En la nota de cubierta a Textículos, el más reciente libro de Luis Toledo Sande (Velasco, Holguín, 1950), Jesús Abascal nos avisa de que esos poemas harían las delicias de Joyce, de no mediar el inconveniente de las cronologías. Y nos presenta a su autor como discípulo de Quevedo.
Creo que si el Joyce a quien cita Abascal es el mismo que escribiera una frase como “Beside the rivering waters of, hitherandthithering waters of. Night!”, y su Quevedo quien se atreviera al verso “encogiéronse de hombros los señores genitales”, maestros ambos en destreza verbal, ha de ser altamente provechoso recorrer lo conseguido por Luis Toledo Sande en su último libro.
Forman el poemario dos cuadernos y la mayor parte de ambos debe su origen a un juego de palabras que, ya desde lo inmediato de su descubrimiento, gasta toda efectividad. Pero otorgándole a su autor el beneficio de que esa confusión entre lo genital y unos textos breves resulta graciosa página tras página, y aún reconociéndole cierto pensamiento que relaciona lo seminal con la creación poética, Luis Toledo Sande ha escrito, si no el peor, uno de los peores libros de poemas de la literatura cubana actual.
Lo ha conseguido valiéndose de continuas alusiones sexuales y textuales, de fragmentos de poemas y de canciones de otros que él estropea o ayuda a estropear (el mal gusto, en ocasiones, ya estaba en sus fuentes), y de un ingenio digno del más pedestre de los semanarios humorísticos con que haya tropezado el lector de esta reseña.
Luis Rogelio Nogueras escribió, a partir de algunas líneas de Robinson Jeffers, un poema dedicado a un cisne. De ese título de Nogueras venido de Jeffers, Luis Toledo Sande ha conseguido la siguiente variación que enjuicia a un crítico de cine: “¡Ama al cine, salvaje!” (“Responso de ultratumba”). Otra página suya, venida de la frase de un bolero, consiste en este dístico: “Tú tienes una forma de querer un poco extraña:/porque no bebes mi buen ron de caña.” (“Bolero etílico”). Y “¡Abre, María!”, blasfemia bastante socorrida, aparece en otra de sus páginas como todo un poema. Arrastra como título “Mística invocación” y un epígrafe remite a la música de Schubert, pero seguramente ninguno de esos rejuegos podrá salvar a su autor del castigo contraído al blasfemar, no en contra de una de las figuraciones de la religión católica, sino contra la poesía.
He citado tres de las páginas de Textículos, pero advierto a quien quiera abrir este libro que pueden esperarlo aún mejores sobresaltos. Jesús Abascal lo ha dicho en su nota de cubierta: “He aquí una de esas obras que un lector inteligente no debe pasar por alto”. Ediciones Unión, que acaba de publicarla, ha cometido, un retraso de treinta años. Pues durante los setenta del pasado siglo este libro no hubiera desentonado (como lo hace ahora) dentro de lo que las editoriales cubanas publicaban bajo el rótulo de poesía.
Una manía arqueológica de los conocedores de tal época consiste en la memorización de sus inolvidables ripios poéticos. Para quien guste de ejercitar ese tipo de bochorno o justicia, el último libro de Luis Toledo Sande puede ofrecer ejemplos nada desdeñables. Luego de haber citado tres páginas suyas, no quisiera dejar de emparejar a estas la recordación rotunda de uno de esos poemas publicados hace treinta años. Nombrar a su autor no vale la pena ahora, aquí va el poema: “El perico está llorando/ porque le robaron sus zapaticos plásticos”.
Creo ver en sus líneas el mismo trabajo de intertextualidad, de homenaje literario, que en muchas del más reciente libro de Luis Toledo Sande. Aunque tal vez gozan de un sinsentido, de un nonsense del cual este no da muestras. En la página que remata la primera parte de su poemario, bajo el título “En último caso”, Toledo Sande ha escrito: “Por lo menos, podré confiar en mis textículos”. Considerando el asunto desde el hemisferio literario de ese doble sentido, toca al lector determinar cuán equivocado está en su confianza el autor de Textículos.