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Wilfredo Cancio Isla: “Las revoluciones no son paseos de riviera [Entrevista a Alfredo Guevara]”

Tomado de ‘La Gaceta de Cuba’, n. 4, julio-agosto, 1993, pp. 2-6.

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Hacía tiempo que para La Gaceta se imponía una entrevista con Alfredo Guevara (La Habana, 1925). Intelectual lúcido y polemista irreductible desde sus años estudiantiles, fundador del ICAIC y uno de los gestores activos de la política cultural de la Revolución, Guevara ha estado en el vórtice de sucesos, proyectos y controversias verdaderamente trascendentales en nuestra historia más reciente.

Las reflexiones que aquí aparecen no son el resultado de una conversación, sino de un cuestionario trabajado por escrito. Toda entrevista comporta una situación dilemática para el entrevistador en cuanto a la intencionalidad y la pertinencia de sus propósitos esenciales, casi siempre mejor resueltos a través del enriquecedor espacio de confrontación que favorece el diálogo personal. Acaso, las preguntas del formulario podrán considerarse más o menos vulnerables en sus premisas, más o menos desproporcionadas en sus intenciones, pero nunca pretendieron ser, por supuesto, asépticas.

A pesar de los obstáculos que presupone el método, las respuestas de Guevara constituyen un esclarecedor testimonio sobre el acontecer de la cultura cubana contemporánea, sus rumbos y perspectivas en esta hora crucial. Y el diálogo —por indirecto que pueda ser— siempre es preferible al silencio.

El quehacer actual…

La Fundación del ICAIC en marzo de 1959 significó la puesta en práctica de la política cultural cinematográfica, con dos tareas fundamentales: la creación de una base material-organizativa y de una atmósfera cultural propicia para el surgimiento y desarrollo de nuestra cinematografía. Según usted expresó en Cine Cubano, en 1969, en la esencia de esa política estaba “el rechazo de las ideas preconcebidas y de la ideologización apriorística de las manifestaciones artísticas de la cultura”. ¿Cómo valora la vigencia de estas concepciones en relación con el quehacer actual de la cultura cubana?

Sí, en 1959 se fundó el ICAIC e iniciamos una práctica; en aquella práctica creo firmemente y por ella me guío. Regreso tras diez años de ausencia, y antes y durante surgieron los cineastas y produjeron un cine. El clima espiritual propicio permitió que ellos se afirmaran y que algunas obras alcanzaran la categoría de arte; otras fueron útiles, o profesionalmente aceptables, y no faltó la ocasión en que ese tiempo de serenidad necesario al análisis de la obra terminada se esfumara en el fragor de la polémica. Algunos films fueron un desastre, sea por su extremo populismo y vulgaridad, sea por su pobre factura. En arte no hay apuesta segura. Y si los apostadores no lo hacen al arte probablemente pierdan en el juego. Alguna que otra vez perdieron.

No me desdigo de las ya muy viejas afirmaciones que usted cita. Son mi credo, según puede apreciarse. Un film debe ser —no lo es siempre— una acción expresiva pero también una búsqueda, y acaso un encuentro. El artista se propone una escena, una secuencia, un film, pero el film, la secuencia y la escena siempre entregan aristas inesperadas, o presentidas, pero finalmente inéditas. Por eso no puede aceptar la estrechez del trillo forjado en otras experiencias; y por eso también tendrá que estar abierto y atento a todo peligro de cristalización. Es esa ideologización cristalizante la que rechazo. Ella presupone la muerte, la invita, y lo hace con tal éxito que es la muerte misma. ¿Cómo crear desde la muerte?

El quehacer actual de la cultura cubana, como usted dice, no puede esquivar estas verdades: la creación es vida, es invención, es despliegue, es descubrimiento, es transgresión. Ya sé que no es esa la respuesta que se espera. Le hablará entonces el diseñador de política y en alguna medida, y en cierto ámbito, un ejecutor. Trataré entonces de precisar, profundizando, la respuesta. Pues bien, cuanto está dicho no pasa de ser el ideal. La realidad se presenta en términos más complejos. Aparecen entonces dificultades materiales, de comprensión, enmascaradas tretas, no sólo y eventualmente de las instituciones y dirigentes; a veces, también, de los artistas. Y tendrá que ser tomada en cuenta la crítica de humores, que no es en rigor crítica pero que resulta ejercida a partir de los derechos que esta tiene.

Entonces, ¿de qué se trata? Se trata de tener muy claro el rumbo, bien definidos los principios y de empujar la nave en la dirección deseada. Más no se puede. Del resto se encarga el complejo tejido que reúne fuerzas y vocaciones, acciones, obsesiones, nostalgias, pasiones, desencuentros, y un componente que nadie reconoce, el azar.

Me gustaría preguntarle qué es eso del “quehacer actual de la cultura cubana”. La cultura cubana no es un ente con perfiles definidos. Sus “cultores” ejercen el oficio en múltiples quehaceres. Y no creo que la suma de esos múltiples dé el quehacer actual. No creo que hoy sean muchas, o eficaces, o poderosas, las presiones que pueda ejercer tal o cual funcionario. Las dificultades pueden ser de ese, pero también de otro carácter; ese quehacer tendría que ser, es, ante todo, el hacer. Si el hacer no es trascendente, si no tiene la dureza del diamante y la perspectiva del universo —no me atrevo a decir, del infinito—; si no tiene el rigor ascético que permite a veces el milagro de la iluminación, no será mucho lo que pueda expresarse. Soy de los que creen que las nuevas generaciones en su quehacer entregarían a nuestra vida espiritual más jugosos frutos y que frutos más jugosos encontrarían en sí mismas, si el rigor que hizo de un Carpentier un Carpentier, y de un Lezama un Lezama, les acompañase.

El retorno a Lezama y a Carpentier, el acaso inconsciente pero real regreso al esplendor quintaesenciado del barroco cubano, y a su refinado modo de arrebatar partículas a lo desconocido, parece impregnar la cultura cubana de hoy, literaria y no-literaria. Y por eso el lenguaje vuelve a ser distinción de una época. Que aún no se define en totalidad para que en la literatura y en casi todas las artes parece encontrar la imagen propia en la que inédita se construye: es decir, en una especie de sorpresa que nos llega abandonándonos y que es sin embargo reencuentro. Es a ese, a este campo, y no a los años ochenta hacia los que miro fascinado, a los años que recorremos; y a los que en ellos adiestran armas.

No creo que la televisión sea gran cosa. No lo es hasta ahora. Y a la televisión como sucedáneo y soporte aparece siempre de algún modo unida la producción video. Pero en Cuba y en nuestros días esa producción de video se ha desgajado de un modo tajante, convirtiéndose en terreno de experiencias interesantes; unas veces, acaso las menos, porque se trata de búsquedas que por su autenticidad y aliento o por el uso del lenguaje y la ruptura de formas impuestas por la tradición televisiva, anuncian mejores posibilidades; otras porque se entregan a una fiesta en el disfrute casi orgiástico e irrestricto de la tecnología. Estoy obligado a esta reflexión, y me detengo a hacerla en el marco de una pregunta sobre “el quehacer actual de la cultura cubana” porque es la realidad tal y cual se presenta y no importa cuáles sean sus orígenes, la que condiciona cualquier diseño de política que se intente.

Está ahí entre esos protagonistas del video liberado de ataduras seniles una vertiente de nuestra cantera, un reto de futuro. Pero los mismos resortes que han permitido a los jóvenes del video aprovechar una tecnología liberadora para realizar sus sueños, pasión cinematográfica y eventuales necesidades de expresión, facilitan que puedan prescindir de un rigor que el público especializado no les exige, dado que la transgresión parece en sí un código nuevo. Tengo la convicción de que estamos ante un fenómeno pasajero. No el de la liberación, el de la renuncia factual a una exigencia sin la cual no se produce el arte: el rigor intelectual, formación y ejercicio. Pero la orgía era necesaria. Sin ese abandono a la gran fiesta de las formas no sería posible romper el nexo con el “género” que dio lugar al video, y buscarle un nuevo uso. No hemos sido capaces aún de desarrollar todos sus recursos y de hacerle parte, como es, del cine. Y el trazado de una política pasa por la fórmula nunca lograda, concertar a Apolo con Dionisos; conservar la fiesta pero introducir el rigor. Eso sería lo legítimo. Lo que permitiría al video ser arte mejor que efímero, y al cine enriquecerse con una búsqueda que no sabemos a dónde pueda llegar y, en nuestro caso, que permitirá si no tememos a la fiesta, encontrar el relevo. Hay tanto por descubrir, tanto por fijar, tanto que nombrar, tanto que revalorizar llevándole a una dimensión otra, que para el cine-video la inmediatez de una frontera no existe. Ese es el reto.

No creo, para ajustar el tiro, que el movimiento video sea un componente válido de un cierto perfil de la cultura cubana en su quehacer actual; pero se anuncia en su posibilidad. Y a nosotros tocaba subrayarlo, aun si no lo hiciéramos con la brillantez requerida; esa brillantez sería con la justeza requerida.

El abismo de PM

En un clima de intensos debates ideológicos, la realización del documental PM en 1961 desató una polémica que desembocó en su prohibición por parte de la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas, considerándola “nociva a los intereses del pueblo y su Revolución”. A la distancia de treinta años, ¿cuál es su punto de vista sobre aquella decisión?

De aquel instante quedan la noticia lejana y confusa, las interpretaciones diversas, lo que han dicho algunos protagonistas, y nuestro silencio.

PM no es PM. PM es Lunes de Revolución, es Carlos Franqui, es una época convulsa y de extremas contradicciones en que participaban múltiples fuerzas. No creo que PM merecía tanto revuelo, y la reacción del naciente ICAIC fue muy matizada. De acuerdo con el texto de su pregunta quedamos reducidos a una simple, calculada y también graduada prohibición. Pero convendría recordar que en esos días se esperaba ya el ataque armado y que por todas partes se emplazaban ametralladoras y antiaéreas. Que el pueblo todo se movilizaba para repeler la agresión y que el espíritu guerrillero y de combate estaba en su más alto grado de exaltación. No soy ajeno al mundo que recoge PM. Titón, Guillermo Cabrera Infante y yo, con Olga Andreu y alguna que otra vez con Villo Olivares estuvimos en El Chori, un cabaretucho de la playa que impregna con su experiencia el hilo conductor del documental; los bajos fondos, la embriaguez (y la mariguana), la música quejumbrosa que acompaña al alcohol y el abandono de sí mismo.

Pero la revolución abrió un abismo en aquel grupo de amigos; unos quedaron indiferentes ante la conmoción transformadora que se desencadenaba, para ellos no pasaba de ser un trastorno bananero que perturbaba sus vidas; para otros era la culminación potencial de la independencia nacional.

Reduces el tema a PM. Tengo las de perder ante el audaz periodista. Prohibir es prohibir; y prohibimos. No entraré en los detalles, pero sí diré que el film quedó en manos de sus autores, y que cuando salieron pudieron llevárselo. Lo que no estábamos dispuestos, y era un derecho, era a ser cómplices de su exhibición en medio de la movilización revolucionaria. A ellos parece que les sucede lo que a nosotros con El Mégano, prefieren cultivar el mito y dejar la obra en la oscuridad. Fue el ICAIC quien la presentó recientemente en el Centro Georges Pompidou, en París, en un panorama “casi” exhaustivo del cine producido en Cuba.

Si ahora, en las condiciones actuales, me tocara aprobar o prohibir PM,simplemente dejaría que siguiera su curso porque, aunque las circunstancias no nos son favorables, no vivimos un instante de tensión y exaltación; y tampoco yo lo vivo de aquella manera. Pero si combatiente revolucionario volviéramos —y eso ya sabes que no es posible— treinta años atrás, no vacilaría seguramente en enfrentarme a los que comenzaron a usar todos los medios de comunicación para servir a su objetivo, el de Franqui en la época: impedir el socialismo. Acaso PMno sería la chispa,pero una chispa habría; y treinta años después alguien, ahora, preguntaría no qué estaba sucediendo contextualmente en el país, sino si la chispa era o no apagable con este u otro método.

Aquel grupo, persecutor de Alejo Carpentier y Alicia Alonso, de Lezama Lima y de todo el Grupo Orígenes, no salió triunfador. Por eso es catalogado factualmente como “la víctima” pero no estamos, amigo entrevistador, revisando una historia de ángeles. Sé que estas palabras pueden ser sospechosas de pasión. Pero en estos días me divierto leyendo el Herald Tribunede Miami. En sus páginas el periodista ya de aquellos tiempos Agustín Tamargo y tras él otros exiliados nada revolucionarios, recuerdan a Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante su historia de persecutores intolerantes; y no callan casi nada. Le haré llegar copia de esta polémica. Tal vez le resulte más creíble que mis palabras. Y lo digo porque las suyas reflejan cuando menos poca información. Las inquisiciones son muchas. Pero sólo quedan como tales las que producen víctimas. De aquellos victimados sálveme Dios.

A raíz del estreno en Cuba de La Dolce Vita, Accatone, El ángel exterminador, y Alias Gardelito, en 1963, usted participó en un debate público en defensa de la estrategia de exhibición del ICAIC y de una voluntad de apertura espiritual que estuviera bien lejos del “pastoreo” y “liderazgo pontificial”. Para no pocos estudiosos e historiadores, más que un enfrentamiento sobre exhibición cinematográfica, la polémica con el diario Hoy transparentaba un choque de posiciones en torno a la cultura artística y el pensamiento social del país. ¿Qué consideraciones tiene usted hoy de esos debates?

Aquel debate fue necesario. Se trataba, en rigor, de imitar o no la política soviética de ocultamiento y oscuridad en el campo cultural. Y sobre todo de cerrar el paso, y a tiempo, a todo intento de imponernos ese engendro de sequedad intelectual que se conoció como “realismo socialista”, hoy valorado como uno de los más acabados kitsch de la historia del arte. Pero entonces era un peligro más que evidente. Fue necesario aquel debate pero lamento esa necesidad. Debí sostenerlo con Blas Roca cuyas ideas estéticas ni apreciaba, ni aprecio. Pero aprecio la entereza política de un Secretario General del PC que entrega su cargo y su partido a alguien que no era formalmente socialista y que lo hace, hizo, reconociendo en Fidel al Jefe de la Revolución, y la garantía de la independencia nacional. No había olvidado y por eso fueron aquellas semanas muy dolorosas, que el viejo partido había sabido defender la identidad cubana, y se había convertido hacía ya muchos años en un partido de la patria. Eso lo sabía buena parte de nuestra intelectualidad pero también sabía que la confusión reinaba en el campo de la cultura y que toda una teorización del disparate nublaba la acción práctica e impedía la más elemental cordura antimimética.

Me preguntaba usted: ¿qué consideraciones tiene usted hoy de esos debates? Fueron útiles, urgentes, inevitables; también fueron desgarradores.

Sobre deudas y compromisos

Hacia finales de los años sesenta, el proceso revolucionario interrumpió la evolución artístico-cultural que se había generado en el país, produciéndose un retroceso que tuvo su “cristalización” en el Congreso de Educación y Cultura, en 1971. Aunque el ICAIC mantuvo una posición consecuente y acogió en su sede a creadores y manifestaciones marginados por la corriente predominante, no podía por sí solo escapar de las condicionantes contextuales. En opinión de numerosos intelectuales cubanos, las secuelas de aquellos errores no han sido totalmente desterradas y todavía queda pendiente un debate profundo para evitar distorsiones en la actualidad. ¿Cuál es su criterio al respecto? ¿Será acaso que la superestructura no ha logrado transformarse en correspondencia con las exigencias de nuestro desarrollo cultural?

En esta como en otras preguntas el entrevistador establece premisas que da por reales. Y que de ser aceptadas condicionarían las respuestas. No creo que los grandes eventos, reuniones espectaculares, congresos, congresitos y congresasos transformen la realidad o condicionen la obra de alguien que tenga un verdadero auténtico “qué decir”; “qué decir” porque la palabra mensaje, que en este campo ignora lo que la forma tiene de inseparable y determinante, me produce náusea. Por eso, porque no creo que las resoluciones, los decretos o las líneas transformen o determinen la realidad cuando es real y no escenografía o máscara, es por lo que debo iniciar mi respuesta rechazando los lugares comunes que achacan desafueros a los acuerdos de 1971 que en el terreno estético nada importaron a los Corajudos que no fueron otros, en la época, que los que confiaron en la revolución y no la confundieron con la circunstancia, y con el aprovechamiento que de esta hicieron los cuadritos de onda y coyuntura, todos desaparecidos como por encanto (y para mi encanto), o dedicados a labores adecuadas a su talento, o ejercitar funciones que no exigen esta presencia. Es más fácil establecer una periodicidad reunionístico-congresional del desarrollo de la literatura y las artes, y a veces hasta viste mejor que ver y leer sin descanso, analizar y comparar en busca de líneas conductoras si las hubiese o rasgos que definan un movimiento, una tendencia o una época. Me apena que algunos inesperados nostálgicos pasen su vida añorando ciertas voces amenazantes que a largo plazo han devenido goce justificativo; no pintaron más y mejor, no escribieron con mayor prestancia, riqueza, audacia y prolijidad porque algún vociferante que se creía poder afirmó tonteras a diestra y siniestra sin que nadie se le enfrentara o porque pequeños gusarapos corrían de un lado a otro asintiendo e intrigando. Esta no es la verdad y no será justo nunca que los revolucionarios acepten semejante lógica. Si como usted mismo afirma “el ICAIC mantuvo una posición consecuente y acogió en su seno a creadores y manifestaciones marginados”; y si como no afirma, otro tanto pasó en la Casa de las Américas y el Ballet Nacional, tal vez no resulte tan evidente su referencia a “la corriente predominante” que deben haber constituido artistas execrables, oportunistas o aprovechados, y cuyos nombres me gustaría conocer. Si alguno me viene a la mente en la búsqueda de precisión sólo alcanzo a recordar a un mediocre antológico que anda por Madrid y algún que otro defensor del realismo que se decía socialista, y que pudiéramos encontrar en Miami o, con gran pena, teóricos que hoy descansan (y nos dejan descansar) de otra forma.

Ya sé que no eran el ICAIC, la Casa de las Américas o el Ballet Nacional las únicas instituciones culturales del país. Otras menos nombradas tuvieron igual política y respetaron la definición que mejor recoge, y con mayor amplitud, la política cultural de la revolución: “dentrode la revolución todo, contrala revolución nada”. Si el ICAIC y la Casa de las Américas o el Ballet Nacional fueron capaces de afirmar sus posiciones revolucionarias, es decir, de permanente búsqueda y creación en aquellos años, tendría alguien que preguntarse si efectivamente los extremismos vociferantes tenían o no real poder y si los que se escondieron aterrados bajo la mesa lo hicieron —si lo hicieron en verdad— por razón válida o enmascarando impotencias.

Haciendo referencia a numerosos intelectuales cubanos el entrevistador se pregunta, me pregunta, “si las secuelas de aquellos errores no han sido totalmente desterradas y todavía queda pendiente un debate profundo para evitar distorsiones en la actualidad”. Esos intelectuales cubanos innombrados me recuerdan a ciertos guajiros y obreros sólo más tarde conocidos (y también de viaje) que provocaron la desgarrante polémica a que hicimos referencia. Pero sé que estos existen; y que no están de viaje. Sé también que su experiencia no puede ser declarada nula por decreto, artículo o entrevista alguna; que forma parte de la historia y de esa realidad que no puede ser convertida en motivo de orgullo pero que tampoco parece razonable transformar en galardón o presea. Las revoluciones no son paseos de riviera. Son siempre, han sido, serán (porque serán) conmociones que a veces desbordan su violencia más allá de ciclos precisos, y no son pocas las vidas que transforma el cambio, o que golpean los errores, y a veces hasta los aciertos, que en su curso tienen lugar. Ciertas circunstancias, ciertos personajes, ciertos climas pueden provocar situaciones extremas. Y las hemos vivido. Pero antes tratábamos de definir, o de hacer un acercamiento crítico a eso que dimos en llamar cristalizaciones, cristalización de la ideología. La revolución cubana está viva, y tiene siempre su oportunidad en medio de las más adversas condiciones precisamente porque no ha permitido que los errores se conviertan en dogmas ni que las virtudes de un día santifiquen para la eternidad lo que es perecedero. Perecedero lo es todo, el acierto y el error, y no es posible tomarlos sino por lo que son, instantes de la vida, y nada más. De muchos instantes, de cortos y medianos períodos, casi nunca de largos, pero aún si largos no demasiado, está construida la historia de estos tres decenios. Y detenernos en uno de ellos para seguir protagonizando hasta la eternidad la condición de incomprendidos marginados por dolorosa que esta resultara, y sin tregua seguir añorando la ocasión de una vendetta que no pagarían los miserables, ignorantes y oportunistas sino la revolución toda, no me parece propio de un pensamiento que por supuestamente lúcido, supuestamente profundo, supuestamente equilibrado, supuestamente trascendente, merezca ser considerado el típico del intelectual.

Creo que la revolución tiene una deuda, que la tenemos todos, los que sí de algún modo, y los que no de modo alguno. Y que es con el reconocimiento presente, con el clima que hemos creado, con el respeto y la admiración que merecen los que lo merecen, como esa deuda no se paga, se borra. Situándola en la historia como experiencia y no como vergüenza, como hito y no como imborrable mácula; como un instante del aprendizaje en que la ignorancia y la torpeza fueron exacerbadas por el diabolismo mimético empobrecedor de mediocres y canallas, de no pocos simuladores, y hasta de idiotas con faz pensante. Esa es mi visión-respuesta a los intelectuales sin nombre que se preguntan sobre eventuales secuelas y debates esclarecedores. No es necesario nombrar a nadie. Pero interrogado sobre interrogantes no puedo menos que hacerme otra pregunta y darme esta respuesta: es hora de que alguien comprometido hasta el tuétano deje de confiar al tiempo el restañamiento de heridas, y el desvendaje de los que no parecen dispuestos a abandonar los símbolos de una experiencia dolorosa y burda. Burda y dolorosa pero que no admite comparación salvo en su ángulo farsesco con la gran ceremonia que hizo del socialismo del Este garante del realismo más chato y estático. Y ese es el punto crucial, el que a veces separa a los que debiéramos marchar unidos. No a mí. No concernido, el silencio me protege: me protegía. Ya no por más tiempo: sitúo los puntos donde me parece justo hacerlo y preferiré hacerlo hasta el fin.

¡Qué triste” Cuando el Estado no produce reuniones ni congresos ni se discuten líneas más o menos improbables (la única línea probable es la que cada artista intenta trazar), siguen nuestros vendados añorando la reunión esclarecedora en que los pide-cuentas ya no serían aquellos sino otros, estos. Reunión a toda costa parece ser su anhelo. Y casi que se organiza hace ya un cierto tiempo con aires de perestroika.

Si esa tan anhelada reunión tuviese lugar ahora o mañana habría que preguntar cuál sería su fundamental resultado: pedir cuenta de pasadas vociferaciones o vociferantes que nada tenían que ver y que en nada podían influir, por definición, en la vida intelectual artística o literaria, y que hoy han desaparecido, como se dice, “del mapa”.

Lo importante no es que lo que usted llama “la superestructura” se transforme; que los gobernantes tengan otro criterio en relación con la cultura artística y literaria, y que en consecuencia se produzca un determinado diseño de política.

Lo importante es que la cultura cubana, en esos campos, alcance una presencia no-formal en base a la calidad de la obra que se produce y que resultado de su presencia sea la urgencia de promoverla. Veo en vuestra propia revista, en La Gaceta, una expresión de esas calidades que, francamente, se enturbian en la UNEAC con alguna que otra máscara y no poca farandulia. No está mal aspirar a que “la superestructura” afine el tiro pero de cuando en vez conviene revisarse el ombligo.

Estamos vivos y actuantes

La gestión cultural del socialismo no ha escapado, en ninguna latitud, de la falsa colectivización del criterio, los prejuicios institucionales hacia el trabajo intelectual, la intolerancia y el dirigismo. Hoy en Cuba parece haber consenso en rescatar la polémica como medio de transmitir y cuestionar las contradicciones en el ámbito intelectual y la vida social, pero en la práctica no es todavía un hecho completamente verificable. ¿Cuáles son las limitaciones reales para este ejercicio polémico? ¿Cómo cree que podría insertarse orgánicamente sin desatar el “síndrome de la sospecha”?

Conozco y bien la experiencia ritual que en el campo de la cultura, de la inteligencia y del criterio marcó a países y estructuras que se dijeron (y hasta creyeron) socialistas. Su pregunta parece extender lo que afirma a la experiencia cubana; la diferencia es que en Cuba nunca cesó el combate y a cada instante ha sucedido no otro sino distinta situación: estamos vivos y actuantes y ese lenguaje me turba porque recuerda la aplicación obligada de fórmulas que no nos conciernen. Hemos sido nosotros, dirigentes, más o menos cultos más o menos avezados, los que hemos acertado y fallado, cometido errores, logrado algunos objetivos. Pero que no se encasille a nuestro país, a nuestros dirigentes, nuestra historia en la que es común a un campo en que el más profuso sembrado era el disparate. Logramos en primer término un éxito cultural (y político, y económico) que no parece ser justamente valorado y es parte del fenómeno que inquieta a quien nos interroga. A la alfabetización siguió el triunfo mayor: la formación de cientos de miles de cuadros superiores. Ellos, y los que se forman, son la garantía de que si triunfan otros planes se inicie un nuevo despegue. Ese despegue previsible es la garantía del clima espiritual propicio a las búsquedas riesgosas, a las transgresiones que dan lugar a la polémica, la favorecen y la hacen productiva. No es la especulación por la especulación la que, al menos a mí, importa, tila puede ser enriquecedora pero mi punto de partida es la realidad cubana y nada debe impedir que se produzca el despegue que espero.

La referencia al “síndrome de sospecha” pudieran otros calificarla como “de insensibilidad”. La polémica no es una práctica abstracta. Está estrechamente relacionada con la crítica. Y no es la crítica de humores: me gusta, no me gusta, estoy o no de acuerdo, la que merece este nombre, pero es la que se practica más frecuentemente. Y sin ejercicio riguroso, profundo, ilustrado, enciclopédico, sabio, respetuoso de la crítica, pobre será el entrenamiento mínimo que la polémica exige. Es difícil la crítica potencialmente polémica desde dentro. Más fácil será siempre tirar piedras desde la otra acera. Y ese es el problema, la polémica exige talento, rigor intelectual, autoexigencia; y estas cualidades tendrían que conjugarse en un entrenamiento que no es común.

Estoy, amigo Cancio, contra el facilismo y la autocomplacencia. Y sólo cuando la crítica y la acción polémica encuentran dificultades pese a que parten de esa irrenunciable premisa talento, rigor intelectual y autoexigencia, me preocupa su suerte. Los tontos y los irresponsables, que no son pocos, acaso tengan dificultades. Eso me apena. Pero no concierne a nuestro tema porque creo, si no me equivoco, que su pregunta se ciñe al campo intelectual real y no a la infiltración farandúlica o facilista que aqueja el medio y sus instituciones. La polémica, la crítica que la articula, sólo son posibles e ilímites cuando los que dirigen los medios comprenden que su acción es no sólo creativa sino saneadora, que desbroza caminos y abre horizontes; y cuando los que la ejercen no son farsantes ni improvisados, cuando saben respetarse, y respetan.”

¿Cómo piensa enfrentar el movimiento de cine cubano los apremiantes desafíos financieros y estéticos de los noventa? ¿Cómo conciliar pretensiones artísticas y actividad comercial? ¿Cuáles son las alternativas reales para paliar las tensiones productivas e impedir la diáspora o el silencio?

No veo contradicción alguna entre voluntad y no pretensión artística y actividad comercial. El ICAIC es un sistema y puede alcanzar al menos en el sector productivo un nivel de autofinanciamiento que asegure progresivamente la recuperación de la producción cinematográfica cubana. De hecho, está logrado el primer objetivo, y en marcha ese renacer de la producción. Sin embargo, no son pocos los retos que la nueva situación desencadena. Principalmente en el campo tecnológico, ya que buena parte de la industria debe adaptarse a parámetros que no eran los habituales y a materias primas de otras características: película virgen, quimicales, cinta magnética. Las máquinas son rehechas, adaptadas, renovadas, y los técnicos hacen hoy un valioso esfuerzo en la recuperación y puesta en marcha de viejos y nuevos equipos. Esto sin referirnos al proyecto todavía en fase primaria de volcarnos sobre la producción video que entrena a los jóvenes, abarata (?) la producción y permite recorrer otros caminos.

No hay silencio apreciable de los que algo tienen que decir. Ellos encuentran uno u otro camino. No juzgaré eso que da en llamarse diáspora y que no es otra cosa en buen número de casos que resultado de la condición natural, internacional, del artista. Ellos van y vienen, trabajan con unos y otros, el cine tiene ese carácter y aunque también hay diáspora, esta, en nuestro campo es mínima, cuando no necesaria a la industria, y sana a su expansión. No habrá silencio en el cine cubano. Hay selección. Y no hay rotación. Esperamos que el talento, el oficio, la calidad y los resultados, serán parámetros definitorios. Ellos y no otros.

Una nueva política

Durante la conferencia de prensa del XIII Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, a propósito de la presentación del filme Alicia en el pueblo de Maravillas, usted afirmó que el diseño de política en el ICAIC estaba sometido a una reelaboración. ¿Cuáles son las proyecciones de este cambio, un año después?

Pasó un año. Un año y algunos meses. No se elabora una nueva, si nueva política, a voluntad. Tal vez me precipité en aquella ocasión afirmando una aspiración tan ambiciosa y aunque en efecto el diseño de nuestra política ha sufrido profundos cambios, no me gustaría dar verdadera respuesta a una pregunta que me llevaría a enjuiciar un pasado reciente y a juzgar. No me veo en fiscal. Sin embargo, sí estoy dispuesto a esbozar líneas de ese cambio. Tratamos de inundar de jóvenes el ICAIC; reclutamos y promovemos; y reiniciamos la producción sin olvidar esa divisa que, claro, no se sobrepone al respeto que el talento establecido merece, porque no es juventud tan sólo, sino talento ante todo, lo que buscamos. Y si diseño nuevo hay, sería en realidad viejo diseño. La Ley que creó el ICAIC dice en su primer apartado “el cine es un arte”. No la olvidamos.

En su ensayo Para presentar 50 años de arte nuevo en Cuba (1977) usted expresó: “La cultura socialista no será ni puede ser solución de recambio. Tendrá que ser y será resultado de una línea de continuidad, y no podrá ser ni será socialista si no acepta la compleja y complicada tarea de rescatar, con la historia olvidada y por muchos años arrinconada de nuestra cultura nacional, que es la historia de nuestro pueblo y de sus combates, la de nuestras artes”. ¿Qué porción del cine cubano producido antes de 1959 le parece a usted digna de este rescate y revalorización?

Como tarea de Cinemateca, todo. Y en la formación de nuestros cineastas puede ser importante y útil. No por lo que pueda aportar la obra realizada en esa época, sino porque seguirla supone sentir en cine cómo se producía el acercamiento a nuestra imagen, cómo se percibía la identidad cubana más allá de la intención de los autores, casi siempre comercial, a veces muy ingenua y en pocas ocasiones de intención artística. No tiene mayor importancia mi gusto personal pero diré que aprecio mucho y como disfrute de humor impensado, la carga kitsch de aquel cine, y que pese a sus insuficiencias de todo tipo, la presencia de Rita Montaner en no pocos de esos films justifica verlos. Aun haciendo el ridículo entre palmeras, maracas y pacotilla, Rita Montaner lograba dar algo esencial e inaprensible de “lo cubano”.

En rigor todo ese cine es de segunda o tercera categoría y esto incluye ciertos intentos “sociales” —huelgas y mítines y concentraciones— casi todos perdidos o mal guardados. No excluyo El Mégano, del que soy parte. Pero debo subrayar que ese cine, sin que importen las clasificaciones siempre inseguras, aún si fuese de quinta o sexta categoría, es nuestro cine, nuestra primera experiencia, y no debemos renunciar a ella.

El nuevo cine latinoamericano nació haciendo una ruptura con el cine de los años cuarenta y cincuenta. La nueva generación de cineastas del continente está planteándose nuevos registros temáticos y formales a tono con las transformaciones tecnológicas y los rumbos contemporáneos del pensamiento social. ¿Cómo usted valora la encrucijada creativa de la hora actual?

El Nuevo Cine Latinoamericano y Caribeño surgió entre las décadas de los 60 y 70. Las características de aquellos años marcados por gestas libertarias de innegable envergadura histórica lo precipitaron; y la búsqueda formal, lingüística, de la identidad se unió a la de su liberación. No vivimos igual época y el Nuevo Cine ha recorrido un largo camino de éxitos y frustraciones, artísticas, culturales, y también políticas. No se trata ahora de revivir condiciones que pasaron; ni de ignorarlas. Se trata de encontrar respuesta a las interrogantes que hoy nos laceran. No como en diccionario, como raíz de angustias nuevas, de retos que son otros. Efectivamente estamos ante una encrucijada, pero no es de caminos u opciones prácticas. Es una encrucijada intelectual, ética y estética. ¿Qué es el Nuevo Cine? Comenzamos ya a no saberlo. Comenzamos de nuevo a quererlo saber. La pregunta que nos hacemos es la única respuesta que está disponible. Buscamos haciendo, en el hacer llegará la respuesta, o no llegará, acaso nos disolveremos en el cine cine. Sin más. En lo que a mi concierne espero. Y espero promoviendo siempre —ya está en marcha la XV Muestra del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y Caribeño.

¿Por qué espero?, porque espero esperanzado, y haciendo. La razón es muy simple: la identidad cubana, la identidad latinoamericana-caribeña, la identidad de cada pueblo o su identidad múltiple me parecen un mundo fascinante, explorado sí, pero inexplorado también. Y el camino —o al menos uno de los caminos— del arte le es tangente y sustancial. Si ese es el Nuevo Cine, hoy esta es una encrucijada realmente: la de la identidad.


ARCHIVO RIALTA
ARCHIVO RIALTA/archivo/
Rialta, Alianza Iberoamericana para la Literatura, las Artes y el Pensamiento A. C. es una asociación civil con sede en Querétaro, México, de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural, artístico, científico y tecnológico.

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Kenny Lemes, perdón por estar triste

La libertad de la muerte de Kenny Lemes no podía ser posible porque eso era lo que hacía incesantemente Kenny Lemes, retratar la libertad de la muerte.

Venir al mundo en mudanza: ‘DeBÍ TiRAR MáS FOToS’, de Bad Bunny

¿Quién iba a imaginar que la transformación sonora y poética de la máquina salsera, “la evolución” del género, como dijera Willie Colón, ocurriría en la música de Bad Bunny?
Festival En Zona 2024
Festival En Zona 2024
Rialta, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Cuajimalpa) y El Estornudo invitan a la primera edición del Festival En Zona, que tendrá lugar en la Ciudad de México entre los días 26 y 29 de noviembre de 2024.

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