En un cuento de Isaac Asimov y en otro de Jorge Luis Borges, a la hora de entrever mundos con leyes que burlan a las nuestras, aparecen unos objetos de pesos imposibles. La mano que ahorre esfuerzos al tomarlos no podrá con ellos, se habrá errado en el cálculo de las correspondencias entre peso y tamaño. Piezas de otras civilizaciones, compuestas por materias inhallables en nuestro planeta, una campana de piedra de galaxia lejana en el caso de Asimov, una de las cosas de Tlön en el de Borges.
Alguna vez Macedonio Fernández y un grupo de amigos, entre los que se encontraba Jorge Luis Borges, intentaron la escritura de una novela que no fue más allá de unos capítulos primeros. Narraría la lucha de dos bandos por obtener la presidencia argentina. Un bando compuesto por millonarios que financiaban inventos incómodos, y otro por Macedonio, es decir, por los autores del libro, quienes triunfarían con tan sólo escribirlo.
Para vencer la resistencia de los electores, para crear un caos propicio, la secta de los millonarios implementaría una serie de inventos ridículos e inútiles. La azucarera que no llega a endulzar el café, el bolígrafo de dos puntas, las escaleras donde no existe un par de escalones de la misma altura, son tres de ellos. Otros pasaban fácilmente a lo temible: el peine que corta dedos, por ejemplo. Y entre estos se encontraban los enseres fabricados de dos materias antagónicas, de manera que las cosas grandes resultaran livianísimas y las chicas inamovibles.
El lector de poesía puede encontrar ahora uno de esos objetos paradojales en un libro: Anfiteatro entre los pinos (Ediciones Extramuros, 1998). No sé quién pueda ser Alessandra Molina (seudónimo, seguramente), pero la mano que intente sostener con desánimo su libro del grosor de una carta, conseguirá escarmiento.
La principal virtud de los objetos ilusorios, pesantes más de lo debido, está en la intensidad que poseen. Venidos de Tlön o de otra galaxia, o salidos de una vieja imprenta habanera, aluden a mundos mucho más completos que el que habitamos. Pueden irritar ya que la materia de la que están hechos resulta más perfecta que aquellas que componen a nuestros objetos conocidos. Y el trato con uno de ellos amarga para siempre, inocula en quien consigue cargarlo sospecha para todo acto.
La vida puede volverse insoportable si es preciso razonarla en cada gesto. Alcanzar un vaso de agua, soportar sobre los hombros lo que una tela pese o engomar un sello de correos con la lengua, empiezan a necesitar nuestra atención entera. Y donde cada objeto con el que tratamos se hace digno de desconfianza no puede haber olvido. (Ireneo Funes, el memorioso personaje de Borges. debió encontrarse muy temprano con un objeto de estos. No fue un golpe en la cabeza).
Este libro que firma Alessandra Molina posee la intensidad de una campana de piedra de otra galaxia. Es denso, de materia apretada, repleto de sustancia. En él caben oscuridad, bosques, encrucijadas, inundaciones, prados, árboles, animales domésticos a los que se les pone una mano en la cabeza para que, por favor, no hablen. El lector se enfrentará a un magma que desprende sensaciones raras, lo asombrará tanto campo extrañísimo en sus páginas. Y no todos los días resultan perfectos para ponerse a leer cosmogonías.
Dentro del alto registro en que se mueven muchos de estos poemas, registro idóneo para lo misterioso y lo sublime, uno queda privilegiado: el habla del vidente, lo que suelta el oráculo, las noticias de lo que vendrá. Y se escucha entonces hablar a la figura consignada en un poema como la señora. Puede leerse lo que dice la madre de Rimbaud, la madre que lo parió, en otro texto de enunciación perfecta, cortante por la rispidez, que la videncia otorga: “As de triunfo”.
¿De qué sirve la crítica de poesía si no se citan, a propósito, unos cuantos versos? De todo lo escrito por el abate Brémond acerca de la poesía pura, lo único que nos ha dejado es su atención fanática a un verso de Racine. Me propongo, pues, justificar estas palabras con palabras de poemas:
Por qué hemos venido a este
campo.
este lugar de edades ocultas.
Eres mayor que yo
y te apena que debas descansar,
no seguir hasta las bajas
paredes
que vemos en los pinos.
El poema continúa magníficamente, pero en estos versos separados hay ya un poema japonés. A las palabras le salen mangas largas de heroína teatral japonesa. Puede tratarse del comienzo de una pieza Noh y estar presto a aparecer el fantasma que contará su historia.
¿Quién es realmente Alessandra Molina? Poeta británica de tanto cultivar paisajes (“El lenguaje, no hay razón para olvidarlo, tiene su fauna y su flora de lujo. Su lujo natural”, acaban un poema), intensa como las rusas de novela, como una poeta rusa o cualquier rusa borracha que haya bebido con nosotros. Inevitablemente extranjera, si con el extremo se nombra algún mundo donde la vida es más intensa y las cosas y los libros son objetos de fiebre, desde donde esté, conspiración o galaxia, nos ha enviado un segundo mensaje, poemas que recibieron la Beca de Creación en el concurso de poesía de esta misma revista.
De quien quiera que sea la mano que escribió estos poemas de Anfiteatro entre los pinos, hacía mucho tiempo que tan pocas páginas no contenían tanta poesía.