LA HABANA, Cuba.- Por estos días, en que la proximidad de fuerzas navales norteamericanas a las costas de Venezuela ha aumentado significativamente la presión sobre el régimen de Nicolás Maduro, los mandamases de la continuidad castrista no cesan en su algarabía condenando la posibilidad de que se produzca una intervención militar que derroque a su compinche y principal suministrador de petróleo.
Invocan la paz, la soberanía nacional y la no injerencia extranjera en los asuntos internos de otros países. El problema es que los castristas mantienen un doble estándar al respecto: solo se interesan y preocupan por la soberanía nacional y la no injerencia cuando conviene a sus intereses.
Los castristas son minuciosos en la enumeración y condena de las intervenciones militares norteamericanas en otros países: las ocurridas a principios del siglo XX en Cuba, México, Nicaragua, Haití; el involucramiento de la CIA en los derrocamientos de Mossadegh en Irán (1953), de Jacobo Arbenz en Guatemala, (1954), en la expedición de la Bahía de Cochinos (1961); la guerra de Vietnam, la operación en Panamá (1989) para deponer y capturar a Manuel Noriega; las intervenciones en Kosovo, Afganistán, Iraq, Libia, en Siria para combatir a los terroristas del Daesh y el reciente ataque aéreo contra las instalaciones nucleares iraníes.
Sin embargo, jamás condenaron las invasiones soviéticas a Checoslovaquia y Afganistán. Las justificaron con el argumento de “la necesidad de defender la cohesión de la comunidad socialista”. Como hizo Fidel Castro en 1968, cuando se mostró como un peón del Kremlin al justificar y apoyar el aplastamiento de la Primavera de Praga por la Unión Soviética y sus satélites del Pacto de Varsovia, y solicitar que Moscú asumiera la defensa de Cuba, Vietnam y Corea del Norte.
Luego de la disolución de la Unión Soviética, el régimen cubano se ha hecho cómplice de las tropelías internacionales de Rusia. No criticó las aventuras militares de Putin en Chechenia y Georgia ni la anexión de Crimea. Y peor aún, ha apoyado la agresión contra Ucrania, una guerra imperialista de manual, al extremo de hacerse hipócritamente de la vista gorda con el envío de mercenarios cubanos al frente de batalla ucraniano.
En Cuba, donde no se habla de la masacre de los terroristas de Hamas del 7 de octubre de 2024, no paran de condenar y calificar como genocidio la muerte de civiles en Gaza a causa de los ataques israelíes, pero jamás se han referido a los criminales bombardeos rusos contra las ciudades ucranianas donde han muerto centenares de civiles, incluidas decenas de niños. Tampoco han criticado el secuestro de miles de niños ucranianos por las tropas rusas, entre otros crímenes de guerra, por los que Vladimir Putin es reclamado por la Corte de Justicia Internacional.
Es muy cínico que el régimen cubano asegure estar contra el intervencionismo y la injerencia en los asuntos de otros países cuando Fidel Castro, desde los primeros meses de su llegada al poder, envió expediciones armadas a Santo Domingo, Panamá y Venezuela; y durante las décadas de 1960 y 1970 entrenó, armó y financió movimientos guerrilleros en toda América Latina, con desastrosos resultados. Recordemos las fallidas aventuras guerrilleras de Ricardo Masetti en Salta, Argentina, en 1965, y la de Che Guevara en Bolivia, en 1967, donde repitió el fracaso del Congo, y perdió la vida junto a otros militares cubanos.
Se suele insistir en el involucramiento de la CIA en el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al gobierno de Salvador Allende, pero se pasa por alto la cuota de responsabilidad que tuvo Fidel Castro por su constante injerencia en los asuntos internos de Chile, en particular sus consejos a Allende para que armara una milicia proletaria
En 1979 militares cubanos participaron abiertamente en la ofensiva del Frente Sandinista que derrocó a la dictadura de Somoza, y unos años después, en El Salvador, en el ataque a la base de Ilopango y en la ofensiva de las fuerzas del Frente Farabundo Martí que llegó a las puertas de la capital salvadoreña.
En África fue la apoteosis del intervencionismo cubano en el exterior. Fue la oportunidad de Fidel Castro de jugar a la guerra desde su puesto de mando en La Habana. Entre 1975 y 1990, para apoyar al régimen marxista del Movimiento Popular de Liberación (MPLA), 350.000 soldados cubanos pasaron por Angola, un país once veces mayor que Cuba y a 11.000 kilómetros de distancia, Océano Atlántico de por medio. Adicionalmente, a fines de 1977, fueron enviados 17.000 soldados cubanos a Etiopía. Un empeño militar de tal envergadura, como jamás había sido emprendido más allá de sus fronteras por un país del Tercer Mundo, fue posible gracias al equipamiento logístico soviético. Moscú puso las armas y Cuba la carne de cañón. Por los miles de cubanos muertos, mutilados o que regresaron de la guerra con serios desequilibrios psíquicos, Angola fue el equivalente para Cuba de lo que fue Vietnam para los Estados Unidos o Afganistán para la Unión Soviética.
El régimen cubano dice estar contra el terrorismo, pero no disimula su simpatía por Hamás, Hezbolá, los hutíes y demás proxies de sus amigotes, los ayatolás iraníes, en su lucha contra Israel.
Es proverbial la hipocresía y doblez del castrismo, pero en ningún otro asunto es tan palpable y desfachatada como en su oportunista y marrullera política exterior.