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Samuel Beckett, el Zoológico y el Museo de Trenes

Una madre soltera de bajos ingresos en Miami tiene las manos atadas y la boca amordazada. Es una persona que recorre el mismo círculo vicioso varias veces y que aprende a recorrerlo a su pesar.

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—¿A dónde va este tren, mamá?
—A Camagüey, mi amor.
Gold Coast Railroad Museum
25 de septiembre de 2021

Leyendo a Samuel Beckett aprendí que uno puede escribir de cualquier cosa, trazando líneas poéticas que se interceptan. Las palabras menos poéticas pueden ser los extremos de esas líneas, mejor llamadas segmentos. Existen pocas palabras tan hermosas como esa: segmento. Me pregunto a dónde lleva a pasear a su hijo una madre soltera de bajos ingresos en Miami, y sé que no es una pregunta que de alto vuelo poético. Esta sería una pregunta ordinaria trazada con palabras más ordinarias aún. Una pregunta que no haría ningún personaje de Samuel Beckett a menos que a Samuel Beckett le diera por escribir de Miami. A menos que Samuel Beckett estuviera vivo en Miami, ingresado en un home de Flagler Street. Pero lo que me lleva a hacerme esa pregunta es la palabra angustia y la palabra resignación. A través de la angustia y de la resignación sí podría preguntarme lo que fuera.

Una madre soltera de bajos ingresos en Miami tiene las manos atadas y la boca amordazada. Es una persona que recorre el mismo círculo vicioso varias veces y que aprende a recorrerlo a su pesar. Si es una persona testaruda como yo, aprende a no dejar de ser la persona que siempre ha sido, recorriendo el mismo círculo vicioso varias veces, aprendiendo a recorrerlo a su pesar. A partir de ahí, ¿qué más? Tal vez vivir un poco, de la forma que sea, con pena o tristeza, con orgullo y ansiedad. No puede llevar a su hijo al zoológico porque no le sobran cincuenta dólares para la entrada + un paquete de palomitas y un combo de pollo frito si les agarra el almuerzo + un juguete del que su hijo se antoja porque todos los niños andan con un animal de juguete en las manos. No puede llevarlo al zoológico, pero lo lleva. Por supuesto que lo lleva.

Esa madre soltera de bajos ingresos no puede ir de vacaciones con su hijo ni lo puede llevar al zoológico, pero lo lleva. Lo lleva una vez al año a ver los animales que antes leyeron en los libros. Cuando el niño se cansa de caminar porque no alcanzó el dinero para alquilar una bicicleta, lo carga en su espalda como las madres hondureñas, ecuatorianas o bolivianas, que también han visto en libros y en películas y al final de la ciudad de Homestead donde hay una comunidad centroamericana bastante grande y donde a veces ha llevado donaciones de libros para niños. Cuando el niño se cansa de ver animales y ya no se asombra de los camellos, las jirafas, los rinocerontes o los elefantes, porque los niños también dejan de asombrarse en un momento del día en que necesitan cerrar los ojos y apagar el cerebro, lo carga en su espalda y se dirige al parqueo. Lo coloca en el car seat. Regresan a casa.

Este año no fuimos al Zoológico y tampoco al Museo de Trenes. El Zoológico y el Museo de Trenes están uno al lado del otro. Para ir a cualquiera de los dos hay que tomar el mismo camino. Para entrar al Zoológico hay que pagar más o menos cincuenta dólares. Para entrar al Museo de Trenes hay que pagar veinte dólares. A veces, cuando tengo deseos de ir al Zoológico con el niño, me viene a la mente una imagen que vimos juntos, la última vez que fuimos. Había un dragón de Komodo con restos de carne cruda a los lados de la boca. Tenía la cara y la boca embarradas de sangre. Parecía un dinosaurio hambriento. Era exactamente eso: un depredador. Y también me vienen a la mente otras imágenes, todas aleatorias y depredadoras, algunas creadas con inteligencia artificial, peores que un dragón de Komodo carnívoro.

La saliva del dragón de Komodo contiene una mezcla de bacterias y compuestos que pueden causar infeccciones y pérdida de sangre. Es una saliva venenosa. Por eso el dragón del Zoológico está en una especie de fosa, apartado de los visitantes. Se puede ver desde arriba en diagonal. Como Bartleby, preferiría no verlo. Los trenes del Museo de Trenes no causan infecciones. Fuimos al Museo de Trenes en el 2021, gracias a César Segovia, que me preguntó si nunca había ido. Ese año, la sala de legos y juegos infantiles aún no estaba disponible. Yo me sentía nerviosa porque veríamos trenes, no dragones, y menos de Komodo.

Viajábamos en trenes, todo el tiempo, en Cuba. Uno de los mejores viajes en tren que he hecho fue aquel a la provincia de Las Tunas, con mi mamá y Vanessa Portieles. Íbamos a Las Tunas a hacer las pruebas de captación para la Escuela Nacional de Arte en la categoría de Teatro. Ya habíamos hecho esa misma prueba dos veces. Yo siempre desaprobaba en la primera fase, cuando el jurado me decía que cantara, y también cuando me decía que bailara. Pero insistíamos. De regreso a Camagüey, el tren se descarriló en Bartle.

El tren cubano era francés, igual que los animales en el zoológico americano son franceses, africanos, australianos, chinos, hindúes, brasileños. Todos somos extranjeros y palíndromos, en este país-zoológico. Se trata de una idea que desarrollé hace años, en una novela que sigue inédita. Las editoriales solo están interesadas en libros o novelas inéditos. Dentro de unos días se cumplirá otro año de haberme acogido a la Ley de Ajuste Cubano, que es una ley americana de la cual se benefician las personas que sueñan. Todos soñamos que vamos en tren y llegamos, por fin, a alguna parte. Leyendo a Samuel Beckett aprendí que escribir es mejor que soñar porque sabes de antemano que nada de eso es real, pero al menos es tu dominio. Yo no había leído todavía a Samuel Beckett cuando escribí Chupar la piedra, pero luego lo leí y vi que no había escrito nada del otro mundo. Samuel Beckett había escrito esa escena prodigiosa en la que un hombre va chupando cada una de sus pequeñas piedras redondas durante más de cincuenta páginas. Un hombre llamado Molloy. A partir de ahí, ¿qué más?

Entonces a la categoría de madre soltera de bajos ingresos se le suma la categoría de extranjera, lo cual tiene un poco de nivel poético. Los personajes de Samuel Beckett perciben la misma categoría, igual que la voz poética de César Vallejo. ¿A qué viene César Vallejo ahora? A nada. La antología de Cesar Vallejo publicada por Casa de las Américas fue uno de los libros que traje de Cuba. Ese libro y Molloy forman parte de mis sueños, aunque esté soñando otra cosa. Si sueño con seres queridos de todas formas estoy segura de que tanto Samuel Beckett como César Vallejo están detrás de esas imágenes, digiriéndolas como un sistema digestivo de Komodo, ácido y voraz. En el Museo de Trenes hay vagones y locomotoras originales de los años cincuenta, cuando los vagones eran restaurantes y las locomotoras eran podios desde donde hablaba el presidente. Puedes imaginar a una madre soltera con su hijo sentados en un restaurante vacío chupando caramelos de limón o parados en un podio sin oyentes soplando burbujas de jabón líquido hacia las nubes con forma de osos polares. No hay osos polares en el Zoológico a menos de una milla del Museo de Trenes. El clima de Miami no permite nada que venga de la Antártida o Groenlandia.

La fotógrafa cubana Evelyn Sosa, que retrató ambos lugares, escribió: “en enero fui a un museo del ferrocarril que hay en Miami, su nombre oficial es Gold Coast Railroad Museum. Me gustó ese lugar. Viejo, sucio, lindo. Repasé los trenes que había tomado en mi vida. No habían sido muchos si no contaba los que había tomado a diario en Nueva York durante cinco meses. Fui en tren desde La Habana hasta Santiago de Cuba cuando tenía 16 años. Y fui en tren desde Jerez de la Frontera hasta Madrid en octubre del 2021. No recuerdo haber tomado otro tren aparte del trencito del Parque Lenin. Tengo un recuerdo vago de haber tomado el tren de Hershey, pero creo que es invento de mi mente. Recuerdo que ese día en Jerez de la Frontera, desperté temprano y salí para la estación. Tenía tiempo y me senté a tomarme un café. El dependiente me preguntó de dónde yo era, había sentido mi acento diferente. Me senté en el andén, ansiosa y feliz. Nerviosa. Yo solo llevaba una mochila con mis cosas y una maleta llena de libros. El tren llegó, me senté en mi asiento y al poco tiempo echó a andar. El paisaje era lindo, los colores, sobre todo. Los tonos eran diferentes a lo que yo conocía. Fui atenta, mirando todo, campos, olivos, lomas, construcciones. Y pensaba en ella”.

Nunca serán lo mismo el Zoológico y el Museo de Trenes. El segundo es uno de los lugares que más me gustan de esta ciudad. Llegué ahí por mis propios pies, huyendo de los lugares de siempre a donde una madre, soltera o casada, debe llevar a su hijo. La dirección del Zoológico es 12400 SW 152nd Street, y la dirección del Museo de Trenes es 12450 SW 152nd Street. Uno de los vagones había sido un hospital. Había una litera de tres pisos y una cama para recoger a los heridos de un posible campo de batalla. Imaginé la batalla. También hay un trencito para niños que da un paseo por entre los pinos y los árboles típicos de la Florida. El paseo en trencito no está incluido en la entrada al Museo. Le conté al niño cómo se trasladaban las personas en Cuba, en la época en que yo era niña y luego adolescente y luego joven, subiendo a trenes que se rompían a la mitad del camino o a la mitad de unos elevados o a la mitad de la vida, por decirlo con alto vuelo poético. Aunque en realidad es ahí donde se rompen los trenes y casi todas las cosas, a la mitad de algo crucial, cuando lo único que necesitamos es que aceleren.

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) Vive en Miami. Autora de las novelas Mayonesa bien brillante (Ediciones Matanzas, 2012), Las analfabetas (Bokeh Press, 2015) y Mi novia preferida fue un bulldog francés (Editorial Alfaguara, 2017). La antología poética I Don’t Believe in Poetry (Alliteration Publishing, 2024) ha sido traducida al inglés por Robin Myers. Crítica madre. Lenguajes de la diáspora en Estados Unidos desde Miami (Rialta Ediciones, 2023) y Princesa Miami (atlas político y de población), (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio; Praga, 2024) son sus primeros libros de ensayo y crónica. Ha publicado varios más de cuentos y otros de poesía.

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