diciembre 13, 2024

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La esencia del IX Pleno del Partido Comunista de Cuba

No se necesitan congresos, asambleas, plenos del PCC y recorridos para descubrir que nos condena a la miseria perpetua.
IX Pleno del Comité Central del PCC
IX Pleno del Comité Central del PCC (Foto: Cubadebate)

LA HABANA, Cuba. – Para muchos es presagio de más infortunios; para otros, una simple coincidencia, pero la realidad es que los comunistas cubanos escogieron nada más y nada menos que un viernes 13 para la última sesión del IX Pleno del Comité Central del PCC.

Quizás por ser la que más les “pega”, después de tantos desastres naturales, varios apagones totales y sobrados fracasos económicos acumulados desde el VIII Pleno celebrado en julio de 2024, escogieron esa fecha con ironía o con perverso sentido del humor, o porque no hay mejor día en el año que el último de mala suerte en el que los más viejos recomiendan no casarse, no embarcarse y mantenerse en familia.

Pero, aunque nos pongamos a resguardo, ya sea en Cuba o alejada de ella, el “embarque” es una condición inevitable para los cubanos. No es algo que llegará como consecuencia del más reciente aquelarre de los “continuistas” sino como maldición autoinfligida que llevamos décadas soportando porque, aunque sea en lo más profundo, la mayoría de nosotros carga consigo ese “comunista dormido” que nos implantaron en el ADN con cada congreso, cada reunión, cada asamblea, cada marcha y cada “seremos como el Che” que gritamos cuando nos los pidieron o cuando nos dio la gana porque, total, si hasta los menos entusiastas terminaban las cartas de amor con un “revolucionariamente”.

El buen comunista de manual de la “Ñico López” (la “escuela de cuadros” del PCC), de los “Camilitos” o del “comité de base” de la universidad, que exportamos a Miami dentro de nosotros mismos, bajo la piel, y que igual nos lleva a proyectar un capítulo de Tras la huella en una tienda de Miami, a añorar en plena Hialeah el auto Lada que tuvo papá militar o abuelo “internacionalista”, o a escandalizarnos y hacer drama en las redes sociales por descubrir con horror que en EE.UU. para comer, vestir, comprar una casa y un auto, para tener lo que tiene el vecino, es obligatorio trabajar, en tanto las leyes y las propias dinámicas económicas son bien duras con el “invento” y la “lucha”, dos sinónimos de “robo”, “estafa”, “malversación”, “fraude” y “corrupción” que aunque el régimen diga condenarlos, en realidad los promueve y los rebautiza bajo un novedoso concepto de “resistencia creativa”.

Lo han repetido un millón de veces, cada vez que insisten en no querer escuchar lamentos, reclamos y quejas sino “soluciones”, y es como el “no sé cómo lo harás pero inventa” que le suelta el jefe pandillero al matón cuando el primero y posteriores intentos le salen mal, cuando es consciente de que la misión encomendada es imposible, que terminarla será una chapucería cuando no un rotundo fracaso, pero el jefazo necesita sacarse un problema de encima y no tiene ni agallas ni modo ni astucia para hacerlo él mismo.

El régimen no quiere escuchar lamentos ni reclamos en una estrategia de sordera en la que pretende que olvidemos que su propio discurso es un amasijo de justificaciones y lloriqueos contra “bloqueos” y “enemigos”; así como olvida él mismo que la gente que en la calle se queja y llora lo que reclama son soluciones inmediatas, es decir, que los mismos que idearon el concepto de “resistencia creativa” lo apliquen ya, pero sobre todo que lo expliquen, porque así como lo sueltan (dolarizando la economía, construyendo hoteles vacíos, celebrando cumpleaños en un bar, noviando por Madrid y comprando en el Corte Inglés, subiendo precios y congelando salarios, afectando la canasta básica y abandonando los servicios de salud) suena a eufemismo de “sálvese el que pueda”.  

Como no quieren escuchar a los quejosos y llorones, ni siquiera a la nueva contralora general que por enésima vez descubre como nuevo que el descontrol, el robo y la corrupción son el común denominador de las empresas e instituciones estatales, se han inventado para concluir el año otra reunión de autocomplacencia en la que, por dos o tres ejemplos de “iniciativas” que dicen ir bien, se dan golpes en el pecho. 

Solo faltaría que en unos días o meses alguien descubra que detrás del éxito excepcional hay gato encerrado —tal vez un gatazo regordete como los que criaba Alejandro Gil en aquella mipyme de Ciego de Ávila— pero no es mi intención aguarles la celebración sino recordarles, primero, que en Cuba donde todo va mal y las leyes se hacen para que siga siendo así, lo que marcha “bien” debería estar bajo sospecha; y segundo, que cada excepción que han encontrado en sus continuos recorridos —y que son pocas aquellas cuando los últimos han sido demasiados— se confirma aún más esa regla de incapacidad general, de ineptitud de los gobernantes, que mantiene la economía en situación de calamidad.

No se necesitan congresos, asambleas, plenos del PCC y recorridos para descubrir que nos condena a la miseria perpetua. Es como si el padre de una familia de vagos se reuniera en la sala de la casa a preguntarles a los hijos por qué no tienen dinero, y qué otra cosa que no sea ponerse a trabajar duro fuera de casa pudieran hacer para salir de la pobreza o al menos para salvarlo a él, en representación de todos. No quiere escuchar al extraño que pasa y le grita una solución, tampoco al hijo que ha descubierto el grave error de la vagancia, ni al que les ofrece un empleo, una salida digna de la miseria. 

El padre y la mayoría de sus hijos, habiendo convertido el hogar en una prisión, han sido vagos por muchísimo tiempo, al punto de que han llegado a creer que esa mala vida es su oficio, el único digno que existe. Esa es la esencia del IX Pleno del Comité Central del PCC, y de los anteriores, y de todos los congresos desde el primero hasta el último.

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Efraín González

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