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‘Los filósofos’, de Daiyan Noa: viaje a la caverna cubana de las ideas

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Los filósofos (2025), segundo largometraje documental del realizador cubano Daiyan Noa (adoleCe, 2018), ofreció el jueves 9 de octubre una proyección para prensa especializada en el espacio alternativo del estudio-galería La Marca, en La Habana Vieja, mientras aún aguarda ser seleccionado por festivales que acojan su estreno mundial oficial.

Producido por el grupo creativo independiente La Covacha, y filmado, al igual que adoleCe, durante un largo período –casi un quinquenio, el más plúmbeo del siglo para Cuba, en atropellado corrimiento hacia el negro–, Los filósofos resulta una claustrofóbica historia de amistad, persistencia, resiliencia, desesperación y tristeza. 

El apartamento del director en el barrio San Agustín, municipio habanero La Lisa, única locación de la película, se convierte en caja de resonancia. Entre sus paredes, el propio Daiyan Noa, sus amigos Ricardo Martín, Yasser Rodríguez, Alexis Rodríguez, Yoel Ruiz –quien desde su exilio de Brasil “invade” constantemente el enclaustramiento– y Claudia Expósito, productora, codirectora de fotografía y pareja del director, contrastan y hacen colisionar ideas, vidas, ideas sobre la vida.  

Expósito comentó a Rialta Noticias que de cierta manera la película es hija de la censura artística: “Se cernía sobre nosotros el Decreto-Ley 349, que anunciaba que sería casi imposible filmar en Cuba. Un funcionario de cultura nos dijo que podíamos filmar dentro de la casa, retando nuestra creatividad. Pues esta película se rodó enteramente dentro de un apartamento de San Agustín, ciudad creada para ser habitada por el «Hombre Nuevo», y con el mínimo de recursos. Lo único que teníamos a mano eran nuestros teléfonos celulares y una grabadora zoom para captar una realidad que sabíamos impermanente”. 

Esta es quizás la primera película cubana de largo metraje filmada íntegramente con celulares. Notar que su rodaje inició antes de La flor de prángana (2025) de Jorge Molina, rodada con un iPhone 16 Pro Max.

Los créditos de Los filósofos no detallan nada acerca de las marcas, modelos o singularidades técnicas de los lentes de los teléfonos empleados en el rodaje. El realizador no busca suplantar la impecabilidad técnica de la cámara profesional, no se empeña en conseguir imágenes pulcras o primorosas. Su poética visual es la del desaliño orgánico, una posible, desafiante y muy oportuna reinterpretación del “cine imperfecto” que preconizaba Julio García Espinosa. 

La imagen “sucia”, clandestina, azarosa e irregular que caracteriza Los filósofos resume su esencia discursiva, sublima sus postulados de resistencia, premura y desafío. Sobre todo, es una imagen oportuna, un archivo instantáneo que puede servir a Noa y Expósito –y a muchos cubanos– para comprender las violentas mutaciones que experimentaron –experimentamos– junto a Cuba, en el último sexenio. Y sobre todo comprenderse –comprendernos– en pleno vórtice. 

Claudia Expósito aclaró que usaron el archivo –entendido como documentaciones gestionadas sin el objetivo primario consciente de trenzarlas en una película específica– “muy poco en esta película, solamente en las secuencias de introducción; un archivo que habla de la comunidad y el placer de estar juntos y celebrar la vida”. Pero razonó de inmediato: “El registro puede haberse convertido en archivo porque el proceso de filmación duró cuatro años, precisamente por la falta de fondos y la imposibilidad de hacer un plan de rodaje”.

La crisis cataliza la creatividad. El lenguaje cinematográfico delata una y otra vez su potencial infinito para sortear vetos, convirtiéndolos en “obstrucciones” propiamente fílmicas, que espolean el ingenio y provocan soluciones óptimas. El lenguaje se convierte en alegoría pura. 

En el horizonte inmediato se alza la obra ejemplar del cineasta iraní Jafar Panahi, quien desde 2011, con Esto no es una película (In film nist), reformuló radicalmente sus modos creativos para adaptarse a las férreas prohibiciones que le impuso el régimen islámico para evitar que siguiera haciendo cine.

“Teníamos que filmar poco, por falta de almacenamiento, entonces Daiyan encendía el móvil, o yo, en momentos que creíamos podrían ser relevantes”, cuenta Expósito, subrayando así la precisión y la sagacidad de ambos como dueto creativo para articular un retrato grupal, o más bien tribal, que alcanza poderosas connotaciones nacionales –sin renunciar a la intimidad.

“La película se fue encontrando a sí misma en montaje”, explicó a Rialta Noticias la productora. “Debimos haber armado unos nueve cortes, que fuimos mostrando a algunos amigos. Los feedbacks fueron de crucial importancia para el proceso de encontrar la mejor manera de contar esta historia. Hasta que enviamos un corte al Premio PM de INSTAR. No ganamos el fondo, pero Rafael Ramírez, uno de los cineastas cubanos que más nos gusta y respetamos, pidió darnos una asesoría. Este fue el impulso final, el empujón creativo que nos hizo encontrar el corte que nos satisface mucho”. 

“Ya con el corte definitivo, no encontramos presupuesto para la posproducción”, continuó Expósito. “Pero con fondos propios y préstamos de amigos pudimos darle el empaque final. La corrección de color y la post de sonido elevaron esta íntima historia a la escala de producto artístico”.

En el retazo de vida personal y nacional registrado por los teléfonos móviles de los realizadores tienen lugar diversos puntos de inflexión tanto para los personajes –crisis existenciales, desempleo, depresión, rupturas sentimentales, reinicios de vida, muerte– como para la nación que sitia la casa, que la anega con ecos de censura, enfermedad, carestía, desesperanza.

Los referidos archivos previos a la idea de la cinta, que se aglomeran en la secuencia introductoria, repasan épocas pretéritas, casi míticas; hablan de una Cuba habitada por multitudes de amigos que permanecían juntos y encontraban en el apartamento de San Agustín un epicentro, un kilómetro cero donde construir comunidad.

Menos de una década después, la nación y la vivienda se vaciaron. De espacio de confluencia bohemia y jolgorio tribal, el apartamento de Daiyan se convirtió en refugio para los amigos que quedan en la isla como náufragos renuentes y resignados. Desde las ventanas, el lente espía un exterior amenazante, embargado por un poder que detesta las representaciones divergentes. 

Las imágenes captadas entre las persianas han sido robadas, o quizás reconquistadas. El espacio público se reivindica como patrimonio libre, con todos y para el bien de todos. Esta suerte de “voyerismo social” expresa con gran elocuencia la condición de fugitivo que ha ganado el pueblo de la isla. En Cuba, los ciudadanos existen bajo el radar; se ubican en los puntos ciegos del perverso y chapucero panóptico oficial. Gestionan una nación orgánica al margen que poco a poco va desplazando la nación artificial usurpada. 

El hogar de Daiyan Noa es uno de los tantos asilos en que se refugia la libertad de expresión en Cuba. Es una dimensión de bolsillo donde los amigos pueden solicitar santuario; se permiten reposar, recuperar fuerzas, reconstruirse, explayarse. Zona de catarsis y sanación, como debería ser la nación toda. 

El apartamento emana una angosta infinitud como alternativa ante el anchuroso enclaustramiento que ofrece el afuera, el espacio público contaminado por el poder, el país atrofiado. La libertad germina en un rincón y lo convierte en cosmos, mientras los amplios alrededores se empequeñecen bajo la presión de la hegemonía segregacionista.

Los filósofos se antoja secuela o texto espejo de una pieza teatral tan estéticamente dispar –pero muy similar en propósitos– como Visiones de la cubanosofía, estrenada en 2005 por El Ciervo Encantado, y que ensaya desde el esperpento, la fantasmagoría y la desesperación en torno al inaprensible espíritu nacional. 

También se le pueden hallar nexos dialógicos con otras obras tan distantes en el tiempo, pero inmediatas en espíritu, como la novela Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, que cronica las andanzas de otro grupo de amigos subterráneos, o incluso la archiconocida obra teatral Aire frío de Virgilio Piñera, centrada en otra tribu familiar enclaustrada y sitiada por la desesperanza.

El apartamento de San Agustín no es la pared repleta de sombras de la caverna platónica, sino la entrada luminosa por la que el sol que irrumpe con su nítido poder. Afuera danzan las sombras, sufren multitudes enceguecidas, forzadas a dar las espaldas a las verdaderas esencias. 

ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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