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InicioExpediente | Antonio José Ponte en ‘La Gaceta de Cuba’Antonio José Ponte: “C. A. Aguilera en los límites”

Antonio José Ponte: “C. A. Aguilera en los límites”

Tomado de ‘La Gaceta de Cuba’, año 35, n. 6, noviembre-diciembre, 1997, pp. 60-61.

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Creo que hace un año, con la aparición de Retrato de A. Hooper y su esposa (Ediciones Unión, 1996), algunos lectores de poesía recibieron la sorpresa de un libro que procuraba apartarse de las convenciones del género. De esos lectores, quienes deseen reincidir ahora en el mismo autor, pueden hacerlo en otro libro aún más sorprendente: Das Kapital (Ediciones Abril, 1997).

Si C. A. Aguilera fechaba el primero en un San Petersburgo no visitado, ahora nos manda este desde Calcuta. Pone desde el inicio notas de extrañeza: desde su propio nombre en iniciales (por convicciones anglómanas seguramente), desde el título, desde el lugar donde lo fecha.

Ya en los primeros poemas publicados en revistas o en antologías, Aguilera cultivaba la extrañeza. Lo hacía, por ejemplo, al seguir y admirar a un poeta como Ángel Gaztelu. Alcanzo a recordar estos versos: “Merovingia el fruto / su postigo cercena, su líquido tiempo abre. La raíz merovingia”.

En aquellos poemas, el artefacto barroco anunciaba ya la máquina vanguardista que vendría con Retrato de A. Hoopery su esposa. Dejándolos atrás, C. A. Aguilera ha pasado de la retaguardia más castiza a la vanguardia.

Lo que hace extraña, distinta a su escritura, nos lo refiere él mismo desde el prólogo a su primer libro: su escritura, a diferencia de casi toda la hecha en Petersburgo/Calcuta/La Habana, evidencia “su problema». Queda escrito en ese prólogo: “En la Literatura Cubana apenas hay: Problemas. Quiero decir: apenas existe la Literatura como Problema. Como Juego. Como Transgresión. Como Goce».

Escritores como Lezama Lima, Carpentier, Guillén, Piñera, Sarduy, Arenas y Cabrera Infante —jugadores unos, problematizadores otros, algunos transgresores— no parecen formar parte de la literatura cubana según C. A. Aguilera. Empobrecer una tradición para sentirse luego más grande dentro de ella, es un viejo truco ortopédico. Así tratan los indios jíbaros a las cabezas de sus enemigos.

En la nota de contracubierta de Das Kapital, Rolando Sánchez Mejías nos advierte que con este libro se quiebra la vara de medir y la Tabla de la Ley de la Poiesis cubensis. El propio autor del libro no logra ocultar el entusiasmo por su novedad y escribe en la Advertencia: “Quizás este libro sólo puedan comprenderlo aquellos que por sí mismos hayan pensado los mismos o parecidos pensamientos que aquí se expresan”.

Resulta arduo reconstruir cuáles puedan ser esos pensamientos. Si antes se alardeaba de un paladeo extremado del idioma (el poeta barroco cree tener mayor número de papilas que cualquier otro poeta), se alardea ahora de pensar lo difícil. Los últimos poemas de C. A. Aguilera parecen colocar en un aprieto a la poesía cubana, y al país literario en estado de alarma.

Quienes leyeron Retrato de A. Hooper y su esposa recordarán aquella insolencia tipográfica de dejar una coma o unas comillas en lugar de los versos. (“Inventamos la falta de puntuación, / la omisión de mayúsculas, / las estrofas en forma de paloma / de los bibliotecarios de Alejandría», escribiría Borges en su invocación a Joyce). Quedaba dispuesto así que el poema existía para la lectura en silencio, no para la voz alta. Porque, ¿cómo podría leerse, sino con los ojos, un verso que sólo es una coma?

Los poemas de Das Kapital existen también principalmente para la vista y uno de ellos, “Tipologías”, para un golpe de vista y listo. A menos que el lector decida entretenerse con distintas fichas de diccionario donde se detallan características de unas ratas. (C. A. Aguilera parece buscar modos cada vez más rápidos de entregarse. Terminará siendo hojeado, no leído).

“Tipologías” acude al laboratorio biológico y a la enciclopedia. Otro de los poemas del libro, “Glass” (ya sé que en mi reseña va a perderse el dibujo que ostentan las dos eses en el libro), precisa del laboratorio inmunológico-genético y del teatro de marionetas. Resulta ser un guion para performance, que juega con la desesperación de sus espectadores. Pertenece a esos espectáculos sacadores de quicio que gustan tanto en las vanguardias. Condenados a asistir a la repetición, sus espectadores o lectores se convertirán, según el autor planea, en animales enfermos de laboratorio.

C. A. Aguilera ejecutó hace unos años ese guion frente a un público reducido, formado en su mayoría por escritores. El espectáculo funcionó escasamente. Los asistentes éramos ya animales enfermos de laboratorio desde mucho antes de que él la tomara con nosotros, y C. A. Aguilera se quedó con el deseo ovidiano de unas metamorfosis. (¿Quería decirnos que todos somos judíos? ¿Que cualquier poder, aún el del escritor, puede ser cómplice del Holocausto?)

Dos Kapital recuerda aquel momento teatral fallido. El único poema atendible del libro, “B, Ce-”, da muestras de lo que su autor consigue cuando une fragmentos de Paul Celan y de Gotfried Benn. Es un poema que refiere también laboratorios, un buen poema de laboratorio. Aunque en su idioma, en sus variaciones, existe una tensión que no aparece más a lo largo del libro.

Das Kapital, que prometía por su título continuar los motivos del dinero y de su búsqueda aparecidos ya en Retrato de A. Hooper y su esposa, habla de biologías y manipulaciones, de exterminios y de poder. Un subtítulo advierte que estamos solamente ante su primera entrega, por lo que queda a sus lectores esperar.

Quienes desconozcan en otras literaturas ejemplos tan o más raros que los que C. A. Aguilera alcanza a mostrarnos, deben sentirse aterrados frente a un libro como este. Es para esos lectores, para ese terror, que el libro se publica. A ellos les está dedicado.

Recorrer los primeros poemas de su autor, leer su primer libro y asistir ahora a la aparición de Das Kapital ayudará a comprender por qué C. A Aguilera resulta ser, como él mismo supone y suponen sus comentaristas, un límite de la poesía cubana. Con él comienza a desaparecer (todo límite lleva un busto del dios Término) la poesía y empiezan para el lector las tierras bárbaras del desinterés y del aburrimiento.


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