La exposición El hijo de la ballena, inaugurada este viernes 27 de junio en el estudio de tatuajes La Marca, en La Habana Vieja, compila 26 acuarelas de pequeño y mediano formato, concebidas entre 2017 y 2025 por el también cineasta cubano Armando Capó (La marea, Nos quedamos, La certeza), quien derivó el título de la muestra directamente de su reciente largometraje documental La tierra de la ballena (2024).
Dicha película fue también proyectada en el espacio, no como colofón, corolario o mero complemento de las pinturas montadas, sino como una vigesimoséptima pieza, más “efímera” e irrepetible, diluyéndose así en la obra la Capó las conservadoras –pero demasiado vigentes aún– divisiones entre territorios creativos.
Precisamente, el contraste entre el abigarramiento y la extroversión gráficas que definen un espacio como La Marca y el sosiego contemplativo que emanan estas ventanas impresionistas a paisajes marinos, rurales y urbanos sin tiempo, premura ni tensión, resulta en un orgánico diálogo visual que trasciende los mitos de lo epocal, lo contemporáneo y lo nuevo a favor de la autenticidad y la sinceridad creativas.
Las pinturas aparecen en tres zonas de las paredes, a partir de una museografía concebida por Roberto Ramos Mori, que evita a toda costa el hieratismo galerístico de tediosa simetría a la vez que recupera y revalida el amontonamiento de las pinacotecas de los siglos XVI, XVII, XVIII. Sin frisar tampoco los límites del horror vacui. La voluntad casi instalativa de este montaje apuesta por la armonía de la irregularidad y el balance otro que yace en el alma de lo asimétrico.
Las acuarelas de Capó, que delatan una suerte de corrimiento al color, desde la palidez melancólica de las piezas más antiguas hasta las pinceladas brillantes y de solar vivacidad que lucen las más recientes, establecen una tercera relación endógena, de contrastante complementariedad entre las diferentes etapas creativas por las que ha transitado el artista.
Según comentó Armando Capó a Rialta Noticias, tanto la exposición como la película La tierra de la ballena son “una especie de despedida” de su pueblo natal, Gibara (Holguín), que resulta también escenario y esencia de sus dos largos de ficción, Agosto (2019) –ganador del Coral de Ópera prima en el 41º Festival de La Habana– y El regresado (2025), aún por estrenarse; ambos de corte autobiográfico. Pero “las despedidas dejan huellas, no solamente películas”, afirmó el artista.
Durante el rodaje del documental, en que revisitó a figuras que fueron esenciales en su temprano crecimiento artístico y personal, Capó experimentó un nuevo proceso de aprendizaje junto al pintor Luis Catalá Maldonado, mientras lo escrutaba a fondo y filmaba como personaje.

“Investigué mucho sobre el color, pero también entendí cosas que ya como pintor tenía una madurez adecuada para comprender, algo de lo que carecía cuando estudié en la Escuela Profesional de Artes Plásticas El Alba, en Holguín, en los años noventa. Por ejemplo, la importancia de los colores complementarios, la manera de entender la luz y también las sombras. Si revisas las acuarelas expuestas, ves que las más antiguas tienen menos colores que las últimas, ya mucho más permeadas por la influencia de Catalá. Esto incluso influyó en el proceso de corrección de color de El regresado, porque esta película se sitúa en la perspectiva de un pintor”, detalló Capó.
“Cuando terminé las películas”, explicó a continuación sobre esa suerte de trilogía o tríptico confesamente autobiográfico, “hay un momento en que me doy cuenta de que ya cerré la etapa de Gibara. Eso significa empezar a buscar la luz en otros lugares, y entender que no quiero hacer más películas sobre Gibara. Aunque sigo pintando algunos motivos de allá, ahora me interesa mucho La Habana, la destrucción de La Habana, y no hablo de los basureros. Hay zonas de La Habana Vieja en que la luz es muy hermosa en determinados horarios. Eso me recuerda mucho el sentido de las acuarelas que me interesaban. Voy descubriendo otros juegos de la luz, otros modos distintos de trabajar la acuarela”.










La trilogía Agosto-El regresado-La tierra de la ballena –secuencia que prefiere su realizador, aunque las circunstancias lo hayan llevado a filmar en otro orden– es entonces el cierre definitivo de una etapa. “Toca empezar a pensar en otros lugares y en otros horizontes; igual que la próxima película que quiero filmar, que ya no se trata de mí. Ya no más el Capó niño, o mi crecimiento. Igual con las acuarelas: ahora estoy preparando una serie de La Habana”. Y la capital que habita desde hace más de una década también reclama protagonismo en las paredes de La Marca.



Todo lo tratado en estos filmes, y gran parte de lo plasmado en sus cuadros, “son las cosas que te marcan, que te convierten en la persona que eres ahora”, cofesó el artista a Rialta Noticias. “Ese hermoso tiempo de crecer, del primer amor, de los momentos no tan felices. Todo eso explica quién eres ahora. Pero cerré Gibara. Mi papá ya no vive ahí, el resto de mi familia tampoco. Tengo que empezar a hablar de otras cosas, empezar a hacer otras cosas”.
Durante el rodaje en esa localidad del norte holguinero, en 2020, sitiados por una pandemia que parecía mermar para rebrotar con más ferocidad al año siguiente, Armando Capó grabó mucho a Catalá mientras este disertaba sobre pintura. “Aunque cuando era más pequeño lo escuchaba hablar sobre la teoría del color y demás, no tenía en verdad la capacidad para entender de qué me estaba hablando”, explicó. “Ahora entiendo qué es un verde frío, un verde cálido, un verde aparentemente neutro. Los diferentes tipos de azul los comprendo mejor ahora. Cómo funcionan los complementarios en la sombra…”. Aunque dice guardar “algunas acuarelas muy buenas” de su etapa de recién graduado en la escuela de Gibara, Capó entonces “no estaba consciente del proceso que [le] hizo llegar a esos resultados”.

El artista sostiene que las piezas “pintadas en Gibara son más «secas», o sea, que la pincelada, la forma de trabajarla, es más parecida al óleo, que no tiene capas ni demasiadas aguadas. Son cosas que voy descubriendo por oficio. Las últimas acuarelas tienen partes lavadas, mucho más aguadas; están trabajadas con diferentes pinceles, texturas. Hay partes de las más recientes en que he trabajado en restar énfasis, en quitar más que en añadir. Porque uno de los problemas que he ido resolviendo es que antes trabajaba todos los elementos de la composición de la misma forma. Cuando eso sucede tienen la misma relevancia en el cuadro, entran en conflicto”.

“Para tener un recorrido visual tienes que entender cada una de las formas de trabajar la acuarela”, abundó en nuestra breve entrevista. “Si tienes un cielo más trabajado en aguada, puedes preservar el trabajo más seco para los primeros planos, o para el elemento sobre el que necesitas llamar la atención”.





Capó se reconoce más seguro como pintor que como cineasta, pese a la significativa obra audiovisual, principalmente documentalística, que ha concebido desde la primera década de este siglo, a través de la cual dice haber reconfigurado su mirada sobre el mundo.
“Lo más importante es desaprender la realidad”, dijo finalmente Capó. “En mi obra pictórica nunca terminé de aprender la realidad, para dar el siguiente paso como artista. Como pintor me quedé con la realidad y llegué hasta el impresionismo. Tiene que ver mucho con Catalá y lo que aprendí allá. El otro paso terminó ocurriendo en el cine. Es una búsqueda constante. Tienes que desaprender todas las preconcepciones, que el cielo es azul o los árboles son verdes. Hay que perder todo eso, dejarlo ir”.

