 
          enero-junio 2017 /
        
        
          pág 35
        
        
          Cimbra
        
        
          los horrores de la
        
        
          guerra y su incidencia en
        
        
          el patrimonio
        
        
          Hoy en día la sobre-información
        
        
          que tenemos sobre los horrores de la
        
        
          guerra y su incidencia en el patrimo-
        
        
          nio, quizá nos hace olvidar la verdadera
        
        
          dimensión de lo que estamos hablan-
        
        
          do. Tal vez por este motivo el titular
        
        
          que anuncia la destrucción de Palmira,
        
        
          después de alarmarnos, entristecernos
        
        
          y enfurecernos, termina por ser apar-
        
        
          cado cuando no olvidado, pues esta
        
        
          ciudad no es más que otro ejemplo de
        
        
          la larga nómina de monumentos ata-
        
        
          cados y destruidos por las hordas de la
        
        
          barbarie y la sin razón. Destrucciones
        
        
          que se caracterizan por la inmediatez y
        
        
          la viralidad de su comunicación. Inme-
        
        
          diatez sustanciada en su retrasmisión,
        
        
          casi en directo, por los medios de co-
        
        
          municación y las redes sociales, gene-
        
        
          rando un gran impacto propagandísti-
        
        
          co en Occidente. Viralidad en la forma
        
        
          en que estas noticias se propagan, de
        
        
          manera tan sonora como en el fondo
        
        
          sorda, pues su intensidad inicial con-
        
        
          trasta con el escaso eco que terminan
        
        
          teniendo. Pasan al olvido con la misma
        
        
          rapidez con la que fueron expuestas e
        
        
          informadas. Inmediatez y viralidad a la
        
        
          que estamos acostumbrados en nues-
        
        
          tra vida cotidiana, por lo que la violen-
        
        
          cia se diluye en el propio espectáculo
        
        
          de su divulgación. Parafraseando a
        
        
          Marshall McLuhan el espectáculo es el
        
        
          mensaje, pasando a un segundo plano
        
        
          el aterrador contenido.
        
        
          Sin ánimo de ser exhaustivos, acaso
        
        
          el primer antecedente contemporáneo
        
        
          de esta exhibición fue el conflicto bé-
        
        
          lico de Bosnia. En el último decenio
        
        
          del siglo XX se produjo la destruc-
        
        
          ción del casco histórico de Dubrovnik
        
        
          (Croacia), la biblioteca de Sarajevo, la
        
        
          mezquita de Ferhadija o la voladura del
        
        
          puente de Mostar.
        
        
          Iniciado el siglo XXI, nuestra me-
        
        
          moria y retina guardan el recuerdo de
        
        
          la brutal y despiadada destrucción, casi
        
        
          siempre televisada, de monumentos,
        
        
          sitios arqueológicos o ciudades declara-
        
        
          das Patrimonio de la Humanidad por la
        
        
          UNESCO. Los budas gigantes (s.VI) del
        
        
          valle de Bamiyan (Afganistán), destrui-
        
        
          dos con dinamita y cañonazos durante el
        
        
          régimen talibán en 2001; la demolición
        
        
          parcial en 2005 del patio, espacio inte-
        
        
          rior y minarete de la Gran Mezquita de
        
        
          Samarra (s. IX) en Irak durante la Guerra
        
        
          de Irak (2003-2011); la devastación por
        
        
          los talibanes de nueve de los 16 mau-
        
        
          soleos junto con algunas tumbas y una
        
        
          puerta sagrada de la mezquita Sidi Yah-
        
        
          ya (s. XIV) de Tombuctú (Mali), en 2012;
        
        
          los irremediables daños producidos en la
        
        
          Gran Mezquita Omeya (s. VIII) de Ale-
        
        
          po (Siria), fuente de inspiración de la de
        
        
          Córdoba durante la Guerra Civil Siria en
        
        
          el 2013; el bombardeo por la coalición
        
        
          árabe del Casco Histórico de Saná (Re-
        
        
          pública de Yemen), en el 2015; en este
        
        
          mismo año el Estado Islámico (IS) ini-
        
        
          cia la destrucción de las ruinas de Hatra,
        
        
          capital del reino de los partos (s.III a.C.)
        
        
          en Irak y a finales de 2016 aniquilan los
        
        
          lammasu o toros y leones alados (s. XIII
        
        
          a.C.) del yacimiento arqueológico de Ni-
        
        
          mrud (Capital del Imperio asirio en el s.
        
        
          IX a.C.) y las puertas monumentales de
        
        
          Mashki y Nergal en la sagrada Nínive
        
        
          (Capital del imperio hacia el s.VII a.C.),
        
        
          ubicadas en Mosul (Irak), etc.
        
        
          Esta es la aterradora lista de la in-
        
        
          mensidad de la tragedia de destruc-
        
        
          ción del patrimonio histórico y cultu-
        
        
          ral mundial en los últimos y actuales
        
        
          conflictos armados. Una enumeración
        
        
          a la que ahora se suma Palmira, como
        
        
          nuevo ejemplo y que lamentablemente
        
        
          crecerá en fechas futuras.
        
        
          Pero detengámonos por un instan-
        
        
          te, desconectando televisiones, radios
        
        
          e internet. Acostumbrados como esta-
        
        
          mos a todos estos desmanes humanos
        
        
          y a su rápida sucesión, tal vez el nombre
        
        
          de Palmina no sea más que otro mo-
        
        
          numento aniquilado, y no permitimos
        
        
          que nuestra memoria histórica vuele
        
        
          sobre su auténtica dimensión cultural.
        
        
          Palmira, ciudad siria que resume en-
        
        
          tre sus vestigios y columnas la historia
        
        
          antigua de Oriente Próximo. Porque
        
        
          hablar de Palmira es redescubrir Me-
        
        
          sopotamia, circunstancia que debería
        
        
          estimular intensamente nuestro ima-
        
        
          ginario cultural, histórico y colectivo.
        
        
          Efectivamente esta vetusta ciudad
        
        
          representa la Mesopotamia que descri-
        
        
          be 4000 años en el devenir de la hu-
        
        
          manidad. Es la “región entre ríos”, en
        
        
          lengua griega, del fértil valle del Eufra-
        
        
          tes y Tigris, agrupando los territorios
        
        
          de Irak y la actual Siria entre la meseta
        
        
          iraní y los desiertos sirios y árabes. Es el
        
        
          oasis, descubierto a 240 km al noreste
        
        
          de Damasco y 145 km al sur de la gran
        
        
          curva del Eufrates, de cuyos manantia-
        
        
          les beberán griegos, romanos y persas.
        
        
          Ciudad oasis que socorría y alimentaba
        
        
          a las caravanas que viajaban entre la
        
        
          Baja Mesopotamia y el mar Mediterrá-
        
        
          neo formando, en su tiempo, parte de
        
        
          la Ruta de la seda.
        
        
          Es la cuna de la civilización que
        
        
          permitió la evolución desde la Pre-
        
        
          historia hasta la conquista persa del
        
        
          imperio Caldeo, mientras el res-
        
        
          to del planeta seguía anclado en la
        
        
          Prehistoria. Es hablar de los Sume-
        
        
          rios (3500 a.C.), Acadios (2340-2220
        
        
          a.C), Amorreos (2000-1600 a.C.),
        
        
          Arameos (2000-1000 a.C.), Asirios
        
        
          (1950-612 a.C.), Babilonios (1000-
        
        
          539 a.C), Caldeos (626-562 a.C), etc.
        
        
          En definitiva, las culturas que en-