Dáctilo

Las redes sociales se han convertido en un poder paralelo ante la ineficacia o ausencia de los mecanismos de justicia. En las sociedades cerradas, las redes constituyen casi el único socorro para la defensa de derechos, pero su uso inmoderado tiene efectos secundarios. Nace así el “dáctilo”: como un síndrome, esta bestia surge de la confusión de la pantalla con el mundo real y de la pérdida del sentido común que provoca vivir en y para las redes.
Ya sea por su falta de realización en la vida real, por la adicción a la gratificación del like o por su ambición de influencer, el dáctilo ha olvidado que, si bien las redes permiten coquetear con la simulación, deberían ser un reflejo lo más coherente de nosotros mismos para no terminar convirtiéndonos en una ficción. Es un amasijo de dedos que, como los pulpos, ha desarrollado capacidades neuronales en las extremidades de tanto invertir los sentidos: no es el deseo de opinar lo que lo lleva publicar, sino la necesidad de publicar lo que lo incita a opinar. Necesita demasiado la aprobación del “me importa”; lo que nos hace pensar que en la vida real no recibe muchos abrazos. No puede calibrar quién es, lo que sabe y lo que ha hecho, en el tono de sus interacciones virtuales. Comparte cada tontería que piensa sin edición mental y cree que nos devela un sentido trascendental de las cosas. Opina con la autoridad de un prócer. Y sí, opinar puede cualquiera; ah, pero predicar…
El dáctilo siempre está a la defensiva. A la caza del descrédito ajeno para reafirmarse. Cree que la pasión con la que escribe una consigna o su vehemencia en acusar de “agente” a alguien en la ciberaldea lo eximen del penquerismo del que siempre ha padecido en su dictadura natal. Cree que se tumban regímenes emprendiendo cruzadas ideológicas en redes contra quien, aún con divergencias políticas, está claramente en su bando. Cree que seguir a un influencer es ser un ciudadano activo, que un like es un voto y que un “me entristece” es una mano extendida. Cree que tiene sentido postear una disertación sobre la felicidad al mismo tiempo que la experimenta. Publicar la experiencia es lo que realmente lo hace feliz. Y dirán, “si no te gusta: unfollow”. Pero el meollo radica aquí en que estas distorsiones individuales conducen a la gran distorsión colectiva. Las percepciones deformadas que generan los dáctilos diluyen en discusiones escuálidas los debates realmente importantes.
He visto a psicópatas narcisistas vivir del liderazgo político a golpe de méritos inflados en redes, con discursos grandilocuentes y filtros rococó. He visto a los hombres más machistas y maltratadores pasar por progres o aliados. He visto a hembras misóginas venderse de feministas y viceversa; a mitómanos probados devenidos en líderes de opinión; a gente que se traiciona de la forma más sórdida posar de mejores amigos. En fin, a gente mala pasar por buena y a gente buena pasar por mala. No sea un dáctilo, no confíe siempre en la foto fija, el comentario fijo, la idea fija.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.


Buenísimooo