Uno
En una página de Paradiso, la nóvela conclusa de José Lezama Lima, José Eugenio Cemí estudia en su tesis de grado como ingeniero la triangulación de Matanzas. Más adelante será coronel y padre del protagonista de la novela, ahora podemos encontrarlo en su trabajo a medias entre la agrimensura y la topografía. Pertenece a la primera graduación militar de la República de Cuba, es el número uno de esa graduación: un caballero en el caballeresco ejército republicano de principios de siglo. Incluso hoy, pasado tanto tiempo, mirando trabajar a una comisión de topógrafos, puede encontrarse en ellos un poco del aire caballeresco con que Cemí padre ejecuta unas disciplinas: entran a un bosque encantado que fanáticamente volverán exacto, cuentan pasos con la severidad de los duelistas, pasos de estrictamente un metro. Reproducen a escala ampliada brincos de saltamontes, los saltos de un compás de puntas secas sobre un plano de Matanzas.
También a nuestros ojos la cartografía de inicios de siglo resulta caballeresca. Más que un plano, lo que maneja José Eugenio Cemí es un grabado, uno de esos grabados coloniales de ciudad donde, sobre una cumbre avistando el trazado completo de sus calles, merienda una familia poderosa. Las líneas del grabado fueron pacientemente iluminadas con azules de acuarela, terrosos, verdes y los colores dan la hermosura de lo superfluo. Matanzas es sitio fuerte de tradición en la novela junto a un Pinar del Río veguero y una laplantiana provincia de Las Villas. Isla de Pinos tiene la provisionalidad de los lugares nuevos, Camagüey y Oriente sólo aparecen en un par de dichos casuales. Cuba es en Paradiso Vueltabajo. Los extremos de esa isla de novela, Pinar del Río y Las Villas, son extremos del arco contrapuntístico entre el tabaco y el azúcar, entrecruzamientos familiares de donde viene José Eugenio Cemí. Debajo de ese arco, Lezama ha metamorfoseado a Matanzas en el emporio de la repostería cubana, en ciudad de refinamientos. La ha hecho en uno de sus prólogos tierra de artesanos plateros, José Eugenio Cemí está por tanto refinando materias sumamente refinadas.
Oppiano Licario, rindiendo también examen escolar, se enfrenta a un tribunal de materias históricas. Le exigen el nombre del perro de Robespierre, las estaturas físicas de Napoleón y Luis XIV, las circunstancias de muerte de Enriqueta de Inglaterra, lo obligan a una curiosidad de cortesano, de envenenador casi. A invitación del jurado una muchacha cercana desliza para Licario esta pregunta bobalicona que alguna vez nos hemos hecho: dónde comprar el mejor chocolate del mundo. Licario, que se ha espadeado bien con los enredos anteriores, utiliza para contestarle igual sagacidad que la de aquella tía de Swann que compraba determinadas frutas en determinadas tiendas, las mejores, hasta completar una cesta dedicada a la princesa de Parma. Una mañana Enest Robert Curtius encontró a Charles Du Bos en un tranvía. Era París durante la Primera Guerra Mundial, atravesar la ciudad era exponerse. Bastante alejado de su casa, Du Bos iba a tomar un vaso de leche en un establecimiento favorito, sus razones eran irrefutables: un vaso de leche, a pesar de todos los peligros, sólo podía tomarse allá. Oppiano Licario, agotador de todos los registros de curiosidad histórica, maneja también de modo maestro esas majaderías del saber vivir: en la calle Rivoli, número 17, primer piso, venden el mejor chocolate del mundo. Después de esta noticia superflua, de lujo de conocedor, para aguzar la tortura del minuto en la prueba, una priora dominica lo arrastra a las cominerías del escolasticismo, pregunta por la extensión de los labios del demonio. El tribunal, sospechando la demasiada capacidad del estudiante en prueba, ha apanado los temas de un programa normal y abunda en excepciones. La priora ha aparecido para hacer del examen una prueba virreinal. Otra vez más Licario acierta. El método que ha permitido su soltura es el que llama “Silogística poética”.Fuera de las páginas de Paradisose le llama siempre Súmula, nunca infusa, de excepciones morfológicas”,aquí lo llamaré por este nombre. Y es, como se ha visto, una guía para sortear todas las rabietas de quien pregunte.
Oppiano Licario y José Eugenio Cemí, el padrino de sabiduría y el padre de la
carne, el estudioso de la miscelánea más recóndita y el ingeniero coronel, el autor de la Súmulay el de la Triangulación, van a encontrarse en la muerte del segundo. No se conocen, nadie los presenta, pero conversan en español en una sala de hospital norteamericano, son dos cubanos. Cemí, sabiendo su muerte cercana, encomienda al recién conocido la educación de su hijo varón. Es un gesto sublime, una muerte de gran estilo.
Si recorremos el índice de nombres y títulos que trae la edición crítica de la novela Paradiso.encontraremos que sólo uña vez es citada la Súmula de excepciones, una vez única también la Triangulación de Matanzas. La Súmula correrá más destino en otros libros de José Lezama Lima, la Triangulaciónqueda apenas ahí en esa submención. He tratado de emparejarlas. Lezama habrá gozado al forjar esos títulos tanto como al nombrar su sistema poético.
“Aprendizaje de la flauta breve sin estropearse los labios”; “Silogística poética”; “Preludio a las eras imaginarias”; Triangulación de Matanzas, “Introducción a los vasos órficos y a un sistema poético”; “Curso délfico”; Súmula, nunca infusa, de excepciones morfológicas: mezclo títulos suyos con títulos preparados para sus personajes. Creo que esos títulos que ejercitan sus personajes dentro de la novela adiestraron a su autor José Lezama Lima para llegar a nombrar su propio sistema.
Escribiendo personajes creadores de métodos, practicantes —y aquí hemos visto dos: Licario y Cemí padre—, gana cautelosamente valor para crear el suyo propio, para publicarle. Acertar en un ejercicio artillero de costa, responder a cada ataque de un jurado, abrazar las edades históricas: Cemí padre, Licario, Lezama Lima autor lo logran. En el universo de la novela los dos primeros son figuras paternales, tradición, el tercero, José Lezama Lima, halla su equivalente, la misma altura en edad que José Cemí hijo.
Al morir Oppiano Licario, este deja también un gesto que atañe a su ahijado. Encerrado en un cofre, es la única copia de la Súmula de excepciones. Estamos ya en páginas de la novela inconclusa y póstuma Oppiano Licario. Al recibir el cofre José Cemí comprende lo inusual de la herencia, lo precioso que tiene en sus manos. La excepción que es el libro, manual que compila excepciones, desata sucesivas situaciones raras, episodios excéntricos que aparecerán unas páginas después. El traspaso del cofre habrá dejado escapar un poco de su aire. Un ciclón atraviesa la ciudad. Más que desastre, luce al principio señas de carnaval. El escenario, igual que en el cuento “Fugados”, es el malecón de La Habana. En sus pocetas los cuerpos de jóvenes se muestran desnudos, hacen maldades. La ciudad entera, olvidada de clavetear sus entradas, de continuar previsiones, se solaza en la desnudez de esos muchachos. Este día es llamado día de excepción, se le dispara contra el tedio continuado de otros días. Pronto se yuxtaponen lluvia, ciclón y ras de mar. Cemí, que atraviesa el sitio, asegura la Súmula en un bolsillo. Súmula en el ciclón: las embestidas del viento buscan al libro para desguazarlo. Libro y ciclón son parejamente sacralizados. El ojo del ciclón es comparado al despliegue de formas de un altar barroco, el manuscrito al Libro de la vida.
Al llegar a su casa Cemí, guardián de un tesoro, recibe otro, causalidad banalizada, el perro de unas vecinas que abandonan la ciudad. En casa lo espera un mensaje de Inaca Eco Licario, quien antes le ha entregado el tesoro de su hermano muerto. Inaca Eco procura a Cemí con instrucciones para que la visite. Al salir a cumplir tales instrucciones quedan a solas dos excepciones: perro y libro, dos monstruos enfrentados Cemí entra en la casa mágica de la mujer (el edificio es relacionado con las ruinas del cafetal Angerona, la sangre de Cemí recogerá en un haz las tradiciones del café, el azúcar y el tabaco), obedece a sus instrucciones iniciáticas y ritos. Ella convierte en únicas las circunstancias del amor, marca una excepción más. Al regresar a casa, sembrada ya su simiente en Inaca, el guarda de dos excepciones alcanza a ver cómo una de ellas ha terminado casi con la otra. Los abrazo de dos amantes queda paralelizado a los forcejeos entre perro y libro, la desaparición de un libro a la concepción de un hijo en que van a unirse las dos sangres del coronel Cemí y el estudioso Licario. El perro, nervioso ante el ras de mar, sólo ha dejado íntegras unas páginas que forman un poema. José Cemí no había leído el libro.
Era de aproximadamente doscientas páginas. Un poema, el salvado, ocho o nueve páginas, ocupaba su centro. La letra que lo copió era de trazos muy uniformes, parecían haber estado muy sincronizados la ideación y los signos, pensamiento y escritura. Sólo podía notarse cierta zozobra al finalizar algunas palabras, el resto de la caligrafía era obediencia.
En una carta que Cemí escribe después de perder el libro, carta a Fronesis, debíamos leer el poema, resto último de la Súmula. Una nota al pie en la edición cubana de Oppiano Licario nos informa que el poema faltaba en el manuscrito original de la novela, que allí encontraron los editores un espacio en blanco. Perdido el libro sólo queda un poema, como para subrayar el vacío ha quedado un espacio esperando la presencia del poema, plaza donde discuten ficción y realidad. Una edición española de la misma novela enmarca ese vacío en un rectángulo, luce como un pizarrón sin escritura. Ese vacío espejea sobre lanovela. Ventana, pizarrón, plaza, página en blanco, ojo de cerradura, pozo, blanco sobre blanco, travesura de la tipografía: espejo. Para encontrar un espacio tan imantado tenemos que detenemos en un episodio de Paradiso.Sobre las baldosas de un patio, enmarcadas por jugadores familiares, unas piezas de juguetes dibujan el rostro, la figura del coronel José Eugenio Cemí, muerto ya. Las baldosas del patio, lo mismo que el espacio dejado para un poema que no recibimos, son recorridas por un oleaje lento y socavador como ciertos oleajes de la memoria, son materia volviéndose acuosa, cuajando en un espejo. Cintio Vitier ha publicado recientemente un guion de Lezama Lima para ese poema que nos falta. Ya definitivamente en el campo de las posibilidades, el guion que Vitier exhuma de la papelería lezamiana inédita viene a sostener que al menos en una ocasión, su autor no quiso jugarnos la diablura del blanco en su novela. Lo que tiende su mano en nuestro dominó conjetural no es el doble blanco.
Sin embargo, supuestos aparte, nos enfrentamos al vacío de un poema. Alguna vez Lezama Lima, procurador o no de tal vacío, estuvo detenido ante una ausencia semejante. Al final de unos paralelos entre pintura y poesía cubana halló que en el último diario de José Martí falta una página arrancada. Absorto ante tal pérdida, ve colmarse su asombro, poblarse el hueco: donde estuvo la página, Lezama coloca una pintura de Juana Borrero. Pero antes, en el mismo ensayo, lo abruman otras faltas, escribe que hemos perdido casi todo, que todo lo perdemos, no sabemos qué pueda ser lo esencial cubano, en nuestra expresión se pierde lo mismo aquello más inmediato que lo lejano de los primeros años. La pérdida del libro es, pues, uno de nuestros episodios nacionales. En una página amarga de Lo cubano en la poesía Cintio Vitier ha preguntado dónde están, aunque estén derruidos, los muros de nuestra fundación. El libro perdido, la Súmula y su destino, quiere significar esta fatalidad.
Existe un episodio casi idéntico de libro perdido en la “Historia de un inmortal”, narración que Eliseo Diego recoge en su libro Noticias de la quimera. Allí también se pierde un libro tesoro, extenso poema como el que nunca escribirá Eliseo Diego que defiende tanto el poema breve.
Hay dos hombres sentados en el muro del malecón habanero. Uno, el viejo vestido de dril blanco, cuenta una antigua historia. El otro es un joven cuyos rasgos denotan parentesco con el viejo a quien escucha. La glorieta frente al malecón, el
dril blanco: estamos en años republicanos. Pero la historia que escucha el joven y leemos nosotros sucedió al viejo en el siglo pasado, cuando era muy joven. Un amigo lo había citado en el café La Dominica.Si el mejor chocolate del mundo puede comprarse en la calle Rivoli, el café La Dominica,en Mercaderes y O’Reilly, tuvo fama de vender los mejores refrescos y helados de La Habana de hace un siglo y pico. El viajero Samuel Hazard que lo visitó en 1867 y nos lo testimonia dice que entonces ya no estaba de moda. Alrededor de esa fecha se citaron allí dos jóvenes. Uno de ellos parte a la manigua, a una lucha independentista y quiere dejar al otro un manuscrito, un poema que ha copiado o compuesto en una ensoñación. Escrito en medio de una visión feliz en la que escucha varias voces, su autor, uno de los jóvenes sentados a la mesa de La Dominica,ha seguido el dictado de esas voces. Son voces de atlantes, lo que pronuncian —cada voz su poema— es el mundo perdido de la Atlántida. Como tenemos el palacio perdido de Kublai Khan en unos versos de Coleridge, el manuscrito que un joven deja a otro brindaría la isla perdida de la Atlántida. Historia de la Atlántida que es historia de Utopía que es historia de Cuba.
Al despedir a su amigo, el nuevo dueño del manuscrito, que no es otro que el viejo que ya vimos vestido de dril, parte a los baños del malecón. Es invierno y encarando el temor casi sagrado que sentimos por los baños de mar invernales, está dispuesto a darse un baño para lucirse ante dos chiquitas americanas que se bañan más allá. Busca asombrarlas con su proeza de nadar en mar abierto retando a la marejada del norte. Cemí arropaba su libro al cruzar el malecón aciclonado, este esconde el suyo dentro de una chistera. Ve llegar a las dos muchachas extranjeras, se desnuda y deja sobre una piedra la chistera. Allí la alcanzan una y otra ola impulsada por el norte, el agua borra las hojas y las desmenuza. La Súmulafue desgarrada por los dientes de un perro, este otro libro desaparecido es desgarrado por los dientes de perro de la costa. Ambos terminan borrados por el agua. Contra los dos maldicen elementos naturales, la maldita circunstancia del agua por todas partes. El temporal se alía con un simple descuido de sus guardianes: uno corre a una cita de amor, otro intenta escaramuzas frente a dos mujeres deseadas.
Al terminar su historia el viejo empieza a ser precisado por el joven que lo escucha. Es entonces que se nos hace sentir que el libro destrozado puede hundirse más en la desmemoria: resulta que el viejo no conocía el nombre del amigo que le diera el libro, se habían visto sólo un par de veces. Este, quienquiera que fuese, tampoco supo los nombres de las voces que le hablaron en una ensoñación. Citaban poemas, se nos sugiere, de alguien cuyo nombre no dijeron. De esas sucesividades del anonimato, cantidad que procura expresar la calidad de lo inmemorial del libró, queda su título: Libro de las profecías,ha quedado descrito el aire de sus versos como muy semejante al aire de unos versos de Zenea. Lo mismo que la Súmulacompilación, método, sistema, guía, manual y oráculo, el Libro de las profecíases además la epopeya de un país, el magnífico poema de la isla.
En los años setenta José Lezama Lima escribe en su novela Oppiano Licario la pérdida de un libro sapiencial. Unos años antes ha meditado en sus ensayos acerca del vacío, en la era imaginaria china del vacío suscitante, en las constantes de nuestra cultura nacional esos jirones, desgarrones, huecos por historiar. El vacío que busca denotar un libro que se pierde es vacío de nuestra expresión, de nuestra historia. Lo vimos con palabras sacadas del prólogo a la antología de la poesía cubana que Lezama hiciera. Pero es también vacío ontológico, despoblado en el ser: tendríamos que leer sus últimos poemas en que aparecen dos figuras que me detienen momentáneamente: el tokonoma, el esperado. El tokonoma que es un punto, un rincón, una pizca de nada para simbolizar vacío en el recinto de la casa. El esperado ganando desde el deseo su paradigma de figura del Tarot, bicho de charada china, emblema alquímico, alegoría renacentista. Libro perdido, esperado, tokonoma: figuras para el vacío.
Dos años antes de la publicación de Oppiano Licario,en 1975, Eliseo Diego cuenta también la pérdida de un libro en que se aúnan sapiencia y esencias de nación. Más que marcar la precedencia de uno u otro escritor, más que meterme en escarceos cronológicos, he querido subrayar su paralelidad estricta. Dos libros y sus suertes parecidas aluden al vacío. Para aceptar de esta manera el ejemplo de Eliseo Diego me desentiendo de la moraleja que escribió en su prólogo a Historia de un Inmortal.Creo haber seguido la índole misma del relato, he aprendido a no dejarme interferir por las moralejas devastadoras que Diego propone a veces para sus historias. En el ejemplo suyo sí he querido subrayar el matiz nacional del libro que se pierde. Al extraviarse nos quedamos sin memoria de la isla, sin sus sentidos más secretos. No sabemos —vuelvo a leer palabras de Lezama Lima— qué pueda ser lo esencial cubano.
Dos
En un mismo año en que Eliseo Diego publica sus Noticias de la quimera, conjunto de narraciones donde leímos perderse el Libro de las profecías, Cintio Vitier publica un texto para una posible Historia de la eticidad cubana. Tal como un libro suyo anterior busca ser una historia de esencias en la poesía de la Isla, Ese sol del mundo moral intenta historiar la ética cubana. A sus páginas vamos a preguntar qué pueda ser el vacío histórico cubano. José Lezama Lima se dolía en unas líneas suyas de nuestro desconocimiento esencial, desde muy temprano entre él y Vitier pensaron en dotar a la Isla de una teleología propia, al decursar nuestro de fines que conjuraran pérdidas, descuidos, epidemias de desmemoria. Cintio Vitier ha cumplido este empeño y nosotros, gracias a ello, somos lectores de Lo cubano en la poesía y Ese sol del mundo moral.Vamos a hojear este último. El libro se divide en dos partes, es un díptico. Una nos lleva desde los primeros años de los orígenes hasta la muerte de José Martí. La otra desde la República a la Revolución, los años que sobreviven a la muerte martiana.
En la primera parte podemos leer el camino hacia la encamación de una persona, un héroe, unas páginas que son José Martí. En la segunda hoja del díptico leemos cómo destazado el cuerpo de Martí, olvidado en mucho, manchado a causa de su buena prensa, desperdigados cartas y escritos, viene a reunirse todo esto, nuevo Osiris, y la reunión se llama Revolución. La Colonia existe porque devendrá en Martí, la República porque devendrá en Revolución, Martí mediante. La división del libro en dos hojas permite que veamos a la primera de sus partes como biografía —años hacia la vida de Martí y vida suya— y a la segunda de sus hojas como misterio: trascendencia martiana. En la figura de José Martí encarnan todos los fines de la Isla si seguimos a Vitier. He dicho figura y voy a permitirme una precisión: Martí como antes el tokonoma, el libro que se pierde y el esperado, figura. Martí figura todo el sentido que nos falta. Es lo contrario a vacío histórico, podríamos decir: es lleno, colmo, culminación.
Se han echado siempre de menos las páginas que Lezama Lima debió dedicarle. Dispersas en muchas otras páginas suyas recogemos referencias, avisos y señas de lo que hubieran podido ser esas páginas inescritas. Curiosamente quien entró a la biblioteca de la casita en Trocadero a inventariar sus libros halló que existían muchas ediciones de las obras completas martianas y nos llama la atención sobre el hecho inesperado de que estuvieran tan poco marcadas por el uso. Cuando atravesando estudios de Lezama sobre otros autores o temas generales encuentro sus menciones de Martí, tengo la idea de que más que girando contra algún texto martiano, la mención gira contra otra mención anterior que el propio Lezama ha hecho de Martí. Hay una especie de velado en esto como si a cada nueva cita que se hiciera de él se agregara una trama más de escritura que lo encubre.
En dos ocasiones José Lezama Lima reescribe a Martí, si así puede decirse. Una la vimos ya, en que faltando una página arrancada de su diario ha venido a agregarse un cuadro. Los paralelos entre pintura y poesía cubana terminan con este entrecruzarse de palimpsesto. La otra ocasión es la “Introducción a un sistema poético”,escribe allí que la imago ha participado entre nosotros los cubanos a través del título de un libro de contenido escaso y a través de la lejanía, sentencia y muerte de José Martí. El título que arropa a un cuerpo ralo, que queda grande de tamaño al cuerpo que nombra, es nuestro primer poema, Espejo de paciencia. Es un título, según Lezama, digno de la sabiduría china. Lezama Lima va a ocuparse en trastocar estos cuerpos que cita: por un lado toma el título sin obra —Espejo—y por otro la obra sin título adecuado, la obra y vida de José Martí. Con ambos cuerpos, descabezando a uno y otro, dando a lo martiano el título de Espejode paciencia, nuestra historia, nuestra expresión ganan al decir de Lezama su libro talismán, libro tesoro creado a partir de un juego de decapitaciones y cabezas trocadas en que hemos visto oficiar a Lezama lo mismo que a un cabalista despertando a su homúnculo. Como lo vimos antes con maña de encuadernador bibliotecario restaurando una página perdida.
En la Antología de la poesía cubanacompilada por él mismo podemos avizorar ese libro mágico suyo. Igual que el Libro de las profecíasen el ejemplo de Eliseo Diego esta antología recoge las voces de la Isla. No hay libro, por quimérico que sea, que no gane encarnadura. La Antologíase inicia en el Espejo de paciencia y termina en los poemas elegidos de Martí. Inicio y final que son los dos componentes del libro talismán. En sus páginas, como en la receta de fabricación del libro mágico, se han juntado estos dos nombres: Martí y Espejo. El antologador razona que su compilación debía describir una ascensional creciente hasta los poemas martianos. Lezama cita su nombre con ímpetu finistérrico. Su muerte en batalla, que podríamos emparejar para Lezama con la muerte del coronel, su padre, parece acabar con la historia. En la mitología personal lezamiana Martí es el dios Término. Con él terminan los ensayos acerca de una expresión americana, la antología de poesía cubana, unos paralelos entre pintura y poesía.
Cuando se junta a Martí el Espejo de paciencia, cuando se convienen en uno al abrazarse el inicio y fin de la historia de la poesía cubana según Lezama la antologa, se ha hecho un círculo. Aro, Ouroboros, serpiente mordiéndose la cola, sello querido por los gnósticos, serpiente cabalística Nasched, eterno retorno, hábito, entropía. La historia se ha circularizado muchos años antes que la misma escritura lezamiana, escritura que plantea su exclusión, su no ser. Es el vacío.
Empecé preguntando a unas páginas de Cintio Vitier qué pudiera ser el vacío, y al encontrar en dichas páginas la figura José Martí me serví de ella como de un
corredor para entrar a otras páginas de Lezama Lima. Es en ellas donde hemos
tropezado definitivamente con el vacío, la cerrazón histórica. Vitier y Lezama principalizan el reciclaje de lo martiano. Nuestra historia, la que sigue a la muerte en 1895, más que asunto es trasunto para ellos, trasunto de otros días.
Tres
Una página arrancada de un diario, dos libros que se pierden, el tokonoma, el esperado, los días que siguen a la muerte de Martí: vacío. En una misma década, por los mismos años, tres escritores origenistas enarcan de nuevo un tema que les ha sido obsesivo. Siguen hablando de lo histórico nuestro como de un cuerpo hurtado que regresa a pasar algunas temporadas entre nosotros. Poetas principalmente, devotos de la poesía, miran a la historia desde allí, desde el poema. La historia tiene que ser entonces instantánea, una gracia, un parpadeo en medio de los días iguales, algo que permita desmentir nuestra naturaleza caída. Mientras escriben del vacío van terminando páginas, nosotros esta tarde examinamos algunas de ellas. Ya resulta difícil no sentir ese lleno. Libros escritos sobre el vacío comienzan a ocupar el vacío de que hablan.
Para Aliuska Molina