Patrioterco

Empecemos por decir que, aunque evito usar la palabra “patria” (en su vocalización retumban demasiados ecos chovinistas, fratricidas, solemnes, proferidos por emisarios equivocados), no tengo prejuicio ante los patriotismos que, aunque convencionales, suelen resultar más auténticos. En lo personal, para las discusiones de índole nacional, prefiero usar Cuba a secas: aunque igualmente traqueteado, el término “Cuba” particulariza, melódicamente, la conjura de lo que me es querido, o lo que es lo mismo, del trauma. Mi cautela con los patriotismos proviene de la facilidad con que derivan en nacionalismos fanáticos, de lo bien que lubrican el corredor de los supremacismos. Y el mascarón de proa, si no la sirena que conduce a ese naufragio, es nada menos que el “patrioterco”.
Existen muchas variantes del patrioterco, pero si algo tienen en común es que encuentran en el gentilicio el único escape a su insignificancia (el nacionalismo resulta ser una prótesis muy cómoda para las personalidades lisiadas). El patrioterco es un ser sentimental, fetichista, que nunca entendió aquello de que patria es humanidad. Para él la patria es un credo ciego, o más bien daltónico, que –de tanto definirse como oposición del otro, foráneo– le hace percibir sus cielos más azules que otros cielos. Echa mano de los más irracionales argumentos, hasta del sabor de un tamal, para demostrar su superioridad identitaria. Su fanatismo parece inofensivo mientras pasa por dogma personal, pero nunca olvidemos que el patrioterco sentimental será siempre materia electoral, si no constitutiva del caudillo. Y ahí nace el peor de estos bichos, el que confunde convenientemente ara con pedestal: el patrioterco profesional. Ese que ha hecho de la tragedia nacional una empresa lucrativa, a golpe de engolar la voz cada vez que pronuncia la palabra “patria” y posar ante la cámara con el gorro frigio como si fuera la libertad guiando al pueblo. Ese que frunce el ceño con gravedad mesiánica mientras cita cualquier frase al uso sobre la grandeza nacional, finge compromiso con la causa, y sigue chupando de la teta de la vaca nacional, hasta que se seque.
Los patriotercos, como las sirenas, son proyecciones de la propia falacia que es la Patria con mayúsculas. Hay que amarrarse bien al mástil para que no nos conduzcan al fracaso seguro de entender el patriotismo como otra cosa que el derecho a un lugar y al bienestar y la celebración del talento de los que comparten la casualidad tremenda de haber nacido en él.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.