 
          pág 36
        
        
          / enero-junio 2017
        
        
          Artículos técnicos
        
        
          / Conservación del patrimonio
        
        
          Cimbra
        
        
          gendraron la rueda, la escritura cu-
        
        
          neiforme (3300 a.C ) y las primeras
        
        
          ciudades, señalando el comienzo de
        
        
          la Historia. Es el lugar del mito, don-
        
        
          de se implanta el jardín del Edén,
        
        
          que mirando al este define el Paraíso
        
        
          Terrenal descrito en el Antiguo Tes-
        
        
          tamento. El mismo misterio recogi-
        
        
          do también por la Biblia en el libro
        
        
          tercero de los Reyes, cuando se dice
        
        
          que el hijo de David, el rey de Israel
        
        
          Salomón, reedificó entre otras ciu-
        
        
          dades Tadmor, (Ciudad de la palma)
        
        
          denominación hebrea de la Palmira
        
        
          romana en el país del desierto.
        
        
          Es, en mi acerbo personal, la ciudad
        
        
          que estudié y ensoñé hasta que, por
        
        
          fin tuve la oportunidad de contemplar
        
        
          en 1993, cuyo trazado y monumentos
        
        
          testimoniaban entonces el esplendor
        
        
          la época romana. Una urbe que en el
        
        
          siglo III desafió a la propia Roma, le-
        
        
          gando a la historia de la humanidad
        
        
          las ambiciones de su reina Zenobia
        
        
          en sus aspiraciones imperiales. Ze-
        
        
          nobia de Palmira, de quien dicen que
        
        
          era una belleza de piel morena y ojos
        
        
          penetrantes con una inteligencia fina y
        
        
          cultivada, capaz de entenderse con los
        
        
          filósofos en griego, con juristas en latín
        
        
          y con los antiguos sacerdotes en sirio y
        
        
          egipcio. Una reina que puso en jaque
        
        
          la soberanía de Roma sobre Oriente.
        
        
          La historia de una soberana exhibida y
        
        
          humillada por la calles de Roma, una
        
        
          vez derrotada, destruida su ciudad, y
        
        
          apresada a orillas del río Eufrates por el
        
        
          emperador Aureliano en 272.
        
        
          Todo esto es, significa y simboli-
        
        
          za Palmira, cuyos indiscutibles valores
        
        
          fueron objeto de  reconocimiento por
        
        
          la UNESCO con su declaración como
        
        
          Patrimonio de la Humanidad en 1980.
        
        
          Y ahora nos informan de su destrucción
        
        
          por la brutalidad del Estado Islámico.
        
        
          Más allá de reconocer a los culpables,
        
        
          con unos u otros nombres, quizás lo im-
        
        
          portante es observar como el siglo XXI
        
        
          se muestra indiferente y desafiante ante
        
        
          el pasado. Quizás todavía no ha encon-
        
        
          trado su camino y envidiándole quiere
        
        
          condenar al patrimonio a la deshonra
        
        
          de la Damnatio memoriae, a la condena
        
        
          al olvido y la pérdida de la memoria.
        
        
          La amputación de los vestigios fí-
        
        
          sicos de Palmira no tiene por destino
        
        
          aniquilar su realidad, sino borrar su
        
        
          memoria. Con esta pérdida se produce
        
        
          la quiebra de la consustancialidad de la
        
        
          dignidad del hombre con su memoria,
        
        
          y en su pluralidad, la evocación a la me-
        
        
          moria cultural de los pueblos. Memoria
        
        
          colmada de heterogéneas experiencias
        
        
          y germen de nuevas expresiones, don-
        
        
          de las sociedades se identifican.
        
        
          Ante este escenario, nunca más que
        
        
          ahora debemos recuperar el espíritu de
        
        
          la revolución francesa como símbolo
        
        
          de la cultura occidental. Una cultura
        
        
          que superando los instrumentos inter-
        
        
          nacionales de protección patrimonial,
        
        
          nos recuerda que“Los bárbaros, los es-
        
        
          clavos, detestan la ciencia y destruyen
        
        
          las obras de arte, los hombres libres
        
        
          las aman y las conservan”. Una acti-
        
        
          tud representada por nuestro viajero
        
        
          el Conde Volney, en su libro Les Rui-
        
        
          nes ou Méditations sur les révolutions
        
        
          des empires de 1791, cuando reflexio-
        
        
          na sobre la decadencia de los imperios
        
        
          históricos, y en el espejo de las ruinas
        
        
          de Palmira, quiere reconocer el valor
        
        
          de los pueblos como expresión de su
        
        
          libertad individual e independencia
        
        
          personal.
        
        
          Esta es la verdadera importancia
        
        
          de Palmira. No está en cuestión sim-
        
        
          plemente la pérdida de su memoria
        
        
          histórica, ni siquiera cultural. Con la
        
        
          feroz destrucción de cualquier parte de
        
        
          la ciudad, de una sola de sus piedras,
        
        
          se está atacando la gran conquista de la
        
        
          civilización occidental, la libertad indi-
        
        
          vidual como principio fundamental de
        
        
          la convivencia humana, y en el mismo
        
        
          acto, a la democracia como garante de
        
        
          la vigencia de esa libertad.
        
        
          En definitiva se está agrediendo al
        
        
          documento que marca un hito en la
        
        
          historia de los derechos humanos, la
        
        
          Declaración Universal de los Derechos
        
        
          Humanos proclamada por la Asamblea
        
        
          General de las Naciones Unidas en Pa-
        
        
          rís, el 10 de diciembre de 1948, en cuyo
        
        
          artículo 1 se indica textualmente: “To-
        
        
          dos los seres humanos nacen libres e
        
        
          iguales en dignidad y derechos y, dota-
        
        
          dos como están de razón y conciencia,
        
        
          deben comportarse fraternalmente los
        
        
          unos con los otros”.
        
        
          Concluimos estas breves reflexio-
        
        
          nes con la esperanza de que Palmira
        
        
          sea el último monumento Patrimonio
        
        
          de la Humanidad agredido, y cuando
        
        
          tengamos la ocasión de volver a en-
        
        
          contrarnos con la nobleza de sus restos
        
        
          y la dignidad recobrada de su memoria,
        
        
          recordar nuevamente las palabras del
        
        
          Conde deVolney cuando indicaba:
        
        
          
            ¡Salve, ruinas solitarias, sepulcros
          
        
        
          
            sacrosantos, muros silenciosos! a vo-
          
        
        
          
            sotros invoco, a vosotros dirijo mis
          
        
        
          
            plegarias. ¡Si, mientras que vuestro