Primero, quiero agradecer infinitamente a Legna y a María Antonia por la invitación a presentar La merma: un producto en existencia (Rialta, 2024) y El eco de las cosas: Los años ochenta en la colección Cuba Material (Rialta/Fluxus, 2025), dos libros verdaderamente de culto que no solo recomiendo que compren, sino que también regalen a sus seres más queridos.
Y gracias a ustedes por estar aquí para celebrar estas dos joyas de creatividad e intelecto. Ambos libros resguardan no solo una enorme cantidad de información, sino también experiencias sutiles y concretas. Por ser obras tan singulares, me obligaron a aproximarme a ellas desde otros géneros.
Parte 1
El otro día salí del ascensor
de mi edificio,
donde he vivido casi tres años,
y todavía no es mi ascensor.
El de antes,
el de la calle Rivington,
con paredes de metal brillante
y luces florecientes, peores todavía,
que enmarcaban mis cuarenta a la perfección.
Este es mi ascensor.
Bueno, en este nuevo Otis
había una pareja.
Ella que tal vez recién habrá cumplido unos 72 años
Llevaba una cinta en el pelo
Que excedía
la repetición de palabras —
que me cansaban hasta el séptimo piso
en menos de treinta segundos.
Frases fijas digo.
Si tuviera que morir hoy,
por lo menos
esas frases agotadas no tendría que escuchar.
Se lo decía a mi mamá al salir del ascensor.
Cuarenta minutos antes la había regañado por lo mismo.
¿Será la represión descomunal?
¿Será el declive?
¿Será la merma?
Ciertamente no esta merma.
No tiene nada que ver con esta merma.
“Las instrucciones para el servicio”,
empezando con Krim.[1]
nos dirigen a buscarte la taza entre estas páginas.
La cultura material penetra nuestros seres más íntimos,
estructura nuestra gramática,
elige nuestras palabras.
A veces gana, a veces la ganamos.
En los momentos menos oportunos,
las hojas de afeitar nos dicen —
esas que decían “Patria o Muerte”.[2]
que, en cuanto menos lo esperes,
un camión Kama te puede quitar la vida.
Pero no todavía.
Este rojo — el resto de tu vida[3]
El otro día vi en Tik Tok (el cual no tengo)
a un creador de contenido decir
que hay palabras que no puede soportar,
tan sencillas como “transporte”,
por haber vivido en Cuba,
tan complicadas como “solidaridad”,
que todavía dice él que quisiera poder apreciar.
Ahora leo “Forma física del movimiento”[4]
que no tiene ningún transporte,
solo una bandeja rusa que indica
un destino y un principio,
lejos de los taxis que “se adelantan
a las guaguas nacionales”.[5]
A esta edad, la mía,
la del nuevo ascensor,
es difícil recordar el nombre del juego de memoria
que me encantaba de niña.
En general no me gustaban los juegos de mesa;
jugar a las cartas, peor todavía.
Pero me encanta el mix and match:
cuando una cuchara aparece al lado del bisturí[6]
Como buen poema,
hay elipsis:
donde necesitas un tenedor,
encuentras una cuchara
y “Pies de palo”[7]
Pero esas elipsis entre ser y objeto
ocupan algunos de los objetos
que estas creadoras nos presentan.
El match que tenía que hacer
y que hacía,
mientras debajo del camión
no “le dijimos nunca a nadie fue que nosotras también
hacíamos cositas debajo del camión” (Tres Tristes Tigres, Guillermo Cabrera Infante).
En la página 95 de La merma
reside un poema
cuya autora aún no sé.
Tiene tipografía que me hace creer que ya es mayor.
Tenía que haber nacido al comienzo de la revolución
cuando el vaivén para algunos todavía tenía cosas para recordar.
Recuerdo
De: línea
a, otros dos puntos y línea
en
y fecha.
Recordándome un poco a los cuadernos de ejercicios
de Lázaro Saavedra que circulaban como protesta en la guerra de los email, pero no,
el recuerdo de María Antonia, o a quien pienso que es Cabrera Arús,
con “tilde”, como dice en la mensajería al final del libro.
Hace puente entre “Trabajadores”[8] y “Mar y Tierra”,[9]
regado con suficiente “Santiago”
para aguantar el “confort” del “hotel del Partido Comunista” (p96)
y “la justicia” del amor.[10]
Parte 2
Voy a cambiar un poco de registro para hablarles de El eco de las cosas, un libro con fotografías espléndidas del fotógrafo mexicano Xavier Tavera, un texto introductorio breve pero contundente de María Antonia, y una entrevista elaborada que el profesor Jorge Brioso realiza con ella. Sin embargo, el trabajo más extenso del volumen –y tal vez el que podría parecer un mero detalle– es el de recopilar y nombrar todos los objetos de la colección y rastrear su origen.
Para alguien como yo, que no viene de Cuba, estos objetos, presentados tal como aparecen aquí, resultan seductores. El fotógrafo confiesa que le son familiares, y, habiendo crecido yo en los años setenta, encuentro también ciertos roces con mi propia realidad. La temporalidad compartida de la Guerra Fría es innegable.
Pero más allá de eso, la “revolución de los jeans” –ese allure de lo intangible, lo que José Manuel Prieto llamaría lo frívolo, y el deseo de acceder a ello– se siente también aquí. Curiosamente, con el paso del tiempo, lo que antes era ante todo cuestión de utilidad, y en algunos casos sospechosamente bello, María Antonia y Xavier lo convierten en objeto de deseo. Hasta hay un par de tacones Candie’s que alguien le trajo de los Estados Unidos y que yo recuerdo (o creo recordar) haber querido. Mi madre no quería que los tuviera, quizá por miedo a que pareciera “fácil”, o tal vez porque eran zapatos reservados a ciertas niñas de mi escuela. Mi memoria falla, y en todo caso, nunca los tuve.
Lo que María Antonia hace extraordinariamente bien en la introducción es categorizar los distintos modos de producción y distribución, y situarlos dentro del contexto cubano de los años ochenta. El libro en sí es una joya –una especie de coffee table book— que sin duda suscita infinidad de conversaciones.
Este proyecto es también, en efecto, uno de traducción. Y quisiera traducirlo literalmente, verlo viajar a mesas diferentes. Confieso que, al no haber formado parte de ese universo de significados (aunque me consume en mis investigaciones), mi manera de mirar gran parte de estos objetos es distinta. El valor de la colección se percibe también en el fondo gris que resalta el diseño de cada logotipo, hasta el punto de que uno siente el impulso de preguntarle a María Antonia: ¿podrías ponerles precio?
Hace ya más de una década publiqué un libro (traducido al español por Paula Coto) que comenzaba así: “Caminaba por La Habana de manera similar a como imagino que lo hacían los flâneurs por París, aunque me daba la impresión (al menos entonces) de que pensaba en algo distinto al aura de las ruinas urbanas, en algo que me resultaba igualmente atractivo y que era a la vez frívolo y crucial. Me acompañaba mi cómplice por las calles, con su discurso sobre por qué prefería que sus parejas sexuales usaran ropa interior sencilla, infantil, de algodón, en lugar de, por así decirlo, Victoria’s Secret o su réplica española, Women’s Secret –marcas ambas que difícilmente podía adquirir el cubano medio–. Por lo que pude deducir, no buscaba excusas para alentar una perversión al estilo más puro de Lolita, sino más bien explicar que la ropa interior de algodón evocaba otro tiempo, el de su juventud, cuando casi todo el mundo vestía la misma clase de blúmeres. Se refería, por supuesto, a la época en que los cubanos adquirían la ropa principalmente del bloque soviético, y no de China, Venezuela, Estados Unidos o Europa Occidental, ni mediante transacciones con turistas”.
Y por fin (bueno, casi, el blúmer es de nailon, mientras el ajustador es de algodón) los encontré aquí, en las páginas 38 y 39,
unos cuantos –demasiados– años después, aunque ya sin poder cumplir su función.
* Este texto fue leído durante la presentación de Legna Rodríguez Iglesias y María A. Cabrera Arús: La merma: un producto en existencia (Rialta, 2024) y María A. Cabrera Arús y Xavier Tavera Castro: El eco de las cosas: Los años ochenta en la colección Cuba Material (Rialta/Fluxus, 2025), en la librería Black Spring Books, de New York, el pasado 10 de octubre.
Notas:
[1] Legna Rodríguez Iglesias y María A. Cabrera Arús: La merma: Un producto en existencia, Rialta Ediciones, 2025, pp. 38-39.
[2] Ibídem, pp. 24-25.
[3] Ibídem, pp. 16-17
[4] Ibídem, p. 99.
[5] Ibídem, p.100.
[6] Ibídem, pp. 110-111.
[7] Ibídem, p. 38.
[8] Ibídem, p. 94.
[9] Ibídem, p. 96.
[10] Ibídem, p. 94.









