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“Un universo de óleo”: ‘El jardín’, corto de los cubanos Miguel Machado y Carolina Charadán, tiene su estreno en México

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El Jardín (2025), cortometraje dirigido y escrito por los cubanos Miguel Machado y Carolina Charadán, tuvo su estreno mundial este martes 9 de septiembre en Guadalajara, México, durante la primera jornada del 14º Festival Pixelatl, dedicado a la promoción del cine de animación, los videojuegos y el cómic, que se extenderá hasta este sábado 13. La película tendrá otras dos proyecciones, el miércoles 10 y el viernes 12, en las salas del evento jalisciense.

Fundado en 2011, Pixelatl se propone como una plataforma óptima para promover las industrias creativas y el desarrollo de propiedades intelectuales originales en Latinoamérica. En la última década, se ha considerado la cita más importante de su tipo en la región.

Coproducido entre Cuba, México (Clematic) y Canadá (Eggplant Music+Sound), y con la propia Charadán (también montadora) y Hanzer González Garriga a cargo de la producción ejecutiva, El Jardín compite por el premio Chinelo junto a otras 39 obras de factura mexicana e internacional distribuidas en tres apartados principales. En específico, fue ubicada por los curadores en la Selección Experimental, que contempla siete de los títulos que más apuestan por las formas libres y las búsquedas expresivas arriesgadas.

La película de Machado y Charadán es el primer resultado en exhibición tras más de ocho años de concepción y gestión de un ambicioso proyecto audiovisual sobre la vida y al imaginario lírico y espiritual de la poeta y pintora cubana Juana Borrero (1877-1896), el cual se consagrará en un largometraje titulado “La virgen triste”, escrito por el dramaturgo cubano Rogelio Orizondo.

A partir de los valores autónomos de El Jardín, que será engarzado en ese filme futuro más extenso, los realizadores ya consideran el proyecto como un “universo que se ha ido expandiendo”, en palabras de Carolina Charadán. “El Jardín es como el origen, como la semilla de todo este mundo”.

“Es el corazón de esta isla que estamos concibiendo”, comentó la cineasta a Rialta Noticias. “Este es un punto del imaginario en el que no vemos los bordes de la isla, porque estamos justo en el centro. La historia de El Jardín se desarrolla en este bosque tropical atravesado por un río, y el desarrollo posterior del largometraje será como seguir por ese río, llegar al océano, y ver más allá de la isla, y hacia otra isla en algún punto”.

Según Charadán, el corto se adentra en “un nivel de la conciencia ajeno a lo que nosotros entendemos como realidad”, mientras que “el largometraje comprenderá una dimensión más realista, biográfica, pero siempre estará en contacto muy cercano con este imaginario”. 

“En La virgen triste”, apuntó, “estará presente la poesía de Juana Borrero, pero el cortometraje solo se comunica a través de alegorías de dinámicas de su vida, de relaciones e intercambios de energía específicos con seres que la marcaron”.

El Jardín propone un hábitat edénico al margen del tiempo, y de la historia, en que una Eva prepúber –avatar de la Borrero– desanda el monte inmaculado en un viaje sin más destino que la comunión con el espacio y toda la vida que lo mora. La joven se mueve sin lógicas lineales, sin origen ni destino. Parece haber sido engendrada por la propia floresta. Pertenece más a la dimensión de lo feérico que a la humana.

La suya no parecer ser la curiosidad científicamente entendida, movida por pulsiones colonizadoras y sistemas taxonómicos, sino el entendimiento de sí misma como segmento de un todo trascendental, emanación de una mónada que se multiplica en infinitas manifestaciones: las plantas el gnomo-hongo esmeralda, el conejo azul de tres ojos –¿otro avatar místico del conejo blanco de Alicia?–, el saurio verde con el que establece una relación sensual, los mangos que devora –¿variantes tropicalizadas del fruto del Árbol del Bien y del Mal, que no le acarrea castigos ni expulsiones?–, las corrientes de agua que resultan los únicos senderos naturales discernibles en el monte nunca desbrozado.

Calzado con otras técnicas, como la rotoscopía, el empleo primordial de la animación de pinturas al óleo –cuyas formas propias están en permanente mutación e integración con las formas circundantes– enfatiza la alegoría del cosmos como una interconexión de todos los elementos tangibles y elucubrados: la mera especulación, tanto en la vigilia como en el sueño, basta para colocarlos en el redil de la posibilidad. 

La protagonista experimenta a lo largo del sosegado relato una probable iniciación en el misterio de la vida, como esfera sensorial en estado puro, que demanda estar plenamente consciente del entramado dialéctico que rige todos sus fenómenos en armónica imbricación. Mientras adivina los mil mundos agazapados en los estratos del mundo, parece destinada a la disolución nirvánica de su consciencia como definitiva anagnórisis.    

A propósito de la primacía de lo sensorial, lo inesperado y lo misterioso en El Jardín, Carolina Charadán dijo a Rialta Noticias: “La dimensión surrealista de nuestra película y de este universo que estamos creando viene más por la poesía, pero se trata de una poesía que a su vez fue influida por movimientos pictóricos como los simbolistas, y específicamente Gustave Moreau: es un referente para nosotros para conseguir que se sienta todo como un «no-tiempo». Es difícil ver esas pinturas y qué época están representando, incluso de qué época datan”. 

“Siento que la poesía de Juana Borrero crea espacios, imágenes, que te envuelven de una forma rara”, detalla la realizadora, y señala asimismo que “la disposición de la poeta era un poco más antigua que la época en que vivió, pero al mismo tiempo hay momentos en que se adelanta por completo”. 

“Se vuelve vanguardista en la forma, en la ruptura”, añade. “Se siente una rareza temporal en el estilo de Juana Borrero, por su imaginación y por lo que su imaginación le provoca a ella. Vivió muy profundamente en ese mundo que se creó, expandido a partir de la realidad”.

La finalización del largometraje se prevé para algún momento de 2027, dada la minuciosa complejidad técnica que demanda una película animada al óleo, anclada en la formación y la carrera como artista visual de Miguel Machado. 

Dicha circunstancia convierte a El JardínLa virgen triste, y otras películas venideras en proceso, en un fenómeno casi único de confluencia y armonía plena entre los casi siempre distanciados territorios de las artes visuales y el cine de animación cubanos.

El segundo ha estado marcado durante media centuria por prejuicios institucionales que lo han reducido, a golpe de políticas editoriales y legislaciones miopes, a una función didáctica dirigida al adoctrinamiento de públicos infanto-juveniles. En cambio, muchos artistas visuales cubanos se han acercado a los potenciales expresivos de la animación desde desprejuicio mucho mayor, emulando la insuperable primera generación de creadores que integraron en los sesenta los Estudios de Animación del ICAIC.

Miguel Machado comentó a Rialta Noticias que la concepción de este proyecto ha sido, en rogor, “un proceso de descubrimientos, de aprendizaje y entrenamiento”. 

“Hemos tenido que desarrollar nuestros instrumentos, nuestras técnicas, que toma referencias de la animación de pintura sobre cristal del ruso Alexander Petrov (La vaca, Sueño de un hombre ridículo, Sirenita, El viejo y la mar), que ilumina por debajo las imágenes en la mesa de animación, pero nosotros quisimos lograr el impacto real de la pintura, e iluminamos por encima. Entonces utilizamos el mismo concepto de las cámaras multiplano de Disney, pero con técnicas digitales, porque no es necesario construir ese instrumento”, precisó.

La gestación de El jardínLa virgen triste y los títulos por venir, ha sido y es entonces cuestión de “pintar, pintar, pintar, siguiendo el método de prueba y error, aprendiendo”, subrayó Machado, “pero siempre desde la idea básica de que la película tenga una visualidad romántica, de pintura alegórica, de pintura del siglo XIX cubana”.

En todo caso, el artista no ha dejado de pensar “como pintor”, aseguró. “Todo parte de ahí”, puesto que “antes de escribirse un texto ya existía la pintura”. 

“Todo ha sido como un viaje entre el texto escrito y la pintura. La intención final es que como espectador no te preguntes de qué técnica se trata, ni por qué se emplea determinado recurso. Queremos que exista coherencia entre lo que estás viendo, lo que estás escuchando, que sea un gran lenguaje”, agregó Machado, quien definió el proyecto como “un universo de óleo, en que este material que históricamente se inventó para pintar la carne, dialogue con este discurso de los poetas románticos de sentir la carne como poca, lo que fue un poco la vida de Juana, la vida de Julián del Casal, de vivir la vida como una experiencia poética más allá del cuerpo. Toda esa poesía queda reflejada de alguna manera en un material que simula la carne”.

Machado reconoce tres grandes fundamentos en su obra como pintor, y ahora como cineasta: el cubano Joaquín Sorolla y los rusos Iliá Repin y Valentín Serov. “Todas estas posibilidades técnicas del pintar con óleo provienen de esa influencia rusa, y cuando encontré a Petrov, comprendí que todo eso se podía mover”, confesó. “Me ilusioné mucho. Entendí y entiendo esta película como un proceso pictórico, porque cuando estás pintando con óleo, lo estás moviendo todo el tiempo. Como disponiéndolo en el espacio. Cualquier pintor puede mencionar cuántos cuadros se tapan en un cuadro. Animar es como separar todos esos cuadros solapados, y me da la posibilidad de narrar no solamente en el espacio físico de una tela, sino narrar en una línea de tiempo. Ya esto es cine, pero con la materialidad y la fuerza que puede tener la pintura al óleo”.

Por otra parte, el filme tuvo “otra gran referencia”, una de las cimas de la historia del arte: El jardín de las delicias de El Bosco. “Junto a Rogelio Orizondo planteamos la película con una estructura semejante: pasar del Jardín del Edén al Infierno musical”, expuso finalmente Machado. “Era ese tránsito. Esta pintura puede responder a pasajes bíblicos, pero hay un vasto mundo íntimo, y unos «viajes» sabrá Dios con qué, o con nada; sencillamente porque el óleo como material y el gesto de pintar con óleo son de por sí psicodélicos”. 

El Jardín resulta un proemio significativo para una obra que construye historia dentro del cine de animación y as artes visuales de la isla, campos entre los que establece nexos allende tiempo y espacio. Muy coherente con el trascendentalismo filosófico y la armónica complejidad que se intuyen en este breve relato de óleo sintiente.    

ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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