La continuidad de Claudia Sheinbaum

    Mientras se escribe esta nota, y faltando el 20 por ciento de los votos por escrutar, hay algo seguro: Claudia Sheinbaum fue la gran vencedora de las elecciones de este 2 de junio y, por tanto, es ya la presidenta electa de México. Al frente del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), y de una coalición formada también por el Partido Verde (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT), ha derrotado de manera apabullante a sus rivales en esta contienda: Xóchitl Gálvez, candidata de la coalición que une a los históricos Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD); y Jorge Álvarez Máynez, candidato del partido Movimiento Ciudadano (MC).  

    Todo indica que el cierre del triunfo de la candidata morenista será tan contundente o más que el de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018, cuando este obtuvo el 53 por ciento de las boletas válidas, lo que significó el mayor porcentaje de votos en favor de un presidente en toda la historia democrática mexicana. MORENA, además, ha ganado la mayoría en el Congreso, lo cual será de vital importancia para el desarrollo del programa de gobierno del próximo sexenio; y también, de acuerdo a cómo va el escrutinio, se ha llevado la gobernatura de la capital del país.

    ¿Quién es Claudia Sheinbaum?

    El próximo 1 de octubre, Claudia Sheinbaum, de 61 años, asumirá como la primera mujer presidenta de México. Se trata de una científica y académica que cuenta con una licenciatura en Física, un doctorado en Ingeniería Energética, y una amplia experiencia tanto en proyectos ecologistas —curiosamente, su hasta ahora jefe y mentor, AMLO, ha mantenido una postura hostil hacia los colectivos ambientalistas— como en la administración pública. En rigor, la próxima mandataria ha roto muchos de los esquemas en que una sociedad tan machista como la mexicana suele enmarcar a la mujer, incluso antes de dedicarse a la política. 

    Su posición de liderazgo, su carrera profesional, y la manera en que ambas cosas se han impuesto al conservadurismo y la misoginia arraigados en un gran sector de la población mexicana, quizás expliquen esa ecuanimidad, esa dureza suya que muchos llaman «frialdad» y que, por lo general, es más aceptada en los políticos hombres. La presidenta electa de México es, ciertamente, muy hermética, y ha preferido siempre mantener su vida privada fuera del ojo público. De igual forma, es una política que se guía por la razón y los datos, y no por capricho o intuición, o eso defienden quienes la conocen.

    Durante su campaña, Sheinbaum no se refirió a su programa de gobierno todo lo que se esperaría; más bien se limitó a confirmar que el mandato que le espera será una continuidad del actual, algo que subraya el propio nombre de su coalición partidista de cara a estas elecciones: «Sigamos Haciendo Historia». Su declarada intención continuista podría leerse desde el compromiso que mantiene con AMLO, quien ha sido el indiscutible mentor de toda su carrera política. Pero aquí también influye otro factor, y es que, aunque a lo interno del partido ella triunfó como candidata por mérito propio —incluso por encima de políticos experimentados como el excanciller Marcelo Ebrard—, su aplastante victoria en las urnas descansa, en gran medida, en la popularidad de AMLO.

    Antes de que AMLO llegara a su vida, Sheinbaum estaba dedicada por completo a la academia y la investigación, aunque para entonces tenía antecedentes como activista militante de la izquierda mexicana, sobre todo en sus años como estudiante universitaria. Durante su juventud, por ejemplo, se involucró en el Consejo Estudiantil Universitario desde la UNAM, que en 1986 se opuso al entonces rector Jorge Carpizo y sus reformas encaminadas hacia la privatización de la educación pública. Y años después, durante una estancia para estudiar el doctorado en California, Estados Unidos, participó en las protestas contra la visita a ese país del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien se encontraba ultimando los detalles del proyecto neoliberal que significó el Tratado de Libre Comercio.

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    Cuando emprendió definitivamente su carrera política, lo hizo al lado del futuro líder de MORENA: primero como jefa del gabinete de Medio Ambiente durante la jefatura de este en la Ciudad de México (2000-2005), luego como alcaldesa de Tlalpan y en los últimos años como gobernadora de la capital del país. No es un dato menor el de su fidelidad; menos en México, donde los políticos a menudo van de un partido a otro y de una agenda a otra con la mayor naturalidad.

    Esa cercanía ha sido indudablemente un factor decisivo en el éxito electoral de este domingo. Pero está por ver que vaya a cumplir al pie de la letra los designios heredados de AMLO. Puede ser que, una vez instalada en el Palacio Nacional, intente llevar adelante sus propios planes durante el próximo sexenio, o que espere a tener un gabinete ministerial y una posición en el partido lo suficientemente consolidados para intentarlo. Lo que sí parece seguro es que su forma de gobernar no será tan caprichosa e impulsiva como la de su mentor.

    Claudia Sheinbaum, además, parece ser realmente austera; un atributo conveniente si tenemos en cuenta que fue una de las novedades traídas por MORENA a la política mexicana. De hecho, durante la campaña presidencial, uno de los ataques —más bien, una metedura de pata— de su rival, Xóchitl Gálvez, fue decirle a la candidata oficialista que, si a sus 60 años no tenía casa propia y, en cambio, vivía en una rentada, era «bien güey».

    La campaña

    Más que a explicar sus respectivos programas, los aspirantes en esta contienda presidencial se dedicaron a hurgar en el pasado de sus rivales. Y aunque todos tenían pasajes oscuros y alianzas cuestionables, Claudia Sheinbaum no fue, precisamente, la que más.

    La presidenta electa no dio mucho de qué hablar. No cuenta con el carácter dicharachero y excéntrico mostrado por Xóchitl Gálvez, quien llegó a pincharse un dedo en un mitin para «firmar con sangre» que juraba no retirar las ayudas sociales del obradorismo; ni con la capacidad propagandística millenial de Jorge Álvarez Máynez, quien desplegó por redes sociales una campaña bastante efectiva entre los jóvenes. Pero tampoco tuvo necesidad de echar mano a esas estrategias porque, desde el principio, se sabía ganadora.

    Claudia Sheinbaum llegó a las elecciones cuando MORENA estaba en su mejor momento hasta la fecha, pues tenía, a la vez, el poder Ejecutivo, la mayoría en el Congreso, la gobernación de 23 de las 32 entidades federativas del país y un líder sumamente popular. Por tanto, la verdad es que ella nunca compitió por la Presidencia, sino que apenas se esforzó un poco en no perderla, y ni siquiera escondió su victoria anticipada. Por ejemplo, el pasado 6 de mayo, en una reunión con el Consejo Mexicano de Negocios, dijo sobre su futuro: «Solo falta el trámite del 2 de junio».

    Sheinbaum y MORENA triunfaron también sobre una oposición débil, y especialmente sobre un PRI que perdió, tras el mandato de Enrique Peña Nieto, lo que quedaba de su vieja hegemonía. Alejandro «Alito» Moreno», el actual líder de ese partido, ha sido señalado en múltiples ocasiones por corrupción. Por su parte, Marko Cortés, cabeza del partido oficial de la derecha conservadora, el PAN, es un sujeto políticamente torpe y, para variar, corrupto. Del izquierdista PRD, al que alguna vez pertenecieron Obrador y la propia Sheinbaum, no queda ni sombra.

    La coalición tricéfala PRI/PAN/PRD, que une a los partidos más importantes del país antes de la aparición de MORENA, tuvo como candidata a Gálvez, para quien sus aliados parecieron no ser más que un lastre. A lo largo de la campaña, Gálvez trató incluso de dejar en claro su autonomía con respecto a las decisiones partidistas. Frente a semejante crisis de las fuerzas políticas tradicionales, la victoria de Sheinbaum estaba cantada desde el principio.

    Evidentemente, la presidenta electa tampoco está libre de polvo y paja. Como AMLO en 2018, aceptó en su coalición al PVEM, un partido político menor y falso abanderado del ecologismo, con varios de sus miembros involucrados en escándalos de corrupción. El PVEM es, en fin, apenas una congregación de corruptelas que ha parasitado siempre a otras fuerzas políticas, mudándose siempre al bando del mejor postor.

    Como hemos dicho, AMLO es el otro factor determinante en la victoria de Sheinbaum, y, por supuesto, no solo desde lo simbólico. Se supone que, por ley, el presidente en funciones no debería inmiscuirse en la batalla electoral, pero eso no impidió que el tabasqueño usara su programa matutino —«las Mañaneras»— para transgredir las normas una y otra vez. Gálvez intentó que el Instituto Nacional Electoral (INE) cerrara el espacio televisivo, donde el mandatario apoyaba a su candidata y atacaba a los opositores. El INE se negó, pero lo cierto es que el presidente comenzó a eliminar los videos de sus soliloquios diarios 24 horas después de subirlos a las plataformas oficiales.

    El país que hereda Sheinbaum

    Si algo va a extrañar México es el carisma de un populista de manual como AMLO, quien pasó casi todo el sexenio con alrededor del 60 por ciento de aprobación, una cifra bastante poco común en este hemisferio. Por supuesto, su popularidad no se debe únicamente a sus shows discursivos, sino también a sus políticas sociales asistencialistas y clientelares, así como a una serie de factores externos que le vinieron muy bien a la macroeconomía del país.

    A día de hoy, más del 70 por ciento de los hogares mexicanos recibe algún tipo de apoyo económico del Estado. Estas ayudas, que algunos catalogan como limosnas a cambio de votos, no representan mucho para las clases media y alta del país, pero sí resultan significativas para millones de personas que viven en los márgenes de la pobreza y la pobreza extrema. AMLO también dio luz verde al aumento del salario mínimo, algo que varios de sus predecesores prefirieron no hacer a pesar del incremento del coste de la vida y la inflación. Durante su mandato, además, la moneda nacional se mantuvo fuerte y las exportaciones a Estados Unidos crecieron como nunca —en gran medida como consecuencia de la guerra económica entre el vecino del norte y China.

    Que AMLO mejoró la vida de los pobres —«Primero los Pobres», ha sido el lema de su mandato— es innegable, pero hay que decir que en términos económicos su gestión fue más bien conservadora con tintes neoliberales. La política de austeridad de MORENA tenía, en principio, un excelente planteamiento; y en un país donde la corrupción de la clase política es un mal casi patológico se recibió con brazos abiertos la propuesta de imponer austeridad a los nuevos funcionarios. Sin embargo, el problema es que esta austeridad afectó la inversión en infraestructura y gasto públicos, lo que permitió al presidente repartir dinero entre los más necesitados sin verse obligado a quitarle a los más poderosos mediante una política fiscal más justa. Como resultado, de acuerdo a varias estadísticas, la calidad de la salud y la educación públicas, por mencionar dos importantes sectores dependientes del Estado, sufrieron considerables retrocesos o, en el mejor de los casos, no obtuvieron ninguna mejoría.

    Si atendemos a sus declaradas intenciones de dar continuidad a la obra de AMLO, quedarán las ayudas a los más necesitados y los programas sociales, pero también se afianzará la militarización de las instituciones civiles y persistirán los intentos del Ejecutivo para someter al poder judicial. MORENA seguirá pujando por todos los medios posibles, incluyendo la satanización de cualquier voz crítica, para limpiar los obstáculos que le impidan hacer y deshacer a su antojo dentro de la endeble democracia nacional. Claudia Sheinbaum, por citar un ejemplo, no cejará entonces en las pugnas abiertas por su mentor contra la Corte Suprema de Justicia a fin de ampliar el mecanismo de prisión preventiva oficiosa, un sistema condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos que bien conocemos en Cuba por su aplicación, sobre todo, en casos de interés político para el régimen.

    Que una mujer sea presidenta en México es revelador; indica que hay cosas que están cambiando. Aunque todavía le tocará gobernar un país feminicida. A AMLO el tema le preocupó poco. A Sheinbaum tampoco parece interesarle mucho; apenas se refiere a él cuando no queda más remedio. De hecho, ha hablado al respecto más para mencionar los presuntos éxitos de MORENA en la lucha contra los feminicidios que para plantear estrategias que den la vuelta a las escalofriantes cifras de mujeres asesinadas por motivos de género en el país. En el primer debate electoral, la entonces candidata dijo que el número de feminicidios disminuyó en más de un 40 por ciento durante este sexenio, cuando en realidad la reducción en el periodo 2018-2023 fue de entre un 7.7 y un 7.5 por ciento, según cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Hasta el momento, las promesas de la presidenta electa se limitan en este aspecto a promover la tipificación del delito de feminicidio a nivel nacional e impulsar un «programa nacional de abogadas de las mujeres» en todos los ministerios públicos para abordar el tema de la violencia de género.

    Claudia Sheinbaum también gobernará uno de los países más homicidas del mundo. Desde que inició su mandato, este es un tema que AMLO ha intentado retirar de la agenda pública y gubernamental, pero es tanta la basura al respecto que resulta imposible esconderla bajo la alfombra: el promedio anual de personas asesinadas en México alcanzó en el último sexenio las 30 mil víctimas.

    El hecho de que estas elecciones hayan estado entre las más violentas de la historia nacional, marcadas por el asesinato de decenas de aspirantes políticos locales a manos del crimen organizado, ha dejado claro qué otra fuerza manda en el país: el narco. Esos terribles acontecimientos también demostraron, una vez más, que la política de seguridad es una de las mayores flaquezas del morenismo. AMLO decidió enfrentar el tema de la violencia a través de sus programas sociales y la política clientelar antes citada, y rechazó encarar de manera violenta al narco, algo que sí hicieron los gobiernos anteriores con resultados más que lamentables. Pero sus esfuerzos fueron insuficientes. El crimen organizado continúa siendo una vía atractiva y rápida para salir de la pobreza a ojos de muchos jóvenes en poblaciones marginadas. Y la violencia asociada al narco no ha hecho más que crecer en estos años.

    Pese a la importancia de esta cuestión, la próxima gobernante de México no se ha prodigado al respecto. La estrategia de AMLO fue, justamente, esquivar el asunto, excepto cuando tenía alguna estadística positiva que mostrar. A Claudia Sheinbaum, por su parte, le fue bien en materia de seguridad en la Ciudad de México; así que es probable que tenga sus propias ideas para enfrentar el problema del crimen organizado. Por supuesto, fracasaría si intentara aplicar exactamente las mismas estrategias que usó en sus tiempos como gobernadora, pues la capital del país es muy distinta del interior. ¿Por qué la presidenta electa ha dado tan pocas pistas sobre su plan de seguridad y, en general, de su programa de gobierno? Quizá porque eso supondría un rompimiento público anticipado con la continuidad que predica. Quién sabe.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    1 COMENTARIO

    1. Magnifico trabajo,esclarece muchas interrogantes de la actual realidad politica mexicana en su paso por las elecciones,felicidades y sigan educando y instruyendo a sus lectores con esos trabajos se les agradece

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