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Jaime Rosales conversa sobre ‘Morlaix’ en el Café Gijón

Más vale directores muertos con películas vivas, que directores vivos con películas muertas.

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Llevaba un tiempo sin ver cine inspirador, cuando por casualidad, me encuentro con Morlaix, la última obra del cineasta Jaime Rosales. Fue una sorpresa, no sabía que había filmado de nuevo, y además una película en francés.

Esta es la segunda vez que veo a Jaime en el Café Gijón. Quizá vive cerca, o le gusta el local. Siempre me cita en el emblemático lugar donde Cela o Fernán Gómez tenían sus tertulias.

Llegamos en sincronía. Afuera hace mucho calor, adentro encontramos sitio al lado de un brilloso piano.

¿Por qué una película en francés?

El porqué estético es muy difícil contestarlo. Pero por qué existe la película en este caso es sencillo. Yo siempre quise hacer una película francesa, en francés. Estudié en el liceo francés. Tengo un vinculo con la cultura francesa y siempre me hizo ilusión hacer una peli francesa.

A los cineastas nos habitan dos grandes mitos: Hollywood y el cine francés.

Hacer una peli francesa era un deseo muy claro. Se dieron un cúmulo de circunstancias, había estado en Cannes, tenía un productor francés, ya había dirigido seis películas…

Cuando fui a la promoción de Petra descubrí Morlaix. Nunca había estado antes.

Tuve una epifanía. Vi el acueducto inmenso y dije: aquí puede haber una película romántica donde alguien se tira del acueducto. Me fascinó el pueblo, el mar, el monte, la ciénaga.

Y también quería hacer una peli sobre el primer amor.

Para mí Morlaix es una película ensayo. Un ensayo sobre el cine francés.

Esta es una película muy incompleta. Es sorprendente la cantidad de interpretaciones diferentes y cosas que me dicen que ni yo mismo me daba cuenta.

Hablando con los demás, reflexionando, o en el mismo montaje sigo viendo una diversidad de interpretaciones.

Puede ser un ensayo, es muy reflexiva, pero también hay emoción.

Si, es una cosa que agradecí. Cualquiera podría pensar que el cine de Jaime Rosales no tiene emoción. Pero esta es una película que emociona. Y es curioso porque empiezas saltándote el eje muchas veces, dándole velocidad a algunos planos… Eso aleja.

El eje no existe.

Yo pongo la cámara momento a momento donde creo que debe ponerse. Desde hace mucho tiempo dejó de preocuparme eso del eje. No me preocupa. La imagen. Reflexiono con la imagen y no con la continuidad. No creo en la continuidad. Solo existe la luz. A veces me viene la luz de frente y me pongo en lateral. Depende de lo que me deja hacer la luz.

Al final monto con los diálogos. Dos planos tienen dos lados de corte posible. Ese minuto que dura un plano, sólo es coherente cortando aquí o allí. Y la mayoría de las veces no hay continuidad de movimiento con el otro plano.

Y luego tienes blanco y negro en unos momentos y color en otros. Y cambias de formato, ¿Es la construcción dramática quién marca esto?

No. Los cambios en blanco y negro son por bloques. Luego cambio a color sin justificación dramática. Y el color es sólo lo que está en 16 mm. El 35 mm es para el blanco y negro. Y luego hay unas fotos fijas que las hacía yo. El fotógrafo me ayudaba y con el diafragma, pero las hacía yo. Pero no hay un sentido.

Es por deseo propio.

Los dos me gustan. En blanco y negro anamórfico el encuadre es diferente, conviven muy bien dos personas en un two shot. Y en el 16 mm es muy bueno para dejar aire por encima. El retrato sostiene una fuerza.

Hablando contigo se está en una zona diferente, se agradece que no existe el lugar común que abunda en las conversaciones de cine, en las escuelas, tertulias… Tenía ganas de hablar de cine de verdad.

Soy un cineasta. Es la profesión que me gusta.

Es difícil encontrar un cine inspirador.  Y contigo es como si rompieras todas las reglas.

Hay una crisis, pero no es de producción. Se producen más películas que nunca. Hay una crisis de identidad, una crisis artística. Todas las películas se hacen respondiendo a dos planteamientos, a dos y nada más.

Uno el de las plataformas y otro el de Hollywood que intentan convertir al ser humano en una versión reducida del ser humano y quieren que uno sólo sea un consumidor.

El mercado te ofrece infinitas cremas de belleza, infinitas recetas de comida, infinitos sombreros.

Hay una maquinaria que produce una cantidad de películas que son anuncios de publicidad extendidos para convertir al espectador en un consumidor.

Y otros, que son muchos también, que son personas que hacen unas películas subvencionadas por el Estado, que intentan convertir al ciudadano en una persona dócil. A ese ser humano que ya es un consumidor tratan de convertirlo en un ciudadano dócil.  En una especie de democracia formal, en la que se le inyecta una ideología al ser humano que viene desde los poderes del Estado.

Son dos modelos.

Y los dos son deleznables.

Uno inyecta ideología del Estado.

Otro de la compra.

Y entonces, del panorama actual, ¿A quién salvas?

Sólo me salvo a mí.

[Me río con fuerza y unas señoras muy finas en el fondo nos miran]

Hay otros, pero sus obras no llegan porque son censuradas por el doble aparato.

Entonces cuando te sientas a ver una peli, es la peli de un director muerto.

Más vale directores muertos con películas vivas, que directores vivos con películas muertas.

Morlaix no sólo es una peli sobre el primer amor, es una película sobre la muerte.

Te pregunto a ti, ¿Cuántas veces muere en la película Jean -Luc?

Muere una primera vez cuando se lanza del puente, una segunda vez cuando le avisan a Gwen en la farmacia y una tercera que pasa fuera de cuadro. En la realidad, muere sin que lo veamos.

Yo tenía muy claro que no había una ficción y una realidad, sino que había dos ficciones. La ficción de los chicos fuera de la película, y luego la ficción dentro de la ficción. Lo que me parece interesante de las dos ficciones, no es preguntarse cuál es más verdadera, sino cuál es la más autentica en el sentido de lo humano.

El personaje de Jean-Luc tiene consciencia de eso. Su versión de la ficción dentro de la ficción es moralmente más elevada que la primera.

El que se tira del puente, es un Jean-Luc que vive la vida con valores más elevados y con más intensidad… lo que pasa es que eso lo lleva a la muerte.

El morirse no es un problema. Vivimos en una sociedad en que la muerte es un tabú.

¿Se podría decir que hay dos diferentes tipos de muerte? Una más elevada que otra.

Si.

El arte queda, la vida acaba.

El Quijote nunca existió en la realidad. Es un personaje de ficción, igual que Sancho.

En el libro de Cercas Anatomía de un instante, sobre el golpe de Estado del 23 F, esos personajes no son de ficción, pero están escritos con licencias de ficción, igual que en A sangre fría.

Mis personajes en Morlaix nunca han existido, Gwen no ha tenido hijos, no existen.

Eso es una ficción, pero en esa ficción en un momento dado van al cine y ven otra ficción, que tampoco ha ocurrido. Son personajes de ficción, yendo a ver otras ficciones… y esa es la mejor película. La película que ven es la mejor película del mundo.

Hay un momento que reunidos hablan de la película que acaban de ver.

Un momento que no es de ficción, ahí los personajes hablan de lo que ellos piensan que son de ellos mismos. Pero sin subrayar que es un documental.  Ya sabemos que todo es una película, pero eso no importa. El personaje de Samuel lo llega a decir: eso no importa.

Al final, no importa cuanto de la ficción se asemeje a la realidad. Para que la ficción descargue lo que tiene que descargar, una reflexión, no tanto de la vida de los personajes, sino de la propia vida del que ve. Es un dispositivo que lleva a hacerte preguntas sobre tu triple condición humana: la política, la existencial, y la moral.

Me recordó por momentos a Rohmer.

Hay películas que forman parte de mi capital artístico. Godard ha sido importante para mí. Rohmer también.

No sé cuántos estornudos hay en el cine. En Morlaix ocurre y no sólo es natural, se te queda grabado. 

Es cierto. Pasó y lo dejé.  Primera vez que me preguntan esto. Quizá no debe haber muchos.

Nos levantamos y cruzamos al parque.  Jaime me cuenta que ha estado leyendo Fuera del juego, de Heberto Padilla. Cree que tuvo un momento, un alumbramiento, es de la mejor poesía que ha leído.

El agarra para un lado y yo para el lado opuesto.

CARLOS LECHUGA
CARLOS LECHUGA
Carlos Lechuga (La Habana, 1983). Director, guionista, script doctor, ghostwriter y muy cinéfilo. Estudiante de la FAMCA, del ISA, y de la EICTV. Ha dirigido varios cortos y tres largos: Melaza, Santa y Andrés y Vicenta B. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solás, Juan Carlos Tabío, Iciar Bollain. Sus obras han estado en varios festivales internacionales como Toronto, Rotterdam, San Sebastian y en museos como el MoMA.

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