Este año se cumple un centenario del nacimiento de Leopoldo Torre Nilsson, uno de los autores más influyentes del cine argentino. Su fecunda obra transgredió los patrones productivos y estéticos del cine clásico de su país y pavimentó el camino para los creadores emergentes en la década del sesenta. Para celebrar tan significativa fecha el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) organizó una retrospectiva de su catálogo que, bajo el título “Torre Nilsson: 100 años”, se proyecta durante todo este mes de septiembre.
“La censura argentina de sucesivas dictaduras le complicó indeciblemente la vida [a este realizador] y la histórica ausencia de políticas públicas de preservación audiovisual han puesto en riesgo su obra, hasta el punto de que las nuevas generaciones la conocen mal, o no la conocen. Este ciclo pretende ser un aporte para revertir esa situación, con el rescate de numerosos films en las mejores copias posibles”, pone de relieve una nota de prensa publicada por el museo.
Trece largometrajes del prestigioso director pasarán por las pantallas de esa institución argentina. La selección acoge no solo varios de sus títulos más importantes y mejor resueltos artísticamente, también compendia las diversas etapas atravesadas por su filmografía. Entre los años cincuenta y ochenta –murió muy tempranamente a los 54 años de edad–, Torres Nilson consiguió realizar unas treinta películas, incluso en momentos en que las industrias cinematográficas argentina y latinoamericana no disfrutaba precisamente de solidez estructural o bonanza económica.
El programa diseñado por el MALBA incluye El crimen de Oribe (codir. Torres Ríos, 1950), La tigra (1953), El protegido (1956), La caída (1959), Un guapo del 900 (1960), Fin de fiesta (1960), Piel de verano (1961), La mano en la trampa (1961), Homenaje a la hora de la siesta (1962), Setenta veces siete (1962), La maffia(1972), Boquitas pintadas (1974) y Piedra libre (1976).
Estos filmes confirman que Torre Nilsson fue “uno de los escasos puentes entre el cine argentino clásico y el cine moderno”, tal como apuntan los organizadores del ciclo. Además, dejan ver cómo “marcó el pulso de la producción nacional, abrió mercados en el exterior, [y] transformó su abundante experiencia formativa en la industria y su intensa cinefilia […] en un estilo propio, inmediatamente reconocible”.
Torre Nilsson fue un autodidacta. Comenzó en el mundo del cine de la mano de su padre, Leopoldo Torres Ríos, pionero de la industria cinematográfica argentina, de quien fue asistente de dirección en más de una decena de filmes. En 1947 realizó el cortometraje El muro, su primer trabajo como director, y tres años más tardes emprendería su primer largo de ficción, precisamente en colaboración con su padre, titulado El crimen de Oribe. La película es una adaptación de la novela El perjurio de la nieve, de Adolfo Bioy Casares, y devela ya el interés del realizador por la literatura –una constante durante toda su carrera–, así como su vocación de escapar a las gramáticas preestablecidas en el cine comercial y folklorista del momento. Ambas particularidades, con el tiempo, convertirían a Torre Nilsson en pionero y fundador del cine de autor en Argentina.
Su primer filme largo en solitario, Días de odio (1953), es una adaptación del cuento “Emma Zunz” de Jorge Luis Borges, quien participó en la escritura del guion. Ese mismo año emprendió la realización de La Tigra,que supondría su primera experiencia de censura, bajo el supuesto alto contenido erótico de la misma. La Tigra solo se pudo ver comercialmente, eliminadas algunas escenas, más de una década después. Ahora la retrospectiva organizada por el MALBA exhibirá su versión íntegra, para disfrutar a plenitud esa historia de una prostituta que se enamora de un joven estudiante de Bellas Artes y se ve forzada a prescindir de sus nobles sentimientos.
Fue con la producción de La casa del ángel (1956) que el nombre de Torre Nilsson alcanzó una dimensión internacional. Esta obra es una adaptación de la novela homónima de Beatriz Guido, esposa del director y colaboradora durante toda su carrera, desde que comenzó su relación hasta los últimos días del cineasta. Según se apunta en la web del museo bonaerense, “[el] universo ficcional de Beatriz Guido le permitió desarrollar una obra inconfundiblemente nacional y, a la vez, universal: fue [el director argentino] más premiado, admirado y celebrado en el mundo cuando el cine tenía en plena actividad a sus mejores autores”.
La casa del ángel compitió por la prestigiosa Palma de Oro en el Festival de Cannes y los críticos de Cahiers du Cinéma la seleccionaron entre las diez mejores películas de esos días. Esta obra es una suerte de coming of age que presenta muchos de los temas –el tránsito de la infancia a la adolescencia, la crisis moral de la sociedad argentina, la decadencia de la clase burguesa– y de las búsquedas expresivas que caracterizaron la producción de Torre Nilsson. De las cintas emprendida a partir de la obra literaria de Beatriz Guido, el ciclo presenta La caída, Fin de fiesta, Piedra libre, Homenaje a la hora de la siesta, Piel de verano y La mano en la trampa. Esta última recibió el premio de la FIPRESCI en Cannes, y fue considerada por el propio autor como su mejor trabajo.
El director de Un guapo del 900 no solo influyó en la generación posterior en términos estéticos y temáticos. “En un gesto muy raro en la comunidad cinematográfica de todas las épocas”, destaca el MALBA, “Torre Nilsson alentó además el cine de los jóvenes produciendo a creadores nuevos que le interesaban”. En 1959, el director fundó –junto al distribuidor Néstor R. Gaffet– Producciones Ángel que, además de sacar adelante sus proyectos, apoyó el de jóvenes debutantes. Para dar cuenta de esta faceta de Torre Nilsson, el museo incluye en el programa obras de otros autores como El dependiente (Leonardo Favio, 1969), Prisioneros de una noche (David José Kohon, 1960), Y que patatín, y que patatán (Mario Sábato, 1971), Adiós sui generis (Bebe Kamín, 1976)…
Leopoldo Torre Nilsson fue siempre un creador polémico. Sus películas históricas de aliento épico, y dedicadas a personajes de la historia argentina, como Martín Fierro (1968), El santo de la espada (1970) y Güemes, la tierra en armas (1971), fueron duramente criticadas y todavía generan discusiones. A la par de su creación cinematográfica desarrolló también una obra literaria que comprende los títulos Entre sajones y el arrabal (cuentos, 1967), Del exilio (cuentos, 1973) y Jorge, el nadador (novela, 1978).