Es difícil imaginar cómo sería criarse en un ambiente donde los visitantes regulares en la sala de tu casa, amigos de tu padre, eran Ernesto Lecuona, Rita Montaner y Bola de Nieve. Además, su padre, que sabía leer música, hacía transcripciones a compositores como César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez y Ñico Rojas. Una sala permeada de la mejor música cubana posible: esta era la casa de Jesús Chucho Valdés, nacido en 1941, hijo de Bebo Valdés (1918-2013), pianista compositor y director musical del Tropicana y Pilar Rodríguez, cantante, pianista y maestra de piano. A los nueve años entró al conservatorio y se graduó a los catorce. Entre sus profesores estaba la pianista y compositora Zenaida Romeu González (1910-1985), madre de la directora de la Camerata Romeu (Zenaida Romeu Castro) y hermana de Armando Romeu (1911-2002), fundador de la Orquesta Cubana de Música Moderna. Fue ella quien le dijo a Chucho: “El objetivo no es tocar muchas notas, sino expresar lo que cada nota dice”. Su padre fue su primer maestro de piano y siempre fueron muy unidos; increíblemente nacieron el mismo día, el 9 de octubre. Su hija, Mayra Caridad Valdés (1956-2019), fue cantante, Chuchito Valdés es pianista y otro hijo, Rickard Valdés, es percusionista.
Ya desde los tres años Chucho mostraba talento musical: podía escuchar una melodía y reproducirla en el piano. Chucho oía a su padre tocar a Saumell, Cervantes, Lecuona y a los impresionistas (Debussy, Ravel, Albéniz, de Falla) y también a destacados pianistas del jazz como Duke Ellington, Billy Taylor, Hank Jones, Art Tatum, Bud Powell y George Shearing. Desde adolescente, tocaba con su padre en el Tropicana, y a los quince años ya había formado su primer trío. Bebo se separó del Tropicana el próximo año (1957), formando la Orquesta Sabor de Cuba hasta 1960, cuando salió de Cuba. Chucho fue director del Tropicana por breve tiempo y en 1963 se unió a la Orquesta del Teatro Musical (OTM), lanzando sus primeros dos discos el año siguiente, Jazz nocturno (1964) y Descarga (1964), ambos con EGREM (hay versión en CD que reúne las dos grabaciones). Los músicos que acompañan a Chucho son Paquito D’Rivera (en saxo y clarinete), Carlos Emilio Morales (guitarra eléctrica), Enrique Plá en batería y Oscar Valdés en percusión: todos formarían parte de la Orquesta Cubana de Música Moderna (OCMM) en 1967, y, luego, de Irakere, en 1973. Ya desde el inicio, Chucho Valdés sabía lo que quería en cuanto a combinar música cubana (sea son, rumba, danzón, cha-cha-chá o guaracha), con el jazz, la descarga y elementos de rock, y hasta música clásica (Mozart, Leo Brouwer). El sonido de estos dos discos no tiene la energía feroz de Irakere, pero el trabajo de Chucho en piano, de Morales en guitarra y de Paquito en saxo y clarinete ya van marcando otra (y nueva) forma de hacer música cubana. Y todo con enorme swing.
En Descarga está la primera grabación hecha de su célebre “Mambo influenciado” (1963), una versión breve (menos de tres minutos) con un ritmo más tranquilo: hay breves solos en trombón (Alberto Giral), flauta (Julio Vento), guitarra (Morales), saxofón (Paquito D’Rivera) y piano. Aunque se ha convertido en la canción emblemática de Chucho, sorprendentemente nunca fue grabada por Irakere, pero sí por Gonzalo Rubalcaba, Hilario Durán (en big band), Arturo Sandoval, Chucho junto con Bebo, Paquito D’Rivera, Harold López-Nussa y hasta Cimafunk (para los premios Latin Grammy, en versión muy bailable, por cierto). Jesús Rubalcaba, hermano de Gonzalito, tiene una versión en su excelente disco Estoy aquí, uno de los mejores discos de latin jazz de los dos mil, donde Jacinto Joaquín Oliveros hace maravillas en la flauta. Lazarito Valdés (no hay parentesco) ha grabado la versión más larga con sintetizador y medio funkeado con los metales avanzando la melodía principal: una versión un poco azucarada pero bastante llevadera.
La versión canónica de Chucho se encuentra en su disco Lucumí (1988) de solo piano. Es una versión de un poco más de seis minutos, pero deja claro su increíble virtuosismo, la velocidad de ambas manos, la capacidad de explorar registros graves y altas junto con un fuego y lirismo asombrosos. Ayuda que lo que está tocando es un Bösendorfer, piano cuyas notas graves suenan como truenos en manos de Chucho. Sobre la canción ha dicho lo siguiente: “Cuando la traje al grupo, se sentía nueva y diferente, refrescante e innovador y fue necesario para nosotros en cuanto a crear nuestro propio sonido. Se hizo un favorito entre los miembros de la banda y también entre otros que lo escucharon y empezaron a tocarlo. Eventualmente los estudiantes de la ENA (Escuela Nacional de Arte) empezaron a usarlo para lecciones en improvisación y se convirtió un poco en un estándar local. Mi inspiración más directa para la canción fue “Soulville” de Horace Silver (en su disco Songs of Silver, 1957), ¡fíjense en el final y se puede ver que tomé prestado un fragmento para el final de mi pieza! No fue una cosa consciente, la canción de Silver se me pegó mientras desarrollaba la canción, pero la verdad es que salió muy bien”.
Según Rebeca Mauleón, “Mambo influenciado” (1963) está escrito en re menor, una clave que se usa mucho en los blues; y rítmicamente es una guaracha y la clave es de 2-3. ¿Y el mambo? Después de todo el título de la canción se refiere al mambo. No quiero resucitar antiguas polémicas, pero el mambo es el único género musical cubano que todavía cuesta trabajo definir al contrario del bolero, el son, la guaracha, el danzón, el cha-cha-chá y otros géneros populares. En su excelente ensayo sobre el tema, “Todo lo que usted quiso saber del mambo…”, Radamés Giro, además de indagar sobre el origen de la palabra (también complejo) recoge definiciones y observaciones de Arsenio Rodríguez, Antonio Arcaño, Odilio Urfé, Juan Bruno Terraza, Alejo Carpentier, Pérez Prado y Mario Bauzá para profundizar en el tema. Giro cita a Israel Cachao López, que distingue su mambo y el de Pérez Pardo: “El de Pérez Prado es de exhibición, de pista; el mío es de salón, colectivo…”.
Pues bien, ¿es la versión de Chucho mambo a lo Cachao o a lo Pérez Prado? La influencia del jazz en la composición y la alternación entre notas graves y altas (análogo a los bajos en saxofón y altos en la trompeta en los mambos de Pérez Prado) parece aludir al pianista matancero, pero el ritmo y tempo elegante suena más a Cachao, aunque no tiene nada de danzón. En el caso de Cachao, el mambo nace de la sección montuna de un danzón. La idea del mambo es algo que asociamos con cambios bruscos en los tempos, los metales chillando, frenéticos giros en la melodía, y los gruñidos de Pérez Prado. Urfé describe el mambo de esta manera: “Ritmo contra ritmo. Nada de tonadas ni melodías definidas. No debe haber ritmo fijo en ningún instrumentista. Anarquía ordenada. Una cosa es un guajeo sincopado, que es lo que hace la mayoría de las orquestas, como la de Antonio Arcaño, otra cosa es el diablo, y otra cosa es el mambo”. Esa anarquía –a veces no tan ordenada– la vemos en los fragmentos documentales del mambo en celuloide donde se exhibe una forma de bailar donde los varones parecen moverse como muñecos electrocutados: este no es el mambo de Chucho, el suyo es más elegante, conmovedor, siempre cambiante en sus ritmos y armonías. Y ordenado.
En una entrevista, Chucho reconoce el significado de esta composición: “Puedo decir que descubrí mi propio ser creativo cuando compuse «Mambo influenciado» en 1963. Fue como si hubiera encontrado mi individualidad como artista cuando se me vino la canción; claramente fue un agregado de todo lo que había ocurrido en mi vida musical hasta el momento; todo lo que había escuchado, estudiado, aplicado, imitado, etc. Y allí estaba todas esas influencias ya eran parte de mí y se manifestaron en esta pieza. Fue un momento definitivo en mi travesía como compositor”.
La versión más atrevida –casi experimental– de “Mambo influenciado” la hizo Chucho en agosto de 2024, cuando fue el invitado para el Tiny Desk Concert de la National Public Radio (NPR) para una de sus conocidas versiones en video. Como se trata de conciertos breves, de unos 20 minutos, Chucho solo tocó tres canciones: “Mambo influenciado” (6 minutos), una canción completamente improvisada (“Impromptu Desk”, 7 minutos) y “Ponle la clave” (5 minutos y medio). Son tres joyas: el “Mambo influenciado” apenas se reconoce en los primeros dos minutos, porque tiene una improvisación-preludio que roza, pero no toca la melodía principal. Va de improvisación y free jazz hasta un montuno, pero Chucho lo arma casi como un rompecabezas antes de por fin aterrizar en una melodía reconocible.
El caso de Lucumí (el disco) es notable, especialmente si es verdad lo que dice Mauleón, que la sesión en el estudio duró una hora (las nueve canciones abarcan 48 minutos). Esto quiere decir que la grabación no tuvo tomas extras, que básicamente Chucho se sentó y tocó las nueve piezas sin parar, como si fuera en vivo. Y la verdad es que Lucumí se siente como una suite en nueve movimientos tocada en vivo, salvo que no hay público ni aplausos. El disco se grabó en 1986 y se lanzó en 1988. Fue producida por Messidor, y tiene una portada del gran músico y pintor martiniquense Henri Guédon (1944-2006): un cuadro suyo de 1975. La obra de Guédon es dramática: de una cara, pero un poco andrógina. La cara no está realizada de forma realista, emana cierto aire sobrenatural. ¿Se trata de la cara de un orisha? ¿Quién sabe?, pero es una cara que abre mundos, que hace preguntas. Guédon popularizó la música cubana y la salsa en Francia: era percusionista y dirigió varios grupos durante su carrera. Aunque el sello explica que las canciones están inspiradas en los orishas de Regla de Ocha, una sola canción (“Osun”) tiene nombre de orisha, así que los oyentes van a tener que escuchar atentamente a ver si una melodía se vincula con un orisha en particular (o no).
La primera pista, “Jica”, es una melodía de gran dulzura, cantabile y me atrevo a decir por ello se puede asociar con Oshún. Sin embargo, la dulzura de Oshún se combina con unos crescendos de gran fuerza en tres ocasiones durante la pieza, haciendo contraste con las partes más suaves. En “Jica”, Chucho toma la dulzura melódica de Lecuona, la elegancia de Chopin y la velocidad de Art Tatum para lograr una composición de una finura y lirismo inigualable. “Dembo”, la próxima pista, es más movida con un fuerte componente rítmico, un martilleo con la mano izquierda (una repetición de seis notas) que es enérgico. Quizás lo podemos asociar con los “orishas guerreros”: ¿Eleguá o Ochosi?
“Moane” es una composición suave, casi como un bolero, que emana cierta tranquilidad; tal vez la calma de Obbatalá (el santo de Chucho), que rige sobre el pensamiento y la cabeza. Aquí Chucho combina el lirismo de Lecuona con el vigor de McCoy Tyner. La cuarta canción es “Mambo influenciado”, que ya se comentó anteriormente, pero tal vez podemos añadir que los truenazos que da Chucho con las notas graves evocan a Changó y los cambios y giros en ritmos y volumen semejan la volatilidad de Oggún. “A Jessica” es una corta canción tipo bolero y no creo que los orishas pinten mucho aquí, pero podemos ver a Oshún como orisha de los boleros proque su reino es el del amor (que no solo tiene aspectos positivos sino también sus desilusiones, las penas y el infortunio). El tema un bolero enérgico, rítmico, con interesantes contrastes, con un sentido de anhelo, pero un anhelo soleado, no angustiado. “Osun” sí tiene un título que tiene que ver con la santería, el de un orisha que nos protege de los enemigos, de accidentes, del infortunio. Es una composición que muestra las destrezas de Chucho: pura pirotecnia, con ejecuciones rápidas por todo el piano; a veces parece un boogie-woogie, en otros momentos un montuno galopante, pero igual hay pasajes lentos y tiernos. Si alguien dudara que el piano es un instrumento de percusión esta canción de Chucho es prueba fehaciente de que es un tambor de ochenta y ocho teclados. El tema es una hazaña pianística de primera orden.
La siguiente pieza se llama “Adiva”, que en hebreo y árabe significa placentero o manso. Es muy tierna y bastante diferente a “Osun”, un contraste notable. ¿Podríamos pensar en Yemayá? Bueno sí, por lo menos en un aspecto de Yemayá, porque ella puede ser recia y guerrera también. Yemayá Okuti, no olvidemos, es guerrera y pelea junto con Oggún. “Adiva” es un acercamiento y reelaboración de la música romántica (Chopin, Liszt, y Cervantes), pero con una elegante cubanía.
El pianista vuelve al ataque en “Oyambo” (la nación de los ovambo de Angola y Namibia); a media canción Chucho literalmente martillea en los extremos del piano (notas graves y altas a la vez) y el caos sonoro es tremendo; parece que el piano mismo está a punto de desplomarse, pero al fin regresa a la melodía del principio. La intensidad y fuerza de esta composición nos recuerda a dos orishas: una confluencia de truenos y fuego, por un lado (Changó), con metal, fuego y productividad por el otro (Oggún). Concluye el disco con “Amanecer”, que evoca un poco a Oscar Peterson: es lírica, mesurada, llena de luz y poesía. De nuevo, evoca a Obbatalá. Un final idóneo para un álbum extraordinario.
Como pianista Chucho Valdés abarca mundos, es un cosmos. Tiene el don melódico de un Lecuona, hace cantar el piano como Chopin, posee un dominio técnico semejante a Liszt, maneja cambios abruptos con la poesía de Prokófiev, improvisa como un Jarrett, y ejemplifica lo percusivo del piano con la destreza de un Tata Güines. Su sonido es ardiente y cristalino, veloz pero con alta precisión, visceral y elegante; en fin, una admirable confluencia de dulzura y fuego. A casi cuarenta años de su lanzamiento, Lucumí sigue creciendo, como una ceiba de infinitas ramas.


