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‘El pasatiempo nacional’, de Rogelio Martínez: ante la posibilidad de pensar el presente

La más reciente obra de Rogelio Martínez pone en escena la fractura de tiempos y espacios sobre la que se despliega el drama geopolítico de la Guerra Fría.

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La compleja y provocadora obra del dramaturgo y escritor cubano Rogelio Martínez, El pasatiempo nacional (The National Pastime), tuvo su estreno mundial en el Syracuse Stage de Nueva York bajo la dirección de Joanna McKennon. Al poner en escena la fractura de tiempos y espacios sobre la que se despliega el drama geopolítico de la Guerra Fría, la obra cuestiona si las estructuras sobre las que se concibe la historia son capaces de explicar o justificar el presente. Post hoc ergo hoc: esa famosa falacia lógica que los griegos recitaban a modo de advertencia para no asumir una relación entre eventos solo por su aparente causalidad aparece en la obra como síntoma de una fractura o disociación que imposibilita el relato lineal y representable del presente histórico. Construida a través de una secuencia de eventos que no sigue un orden cronológico, diálogos de doble o triple sentido, eventos mediáticos colectivos y relatos personales ficcionalizados, la obra es una invitación a reflexionar sobre la posibilidad de pensar una contemporaneidad compartida, poliédrica, ya siempre en flujo y en crisis.

Si bien la obra relata eventos epocales que vinculan sujetos y países antagónicos, la lógica y efecto de esta dinámica relacional permanece opaca, poniendo de relieve como la corrosión de bordes y estructuras, el desbordamiento de tejidos vinculares y la intrusión de elementos contaminantes hacen del presente una imagen difusa. En este entramado, el lenguaje se convierte en uno de los territorios donde se manifiesta la pérdida del sentido, así como de su aparente unicidad sociocultural, ideológica y semántica. Ya desde la primera escena, la cual tiene lugar en un aeropuerto –espacio arquetípico de la fractura espaciotemporal y del sujeto en tránsito–, se establece que allí donde hay cruce, deseo y movimiento, también hay “pérdida en la traducción”. Esto también se refleja en el escándalo del jugador de béisbol Yulieski Gurriel (representado en la obra como Yuri Salgado), quien al desertar durante un viaje a Santo Domingo para jugar con los Houston Astros gana el campeonato de la liga gracias a ser, presuntamente, un experto en robar señales. De igual manera, la misteriosa aparición del Havana Syndrome, una serie de supuestos ataques sónicos que afectara a funcionarios estadounidenses en La Habana pondría fin a los intercambios culturales, y la potencial influencia política y económica, entre dos gobiernos ideológica y culturalmente opuestos.  

La trama se desenvuelve en el período de restauración de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos tras la visita del presidente Obama en el 2016, evento que muchos denominaron “la apertura”, y que coincide con la radicalización de los movimientos de derecha en Estados Unidos, cuya retórica violenta no se veía desde el macartismo. No obstante, la obra no pretende ejercer un juicio o diagnóstico definitivo sobre los más recientes eventos políticos y sociales que han dejado una marca en nuestros tiempos. Por el contrario, en un gesto de anarquía lingüística contra lo simbólico-cultural, Rogelio Martínez advierte como en la porosidad del lenguaje, las identidades y las estructuras, las estrategias de subversión y liberación forjan sistemas de represión y control. Esto queda perfectamente ilustrado en la novela de ciencia ficción 1984 de George Orwell, la cual juega un papel central en la trama de la obra, como eje de disputa en torno al concepto de “censura” y su posible aplicabilidad tanto a la sociedad cubana como a la estadounidense.

En la obra, el lenguaje y la cultura aparecen como espacios de acercamiento y pérdida, de goce y violencia, donde las distancias se recorren para afianzar las diferencias. De esta manera, la estructura dual de la obra: las dos historias que se entrelazan, los valores que se corrompen, los países que buscan reconciliarse a través de agentes que intentan infiltrarse, surge del tejido de una trama detectivesca, hecha de sospechas y juegos de palabra. La dinámica de relación está hecha de correspondencias, ya que permite entrever las unidades y sus diferencias desde el reflejo que cada una emite sobre la otra. Esta especie de imagen especular, que no llega a fijarse más que en los imaginarios que se erigen desde la distancia, es donde se afianzan y se disuelven los bordes. Es así como la trama surge del continuo desdoblamiento de zonas de contacto que a su vez produce pérdida.

Si bien en la numerología se encuentran la estadística y la superstición, ambas siendo un mismo intento de adivinar y afectar favorablemente un resultado, los números abren también una distancia entre el valor de la espiritualidad y la corrupción que genera la acumulación de capital. Suerte y trampa, dinero y fe se encuentran en el simbolismo cósmico del número nueve que convence a Yuri de que hacer trampa y que no está en contradicción con el destino que lo une al béisbol. Vemos también cómo los síntomas del Havana Syndrome, similares a los de otros padecimientos, dificultan su diagnóstico, haciendo de la tecnología un instrumento tanto de conocimiento como de confusión. El sonido que registran los funcionarios es, de acuerdo con las conclusiones de expertos científicos, emitido por el Anurogryllus celerinictus,o como aclara el agente cubano “the mating call of the short-tailed cricket.” Un llamado que es una incitación sexual al apareamiento, a la fusión y la reproducción, y que podría entenderse como elemento análogo al silbido de Oceano, funcionario del Estado que intenta seducir y convencer a Val, su contraparte estadounidense, de que espíe para el gobierno cubano. Val y Oceano se hacen pasar por “cultural liaison” para infiltrar la inteligencia del otro, haciendo de la relación cultural un encubrimiento que permite el acercamiento, creando zonas de riesgo y contagio, de aparente endurecimiento y relajación de bordes ideológicos en una mezcla de travestismo cultural y ritual erótico.

Podría decirse que la teoría del “contagio social” es una de las metáforas centrales en la obra. Es, primeramente, la conclusión que el FBI ofrece en su reporte sobre el Havana Syndrome. Este concepto ambiguo que define el misterioso fenómeno como una especie de histeria colectiva nos remite de nuevo al béisbol, que es otra forma de contagio social con ecos en los modos de relación cultural como la música, otro tema que ha explorado Rogelio en obras previas. Incluso los personajes se desenvuelven en un continuo proceso de adaptación y simulación en relación siempre con un Otro. Ya sea Yuri robando señales como estrategia de asimilación cultural en su experiencia de inmigrante; las motivaciones encubiertas y constante autocensura de Val, o los modos de disrupción cognitivos de Oceano, un singular y seductor agente que juega al policía bueno/policía malo con la intención de manipular y distraer, el contagio es una experiencia de dobles y bordes que se da al entrar en contacto con otros. La imagen borrosa, el sonido ruidoso y el borde rugoso que ambientan la puesta escena posponen la visibilidad del presente como producto de eventos históricos, revelándolo como algo inacabado, tangible solo en la porosidad del lenguaje y el quiebre de las estructuras.

En Cuba, la apertura habría traído nuevas olas de disensión, pero también de represión, dando pie a la infiltración del sistema capitalista dentro del supuesto socialismo que justifica la diferencia y los excepcionalísimos. Las noventa millas de agua que separan Cuba y Estados Unidos han parecido, desde ambos puntos de mira, un infinito longitudinal más amplio que el que se extiende entre los dos polos. Esta impuesta y aparente distancia ha sido terreno fértil para los mitos nacionales, que se han fortalecido gracias al endurecimiento de supuestas diferencias entre tan cercanos vecinos. Lo que los vincula, asume a menudo una estructura dialéctica y teleológica, donde cada evento tiene una causa, y donde hay siempre lados opuestos. De igual manera, la dinámica de reverso y dislocación del tiempo, y la ausencia de objetividad sobre sucesos históricos han desatado nuevas olas de violencia social, que sirven para justificar más violencia y más control por parte de los Estados sobre los ciudadanos. El pasatiempo nacional nos convoca entonces a cuestionar nuestros puntos de mira y a considerar la porosidad y la opacidad que vienen a constituir el presente.

La obra concluye con una proyección de imágenes de archivo de los actos de violencia que se llevaron a cabo durante el asalto al capitolio en Washington del 6 de enero de 2021. El quiebre de estructuras y valores que se venía gestando en nombre de discursos progresistas y liberales es ahora replicado por su opuesto. En este reverso ideológico, la censura y la falta de libertad son reclamados por los que profesan el racismo y la hegemonía de una cultura, un lenguaje o un grupo étnico sobre otro. El sujeto posmoderno disperso cuya lucha de resistencia es ante las estructuras tradicionales y hegemónicas habría forjado, en el continuum del presente, una correspondencia con su opuesto. Pensar el presente es deshilvanar estas correspondencias que vinculan tiempos y espacios, arrojando una visión borrosa y fragmentada que atraviesa la propia biografía del autor. En una entrevista Rogelio confiesa ser hijo de la Guerra Fría. Siendo aún muy joven abandona Cuba con su madre durante el éxodo del Mariel en 1980, experiencia que marca su vida y su trabajo como dramaturgo al “interrogar la rivalidad y tensión política entre Estados Unidos y la Unión Soviética”.

En El pasatiempo nacional la porosidad del lenguaje y el espacio cultural erótico se despliegan en una distancia que endurece las diferencias, subvierte el sentido y disuelve el consenso de la verdad. El pasatiempo es lo que ocurre cuando nos ausentamos del presente, es una especie de enajenación que se vive de manera colectiva. En la obra, la experiencia de inmediatez y el estado de potencialidad que hace del juego de beisbol una euforia colectiva sostiene una correspondencia con la inmediatez de lo que amenaza y permanece invisible. El evento inminente de ruptura y separación entre los países archienemigos guarda una correspondencia con el “home run” que vendrá a definir y darle un sentido a los sujetos y a su tiempo. Sin embargo, el pasatiempo es lo que ocurre cuando el tiempo queda suspendido en la distracción y el escapismo. El presente aparece como un infinito alargándose y opacándose en cada segmento, en cada entrecruce, en cada relación que se resiste al evento pero que prolifera y transgrede en él. El pasatiempo es una forma de liberación del tiempo de la producción, que simultáneamente hace del ocio y el goce una nueva productividad.

La propuesta teatral y dramatúrgica de Rogelio Martínez propone que el presente es lo que nos ocupa y es, por tanto, en lo momentáneo y transitorio de su captura algo así como una fotografía borrosa, una versión del pasado hecha de capas, de fricciones y de quiebres. Al conversar con los actores de la puesta cuentan que, a diferencia de otras producciones, en El pasatiempo nacional el texto atravesó cambios en la medida en que el montaje iba cobrando forma, y eso les permitió desarrollar de manera orgánica, íntima y dialógica el trabajo de interpretación de sus personajes. No hay, en ese sentido, personajes y texto, sino situación y lenguaje. Los actores subvierten y animan las vidas de sus personajes de tal manera que la trama se vuelve un infinito juego de posibilidades. Por ejemplo, la interpretación de Val por Cherrye J. Davis invoca un drama sicológico más profundo que el que propone el texto a simple vista. Su presencia en La Habana cobra los matices del “pasaje medio” o “regreso simbólico” que atraviesa el imaginario literario y cultural afroamericano. Por su parte, la flexibilidad lingüística de Erick González, actor puertorriqueño que interpreta a Oceano y pasa de un inglés perfeccionado al acento cubano con fluidez, le infunde al agente cubano una ambigüedad cultural que desestabiliza cualquier concepción habitual de lo que significa ser un “cuadro de la Revolución”.

Más allá del ya saturado discurso sobre la colectividad en los procesos creativos, Rogelio hace del texto un cuerpo vivo: lo sitúa y resitúa en un presente sin centro, en la dinámica de correspondencias abiertas al rizoma deleuziano y a la multiplicidad de tiempos y puntos de encuentro que caracteriza el estar no solo inmersos en el presente, sino también observándolo desde su sombra, como propone el italiano Giorgio Agamben. El pasatiempo nacional nos hace habitar el “espíritu crítico”, eso que de acuerdo con Oscar Wilde habríamos heredado de los griegos. Para Wilde, era precisamente la ceguera de Homero lo que hacía de su voz un medio y de su oído un crítico. La más reciente obra de Rogelio Martínez no ofrece un método o sistema desde el cual pensar el presente. Tampoco es una mera representación de eventos históricos recientes y ficcionalizados. Es, finalmente, una mirada al gran enigma que es el presente. Nos coloca ante la posibilidad de habitar el espíritu crítico como un borde vincular de correspondencias, donde no hay relación sin quiebre, ni goce sin pérdida.

PATRICIA ORTEGA MIRANDA
PATRICIA ORTEGA MIRANDA
Patricia Ortega Miranda (La Habana). Es actualmente estudiante de doctorado en el departamento de Historia del Arte y Arqueología de la Universidad de Maryland, en College Park. Ha organizado exposiciones sobre la obra de artistas cubanos contemporáneos como Carlos Martiel y Glenda León, y ha sido becaria en instituciones como el Museo Blanton de Austin, el Museo de Bellas Artes de Houston y la Galería Nacional de Retratos en Washington. Su trabajo de disertación ofrecerá el primer estudio detallado sobre la obra visual del escritor y artista cubano Severo Sarduy en relación con su pensamiento estético, y con los circuitos de arte internacionales que emergieran durante la segunda mitad del siglo XX.

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2 comentarios

  1. «…y que coincide con la radicalización de los movimientos de derecha en Estados Unidos, cuya retórica violenta no se veía desde el macartismo». Hahaha & hahahaha. ¿Y que sabe esta señorita de macartismo? A ver, ha leído lsa transcripciones de las comparecencias de auténticos comunistas, malvados y malignos, de retórica violenta y peligrosa, ante la comisión de la HUAC, entre ellos Bertolt Brecht y Hanns Eisler? Seguro que no. El macartismo es como esos libros que nadie ha leído y todos citan. Es el Finnegans Wake de las propisiciones políticas. El señor Stripling que fue el que conversó con Brecht, se había leído minuciosamente Die Maßnahme (Las medidas tomadas), una obra comunista de Brecht, una obra terrible que describía como era necesario colarse en un país y ser «chino entre los chinos» para llevar a cabo la operación de zapa. Brecht negó ser comunista, los buenos señores macartistas le creyeron y lo mandaron a su casa de Santa Mónica. Brecht recogió sus cheles y a su mujer comunista y voló a la Alemania comunista y murió allí, el muy perro. Pero bueno, en este sitio no hay que tomar las cosas en serio. Es un sitio para diletantes. Gracias a dios que aún yo lo leo. AH!! Hanns Eisler, el músico de Hollywood, «perseguido» por McCarthy, salió de USA, emigró a la Alemania comunista y escribió el himno nacional de la RDA!!!!!!!!!!

  2. «Lo sitúa y resitúa en un presente sin centro, en la dinámica de correspondencias abiertas al rizoma deleuziano y a la multiplicidad de tiempos y puntos de encuentro que caracteriza el estar no solo inmersos en el presente, sino también observándolo desde su sombra, como propone el italiano Giorgio Agamben»… sencillamente este sitio ha perdido el rumbo, cualquier cosa les da igual, las boberías más irrespetuosas con los lectores encuentran un lugar que debería llamarse Metatranca.

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