Necio

Me había demorado en traer a esta criatura y sus subespecies porque el reconocimiento de su existencia, a estas alturas, es tan desolador que a veces uno prefiere darla por extinta. Hacer como si no existiera. Pero ahí reaparece a cada rato, en una escalinata universitaria o implicada en alguna intriga familiar para recordarnos cómo llegamos a la catástrofe que hoy vivimos los cubanos.
El necio es como un tubérculo plantado en su propia estupidez. Él mismo lo ha declarado: es necio, orgulloso de su ignorancia, de su incapacidad autoimpuesta de tolerar o cambiar. Hace tiempo se negó a sí mismo la posibilidad que nos hace más humanos: la de errar. Poco o nada se puede hacer con él; no ve, no escucha, solo entona consignas. El necio echó raíces en aquella creencia según la cual por amor se estaría hasta matando para, también por amor, seguir trabajando.
Nunca se permitió cuestionar si los métodos dantescos que requerían la construcción de su paraíso social no terminarían creando, efectivamente, un infierno. Y una vez condenado él mismo a varar en la oscuridad, no se puede cuestionar la equivocación que lo llevó hasta ese punto. Porque, admitámoslo, ¿quién está dispuesto a aceptar la humillación de haber invertido toda la vida en una mentira, de haber seguido a un tirano, y no a un mesías? ¿Quién está dispuesto a conceder la victoria a su enemigo político, o peor, a aceptar que ahora sea este quien lo venga a salvar?
Es así que, a falta de sentido común, se consuela en la nostalgia revolucionaria de alguna trova trasnochada, en la única verdad que le queda: la emoción. Prefiere seguir culpando del descalabro de su utopía a cualquier factor ajeno en una lógica invertida de efecto-causa. No es la naturaleza hipócrita del sistema, son los funcionarios corruptos; no es el aparato institucional hiperideologizado, son sus burócratas; no es la ley, son los que la aplican; no es la probada ineficiencia del modelo económico, es que la gente no se quiere sacrificar, no quiere trabajar. Y luego, no es todo este conjunto de absurdos, es un enemigo extranjero que ya ni el mismo puede nombrar sin un tono de hastío y vergüenza.
La evasión es el único recurso que le queda para mantener su orgullo. En su obstinación seguirá culpando al Imperialismo de todos sus males, aunque se haya partido el lomo trabajando, ya no como un obrero europeo del siglo XIX, sino como un esclavo de plantación… y ahora no tenga nada. Nada. Ni comida, ni una pastilla para el dolor de cabeza, y sobreviva solo gracias a las remesas de sus familiares asalariados de ese capitalismo enemigo, a quienes antes llamaba mercenarios.
Aquí hablo, claro está, de los necios de a pie. De esos a los que, por su jodida condición actual, indicio de algunita honestidad intelectual, les podemos profesar cierta compasión. A los necios de alcurnia, acuñadores mismos del término, millonarios a costa de himnos proletarios, juglares de dictadores, embajadores del comunismo caviar, no vale la pena mencionarlos. A esos su propia inconsistencia los anula y excluye de cualquier perdón. Esos que se multipliquen por cero, que en los tiempos que corren nadie se tomará ni el trabajo de arrastrarlos por sobre rocas. Ellos mismos cavaron en la historia su tumba moral.
El necio quizás se muera peor que como vivió. Es triste, pero lo entiendo. Es cómodo y seguro salvar la responsabilidad personal en los grandes relatos ideológicos que compraron al por mayor en la bodega.
Hay que ser muy valiente para asumir el libre pensamiento, para mantenerse susceptible a la contradicción que somos.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.


Lo mejor de Rialta, bar none! Qué edad más triste nos ha tocado, que una artista extraordinaria y bella deba dedicarse a las monstruosidades del mundillo asqueroso que nos tocó por patria. Make sense of the senseless. So sorry, Camila.
Un honor recibir tus comentarios, querido y admirado Nèstor! Un abrazo enorme siempre.