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InicioExpediente | Antonio José Ponte en ‘La Gaceta de Cuba’Antonio José Ponte: “Una familia tan tebana como cualquiera”

Antonio José Ponte: “Una familia tan tebana como cualquiera”

Tomado de ‘La Gaceta de Cuba’, año 35, n. 2, marzo-abril, 1998, p. 60.

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La familia de Orígenes (Ediciones Unión, 1997), el último libro de ensayos de Fina García Marruz, pertenece a esa parentela de libros origenistas que esbozan amplios panoramas de historia literaria y que ofrecen un lugar en ella a la labor del grupo Orígenes. Su autora intenta otra vez explicar cómo es posible que estemos sobreviviendo a Martí. Nos recuerda que, así como Rubén Darío siente que no venimos después de Cristo, sino que vamos hacia su nacimiento, Lezama Lima, y con él Orígenes, siente que Martí no está en el pasado, sino que se avecina.

Tal vez quien lea este libro comprenda que el modernismo resulta ser, más que credo estético, una línea de pensamiento ético americano; es liberación. Comenzó con José Martí, Orígenes está dentro de él, la teología de la liberación constituye uno de sus avatares y no podrá sucederlo ningún posmodernismo, neorromanticismo, neoclasicismo o neobarroco, ya que sólo lo secundará la total justicia social y algo así como la Parusía. Para hacernos comprender lo anterior, Fina García Marruz divide el campo en dos grandes bandos: por un lado, el del modernismo literario, el reformismo político y la religión católica. Por el otro, el del vanguardismo literario, el criticismo político y la religión protestante. El más fecundo de ambos partidos es, evidentemente, el primero, que Orígenes integrara según ella. Sin embargo, hechas estas divisiones, su autora puede, de pronto, abandonarlas y decidir que escritores como Vicente Huidobro o César Vallejo pasen de ser considerados vanguardistas a ser considerados modernistas. Porque Vallejo llamó a Darío alguna vez “el cósmico» y Huidobro recibió en otra ocasión un consejo poético de Darío.

Refiriéndose al grupo de jóvenes escritores que acostumbraba a reunirse en casa de Fina García Marruz, José Lezama Lima preguntó en el inicio de su amistad con ellos, si no eran todos como una familia. Ella lo recuerda ahora y recuerda también que Martí llamó “una familia en América” a los poetas modernistas. Y esta coincidencia basta para que, en una teoría de conjuntos bastante inexplicable, los escritores del grupo Orígenes hagan una familia dentro de la familia de escritores americanos que empezara el modernismo.

Dispuestos ya alrededor del hogar, La familia de Orígenes se empeña en explicar desavenencias familiares, los casos de Virgilio Piñera y de Lorenzo García Vega.

Recuerda de Piñera uno de sus juegos en la revista Poeta: allí se repartía la literatura, con nombres y apellidos, entre escritores que trabajaban o dormían o se encontraban muertos. Era un gesto, señala Fina García Marruz, fiel a la tendencia necrológica de la vanguardia. Y, aún cuando se considera modernista y no de vanguardia, la escritora de La familia de Orígenes, incurre también ahora en gestos necrológicos. Afirma a propósito de Lorenzo García Vega: “Creo que Lezama lo ayudó mucho a salir de su cerrado vanguardismo y [a] escribir con un tono que, alejado ya de este influjo, su incomprensible rencor le hará difícil reencontrar”. García Vega, según ella, trabaja, sueña o muere.

En familia, Fina García Marruz se muestra en contra del abordaje psicoanalítico, evita explicaciones en torno a ausencias tortuosas. “Teníamos padres, teníamos el Seminario de San Carlos, y nos aburría Freud”, manifiesta. La frase es memorable (de su plural se salvan Piñera y García Vega), aunque vale la pena que sufra una objeción: que Freud los aburriera no es señal inequívoca de que ellos hubiesen aburrido a Freud. No porque un grupo de personas se reúna en su aversión a Copérnico, el universo se habrá vuelto ptolemaico.

Una parte de los asuntos de familia de este libro gira en torno al tema de la homosexualidad. En una de sus páginas queda dicho claramente que la homosexualidad ni da ni puede quitar categoría poética. Sin embargo, parece restar categoría en algún otro campo, desde el momento en que Fina García Marruz se detiene a defender de sus cargos a Arthur Rimbaud. Rimbaud, según ella, carecía de la idea del pecado (en el libro se entrecomilla esta palabra) y se encontraba “en un plano casi científico”. Si sostuvo amor por Verlaine, fue debido a una íntima experimentación de la palabra que lo obligaba a atravesar todas las experiencias. Poseía, asimismo, cierta pureza religiosa y social: todo un adolescente concienzudamente lavado, de vuelta de la blanchisserie para lectores de Orígenes.

La familia de Orígenes es, por sus intenciones, un ensayo emparentado con piezas mayores como Lo cubano en la poesía de Cintio Vitier y La expresión americana de José Lezama Lima. No alcanza, sin embargo, la altura de estas, ni la altura de otros ensayos de su autora. Su trazado resulta confuso y en ocasiones se pierde. (Martí es su más cara forma de discontinuidad). La búsqueda de un absoluto como es conectar la labor de Orígenes a la gestión emancipadora americana, la obliga a múltiples veleidades.

El ensayo es, como todos sabemos, género para veleidades, pero puesto a leer hipótesis descabelladas, lo menos que el lector podía merecer era la lisonja de un estilo. Este libro no se la dará: la universidad lo desaconsejaría por indemostrado y al buen lector de ensayos, incrédulo de la matematicidad de las demostraciones, le resultarán poco atrayentes las cuestiones de rótulo que trata (vanguardismo, neobarroco, modernismo, origenismo, barroco de Indias…).

La familia de Orígenes fue escrito para ser leído en un coloquio. Tal vez por eso su ambición abre tantos frentes que deja luego incumplidos. Fértil para propiciar la discusión oral, como libro le falta ser pensado a fondo, completado. “Estamos rodeados de demasiada real amenaza destructora, queriendo que desaparezcamos de la Tierra, y desaparecer también a la Tierra, para permitimos el lujo de seguir jugando a las destrucciones letradas”, puede leerse en él. A la luz de un Apocalipsis tal, muy pocos gestos humanos podrían encontrar justificación, poca justificación existe para un libro como este. Porque, a pesar de lo que diga el ecumenismo de su autora (ya resultaba arduo hacer considerar al lector que el grupo Orígenes es una familia, para encima hacerle creer que una familia felizmente llevada), La familia de Orígenes es un libro empeñado en destrucciones letradas. Y para ser de esta clase, resulta una escaramuza fallida.


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