Uróboro cubano

Más que una criatura, el uróboro cubano es un síndrome. Un síndrome crónico del país, pero que podemos encontrar con distintas nominaciones en la lógica maniquea que parece regir el mundo.
En Cuba llamamos clarias a los defensores del régimen y gusanos a sus detractores. De más está señalar la justeza de estos calificativos para describir quién hace de depredador y quién de víctima, no así la frecuencia con que estas metáforas terminan mutando en reduccionismos, devorando la realidad y hasta convirtiendo al gusano en depredador de sí mismo.
El uróboro es la danza escatológica de los opuestos que se cazan en un ciclo absurdo, eso que ahora llamamos polarización. Un escenario donde importan más las etiquetas que las razones; menos la resolución que la confrontación. Los binarismos ideológicos suelen colocarnos en uno u otro extremo del espectro olvidando los grises intermedios de realidad que nos llevaron hasta allí y que perpetúan el ciclo.
El mal existe. La injusticia existe. La clave para discernirla no se encuentra en algún manual ideológico; pertenece a la más mundana definición de lo humano.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.