PUERTO PADRE, Cuba.- “Vélanos, que nosotros también te estamos velando”, dijo uno, amenazante. Súbitamente, el incidente se produjo en mi tierra, pasada la una de la tarde de este domingo, cuando intercepté a dos merodeadores atravesando el monte, ya próximo a un sitio para mí nostálgico, el aljibe que fuera de la casa de campo de mis padres, donde construí mi cabaña con los restos de aquel viejo bungaló y escribí en el primer lustro de este siglo La isla de los esqueletos.
Pero mi cabaña de tejas francesas y tabloncillos de pinotea que había resistido ciclones fue explorada de forma encubierta por la Seguridad del Estado, valiéndose de un pariente postizo y chivato empedernido y, luego, destruida por vándalos. Ahora no hay nada allí, salvo la cisterna descubierta y sin agua potable rodeada de árboles para perpetuar el recuerdo de mis viejos. Luego, por lógica, cabe preguntar: ¿Qué hacían los merodeadores en una plantación forestal en crecimiento y sin nada en ella que robar? ¿Pretenderían destruir los arbolitos de maderas preciosas del mismo modo que un día destruyeron mi cabaña? ¿O acaso al que pretendían destruir era a mí, asesinándome?
Porque si sólo llevo conmigo pensamientos y nunca conmigo llevo oro ni plata, ningún objeto de valor, ni pesos ni dólares ni euros, nada, entonces, ¿cuál es el móvil para alguien decir, “te estamos velando”?
¿Velando para qué? ¿Quiénes me vigilan, delincuentes comunes preparando un delito imposible —el robo al que nada material tiene para robar— o sirviendo a quienes buscan destruir lo único que tengo: las convicciones de mi pensamiento ético?
Yo no tengo respuestas para esas interrogantes. Pero sí tienen desenredo en el Ministerio del Interior (MININT), que ha empleado decenas de chivatos, oficiales operativos, instructores penales, jueces, fiscales, carceleros, presos, calabozos, funcionarios administrativos de la Vivienda, Planificación Física, la Agricultura, o, simple correveidiles en situaciones análogas, como ahora, para perseguirme. Entonces no se diga que no existen antecedentes de peligro concreto y de daño para permanecer en alerta máxima. Como avizor estoy hoy y siempre he estado en cualquier lugar que estuve.
Y, alerta, sí despabilado me encontraba cuando parándomele delante dije a esos sujetos: “¿Qué hacen ustedes aquí? ¡Salgan uno detrás del otro delante de mí! Resulta que, evadiendo el frente del terreno, los malhechores habían invadido por un lateral, pasando la empalizada justo donde sobre un tronco seco hay un rótulo advirtiendo: Propiedad Privada. Eran dos: uno blanco, de unos 40 o 50 años, de poco más de mediana estatura, con gorra y ligera mochila, iba armado con un garrote de madera —como esos que hemos visto desde en direcciones municipales de “Cultura” hasta en dulcerías y luego en manos de porristas de las “brigadas de respuesta rápida”—; y otro de piel negra clara o mulato, alto, delgado, callado, que evidentemente estaba subordinado o influenciado por el del garrote, iba armado con un machete.
Ninguno de los dos tenía apariencia de campesinos, ni de carretoneros o cocheros cortadores de yerba. Iban a pie. No llevaban instrumentos de pesca, ni de caza, ni de tala. Su apariencia era la de presidiarios, pero no la de convictos prófugos, sino la de presos confidentes de oficiales operativos, en uso de licencia para intimidar o vaya usted a saber hasta dónde permitirían esas anuencias carcelarias, y así lo percibí por su pedantería, confirmando esa hipótesis cuando ya libres de alguna acción mía en contra de ellos dentro de mi propiedad, lejos, y mientras yo los observaba en retirada por el camino público, el del garrote dijo: “Vélanos, que nosotros también te estamos velando”.
Puesto que esas palabras constituyen una amenaza realizada por personas desconocidas y en contra de mí, en mi propia tierra invadida, mientras hacía lo que hoy pocos o nadie hace en este país, que es la reconstrucción de su bosque autóctono, hago esta denuncia pública preguntando: ¿Qué tiene que decir el MININT respecto al esclarecimiento de ese delito?
Presumo que no habrá respuesta. Y no es prejuzgar. Son los signos de la criminalidad en Cuba con raíces profundas como las de robles, partiendo de los mismos poderes del Estado.







