En el panorama del cine cubano contemporáneo, pocas figuras destacan con tanta fuerza y originalidad como Ana A. Alpízar. Su trayectoria como directora, guionista, productora y editora la ha llevado a conquistar importantes festivales internacionales, consolidando una voz propia que explora, cuestiona y reinventa las narrativas de la Isla y su diáspora. Su cortometraje El pescador se estrenó en Sundance Film Festival, mientras que The Premiere fue galardonado en China Women’s Film Festival. Más recientemente, Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey integró la selección oficial en festivales de Nueva Orleans, Brooklyn y Miami.
Con una filmografía que oscila entre la experimentación formal y la indagación profunda en temas sociales y personales, su reciente selección en la Competencia Orizzonti del Festival de Venecia con el cortometraje Norheimsund es un nuevo hito, tanto para su carrera como para el cine cubano.
Norheimsund surge de una búsqueda inquieta, alimentada por la curiosidad y la observación. Para Alpízar, el significado este pueblo noruego va más allá de un nombre exótico: se convierte en símbolo del deseo de estar afuera, esa añoranza compartida por muchos cubanos y cubanas que sueñan con la posibilidad de una vida distinta, aunque no sepan exactamente dónde.
A través de la historia de una madre y una hija atrapadas entre la esperanza y la resignación, la directora logra conectar el paisaje noruego con las frustraciones y anhelos de quienes han crecido bajo el peso de la escasez y el sacrificio familiar dentro de la distópica Cuba contemporánea.
Uno de los aciertos de Alpízar ha sido trasladar la autenticidad de la vida cotidiana cubana al lenguaje visual y sonoro de su cine. Planos largos, composiciones meticulosas y la mezcla de géneros dotan a Norheimsund de una textura conceptual única. El trabajo colaborativo con un equipo internacional, sumado a la valentía de filmar en la Cuba de hoy –con todas las limitaciones logísticas, políticas y hasta sanitarias que ello implica–, confirman que Ana no solo dirige, sino que aprende, se expone y celebra el privilegio de poder filmar “en casa”, aunque las circunstancias sean adversas.
Norheimsund no es solo un cortometraje que llega a Venecia: es también un testimonio de los nuevos rumbos del cine cubano, de la persistencia de una generación que apuesta por historias propias y se atreve a mirar más allá de las fronteras físicas y simbólicas.
Cómo llegaste a Norheimsund ¿qué significado tiene ese lugar para tu película?
A Norheimsund llegué como últimamente llego a todo: preguntándole a ChatGPT. Le pedí pueblos en Europa que se vieran lindos en fotos, pero donde no hubiera mucho que hacer. Y así apareció el nombre: Norheimsund, un pueblo al suroeste de Noruega, a unos 80 km al este de Bergen, con apenas 2 800 habitantes.
Norheimsund es ese pasto que siempre parece más verde del otro lado, especialmente si el otro lado es un lugar tan agónico como Cuba. Es también todos esos pueblos a los que han ido a parar miles de cubanas casadas con europeos, pero para mí es, sobre todo, un ejercicio de memoria. Me traslada a esos sitios que veía desde Cuba y que me parecían sacados de un cuento de hadas, sin tener realmente la capacidad de evaluarlos. Solo porque estaban “afuera” se hacían maravillosos.
Creo que todos los cubanos entendemos esta sensación. Si escogí Norheimsund como título del corto es porque representa, precisamente, ese sueño compartido por tantos de nosotros: el simple deseo de no estar ahí. De estar en cualquier otra parte, sin importar exactamente donde.
Existen muchos caminos entre la idea y la realización de una película; cada proyecto tiene su propio recorrido: ¿Cuál fue el punto de partida creativo o narrativo qué te impulsó a seguir esta ruta?
El chisme. Creo que el origen narrativo de esta historia está en mi fascinación por el chisme. ¿Quién dice qué a quién? ¿Cómo castigamos el silencio? ¿Por qué callamos cuando todos saben? Me interesa la ilusión que se transmite en la conversación cotidiana: ese hablar sobre lo desconocido. Porque hablar de ilusiones es, quizás, la mejor forma de matar el tedio y la agonía.
Soy una gran admiradora del cine de Almodóvar y me fascinan las historias protagonizadas por mujeres desesperadas. Cada vez me inclino más hacia relatos donde los hombres están ausentes, aunque sean el centro del conflicto, como en Hapi Berdey Yusimi. Creo que también tomo de Almodóvar esa forma en la que a veces cuenta las cosas en un tono ligero, pero dejando un profundo sentido de perturbación.
También admiro profundamente al cine iraní. ¡Los iraníes son verdaderos maestros del chisme! Saben complicar una historia como nadie, a través de lo que sus personajes dicen… y, sobre todo, de lo que eligen callar. Pero lo que más me atrae de ellos es cómo sus relatos siempre desembocan en situaciones donde no hay inocentes ni culpables, donde el juicio moral se vuelve demasiado complejo.
En el centro de casi todas las historias significativas suelen estar presentes juicios y/o prejuicios morales, esas decisiones difíciles que revelan la complejidad y profundidad de los personajes y de los seres humanos ¿Cuáles son los temas y conflictos que consideraste incluir en Norheimsund, y por qué te resultaron importantes explorarlos?
Esta historia nació del deseo de contar un relato íntimo sobre el sacrificio mutuo entre una madre y una hija: dos mujeres que cargan con el peso de las expectativas y los sueños rotos de la otra, atrapadas en un país donde la esperanza se desvaneció hace ya demasiado.
Durante mucho tiempo quise llamarlo Una buena muchacha, y aunque al final me decanté por Norheimsund, ese título siempre me pareció significativo. Porque Yaimita es una buena muchacha. Cree en el amor, “no es una puta” –como dice–, habla inglés… pero, sobre todo, es una buena muchacha que está dispuesta a sacrificarse para mantener vivo el sueño de su madre y el suyo propio.
Esta es una historia sobre la esperanza que nos mantiene vivos. Es una invitación a ese mundo agridulce; una puerta abierta a un lugar donde la brutalidad de las circunstancias puede volver profundamente humano incluso aquello que, en otro contexto, sería imperdonable.
¿Cómo fue tu proceso de escritura del guion? ¿Hubo elementos autobiográficos o de investigación documental? ¿Qué hay detrás de tu idea?
Si te digo la verdad, este proyecto surgió a partir de la historia de la muchacha que pierde los ojos. Yo crecí escuchando esa anécdota: “una cubana que se casó con un italiano, y cuando llegó a Italia, él la operó y le sacó los ojos para dárselos a su hija, que era ciega. Luego la mandó de vuelta a Cuba”. Esa leyenda impactó mi infancia y la retuve en mi mente hasta hoy: el peligro, la desilusión, la cenicienta fallida… Empecé a escribir esta historia como una excusa para contar esa anécdota.
A mí siempre me ha intrigado la pseudoprostitución en Cuba. Eso que no es prostitución, pero que tampoco deja de serlo. Ese fenómeno tan cubano y del Sur Global que solo los pobres entendemos… cuando alguien te enseña la foto del novio extranjero de su hija de diecisiete años y te dice: “tiene sus añitos, pero no luce mal, es muy agradable.” Ese noviazgo que se convierte en el centro de atención de toda la familia, de todo el barrio…
Yo crecí con un padrastro italiano, así que estuve muy cerca de todo esto. Sus amigos muchas veces tenían novias tremendamente jóvenes, muchachas que no los mirarían en ninguna otra parte del mundo, pero que en la Cuba de los noventa los trataban como si fueran Mr. Man. Y de pronto veías a las madres más conservadoras y protectoras convertirse en fieras, dispuestas a todo por proteger la relación de sus hijas.
Creo que mi infancia y adolescencia en Cuba fueron mi mayor investigación. Y la confirmación, cada vez que regreso a La Habana, de que nada ha cambiado.
¿Cómo definiste el estilo visual y la atmósfera sonora de Norheimsund? ¿Qué referencias estéticas o musicales te sirvieron de guía?
Me costó mucho entender cómo debía sentirse y sonar el cortometraje. Creo que no logré definirlo del todo hasta los ensayos. Había elementos que siempre supe que estarían ahí, como los planos largos y las composiciones de “cuadro dentro del cuadro”. Cada vez me interesa más trabajar con este tipo de encuadres y explorar las posibilidades que ofrecen para el blocking de los actores.
Solo el primer plano del corto fue algo que tuve claro desde el inicio. Me interesaba mucho la idea de comenzar con una situación confusa, algo que no se entiende del todo, e ir revelando poco a poco… Ver a la madre ocultando a su hija desnuda en una cama que comparten. Es una imagen que cuesta procesar a primera vista.
También me interesaba combinar escenas de ficción con imágenes documentales, porque eso le daba al corto una textura más cercana a la vida real. Quería mezclar estilos de puesta en cámara y montaje. Por ejemplo, en la peluquería, donde todo se siente mucho más “real”.
El sonidista, Denis Colina, me entendió perfectamente. Le dije: “esto tiene que sonar como La Habana”, y lo logró de una manera increíble. Es una bendición contar con alguien tan talentoso en Nueva York, que además viene de Cuba. Yo sabía que trabajar con alguien que no comprendiera nuestro universo sonoro iba a ser imposible.
¿En qué medida tu identidad y experiencia como cubana aparecen o se reflejan, de forma directa o sutil, en el cortometraje?
Esa sensación de no querer estar ahí, sobre todo el sueño de una vida mejor allá afuera. La voluntad de hacer muchos sacrificios (aunque sean de otro tipo) para alcanzar esa vida. Sobre todo, ese sentido de responsabilidad familiar. Yo creo que en Cuba siempre son los más jóvenes quienes cargan con el peso de salir adelante. Porque la gente envejece demasiado rápido, se agota muy pronto. Y muy temprano le echan todo el peso del mundo a sus hijos.
Todos los elementos narrativos del corto están muy marcados por mi experiencia como cubana: la virgen, la velita, la limpieza… y por supuesto: el calor (en Cuba el calor te sigue y te persigue). Yo tengo un trauma con el calor, y con esos ventiladores que no echan aire y que uno tiene que golpear para que arranquen. Creo que el calor es un estado mental, que vuelve aún más agónica la realidad cubana.
¡Ah! y también el orgullo de la madre porque su hija “habla inglés”. Eso me recuerda mucho a mi adolescencia. Mi mamá estaba obsesionada con que yo hablara inglés. Porque en Cuba el valor del inglés se redimensiona como en ningún otro lugar: puede “abrirte muchas puertas”, lo que básicamente se resume en permitirte irte del país.
El cine independiente es difícil en cualquier parte del mundo ¿Cómo fue para ti filmar en la Cuba de hoy?
Este proyecto forma parte del programa de estudios de la maestría que estoy cursando en TISCH, New York University. Todo el mundo me dijo que estaba loca por querer irme a filmar a Cuba, que era imposible. Desde profesores hasta amigos. Y, la verdad, fue bien difícil.
Para empezar, las leyes en Estados Unidos lo complican todo: los seguros, el equipamiento o simplemente la búsqueda de financiación. Tuve que dejar un set de cámara y lentes valorado en cientos de miles de dólares y filmar con una Komodo y una Blackmagic. Algo que mucha gente no está dispuesta a hacer.
A eso se sumó que, mientras organizaba la producción, hubo dos apagones masivos que me hicieron dudar bastante. Iba con un grupo internacional que no tenía idea de lo que se iba a encontrar… con incertidumbre de que te prohíban filmar… En fin, cosas las cosas de Cuba, que no tienen nada que ver con hacer cine independiente en otra parte del mundo, pero que complican tremendamente la existencia y supervivencia del proyecto.
Te soy sincera, ya en la Isla, el rodaje fue demasiado bien. Creo que tuve un golpe de suerte y una productora buenísima: Mónica Pita. Ella, junto con el asistente de dirección Orlando Mora, organizaron todo de maravilla. Mucha gente esperaba que yo regresara quejándome, con una experiencia horrible, pero fue todo lo contrario. Y digo golpe de suerte porque todos los permisos llegaron a tiempo, no se fue la luz, y ningún carro se rompió… cosas que ni con el mejor productor del mundo se pueden prever en Cuba.
El equipo allá fue maravilloso, de principio a fin. Creo que ha sido la primera vez que realmente me he podido dar el lujo de “dirigir”, y solo dirigir. Y eso, cuando se hace cine independiente de bajo presupuesto, es un absoluto privilegio.
Aunque sueles asumir múltiples roles (dirección, guion, edición, etc.), ¿con quién o en qué momento decidiste colaborar, y cómo enriquecieron estas aportaciones el resultado final?
Madeline Finkel, la productora, es alguien con un talento increíble para entender otros espacios y otras circunstancias. Es estadounidense, pero habla perfectamente español y enseguida le cogió la vuelta a la historia cubana. Además, es muy sincera y siempre está atenta a mi trabajo. Es muy útil cuando una productora puede darse el lujo de estar mirando la pantalla para ofrecerte una opinión honesta. Estuvo conmigo desde el principio y ayudó mucho a que el proyecto fuera aprobado por nuestra universidad.
Yuqian Zhang, el fotógrafo, un crack. Lo da todo en el rodaje y tiene una velocidad increíble. ¡Yo filmo mucho, pero mucho! Creo que mi trabajo como editora me ha malacostumbrado a querer tener siempre demasiados planos, y solo con alguien como él puedo lograrlo.
Como directora me ha resultado muy útil trabajar con personas que no son cubanas, porque a veces nosotros tendemos a meternos en la burbuja que esa realidad tan compleja nos ha impuesto, y nos olvidamos de las historias que pueden ser realmente universales, que tienen la capacidad de resonar más allá de nuestro contexto inmediato.

¿Podrías compartir alguna anécdota o desafío significativo que viviste durante el rodaje, ya sea técnico o humano?
Las diarreas. No es broma, fue nuestro peor desafío. Diarrea y la falta de agua. Imagínate llegar a Cuba con un grupo de extranjeros, y que todo el mundo (hasta yo) se esté yendo en diarrea… y que ningún baño de la locación descargue como es. Y en mi casa, donde los hospedé, no hubo agua por diez días. Teníamos que cargar agua desde casa de mi mamá… Una pesadilla, que no es en verdad una pesadilla, sino el día a día de los cubanos. Y eso lo hace mucho más duro.
También estaba la presión que implica filmar en un país como Cuba, donde el cine independiente es tan brutalmente atacado por las autoridades. Vamos, que tú llegas con una presión psicológica muy grande, sabiendo que puede salir… pero tal vez no. Yo fui con eso muy claro y preparé a mi equipo para cualquier posibilidad. Al final salió bien, pero pudo no haber salido.
¿Qué supuso para ti y tu equipo que Norheimsund fuera seleccionada en la Competencia de Orizzonti de la Mostra internazionale d’arte cinematografica della Biennale di Venezia?
Tremendo honor. Y creo que es una gran ratificación de que haber ido a Cuba fue la decisión correcta. Para mí es muy importante contar historias cubanas, ya sea en Cuba, en Miami o donde sea, y que puedan ser vistas por el mundo. Pero creo que, contadas desde Cuba, cobran un valor aún mayor.
Según tengo entendido, este es el primer cortometraje cubano que va a Venecia. Hubo otro, pero no era dirigido por un cubano. (Igual eso está mal, fue lo que me dijo Chat GPT). Es una alegría enorme que nuestras historias lleguen a escenarios tan prestigiosos, y que podamos contar, aunque sea un poquito, de la compleja realidad que se vive.
¿Qué oportunidades esperas que se abran tras esta selección en Venecia, y qué mercados o festivales te gustaría explorar a continuación?
Voy a intentar asegurar una buena premiere en Norteamérica. Creo que eso es clave para mi carrera. Estoy trabajando en un largometraje que quiero filmar en Nueva York, y tengo muchas esperanzas de que este corto me abra varias puertas. También quiero seguir apostando por festivales alrededor del mundo, y espero que estar en Venecia me ayude a lograrlo.
Me encantaría que el corto llegara a algún streamer o a una plataforma online donde la gente pueda verlo, aunque sé que con los cortos eso a veces es complicado. Aun así, voy a hacer todo lo posible por encontrarle un camino online.
¿Qué aprendizajes obtuviste de este proceso que aplicarás en tus futuros proyectos, y cómo crees que ha evolucionado tu lenguaje cinematográfico?
Yo creo que Norheimsund se acerca por primera vez a algo que se parece a lo que realmente me gustaría hacer. Me siento súper orgullosa de tener un corto con el que puedo decir: mira, esto se parece a mí. Lo podría decir también de Hapi Berdey Yusimi, es un corto mucho más hermético, que la gente ajena a Cuba no logra entender muy bien.
Aprendí muchísimo de las actrices aquí. Paula, Yaite, Kiriam, Darianis… todas unas cracks. Es un lujo poder trabajar con ella y tener tiempo real para ensayos y blocking. Me hicieron entender mucho más mi estilo como directora y lo mucho que disfruto explorar.
En este corto he ganado mucha confianza. Y eso es importante. Desde que llegué a Estados Unidos he estado dando tumbos, trabajando en proyectos que no recibían mucho reconocimiento, y a veces es un alivio saber que algo de lo que produces realmente resuena en la gente.
¿Cómo ves el momento que vive el cine cubano hoy, y qué lugar crees que ocupa Norheimsund dentro de esta escena?
Yo abogo firmemente por ir a filmar a Cuba, siempre que se pueda. Es difícil, sí lo es. También es muy riesgoso. Pero siento que es nuestra responsabilidad, al menos, intentarlo. Esto, claro, lo digo desde el lugar de alguien que nunca ha sufrido censura por parte del gobierno, lo cual me coloca en una situación de privilegio. Entiendo muy bien a los cineastas que no quieren saber nada de Cuba, o que simplemente el gobierno nunca dejaría ir a filmar. Pero hay otros, como yo, que todavía tenemos una oportunidad de contar nuestra realidad. Espero que Norheimsund abra un poco la puerta en ese sentido.
Filmar en Cuba es muy duro. Es difícil armar un equipo, es difícil hacer casting… Pero aún quedan algunas personas muy capaces, y muchas ganas. Y creo que ir a filmar también es una forma de generar algo de trabajo dentro de una industria agonizante.
Como te digo esto, también te digo que para mí se puede hacer cine cubano desde cualquier parte del mundo, y me parece completamente válido y hermoso. Ojalá se sigan contando nuestras historias donde quiera que un cubano ponga el pie.