Al cabo de nueve ediciones, la Muestra de Nuevos Realizadores es un espacio consolidado y digno de atención. Lo que en un principio parecía utopía de improbable destino, ha devenido territorio para la anticipación y la decantación del talento en un arte que por sus características implica recursos técnicos y logísticos no solo para llevar a término el proceso creativo sino también para asegurar su recepción pública. La Muestra es, sobre todo, un programa de trabajo, un proyecto de relación permanente de la institución con los jóvenes profesionales en el escenario audiovisual cubano.
El ICAIC, que auspicia la Muestra con el apoyo de la Asociación Hermanos Saíz y de varias instituciones culturales, ha facilitado su infraestructura para la organización del evento y para la promoción y exhibición de los materiales seleccionados. No se trata de un acto de paternalismo ni tampoco de una transitoria negociación. Es un compromiso nacido de la exigencia de una política cultural que apuesta por una concepción responsable e inclusiva, imprescindible para la renovación generacional y estética del audiovisual cubano. Cierto es que las innovaciones tecnológicas en el campo de la grabación y procesamiento de imágenes han propiciado una mayor posibilidad de hacer cine, pero para que ese cine se haga visible se debe acompañar de esa voluntad política que no ha faltado aun cuando se conocen las graves limitaciones materiales y financieras por las que atravesamos.
Se ha dicho, con sobradas razones, que los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres. Y se sabe también que el arte, por naturaleza, no existe sin conflictos, sin desgarramientos, sin experimentación, sin propuestas aventuradas, sin pasión. En tiempos difíciles y ante realidades complejas, el cine no puede dejar de cuestionar, indagar, reflexionar y romper esquemas.
En la novena Muestra ello se hizo evidente, en mayor o menor medida y, claro está, a partir de las individualidades creadoras. Pedro Luis Rodríguez aportó El cuarto 101, cortometraje de ficción en el que atmósfera, dramaturgia y recursos expresivos se anudaron en una producción de notable intensidad. Y con el documental Que me pongan en la lista, una mirada crítica y comprometida sobre determinadas disfunciones que afloran en los mecanismos de participación ciudadana.
Sumamente inquietante, para bien del espectador, es El mundo de Raúl, de Jessica Rodríguez (la recordamos por Tacones cercanos) y Zoe Miranda, en la línea de algo que se ha dado llamar el falso documental (de este toma el lenguaje, aunque la construcción es propia de la ficción). El diseño dramatúrgico fríamente calculado de esta obra contrasta con otra posibilidad expresiva, en la que se explaya I love pop, de Alejandro Arango, intencionado y frenético collage de videos bajados del sitio YouTube, que articula las razones y sinrazones de la era digital.
En medio de un abanico tan abarcador, que incluye la presentación de animados, videoarte, intercambios generacionales, debates, clases magistrales, lanzamiento de publicaciones, la proyección de Revolution, de Mayckell Pedrero, marcó la diferencia entre la indagación responsable y la transgresión a ultranza. Puede y debe admitirse, desde el arte, la crítica más acerba a situaciones donde el burocratismo, la insensibilidad o la incomprensión afectan la promoción de fenómenos socioculturales emergentes, como es el caso del hip hop, pero los planteamientos de los protagonistas del documental, en algunos temas y sobre todo en sus entrevistas, pretenden hacer tabula rasa de nuestra sociedad, pecan por exceso y parten de un enfoque panfletario que se aísla en sí mismo.
Pero la Muestra, en el devenir de sus resultados, trasciende lo episódico. Merecen respeto y aliento aquellos jóvenes realizadores que tomaron conciencia de la preservación de nuestros valores patrimoniales. Frente al espejo, de Maysel Bello, homenaje a Eslinda Núñez; Hasta Santiago… y, de Richard Abella, tributo a Santiago Álvarez y el Noticiero ICAIC; Inmóvil, de Luis Miguel Cruz, revisión nostálgica de los equipos de cine ambulante; Salvador de Cojímar, de Ernesto Sánchez, excelente aproximación a la impronta de Salvador Wood; y el esperado Eso que anda, de Ian Padrón, sobre Los Van Van, se inscriben en ese rango.
La novena Muestra, en sentido general, demostró que con los jóvenes realizadores hay que contar, y que constituyen un fenómeno que, como mismo se manifiesta en las estribaciones de la Sierra Maestra (Televisión Serrana), se da en las once provincias representadas en esta novena edición del evento. Más que promesas, muchos de ellos ya están haciendo, junto a los consagrados, el audiovisual cubano de nuestra época.