilidad, hilo conductor de toda la exposición, se manifiesta en ambos universos de manera simbólica y material. Está en los tonos azul hielo, en la cristalería kitsch de Laura, en sus peces suspendidos y sus sirenas de vidrio, en los cuerpos desnudos y vulnerables de José, en las miradas que se quiebran pero no ceden.
Todo parece congelado, duro, inmóvil. Pero el frío da paso al calor, y el calor derrite el hielo. Todo está congelado, sí, pero bajo el hielo, una palmera arde.







