Esbírrico

Quisiera poder ahondar mejor en los atributos de esta criatura, pero la verdad es que su psicología me es totalmente ajena. No importa cuántas veces uno lea a Arendt, cuánto haya comprobado en la experiencia que, en efecto, hay personas que por reafirmación personal o a cambio de cualquier prebenda están dispuestas a cometer atrocidades, la identificación del “esbírrico” siempre será una triste sorpresa.
El esbírrico no es un sádico ni un psicópata, sino alguien que deliberadamente decidió hacer de cancerbero del poder. Por la creencia ciega en algún propósito de soluciones extremas, a base de migajas y palmaditas, esta bestia censura, persigue, reprime, golpea, tortura, viola, sentencia, apresa, condena, mata a sus semejantes. Ya que no tiene, o no encuentra, o no busca otro medio de subsistencia que hacer el trabajo sucio del poder, es fácil pensar que él mismo ha sido víctima de alguna de las tantas trampas desmoralizantes de la sociedad. Lo cierto es que no tiene más que ofrecer al mundo que su miseria humana. Y una vez atrapado en el repudio ajeno no le queda más que ponerse a la defensiva y afianzarse en su papel, porque la alternativa sería desertar, volverse él mismo presa de sus jefes.
He conocido unos cuántos esbírricos, algunos cínicamente orgullosos de su condición, extasiados en su bruta, pero real manera de ejercer el poder; otros de mirada avergonzada, conscientes de lo terrible de su posición. Todos me despiertan la misma curiosidad: ¿qué sienten en el momento preciso en qué, incluso convencidos de estar en lo correcto, infligen daño a otro ser humano? La idea de Arendt sobre la banalidad del mal explica muy bien los mecanismos que facilitan esta depredación: que si la compartimentación social de la responsabilidad, la relativización moral justificada en un ideal político o social, la anulación personal del juicio crítico, la deshumanización del otro que lo hace enemigo y exterminable. Todo hace sentido. Todo cuenta para que el sentimiento hormonal del esbirro después de descargar la tonfa, firmar la sentencia, dar la orden de combate, en fin, joder al inocente (que lo es, en lo que a él directamente respecta) no lo haga deprimirse de pena.
No sea esbírrico. Eso no solo implica que no se ponga el uniforme del MININT, de ICE, de la policía de la moral, de algún escuadrón de la muerte, grupo paramilitar de limpieza étnica, organización terrorista yihadista, etc., etc., etc. Implica que tampoco deje que el esbirro le ensucie las manos para mantener las suyas limpias.
Bestiario Miserable es un catálogo de los excesos, miserias, deformaciones que las contorsiones circenses del panorama político cubano, global y virtual han ido pariendo. Como decía Leónidas Lamborghini, la verdad del modelo es su propia caricatura. Pues este quisiera ser un retrato realista de los arquetipos de conducta que florecen en toda su monstruosidad por el extremismo ideológico, la antipatía, la deshonestidad intelectual, o la pura estupidez, ahora abonados en ese terreno de la pseudo ética que puede ser ciberespacio. En un mundo que se parece cada vez más al que describiría Weill, donde la espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia, quizás bosquejar nuestros monstruos, los que todos en menor o mayor medida somos, pueda hacer los mitos más lógicos, dar alguna pizca de sensatez.

